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Cómo 5 años de guerra han partido Siria en, al menos, cuatro 'estados'

En 2011 Siria era un país dirigido por un dictador sin escrúpulos. Cinco años después, la nación está dividida en varios 'estados' en guerra, y millones de personas siguen huyendo de sus devastados escenarios.
Ciudadanos sirios opositores ondean banderas durante una protesta contra los ataques aéreos que rompieron el alto el fuego. Escena en la ciudad de Douma, al noreste de Damasco, el 11 de marro de 2016. (Imagen por Mohammed Badra/EPA)
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Cinco años después del estallido de la guerra en Siria, el ancestral país de Oriente Medio está devastado — y se ha convertido en el escenario de la crisis humanitaria, militar y política más delicada de nuestros días. Allí se enfrentan Rusia, Irán y su aliado, el dictador sirio Bashar al-Assad, contra Estados Unidos, sus aliados en el Golfo Pérsico y las fuerzas de la oposición.

Siria se ha convertido, además, en el escenario más temido para Occidente, puesto que allí se concentran las hordas de las dos organizaciones yihadistas de mayor envergadura a día de hoy: Al-Qaeda y Estado Islámico. Y pese a todo, incluso a pesar de lo precario y frágil que está resultando el alto el fuego proclamado a finales del mes pasado, su mera proclamación es un motivo para albergar ciertas esperanzas. Por primera vez en cinco años, hay quien empieza a creer que la presencia diplomática de más de una docena de países y de los representantes de las múltiples facciones que batallan en el castigado país, podría desembocar en algo parecido a un paz sostenible.

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Una de las pocas cosas en la que coinciden Rusia, Irán, Estados Unidos y Arabia Saudí — más allá de su lucha contra Estado Islámico — es en que la población siria necesita encontrar la manera de coexistir y de lograr trabajar conjuntamente para reunificar su escindido territorio.

Claro que también es muy probable que ya sean muy pocas las piezas de la devastada sociedad siria que puedan volver a reensamblarse. Actualmente, una mirada sobre el terreno descubre que el antiguo país conocido como Siria es ahora un escenario en el que pueden detectarse hasta cuatro países distintos — o lo mismo, nada parecido a un estado en absoluto.

Todo arrancó en marzo de 2011 con el estallido de la primavera árabe. Entonces los ciudadanos sirios se echaron a las calles para exigir una reforma política. La protesta, que se desplegó por las calles de todo el país de manera pacífica, se encontró con la desmedida y brutal represión de las fuerzas del régimen de Bashar al-Assad. Las sangrientas represalias desataron una espiral de violencia y de extremismo en el corazón de Oriente Medio, que no han dejado de crecer a lo largo del último lustro.

De hecho, la atroz guerra civil siria parece haber asumido la forma de un cataclismo sectario. El régimen de Assad ha sido asediado por el despliegue de milicias chiíes en su mayoría extranjeras. Paralelamente, yihadistas suníes de otros muchos países han irrumpido entre los centenares de facciones formadas y desmembradas en distintas oleadas, siempre con el objetivo de plantear una oposición armada e inasequible al dictador sirio.

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'La división del país es real, pero todavía no es completa'.

Claro que la guerra es mucho más complicada que el enfrentamiento sectario que ocupa su centro. Otros partidos se han sumado al dantesco jolgorio y han intervenido de manera oportunista para hacerse con las franjas más abandonadas y fracturadas del país.

Después de que las tropas de Assad se retiraran de gran parte de los territorios del norte del país en 2012, los integrantes de la minoría kurda irrumpieron para hacerse con los territorios vacíos, y aprovecharon para erigir una suerte de "Administración Autónoma" prácticamente independiente. Al mismo tiempo, la organización yihadista que iba a convertirse en el autoproclamado Estado Islámico, se infiltró subrepticiamente entre las fuerzas de la oposición.

Y cuando ya estaba lo suficientemente arraigada, decidió emanciparse con una declaración de guerra contra todas las facciones que la rodeaban; es decir, contra todo y contra todos. Fue entonces cuando proclamó su Califato, una extensión de terreno desprovista de fronteras, que se ha hecho con gran parte del este de Siria, y que integró en sus dominios a un suculento pedazo del Irak suní.

Y como era inevitable, las auténticas víctimas de esta violenta estratificación han sido los ciudadanos sirios. A día de hoy más de 4,5 millones de sirios — esto es, el 20 por ciento de su población — se han convertido en refugiados. Y otros 6,6 millones se encuentran desplazados por distintos rincones del país. A día de hoy la cifra de civiles muertos se sitúa en algún aberrante punto entre el los 250.000 y los 500.000.

