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Opinion

El mundo de ellos

OPINIÓN | El próximo 15 de noviembre tendrá lugar un evento en Francia que llevará a los "representantes" de la literatura colombiana: diez hombres.
Ilustración: Broadly

El pasado lunes 6 de noviembre de este año, Yolanda Reyes, escritora colombiana consagrada, publicó una columna en El Tiempo en la que nos dio a conocer un evento el próximo 15 de noviembre en la Bibliothèque de l'Arsenal de París. A este evento, ubicado en el marco del año Colombia-Francia 2017, fueron invitados diez hombres, autores, que representarán nada más y nada menos que la literatura colombiana contemporánea. A la columna de Reyes, se le han sumado comunicados y textos de invitados a ese evento que reclaman una representación de género equitativa de las artes nacionales en Francia: Juan Cárdenas, Jorge Franco, Juan Álvarez, etc. También una respuesta frívola del Ministerio de Cultura, institución encargada de la organización. Pero lo que permanece es simple: todavía existen escenarios sin mujeres.

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Lo confirmé después con ese libro de Virginia Woolf, Una habitación propia.

Cuando le dije a alguien que quería ser escritora, me respondió que necesitaba dinero y yo le creí. También le pregunté cómo conseguía dinero, esa cantidad de dinero, y me dijo: vete de este país. También le creí. Apliqué a becas y universidades, y cuando me tocó escribir—en uno de los tantos requisitos, el statement of purpose—por qué quería irme, respondí: "No quiero tener que adular a nadie que no admire solamente para tener la oportunidad de poder escribir". También: "La industria de la ficción en Colombia es un mundo pequeño y feroz. Para una escritora emergente es extremadamente difícil empezar a publicar por la falta de escenarios reales para construir una carrera".

Ese es lenguaje burocrático para decir: cuando digo que soy escritora, los hombres hacen una mueca de condescendencia, algo así como si miraran a una niña decir que va a ser astronauta. Mi primera opción fue la Universidad de California en donde estudio ahora en San Diego. Me creyeron. Digo me creyeron en plural, pero sé a quién yo le guiñaba con esas frases de mensaje escondido. Ella lo leyó así, me imagino, porque Cristina Rivera Garza, que era profe acá en ese entonces, me llamó y me dijo que había sido admitida. Ella entendió el mensaje porque también es una escritora latina, chingona, a quién admiro con el cerebro y el alma. Ella le puso las especificidades necesarias a ese aparentemente desarmado "escenarios reales para construir una carrera".

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En mi catálogo de muestras de automática condescendencia masculina, además de la mueca, se encuentran: enterarme que lo que hago es un hobby, considerar mi conversación secundaria, recibir consejos de hombres con mucha menos seriedad en este oficio, ni siquiera recibir una respuesta de textos que mando para publicar, mirar como el poco trabajo se lo distribuyen entre machos, y tantas cosas más que siento hervir mi sangre. De nuevo.


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Sin embargo, algo cambió una vez supe que iba a tener dinero para escribir. Desde entonces, cuando me hacen la mueca, yo se las devuelvo, y a veces se horrorizan ante la insolencia, otras veces se ponen histéricos. Desde entonces he estado tranquila, observándolos en fiestas: hablando entre ellos. Presentando sus libros: entre ellos. Escribiendo personajes femeninos tan pobres, como su generosidad. Los he visto en bares, y mientras yo bailo, ellos se quedan en una esquina, entre ellos. A veces hablo con ellos, a veces ellos conmigo, y algunas de esas veces siento que hay una masculinidad que quiere salir de la brutal relación 'oprimidas vs. opresores'. Ese presagio de masculinidad no quiere un mundo solo entre ellos, porque francamente qué puta pereza.

Las escritoras colombianas se repliegan ante una invitación internacional a 10 hombres que no incluye a ninguna mujer. Porque las escritoras colombianas operamos a muerte en dos frentes: el esencial, habitación y dinero; y el social-político: ser reconocidas como sujetos. Esto es: trabajar como mínimo 8 horas diarias para comer y pagar la habitación propia, y entre esas y las otras horas, escribir y convencer a la industria, y dormir, y también sacar tiempo para resistir y protestar, una y otra vez, para que nuestra presencia no sea tenida por broma en un mundo que de manera repetitiva y vulgar se decide entre ellos.