FYI.

This story is over 5 years old.

la burla de méxico

La tragedia de ser de Cruz Azul

¿Por qué Dios, por qué me hiciste de Cruz Azul?
Foto: Miguel Tovar / STF

Sábado a las 16:00 horas. Me detengo en el Oxxo ubicado en la calle de Augusto Rodin para sacar dinero del cajero y poder pagar los boletos del Estadio. Hoy es día de futbol y el barrio lo sabe.

A unos metros del Azul, en plena Colonia de los Deportes, comienzan a verse de a poco, a aficionados con sus playeras azules, gorros y chamarras. Los viene-viene se apoderan de los lugares para estacionarse. De 30 pesos sale si quieres dejar tu carro con ellos. Te la puedes rifar y dejar tu auto sin pedirles permiso y no darles un solo varo, pero ya sabrás tú cómo lo encuentras a tu regreso.

Publicidad

El cielo está negro. Presagia una lluvia que acompaña eternamente a Cruz Azul en sus partidos como local. Hay tiempo, así que me detengo unos minutos y me echo tres tacos en El Villamelón con mi respectiva cerveza. Pago mis 'campechanos', les pongo salsa y me los reviento de pie. Cuido de no ensuciar mi playera y cuando menos me doy cuenta, ya tengo el tiempo encima para ir a la taquilla y comprar mi boleto. Afuera ya llueve.

Cruzo el puente que separa la taquería de eje 6. El tránsito es pesado por las cómicas decisiones policiales de querer jugar con el semáforo. Normal en la Ciudad de México. Compro mi impermeable de diez pesos y rodeo la Plaza de Toros. Llego a la taquilla tras pasar un cinturón de seguridad y compro mi boleto. 200 pesos por estar en Preferente. Anteriormente, diría que es dinero apartado con tiempo y que seguramente será la mejor inversión con tal de ver al club de mis amores. Ese gasto no duele, en serio, no duele.

Recuerdo hace más de 25 años cuando de la mano de mi mamá, iba al Estadio Azteca a ver a la Máquina. Desde ese momento, ir al estadio se volvió una obligación para mi. No se me quita de la mente un Cruz Azul-Veracruz en el que los celestes ganaron 4-0 y la porra de los Tiburones, sumamente molestos nos bañaron de cerveza. Bueno, creo y espero que sí fuera cerveza.

Desde ese momento, acompañado o solo, he tratado de no faltar al Estadio. En el camino, he visto de todo. He tenido más tristezas que alegrías, aunque el sentimiento nunca me ha cambiado, en las buenas y en las malas, ahí he estado. Invirtiendo mi dinero en una empresa que no me ha dado ningún buen dividendo.

Publicidad

Mi familia me contó de un club que fue grande y que tuvo enormes jugadores, que marcó una época y que ayudó a construir mejor la historia del futbol mexicano. Vi partidos grabados, vi videos, vi noticieros, leí revistas y libros, siempre con una vista al pasado y anhelando poderlo vivir en el futuro, porque el presente regularmente era terrible.

Tras formarme en la puerta 11, voy adivinando que el Estadio Azul no tendrá una buena entrada. Rápidamente ingreso a la grada y percibo ese sentimiento que tiene una mezcla de melancolía, ilusión, desgano y silencio, como cuando uno se cruza los brazos y los aprieta, en señal de estar a la defensiva pues en cualquier momento algo nos puede lastimar.

Ubico mi lugar y me siento. A mi lado, un niño voltea a todos lados con cara de 'qué carajo hago aquí', mientras su padre bebe cerveza viendo al suelo y su madre cierra los ojos. Está dormida pese a que los jugadores están calentando en el campo. No lo niego, es un evento que me gustaría fuera aislado, pero no, en distintas zonas a la vista, se alcanza a repetir. A pesar que hay quienes intentan poner otro ambiente, gritar o hacer algo que genere ruido o muestre algo de vida o pasión, estos son menos. Qué manera de encabronarme, en serio. ¿A eso van a un estadio?

