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Opinion

¿Qué tan relevante es la 'Cartilla Moral' de AMLO en 2019?

¿Un texto hecho por un escritor muerto hace 60 años tiene relevancia frente a la realidad de 200,000 muertos y un tejido social destruido?
CartillaMoral

Tengo 32 años. Soy un hijo de mi tiempo: fui criado por Los Simpson, el terror al SIDA, las boy bands en tiempos de una pubertad tímidamente sexualizada, las promesas utópicas de todo lo que la “carretera de la información” iba a traernos, la develación de que el medio ambiente podía importar un poco más que nada y los malls como centros neurálgicos de convivencia social.

Es difícil definir con cabalidad cuáles son mis pilares generacionales; disculpen si dije alguna pendejada, pero hay uno que sí me queda muy claro. Resulta de una coyuntura histórica que marca, justamente, la vida entre la generación de nuestros padres y la nuestra: el fin de la Guerra Fría.

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Tenía yo cuatro años cuando cayó el famoso Muro, y recuerdo las realidades soviéticas como un sueño lejano. Pero no hablo del fin del comunismo soviético internacional y las tensiones que ejercía frente al Occidente reaganeano lo que me ocupa; más bien, lo que marcó mi generación fue ese extraño fenómeno que quiso llamarse, por décadas, “el Fin de la Historia”.

Semejante tomada de pelo refiere, puntualmente (la idea es de un supuesto filósofo llamado Francis Fukuyama), a que una vez terminada la guerra ideológica entre el capitalismo y el comunismo a Occidente ya no le quedaba ninguna guerra ideológica por librar. En siglo XX nos había costado bastante matar a Dios y el siglo XXI era el siglo en el cual nos libraríamos, al fin, de andar imaginando realidades sociales alternas.

Entonces así crecimos yo y mis huestes generacionales: con la democracia electoral como una dinámica más aritmética que otra cosa (la política y la ideología reducida a una expresión del marketing político, no más), y con las reglas del mercado económico como las reglas inquebrantables de nuestro día a día. Nunca se nos invitó a pensar en esquemas distintos porque, evidentemente, podían quebrantar un status quo que había costado a nuestras sociedades 50 años de Guerra Fría.

No mamen. No le muevan. Estamos a gusto así.

Traigo esto a cuento porque, si uno tiene en mente lo anterior, entonces entiende por qué un tipo como Donald Trump le rompe la madre a la muy tranquila y conservadora cabecita del Señor Demócrata Liberal (habrá que pensar aquí en todos y cada uno de nuestros tíos con dinero): ese Señor, el SDL, había logrado hacernos creer a todos que no habían ya distorsiones posibles al sistema. ¿Para qué? El PIB, el parámetro favorito de riqueza y bienestar para el SDL, crecía más menos a niveles globales en el mundo; se firmaban acuerdos de libre comercio como si nadie tuviera nada mejor que hacer y nos hacían el favor, a nosotros que éramos jóvenes por creer en las libertades, en regular y sistematizar y hacer parte del sistema a las pinches rarezas: que si los gays, que si la mota, que si las viejas. Ándenlen, pues. Nos dieron chance porque así todos le entrábamos al Régimen.

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No estoy diciendo aquí que Donald Trump sea nada que valga la pena comentar, ni nadie que valga la pena detenerse a analizar, pero sí fue el primer gran golpe de un síntoma clarísimo: mucha gente de mi generación, y gente mucho mayor y mucho menor que yo, se dio cuenta de que el mundo sí tiene una dinámica posible afuera de los parámetros que nuestros amigos los SLD quisieron vendernos como inamovibles. ¿Que el Libre Comercio es bueno y viva ra, ra, ra? ¿Por qué no vas y chingas a tu madre?

Tampoco pongo aquí en tela de juicio los beneficios y problemas del libre comercio ni tampoco quisiera decir que todas las posturas de mis queridos SDL están equivocadas. De hecho, soy yo un defensor de muchísimas de esas posturas. Pero sí entiendo, y es una verdad que crecerá en dimensión en los próximos años, que la fantasía del Fin de la Historia es una mamada que ya nos tenía bastante reprimidos.

Entonces el Peje. ¿Ven cómo hace sentido el Peje y su cuarentainoséqué por ciento de votación en el padrón electoral en este contexto? ¿Cuántos años llevábamos en México gobernados bajo los parámetros más inflexibles del SDL? ¿Qué nos habían traído años y años de gobiernos democráticamente electos, con niveles de inflación bajísimos y programas pendejos de supuesta “transparencia” (todas políticas muy favoritas del SDL)?

