Ilustración por Lia Kantrowitz
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Cómo es saber que morirás de cáncer a los 35

‘Me he dado cuenta de que no es mi trabajo hacer que nadie se sienta bien. Mi trabajo es ser honesta’.
Lia Kantrowitz
ilustración de Lia Kantrowitz
DS
traducido por Daniela Silva

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

No sé cómo abordar esto, pero en los días que hablé con Katia Bozhikova para esta entrega de la columna y cuando estábamos listos para publicarla, Katia murió. Tenía 35 años. Sabía que el final estaba cerca. Era algo con lo que había lidiado por un tiempo. Katia fue diagnosticada por primera vez con cáncer hace casi una década, y la primavera pasada, los médicos le dijeron que la enfermedad se había propagado a su hígado, costillas, ganglios linfáticos, pulmones y cerebro. Sin embargo, su muerte me sorprendió, probablemente porque eso es lo que la muerte tiende a hacer en sociedades como la nuestra, donde uno de los dos únicos hechos seguros de la vida: nacemos; moriremos, no está bien integrado en nuestra experiencia consciente.

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Conocí a Katia gracias a mi hermana, una psicóloga clínica que estudia la muerte y la mortalidad. Después de escuchar a Katia explicar cómo su proximidad a la muerte había cambiado su comprensión de la vida, le pregunté si podía entrevistarla. Lo que sigue es una breve conversación que tuvimos mientras ella se tomaba un día libre de una ronda de tratamientos experimentales extremadamente dolorosos. Entre los ataques de tos y los sorbos de agua, hablaba con una confianza y una claridad inamovibles, no porque no estuviera temerosa, triste o enojada, sino porque, al parecer, había vivido con el espectro de la muerte el tiempo suficiente como para hacerla su maestra. Como le dije a mi hermana la noche en que Katia murió: Morir suena aterrador, misterioso, duro y raro, pero si alguien sabía cómo hacerlo, era Katia.


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VICE: Una vez te escuché responderle a alguien que te preguntó si tu condición era terminal: “Bueno, todas nuestras condiciones son terminales”. Tu respuesta expuso lo poco que tendemos a considerar nuestra mortalidad. ¿Cómo ha evolucionado la importancia que le has dado a tu mortalidad con el tiempo, desde antes del cáncer hasta ahora, y cómo ha afectado la manera en que ves la muerte?
Katia Bozhikova: Cuando me diagnosticaron por primera vez, tenía 26 años. Esa no es una edad en la que la gente te aliente a considerar la muerte. La comunidad médica influye mucho —especialmente cuando eres tan joven— que te empuja a no pensar en la muerte. Era un enorme tabú. Incluso al hacer la pregunta sentía que estaba haciendo algo malo.

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¿Qué preguntabas?
Cosas como, ¿Qué pasa cuando te mueres? ¿Qué tal que me muero? Constantemente me alejaban de esos pensamientos. Pero creo que mi exploración realmente se profundizó cuando llegó el diagnóstico de la etapa cuatro porque no tuve tanto miedo a la muerte de inmediato. Sentí miedo de pasar por la parte muerta de la vida.

Entonces, ¿la muerte no te daba miedo? ¿Te daba miedo morir?
Sí. He tenido algunas experiencias psicodélicas con orientación espiritual, no en un ambiente de fiesta, y eso me ha quitado gran parte de mi miedo a la muerte. Este tipo de tratamiento no es para todos, pero mi experiencia personal fue similar a lo que muchas personas describen como una disolución del ego.

Pero, en un nivel más consciente, vi a un amigo mío morir hace unos dos años a causa del cáncer, y había muchas máquinas que hacían sonidos a su alrededor, y no estaba en su casa, y honestamente, eso me aterroriza más que el momento de la muerte. Ese es mi mayor temor. Ha pasado casi medio año desde que me diagnosticaron la cuarta etapa, y he tenido muchas oleadas de experiencias diferentes, algunas muy positivas y otras muy negativas. Tenía miedo de eso, porque no vivo en mi país de origen y estoy lejos de mi familia, me entregarían a extraños. Sin embargo, mis amigos y la comunidad me han probado lo contrario. No sé dónde estaría ahora sin ellos. Siempre he encontrado personas que ayudan a cuidarme. Hay muchos días en los que siento dolor en todo el cuerpo, y es mucho pedirle a alguien que tiene un trabajo que se quede conmigo toda la noche para poder ir al baño o tomar agua o tomar mi medicamento. Para mí, eso parecía una carga, pero ninguno de mis amigos me ha hecho sentir como una carga. En ningún momento me han abandonado.