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Basta con echarle una ojeada al mapa de Siria para ser conscientes de la escala de la devastación. Lo que hace apenas cinco años era un solo país bajo el imperio de un dictador autoritario e implacable, se ha convertido hoy en el escenario de cuatro estados fracturados, todos ellos disfuncionales a muchos niveles.

El mapa muestra quién controla qué en la Siria del alto el fuego de 2016. Las zonas ensombrecidas indican el control de una facción, mientras que con un color más débil se indican las zonas donde existe una presencia fuerte de una facción, que, sin embargo, todavía no se ha hecho con el dominio definitivo del territorio. Las áreas blancas, una de dos, o bien son desiertos o bien están escasamente pobladas. (Mapa elaborado por VICE News)

"La división del país es real, pero todavía no es completa", explica el analista Aron Lund, el editor del blog sobre Siria, Syria in Crisis, editado por la organización Canregie Endowment. "Existen distintas formaciones gobernando en distintos lugares, pero en muchos casos siguen siendo interdependientes y permanecen conectadas, incluso cuando se trata de fuerzas hostiles o enemigas. Están unidos por vínculos comunales, por una economía informal y por las instituciones residuales del estado".

Un buen ejemplo de ello sería la manera en que las fuerzas kurdas han conseguido vincular los distintos distritos aislados que penden de la frontera con Turquía. Los kurdos se han dedicado a unir los puntos por un territorio que desfila por casi todo el norte de Siria, hasta conseguir otorgarle una forma contigua. Y eso sin perjuicio de que controlen, además, otros enclaves aislados, como por ejemplo, un barrio de la ciudad de Alepo, que se encuentra encajado entre las fuerzas del régimen y las de la oposición. Se trata de un escenario sometido a los constantes bombardeos de la oposición, especialmente cuando esta decide castigar a los kurdos por sus ofensivas en otros frentes del país.

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En las zonas kurdas, el Partido de la Unión Democrática (PYD en sus siglas kurdas) — la franquicia siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) — ha creado un orden político esculpido a la luz del "Confederalismo Democrático", proclamado por el fundador del PKK, Abudallah Ocalan. Se trata de una suerte de comunalismo de izquierdas mezclado con el proverbial nacionalismo kurdo. Pero incluso aún cuando los kurdos han establecido sus propios ayuntamientos y consejos de poder, también han tolerado el funcionamiento de las oficinas del gobierno sirio y de otras instituciones del estado en las zonas que controlan.

"El único motivo por el que se pueden permitir hacerlo es porque el régimen no les está atacando", explica Noah Bonsey, de la organización humanitaria International Crisis Group. "El régimen está pagando los salarios de los funcionarios y sigue dirigiendo muchas de las escuelas. Lo cual es la prueba de que ni siquiera allí, donde dispones de las estructuras más exitosas de un protoestado, se puede actuar independientemente".

Estado Islámico, por su parte, ha conseguido funcionar como un gobierno funcional, aunque vampírico. Es decir, como un gobierno que se dedica hincar suculentas mordidas a los ingresos de sus ciudadanos a través de un variado surtido de impuestos y de tasas. Se trata de un orden autoritario hasta lo aterrador, provisto de tribunales impunes y arbitrarios, y que ha propuesto dar una vuela de tuerca en clave yihadista al aparato de inteligencia de la era de Saddam y su estado de seguridad.

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En las zonas que siguen bajo el control del régimen, las instituciones del estado sirio han permanecido prácticamente intactas. Sin embargo, los servicios públicos son cada vez más precarios y sus instalaciones están muy deterioradas, inequívocamente golpeadas por la crisis financiera que atraviesa el estado. Los civiles prefieren, cada vez más, buscar las compensaciones de las organizaciones criminales y de sus responsables locales, antes que acudir al gobierno. Los expertos se han referido a este fenómeno como la "miliciación" del régimen de Assad.

"Yo no creo que la emulsión de nuevas instituciones sea el mayor obstáculo para la unidad nacional", opina Bonsey. "Creo que es la emulsión de las milicias en general — y el derrumbamiento de las instituciones más antiguas, lo que constituye el mayor obstáculo. Las huellas del estado se han ido borrando de manera dramática en todas las zonas controladas por el régimen, mientras que el rol de las milicias partidarias de la dictadura de Bashar Al-Assad no deja de crecer".

