La pesca en Veracruz tiene los días contados

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La pesca en Veracruz tiene los días contados

Subsistir del mar es un modo de vida en extinción en Veracruz.

"Veinticinco" es el nombre de Bertha Hurtado desde mediados de 2016. Con ese número se identifica todos los días ante los guardias de la Administración Portuaria Integral de Veracruz (APIVER), que restringen el acceso a Punta Gorda y playa Norte.

"Veinticinco", pronuncia en la reja de madrugada. Entonces los chalecos naranjas revisan la lista de más de 100 personas que tienen bajo el brazo. Se abre el metal y Bertha ingresa con su morral y su sudadera, hacia la costa en la que desde hace más de 45 años ejerce la pesca.

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Para ella y decenas de pescadores más, que trabajan e incluso viven en Punta Gorda, cada día que se identifican ante los vigilantes es uno menos rumbo al desalojo definitivo que asoma ya en el horizonte.

El avance en la construcción de la primera etapa del nuevo puerto de Veracruz sobre Bahía de Vergara, Punta Gorda y Playa Norte, los repliega.

No pueden hacerse a un lado. No quieren.

Firmes, esperan el compromiso de las autoridades para indemnizarlos por el desplazamiento que sufrirán, a causa del proyecto portuario señalado como el más importante del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto.

Una compensación que lleva casi año y medio sin cumplirse.

Bertha Hurtado, foto por la autora.

Una partida anunciada

El 29 de noviembre de 2012 la firma del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, decretó modificar los límites del área natural protegida Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano (PNSAV). La decisión permitió a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) comenzar los trámites para la construcción de la ampliación del puerto de Veracruz sobre Bahía de Vergara y Punta Gorda.

Pasando por encima de las observaciones de académicos de la Universidad Veracruzana y la Universidad Nacional Autónoma de México, agrupaciones ambientalistas y un amparo a nivel federal, la primera piedra del rompeolas poniente del nuevo puerto fue colocada el 25 de noviembre de 2014.

El desalojo de palaperos y algunos habitantes de playa Punta Gorda comenzó al año siguiente, en agosto de 2015, ofreciéndoles 400 mil pesos como compensación por irse. Personal de la APIVER acudía a las pequeñas construcciones de madera y les notificaba a sus propietarios que tenían que marcharse. Al día siguiente, llegaba una máquina y derribaba la casa. El cheque se entregaba en ese momento.

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El desalojo, sin embargo, no desocupó la playa.

Como salpicando la arena, el paisaje mostraba nuevas viviendas, minúsculas bodegas, palapas que se levantaban de los restos de madera y lámina que quedaban de sus antecesoras. Era la resistencia de los pescadores y los habitantes que aun antes que los palaperos, habían llegado al lugar y lo habían hecho algo más que su fuente de trabajo, su hogar.

Se acabó la playa, se acabó la pesca

Las camionetas de quienes visitaban playa Norte para aprender a manejar siguieron dejando surcos confusos en la arena; las tardes a orilla del mar continuaron recibiendo diario a familias que llegaban a impregnar sus cuerpos de la brisa fría y la quietud del lugar. En la noche, con la partida de unos, otros arribaban, velados por sus automóviles y la oscuridad, aprovechando que a diferencia de los moteles, en playa Norte la entrada era gratuita.

Horas antes del amanecer, era el turno de los pescadores para ocupar la playa y romper las olas con las redes y los hilos de pesca. Fueron ellos quienes pudieron seguir entrando a Bahía de Vergara, Punta Gorda y playa Norte, después del 11 de marzo de 2016, fecha en que cerraron para siempre al público.

Meses después, la administración portuaria les asignó un número como acreditación para su entrada. Las vallas visibles desde la avenida Fidel Velázquez se convirtieron en una reja verde de metal, de varios metros de altura. A este primer cerco para los pescadores, se añadió un segundo: la obra portuaria.

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Camiones transportando piedra para la escollera poniente, el estruendo de las rocas quebrando el espejo de agua; la arena liberada por el dragado hacia el aire, hacia el fondo del mar, hacia la costa. Todo esto se volvió parte del paisaje en Punta Gorda, y un problema para la pesca y la salud de sus habitantes.

"¿Cómo salen las redes? En vez de salir llenas de pescado, salen llenas de lodo", expresa Bertha, y añade "Esto nos ha provocado bastantes infecciones tanto en la garganta como en la piel".