Pero luego recuerdo las historias. Recuerdo aquella final de ida ante Santos y aquel partido en el que se perdió también el primer encuentro del título contra Toluca. Me viene a la mente cuando afuera de Suburbia de Insurgentes, a unos pasos del Azul, un aficionado de Monterrey me ofreció un par de centenarios por tres de mis boletos para aquella final, y yo, ofendido, le negué intercambiárselos. El dinero no era necesario cuando enfrente estaba la posibilidad que la tercera fuera la vencida. Recuerdo la década trágica de los partidos contra América, el paso de Mario Carrillo, los jugadores sin pasión, las decisiones directivas que nos enferman, los técnicos que van y vienen, las figuras sin luz, los años sin ganar, los partidos en los que todos nos mojamos y el equipo pierde, la ilusión y la desilusión, las burlas, los memes, las canciones en contra, las paradojas de los lustros sin título… lo recuerdo todo, y dentro de toda mi molestia, los comprendo. Me cuesta, pero los comprendo.

Publicidad

Empieza el partido. La lluvia ya es tan fuerte que los pies están empapados y el impermeable ya es insuficiente. El cabrón de las chelas no pasa mientras la mujer que duerme enfrente se despierta y ve a su esposo con cara de 'ya vámonos' mientras el niño se cubre como puede. No pasa mucho tiempo y Cruz Azul marca. Gol. El Estadio no debe tener más allá de 10 mil personas, una entrada terrible para un equipo que goza de una enorme afición en el Distrito Federal y en provincia. El estruendo de la anotación es minúscula, en serio, mínima. Parece que no existió, parece que no hubo emoción. Parece tantas cosas. Nuevamente, hay gozo, sonrisas y aplausos, un a huevo, una mentada de madre a la barra rival, un nos la pelan y un 'pinche Chaco', bien. Cinco minutos después, todos están sentados y en silencio.

Aquella final contra América fue uno de los instantes más alegres y tristes de mi vida. En el palco de un amigo en el Estadio Azteca, era yo contra 10 americanistas. Verdaderamente, me comporté como un gran dolor de huevos. Al minuto 86, me senté y con mucha fuerza de voluntad, no solté una lágrima al voltear y ver a la Sangre Azul brincar y cantar. Solo una tragedia le iba a quitar a la Máquina el título… y contra el enemigo a muerte.

Sonreí, tiré muchos a "a huevo, qué chingón". Y regresé con mis amigos que me pedían que por favor nos fuéramos ya. Obviamente les contesté que ni loco, que yo me quedaba a ver el momento en el que Cruz Azul fuera campeón. Nos mantuvimos ahí. Quién diría que esa sería la peor decisión del mundo. Lo que viví ahí, fue una pesadilla, un auténtico bullyng denunciable ante las autoridades. Acabé con 10 americanistas burlándose de mi, con un gol del portero rival, con una nueva final perdida y con una borrachera acomodada en 10 minutos que me dejó mirando durante 15 minutos al campo con la mirada perdida.

Con Cruz Azul, ir ganando no es síntoma de algo decisivo. Ese recuerdo, el cual siempre que se puede me echan en cara, me vino a la mente en el partido. Y cómo si estuviera evocando a un fantasma, llegó esa realidad que ha hecho que a la Máquina ya no la siga nadie, que tenga 10 mil aficionados por partido como local y que genere esa actitud tan triste y gris en sus aficionados. Uno, dos y tres encima. De ir ganando 1-0, perdíamos 1-3.

Menciones en twitter, mensajes en Facebook, llamadas perdidas. Memes en redes sociales y burlas en todos lados. Eso era lo que convivía a mi alrededor. Gente callada, enojada, mojada y abandonando el estadio. En esto y quizá me quedo muy corto en mi narrativa, se ha convertido ser de Cruz Azul.

Y yo, yo pagué mis 200 pesos. Mi inversión que no refleja dividendos. Caminé como siempre alrededor del estadio, crucé eje 6 completamente mojado y ya en el carro, me quité mi jersey de Cruz Azul. En 15 días, ahí estaré, con la misma rutina de siempre. Así es, esto es ser de Cruz Azul.