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reciclaje

Pasé una semana sin generar residuos

Quise ver si estábamos preparados para vivir sin ellos
Todas las imágenes por la autora

Todo empezó con un mail de Jean-Marc. Estaba en copia la oficina entera y el mensaje era muy claro: “He decidido abandonar las cápsulas de café. Se tiran 7.000 millones de cápsulas a la basura al año. Me paso a la cafetera italiana chicos”, decía, con el ánimo de que alguien se subiera al carro. La iniciativa tuvo muy buena acogida en la redacción de Barcelona.

Luego vinieron las notas de prensa de Greenpeace con fotografías de animales atragantándose con pajitas de plástico. “Se usan unos segundos y tardan 500 años en descomponerse”, leí que ponía en el texto.

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Ya para colmo de camino a casa paré a comprar fruta en el supermercado. Las únicas manzanas que había venían en una bandeja de plástico y recubiertas por otra película de plástico. Cuando fui a pagar y me ofrecieron otra bolsa les dije: ¿Sabes qué? Que no las quiero. Marché de ahí más frustrada que otra cosa. Yo solo quería unas manzanas y me las querían dar envueltas en dos toneladas y toneladas de plástico.

Decidí que tenía que hacer algo para empezar a salvar el planeta así que estuve una semana intentando generar cero residuos y esta es mi experiencia.

Día #1

Busqué algo de información para saber cómo tenía que cambiar mis hábitos. Soy una persona que ya de por sí estoy concienciada con el tema e intento no gastar más de lo que necesito… pero me angustiaba un poco la idea de no poder lavarme los dientes por la mañana porque la pasta de dientes viene en tubo de plástico, ni tampoco usar champú para el pelo. Aquel día por desconocimiento me higienicé solo con agua.

La revolución empezó por el baño

Cuando llegué al trabajo dos compañeras me dijeron que había marcas que comercializaban champú en pastilla y pasta de dientes en polvo. Hice lo posible para conseguirlas cuanto antes. Aquella noche hubo un gran cambio en el cuarto de baño. No solo porque los productos ocupaban menos espacio en sí, sino porque todo el baño olía realmente bien.

Antes

Después, con productos sin envases de plástico

El cambio en el día a día

Algo que suelo hacer habitualmente es traer el bocadillo dentro de una bolsa para no utilizar papel de aluminio. A partir de aquel día fui más allá de mi zona de confort y me lo traje con una bolsa de ropa reutilizable. La servilleta, en vez de papel, la he utilizado durante todos los días de ropa, y también uso mi taza de la oficina aunque vaya a buscar el café al bar de abajo. De esta forma he evitado los envases de café de usar y tirar que duran el tiempo de beberlo. Durante mi investigación he descubierto que incluso existen envases con el mismo formato del take away pero reutilizables.

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Para la comida y la merienda es muy fácil no caer en la tentación de pedirte un take away. Sin embargo es mucho más sano cocinar algo tú mismo y usar un tupper de los de aluminio o cristal. Hay días en los que no hay más remedio que pedir algo. En estos casos he priorizado ir a comer in situ en el bar o llevar yo mis fiambreras.

Día #2

Higiene

Empecé a usar los productos zero waste que había conseguido el día anterior. Me duché con un jabón sólido como los que tenía mi abuela cuando era pequeña pero con un olor súper agradable. Con tantos jabones me hice un lío y me puse el champú en el sobaco y el desodorante de acondicionador. A pesar de que en la tienda me explicaron para qué era cada producto, tanta información me produjo un cortocircuito en mi cerebro. Lo sé, soy un auténtico desastre. Me quedó el pelo hecho un cristo, parecía que me hubiera untado la melena en aceite. Tuve que buscar en la página web de la tienda la forma correcta de utilizarlos.

Esa sí es la forma correcta

Descubrí que habían más productos de higiene de los que imaginaba que no tenían envase. Incluso me hice con un cepillo de dientes de coco y unas pastillas dentífricas con sabor a refresco que venían en un bote reutilizable. La sensación era muy distinta a la que estaba acostumbrada. Era algo similar a masticar arena. No es que suela masticar arena, pero alguna vez de niña seguro que me la he tragado. Me sentía como una mujer del futuro, una especie de astronauta. Eso sí, los resultados me sorprendieron. Creo que nunca antes había tenido los dientes tan blancos.

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Día #3

Mañana tranquila, ya con mis rituales de siempre: agua del grifo, café de cafetera italiana, y tostada en mi tuper para tostadas. Por la tarde tocaba hacer la compra. Mi frigorífico estaba más vacío que mi cuenta a fin de mes. Me enteré dónde había una tienda lo más ecológica posible y justo en mi barrio había una de las que aún hacen las cuentas a mano aprovechando el margen blanco del papel de periódico.

El dependiente me explicó que las judías verdes que tenían eran recién recolectadas del campo una a una y puestas directamente en la caja de verduras que tenía encima del mostrador. Aquellas judías olían realmente a judías. Por la noche comprobé que sabían realmente bien. Allí compré también algo de fruta. Soy flexiteriana e intento no comer mucha carne.

El tercer día ya estaba más familiarizada con el tema. Hasta entonces me había costado bastante porque tenía que ir todo el rato pensando si aquello que estaba consumiendo llevaba o no algún envase.

Decidí informarme un poco más. Aún no había encontrado ningún sitio que vendieran leche de soja a granel o vinagre en un envase reutilizable. La solución hasta ahora había sido eliminar estos ingredientes de mi dieta habitual, pero seguro que existiría un sitio donde comprarlos sin envase.