Platica que en las costas han encontrado varias especies animales muertas como tortugas, pulpos, caracoles y peces que salen a flote y con la corriente llegan hasta la playa, en la que Bertha aún tiene un cuartito con su apero. Mientras recuerda, la pescadora mantiene inquietas las manos. Está nerviosa pues ese viernes los guardias no los dejaron entrar a la playa, porque el día anterior, varios habitantes impidieron el paso a volteos con piedra para la escollera. Exigían la indemnización.

El arreglo

Fueron horas de incertidumbre para Bertha y decenas de personas más, las que vivieron ese viernes. Los guardias les afirmaban que no podían dejarlos ingresar pese a estar en el registro; a los habitantes y pescadores que deseaban salir, les advertían que no podrían dejarlos volver a entrar.

Sin  mayor explicación, impidieron el ingreso a varios pescadores, a una pareja de ancianos que regresaba de una consulta médica y hasta al director de Pesca y Acuacultura del gobierno del estado, Joaquín Sosa Herrera, quien intentó mediar la problemática.

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El funcionario y líder de una agrupación pesquera atrajo hacia sí a varios afectados, pidiéndoles paciencia y asegurando que concertaría una reunión con APIVER.

Bertha se acercó tímidamente al corro, inmersa en la preocupación que la asaltó cuando les llegó el rumor de que durante la madrugada un ingeniero en estado de ebriedad llegó con camiones y derribó las casas.

Minutos después, entre todos los que exigían la entrada a playa Norte, circuló el video grabado por uno de sus compañeros al interior de la costa, en el que se observaban varias viviendas derruidas. Refrigeradores, colchones y sillas sobre la arena.

"Desde ayer estamos siendo amenazados, que nos quieren desalojar, porque nos están echando piedra contaminante y nosotros no estamos dispuestos a eso, queremos llegar a un  arreglo total con la dependencia de API", dice Bertha.

Pensar en que tras el arreglo no podrá volver a entrar a Punta Gorda a pescar, la entristece. Trata de contener las lágrimas, pero su semblante se ha descompuesto.

"Yo soy pescadora"

Para el mediodía de ese viernes, luego de horas de desesperación, Bertha se identificó como "Veinticinco" y logró atravesar la reja. Las restricciones habían cesado por parte de APIVER con el compromiso de que la entrada y la salida serían libres para ellos nuevamente, hasta que fueran indemnizados.

Las negociaciones para una compensación, entre los líderes de cooperativas pesqueras y la administración portuaria, comenzaron el 16 de enero. Todos buscan la indemnización. Pero Bertha sabe que les aguarda una cruda realidad.

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"Al cerrar esto yo por mi edad ya no voy a tener trabajo, como muchos compañeros que están aquí que dependemos de esto, entonces no sé qué va a pasar en esta situación y qué va a pasar con todos nosotros".

Bertha vive del mar desde hace más de 45 años y cuenta que era pescadora libre hasta que fue contratada por el concesionario de una lancha. Esta es la manera en que consigue su sustento y el de sus "hijas", como llama con cariño a sus nietas, a las que cuida desde que su hijo falleció.

"Yo soy pescadora, tengo años, toda mi familia depende de eso. Mis hijas, tengo dos señoritas, y un jovencito, les he dado kínder, primaria, secundaria, incluso una de ellas ahorita se va al bachillerato. Me da tristeza esto, porque era mi única fuente de ingresos".

En Punta Gorda, cuenta, viven sus sobrinas con sus hijos, dos familias y varios pescadores que desde hace años habitan el lugar. "No se van, aguantan los nortes", dice Bertha de ellos.

Pero los que viven del mar, cubriéndose de agua salada a diario, son más.

Están los ancianos que desde la década de los noventa renuevan un permiso de pesca, aun sabiendo otros oficios, para no echar de menos la costa. También los hombres de mediana edad, que viven en colonias populares y que consiguen algunos peces para llevar comida a casa.

Les queda arrojar las redes en una pequeña bahía, en playa Regatas, cercada por hoteles y azolvada por la entrada y salida de barcos al puerto; o montar en una lancha y partir desde la playa Martí, una embarcación y su combustible poco accesibles para muchos de ellos. Alrededor de 100 personas para las que Punta Gorda y playa Norte eran su modo de vida. Un modo de vida que en Veracruz, tiene los días contados.