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Paralelamente, en las zonas de la oposición, la gobernación existe de manera cada vez más rudimentaria; lo hace casi puramente a nivel local, mientras los pueblos se encuentran con que sus ayuntamientos están cada vez más empobrecidos. Estos apenas se sostienen por las donaciones, pero están cada vez menos conectados con las estructuras provinciales o nacionales.

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Los tribunales islámicos son la autoridad legal suprema, claro que solo allí hasta adonde se lo consientan las facciones armadas. Y si bien el aperturismo político facilitado por la revolución ha permitido que sean centenares las perspectivas políticas que compiten por el apoyo público — y que van desde el liberalismo al islamismo ultra literal —, nadie está a cargo del estado, y casi no queda ninguna institución ni ningún estamento que pueda presumir de seguir funcionando de manera compacta.

"Cuando hablamos de Estado Islámico, del régimen o — en mayor o menor medida — del PYD, nos estamos refiriendo a las autoridades que dirigen a las masas", comenta Ahmad Abazeid, un analista sirio cuyos ensayos han sido publicado por think tanks como el Centro de Estudios de Al Jazeera, en relación a la situación en el este de Siria. "Sin embargo, la revolución siria, como movimiento popular, está más cerca de lo contrario. No se trata de un estado en funciones ni de una autoridad, tanto como de distintas comunidades de vecinos y de iniciativas populares que han asumido el objetivo de derrocar al gobierno y de organizarse por sí mismas".

Para los millones de sirios que se han visto desplazados por el conflicto, lo más seguro es, por lo general, quedarse del lado de la facción que proclame ser la vencedora: muchos árabes suníes se han desplazado hasta las zonas controladas por la oposición, que son prácticamente suníes en su totalidad. Igualmente, algunas minorías religiosas se han desplazado hasta zonas del régimen; mientras que los kurdos se han instalado en las zonas del norte controladas por el PYD. El profesor de la Universidad de Oklahoma y experto en Siria, Joshua Landis. ha calificado este complejo proceso como la "gran solución" de las identidades religiosas de la zona.

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Om Zed, una mujer siria, frente a su casa en el barrio de al-Qaboon en Damasco, el pasado 23 de febrero. Imagen por Mohammed Badra/EPA

Sin embargo, sería un error ver esas diferencias sectarias como espacios de bienvenida, cuenta Mousab Alhamadee, un escritor sirio que asegura que ya no puede regresar a su hogar, situado en un lugar del interior de la provincia de Hama que ahora está en manos de los rebeldes.

"En las zonas que no controla el régimen abunda el caos", comenta a VICE News Alhamadee, quien ha escrito para la agencia de noticias McClatchy y para varios medios de comunicación sirios. "No existe un gobierno de la ley, de manera que no hay coexistencia. Lo que sucede es que todas estas zonas representan un ambiente hostil, no solo para las minorías, sino para una amplia franja de la población. Se trata de zonas que se encuentran prácticamente bajo el control de Al-Qaeda".

"Yo soy un musulmán suní, pero me buscan todas las facciones suníes de Siria", cuenta. "Se creen que soy un apóstata".

Pero el caso es que el país no ha sido dividido limpiamente por grupos sectarios. Muchos sirios suníes también han huido rumbo a las zonas controladas por el régimen, simplemente por el hecho de que quieren vivir en un lugar donde existan las prestaciones sociales; es decir, donde parte de ellas sigan funcionando, probablemente no más que un 50 por ciento. Otro motivo de peso para desplazarse sería irse a vivir allí donde no exista riesgo de que el régimen te bombardee. La pequeña franja del país en manos del régimen está integrada por una población mayoritariamente siria.

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"Sucede, básicamente, que la mayoría de la población vive bajo un régimen autoritario semifuncional dirigido por Assad, mientras que un puñado de feudos periféricos estarían habitados por poblaciones que viven dirigidas por las milicias", cuenta Lund.

Lo que podría derivar en que el país se reorganice de manera más inestable y en una brutal revuelta ciudadana.

"Ha habido un montón de desplazados, y lo cierto es que estos no se han esparcido de manera precisamente sostenible", opina Bonsey.

Sin embargo, las autoridades el régimen han rechazado de cuajo tanto el federalismo como ninguna otra división formal del territorio. "Quítense de la cabeza la idea de separar el territorio sirio", sentenció Bashar al-Ja'fari, el embajador de Siria en Naciones Unidas, durante las negociaciones sostenidas hace dos semanas en Ginebra. La oposición opina lo mismo: la unidad territorial de Siria es innegociable.