Contacté con varias personas que viven intentando contaminar lo menos posible para pedirles consejo: “Vivir sin generar residuos es toda una misión, aún hay esperanza”, me decían desde Earth Beat Brand, o bien “Lo importante es ir paso a paso y atacar con las cosas que están más al alcance de la mano”, me dijo Yve Ramírez, de La Ecocosmopolita. Esta última tiene un blog donde cuenta algunos secretos para “zero wasters” novatos como yo. Fue ella quien a parte de decirme dónde encontrar leche sin envasar me explicó cómo lavar mi ropa de manera sostenible. Pero eso lo veréis en el resumen del día siguiente.

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Día #4

Hay ecowasters que deciden hacer jabón ellos mismos y otros que lo compran a granel en tiendas especializadas. Yo opté por la pastilla de jabón de toda la vida que mi abuela tenía en el fregadero y seguí los consejos de Yve Ramírez sobre cómo debía lavar mi ropa para no contaminar tanto. En la sociedad en la que vivimos la mayoría no tenemos tiempo de preparar jabón, exprimir soja para hacer leche o fregar toda la ropa a mano. Aquél día hice un hueco a mi agenda para hacerlo así. Yve me explicó que existe detergente a granel para lavadoras, pero soy cabezota hasta la médula, y si así gastaba menos agua y contaminaba menos mucho mejor. Aquí me tenéis lavando mis bragas a mano en el fregadero de casa mi abuela.

Día #5

Día de oficina, con mi taza y mi termo, y tarde de indagar más en mi nueva vida sostenible. Era momento de comprar viandas, un momento desagradable para mí, que me da bastante asco la carne cruda. Cargué unos tuppers de cristal en mi mochila durante todo el día para estar preparada y por la tarde ir a una tiendecita en la que tienen jamón de verdad y que la carne es ecológica y sin antibióticos.

Llegué a casa bastante cargada y luego me enteré que existen una especie de bolsas de silicona (sí, son de plástico pero es reutilizable), que no ocupan nada y que puedes llevar en el bolso por si te apetece comprar algo. No me sentí zero waster de verdad hasta que no tuve mis bolsitas de comprar a granel. Guardé toda la compra en la nevera. Nunca había contemplado un frigorífico libre de plásticos.

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Día #6

Si tuviera que llamar de alguna manera al día le llamaría: “El día que me quedé enganchada al suelo después de fregar”. Algo hice mal por fuerza. Existe una comunidad enorme de personas que friegan a diario con vinagre de manzana y bicarbonato y no se quedan enganchadas al suelo como si en él hubieran derramado 3.000 cubatas.

Por no hablar del fuerte olor a ensalada que había en todo el piso. Que sí, que seguramente mezclé mal las proporciones, porque cuando volví a fregar (esta vez solo con agua), me quedó perfecto.

De momento el experimento estaba yendo bien. La basura estaba vacía. Me había esforzado al máximo por no contaminar.

Día #7

Tuve que ir a por más comida. El hecho de ir andando a hacer la compra y de cargar con todo hace que compres menos y más a menudo. Próximo paso: hacerme con un carrito de la compra.

Durante toda la semana he llevado las bolsas de algodón de granel en mi mochila y como no pesan nada ha sido muy útil. Momento de hacer parada en una pequeña tienda de barrio donde venden arroz, pasta y frutos secos a granel. Realmente el cambio de vida me ha sentado muy bien. Como más sano, mi consumo es más responsable y eso se nota también en el bolsillo.

Lo que he usado y he tirado:

PAPEL DE WC. Sí soy consciente que podría haberme limpiado en plan baño turco. Pero arquitectónicamente los baños actuales no están construidos para limpiarte el culo con agua ni tampoco lavar tu copa menstrual dentro del lavabo antes de volverla a poner. Esto es lo que he gastado

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Lo que más me ha costado:

Requiere de una organización absoluta y yo soy la anarquía en persona. Nunca planeo cuando ni qué voy a comprar. Simplemente salgo y compro lo que me apetece. Desde que empecé mi reto particular llevo la mochila como si fuese una preparacionista. Tengo de todo. Sacos de granel, termos metálicos, bolsas de ropa, tupers de cristal…

Otro tema por el que he sufrido ha sido saber en qué bote va cada cosa. Soy la típica que doy lo primero que encuentro y luego he pensado. ¡Ayyy pero si ese era el bote de las aceitunas y he puesto jabón! O como veréis en la foto tampoco es muy adecuado usar un bote de cristal para meter unos huevos. Pero estás en la tienda, ves que van a usar una huevera de plástico, te pones nerviosa y les das lo primero que tienes a mano.

En uno de los supermercados a los que fui a comprar queso (sí, soy de las que no puedo vivir sin queso) me tuve que pelear con la dependienta porque a pesar de darle yo el tupper de cristal para que me lo pusiera me dijo que tenía que ponerme plástico entre lonchas sí o sí y también una bolsa de plástico por fuera para tener que pagarlo. Cambié de establecimiento.

Mis conclusiones:

Si bien es verdad que cada vez hay más comercios concienciados con el 0 waste (¡existe hasta maquillaje libre de envases!), hay productos del día a día que son muy difíciles de evitar comprar en envase y las distancias que hay que recorrer para encontrar una tienda concienciada 0 waste son realmente grandes.

Son pocas las tiendas que sirven galletas sin envasar o detergente para lavar la ropa sin tener que pagar un riñón y parte del otro. Por no hablar de los bares que ofrecen pajitas de metal para no usar de plástico. Me han mirado incluso raro cuando en el bar he pedido que pusieran mi café en una taza que traía yo. Y aunque cada vez sean más las personas que luchan en contra del derroche, lamentablemente aún queda mucho por hacer. Estoy segura de que algunos de los buenos hábitos que he adquirido estos días permanecerán durante mucho tiempo.