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¿Pensar mucho sobre la muerte y, considerar su posible inminencia, ha cambiado lo que se siente estar viva? ¿Ha cambiado la calidad de tu conciencia?
Muchas cosas pequeñas de las que siempre me preocupé, como mi apariencia y ciertos estándares sociales, se han venido abajo un poco. Han desaparecido muchos filtros, ya que soy mucho más auténtica conmigo misma. Ya no tomo a otras personas como parte de mi propia imagen.

¿Lo describirías como sentir más claridad que antes?
Absolutamente, y eso ha tenido repercusiones en mi relación con mi madre y otras personas que no necesariamente ven la vida y la muerte como yo lo hago. Me he dado cuenta de que no es mi trabajo hacer que nadie se sienta bien. Mi trabajo es ser honesta.

¿Cómo le das sentido al papel del dolor en la vida y lo ves como una parte valiosa de la experiencia humana?
Este es un buen momento para hacer esta pregunta porque acabo de pasar como dos semanas de dolor. Perdí la razón. No fue bonito. No era el tipo de dolor que permitía la sabiduría.

Alguien me dijo hace poco que "el dolor es un maestro hermoso, pero solo después". No tenía sentido durante ese dolor que no se quitaba con nada, porque el dolor te lleva hacia abajo, hacia abajo, hacia las raíces de una manera que realmente te muestra la frontera donde cuerpo, alma y espíritu se unen.

El dolor es una fuerza muy estrecha, ¿verdad? Te absorbe de una manera que no deja lugar para la perspectiva y la apertura.
Lo único que me ayudó fue concentrarme en mi respiración y no luchar más. Ayudó a quitar el borde, pero no hizo desaparecer el dolor ni disminuirlo. Los seres humanos hacen mucho estira y afloja, y en momentos he aprendido a detener eso, solo para permitir que la experiencia esté allí. La gran lección de esto ha sido que me he privado de la vida que aún tengo al alejar el dolor, porque el dolor es una gran parte de mi vida en este momento, no se puede negar eso. Pero estirar y aflojar me quita toda la energía.

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Cuando te escuché hablar sobre la muerte, hablas sobre temas pesados con reverencia, pero también con cierta levedad, como si esto tampoco fuera tan grave. ¿Cómo has encontrado ese equilibrio?
Ya no pierdo el tiempo comparándome con la gente. No hacerlo quita mucho sufrimiento innecesario. Cuando sentimos que estamos privados de algo que se supone que debemos tener, algo que decidimos que debemos tener porque creemos que los demás lo tienen, es cuando las cosas tienden a ser "serias". La vida es demasiado seria para tomarla en serio.

Claramente ser diagnosticada con cáncer ha sido una experiencia transformadora para ti. ¿El cambio real requiere eventos de vida enormes y consecuentes? ¿Qué hace que haya un cambio real?
Lo que nos hace cambiar es cuando nos quitan algo a lo que nos sentimos con derecho. Nuestros cuerpos se alquilan. Este día se renta. Nada quedará. Y si vivimos con una mentalidad de "Tengo derecho a esto", "Me lo merezco", en algún momento nos quedamos atascados tratando de aferrarnos a algo que no es nuestro, que ya no existe y que tenemos que cambiar.

¿Cómo alguien puede existir bien?
Rodearnos de amor es importante. Somos criaturas tribales. Pero eso no es algo que viene por obligación. Se trata de nutrir las relaciones. Estoy sometiéndome a tratamientos tan locos en este momento que, simplemente, nunca hubiera podido hacer. Tener el apoyo y el amor de mi tribu ha significado todo.

Esta entrevista ha sido editada por su extensión y claridad.

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