Aron Lund, el editor de Syria in Crisis está de acuerdo: "Siria no va a quedar dividida legalmente, porque nadie quiere que ello suceda — ni los que están dentro ni quienes están fuera, y mucho menos sus vecinos".

E incluso en el caso de que existiera una voluntad política, el hecho de que la mitad del país esté exiliado o en movimiento, hace que cualquier escisión sea imposible. "Siria es un pequeño país plagado de pequeñas sectas y de pequeñas etnias superpuestas", relata Alhamadee. "La división no sería posible ni desde un punto de vista geográfico, ni étnico, ni religioso".

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Y sin embargo, mientras la división formal del territorio parece políticamente imposible, el imparable conflicto bélico ha posibilitado la supervivencia de subestados, en el sentido más extremo y etnosectario de la acepción.

Alhamadee está convencido de que tales feudos étnicos y religiosos solo pueden sobrevivir amparados por el caos de la guerra. "Al-Qaeda es una organización excepcional ubicada en un escenario excepcional. Pero lo cierto es que la situación no puede seguir así", cuenta en relación al Frente al-Nusra, la franquicia de la organización yihadista en Siria, y uno de los grupos más poderosos de la oposición. Para Alhamadee, la Administración Autónoma del PYD es otro ejemplo de una situación que no se estaría produciendo si el país no estuviera sumido en el caos.

Mira el documental de VICE News 'La guerra desde dentro: Al-Nusra, Al-Qaeda en Siria':

Pero el caso es que Abazeid considera que los civiles sirios siguen estando unidos, que incluso los que están en el frente, por mucho que los experimentos políticos de las facciones armadas sean cada vez más divergentes y más extremos.

"Todavía existen vínculos nacionales en el interior de la sociedad civil siria que se extiende por todas esas zonas", apunta Abazeid. "Y los civiles se mueven entre ellas con relativa facilidad, especialmente en comparación con las afiladas fronteras militares que separan a los combatientes. Y gracias a ello, Siria sigue siendo percibida en el imaginario colectivo como un país individual. Y es también gracias a ello que la identidad nacional de sus gentes se percibe, fundamentalmente, de una sola manera. Y todo ello, muy a pesar del colapso social y de la desintegración económica y geopolítica que el país ha experimentado".

Además, los sirios son herederos de una experiencia cultural compartida, de la tradición de la coexistencia y de una historia común que siempre ha desafiado las crueles divisiones étnicas y las divisiones religiosas propias de la guerra.

"Buena prueba de ello sería lo mucho que cuesta demostrar que la mayoría de la población siria es árabe", señala Alhamadee. "Tómame a mí, por ejemplo. Es posible que no sea árabe; de hecho, ni siquiera conozco cual es mi procedencia étnica. Hablo árabe, pero soy sirio. De tal manera, que el sirio kurdo se parece más a mí que cualquiera del Golfo Pérsico".

Los elementos distintivos y compartidos de la cultura siria no han desaparecido como consecuencia de la guerra", dice Bonsey, el miembro del International Crisis Group. "En muchos casos, y conforme esta consciencia sectaria y política se ha ido haciendo más grande, se han visto obligados a retroceder. Sin embargo ello no ha sido motivo suficiente para cortar con los vínculos que hubiesen podido existir en un primer lugar".

"Es posible que el resultado de todo ello sea un país que no logra mantenerse unido. Claro que, al mismo tiempo, el resultado muestra a un país que resulta imposible de desarmar. Siria ha sido dividida por proyectos políticos enfrentados e irreconciliables. Sin embargo se trataría de proyectos que, muy probablemente, no conseguirían sobrevivir por su cuenta. Y, al mismo tiempo, los sirios siguen siendo de muchas maneras, un único pueblo, incluso después de que cientos de miles de ellos hayan huido para convertirse en refugiados más allá de las fronteras de su devastado país.

Claro que hay una pregunta a la que nadie puede responder: ¿Cuándo resurgirá Siria de sus cenizas? ¿Cuándo tardará su identidad en emanciparse de los escombros de la guerra? "Ignoro cuánto tiempo llevará restablecer parte del equilibrio de antaño", concluye Bonsey.

Arges Artiaga: Un español contra Estado Islámico. Mira el documental aquí.

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