Pues los muertos son una primera respuesta, la más inmediata. También niveles de inequidad extraordinarios. Y varias décadas sin crecimiento económico real (un secreto que el SDL se tiene relativamente guardado en algunas gráficas ocultas, pero que a mí me enseñaron en la universidad).

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Y, para rematar, una nula narrativa de país. Si para el SDL la ideología estaba muerta, era un tabú intocable, el pragmatismo era la única forma de gobernar, entonces no podíamos proyectar nada que no fueran reglas tecnocráticas y de marketing electoral.

¿De qué se ha tratado México? ¿De ”votar” nada más por votar? El IFE, que no debería de tener otra función que ser un árbitro técnico de las elecciones, se volvió bastión de la democracia. ¡Los que cuentan los votos! ¿De tener “buenos parámetros macroeconómicos”? No mamen. Es como decir que una casa en donde todos se agarran a vergazos entre ellos pero pagan las cuentas mes con mes es una buena casa.

Entonces no solo el Peje, sino también la necesidad evidente de una Constitución Moral. Es una propuesta que podría ser extraordinariamente constructiva a la hora de diseñar una nueva forma de entender la política, la participación social, la función que tiene la economía, el medio ambiente, la ciencia y la cultura en nuestras vidas.

La idea de una “constitución moral” es, entonces, la idea de una nueva incursión de la política en nuestras vidas, entendiendo “la política” como el cúmulo de ideas que construyen una narrativa que nos brinda identidad, rumbo y objetivos.

¿Que queremos ser el país con los mejores beisbolistas del mundo? Juega. ¿Que en realidad lo que quisiéramos es casarnos con nuestras primas? Juega.

Pero se discute, se entiende, se analiza, se propone. Se concuerda. Una “constitución moral” podría ser el gran acuerdo nacional de una nueva era en donde la Historia No Ha Acabado, porque no mamen.

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Pero… ¿Cuál es el problema de la “Cartilla Moral” que ha empezado a circular desde hace unos días, toda con el diseñote horrible de este nuevo Ejecutivo CuatroTransformador? Una que pasa como parte de los Programas Emergentes de Actualización del Maestro y de Reformulación de Contenidos y Materiales Educativos, programa doctrinario para maestros ante la oportunidad extraordinaria de reformular nuestra realidad entera.

Entonces: ¿cuál es el problema? ALFONSO REYES.

¿En verdad, ante la posibilidad de crear grandes foros de discusión, refundación y revisión de nuestro pasado y nuestro futuro, de en verdad engendrar una Cuatra Tranformación, la mejor respuesta que tenemos es Alfonso Reyes?

Más allá de que, en lo personal, Alfonso Reyes me parezca soporífero y el texto en cuestión me parezca básico, cursi, rebuscado y aburrido… ¿Un escritor muerto hace 60 años es en verdad el parámetro para medirnos en esta época de muchachonxs transgénero, Oxxos de Gabriel Orozco y ballenas hervidas en los océanos?

¿Un texto que entiende los parámetros del civismo y “el respeto moral” con la mentalidad de un burgués ilustrado del México Moderno tiene fuerza frente a la realidad de 200,000+ muertos y un tejido social destruido?

Porque ahí se dice, por ejemplo, que “la familia es un hecho natural”, que uno debe de “desconfiar siempre de nuestros movimientos de cólera” como un imperativo categórico, y que “toda violación a la ley es una violación a la moral”, por citar algunos ejemplos. Una y otra vez, en los diversos apartados dedicados a la familia, la sociedad, las leyes y la patria (“quien ignora el deber patrio es ajeno a la humanidad”, dice Reyes, inadvertido del futuro), el documento repartido como nuestra nueva “Cartilla Moral” carece de resonancia dentro de un contexto histórico e intelectual que la ha rebasado por todos lados.

Sobre todo: ¿qué no pensó la Cuarta Transformación en preguntarnos a nosotros, los principales y posibles defensores y creadores de esa Cuarta Transformación, qué era lo que queríamos para el país, la sociedad o el individuo?

¿Qué no era el momento ideal para introducir nuevas formas de diálogo, de hacer política, y servirnos de nuevas herramientas que tenemos a la mano (estoy mamando para no decir “el internet”) para construir un nuevo Gran Documento fundacional?

Qué falta de imaginación. Qué forma de fallar un gol que iba a ser riquísimo meter y para el que ya habíamos dado el pase.

Queremos ideas. Queremos construir nuestras propias ideas.