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Comida

Oler pescado apestoso puede convertirte en un mejor solucionador de problemas

Un estudio publicado esta semana en la revista Journal of Experimental Social Psychology descubrió que junto a los beneficios de comer pescado, el olor por sí solo podría mejorar nuestras habilidades de razonamiento.
Phoebe Hurst
London, GB

Todos conocemos los supuestos beneficios para nuestra inteligencia por incluir pescado en nuestra dieta. Es por eso que empezamos a tomar aceite de hígado de bacalao durante la temporada de exámenes y la justificación que nos dimos al devorar esa considerable porción de pescado y papas fritas el fin de semana pasado (es bueno para tu cerebro, obvio).

A pesar de su omega-3 y su bondad magra repleta de proteínas, el pescado no tiene el olor más atractivo del mundo. (Inserta aquí el juego de palabras sobre que algo "no huele bien").

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Sin embargo, un estudio publicado esta semana en la revista Journal of Experimental Social Psychology descubrió que junto a los beneficios de comer pescado, el olor por sí solo podría mejorar nuestras habilidades de razonamiento.

Si bien se ha demostrado que la nariz actúa como un sistema de alerta temprana contra la comida(y la gente, para el caso) de olor cuestionable, la nueva investigación muestra que también puede ser capaz de alertarnos sobre ideas y conceptos sospechosos.

Llevado a cabo por investigadores de la University of Michigan y la University of Southern California (USC), el estudio observó a 61 estudiantes abordando dos cuestiones: la primera una cuestión fáctica y la segunda "¿Cuántos animales de cada especie metió Moisés en el Arca?" –es un truco que se conoce por producir la respuesta incorrecta de dos. (Los que prestaron atención en el catecismo sabrán que en realidad fue Noé, no Moisés, quien metió los animales en el Arca).

En condiciones normales, más del 80 por ciento de los estudiantes fallaron en la pregunta con truco, pero les fue mucho mejor a los 31 estudiantes que habían estado expuestos al olor de aceite de pescado. Más del 40 por ciento de estos participantes sospechaba que algo no olía bien (lo siento) y eligió el botón de "No se puede responder", en lugar de responder de forma incorrecta. Estos participantes no identificaron la primera cuestión fáctica como incontestable, lo que demuestra que no fue la desconfianza en general lo que impactó su segunda respuesta, sino una mejora en el razonamiento.

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En el segundo experimento, a los participantes se les dio la tarea de selección de Wason, un reto de resolución de problemas para encontrar la regla que subyace a una serie de números. Aquellos que no estuvieron expuestos al olor de aceite de pescado presentaron un error conocido como "sesgo de confirmación", lo que significa que se adhirieron a una hipótesis incorrecta anterior, con únicamente el 28 por ciento intentando refutar sus respuestas.

Por el contrario, casi la mitad de los participantes expuestos al olor de aceite de pescado que emanaba de un cubo de basura estratégicamente colocado debajo de la mesa verificó críticamente sus respuestas, lo que los llevó a mejores tasas de éxito en el problema en su conjunto.

Norbert Schwarz, profesor de psicología y marketing en la USC, y uno de los autores del estudio, explicó a USC News el porqué los peces apestosos pueden desencadenar mejor el pensamiento crítico: "Si desconfió, entonces pienso: Algo está mal aquí. Y luego tengo que pensar de manera más crítica y averiguar lo que está mal".

Parece ser que la sospecha provocada por alimentos con mal olor puede extenderse también a la esfera social e incluso al razonamiento académico, aumentando nuestra capacidad de escepticismo.

Es como siempre dicen: la nariz sabe.