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cine

La directora de ‘Crudo’ nos habla de la humanización del canibalismo

Su cinta de terror cuestiona los convencionalismos sobre lo que se considera monstruoso en nuestra sociedad.

En un momento determinado al inicio de Crudo, el debut cinematográfico de Julia Ducournau, Justine (Garance Marillier) devora a bocados trozo de salmón. La escena no tendría mayor trascendencia si no fuera porque la intensidad y la violencia con que lo hace resultan aterradoras y fascinantes a la vez. Con el tiempo, Justine desarrolla una pasión casi lujuriosa por cada trozo de carne que come, hasta el punto de que pronto pasa del pescado a la carne humana.

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Justine crece en el seno de una familia de vegetarianos estrictos, pero tras verse obligada a comer carne durante una novatada en la facultad de veterinaria en la que estudia, la carne rápidamente pasa de ser un mero alimento a convertirse en el medio a través del cual Justine explora su identidad. La película de Ducournau refleja de forma magistral y sin ambages el sentimiento de marginación que puede asaltarnos al tomar conciencia de que hay algo que nos diferencia de los demás —el canibalismo, en este caso—; sin embargo, Justine utiliza ese rasgo singularizante para explorar su feminidad y descubrir el sentido de la lucha por ser uno mismo.

Ducournau habló con nosotros sobre las técnicas que utilizó para humanizar un personaje caníbal, las primeras reacciones a su película y sobre por qué la parte más perturbadora no es ni de lejos el consumo de carne humana.

La entrevista ha sido editada y sintetizada.

VICE: Has mencionado que querías poner al espectador en el lugar de un monstruo. ¿Quién es el monstruo en esta película?
Julia Ducournau: Justine, claro, pero por otro lado no lo es. Ahí está el quid: ella no es ningún monstruo. La idea inicial surgió de la forma en que suelen retratarse los caníbales en las películas: enajenados, una especie de colectivo anónimo que se dedica a asaltar a gente, como si fueran criaturas del espacio exterior o una horda de zombis. Resulta paradójico, porque los caníbales son personas y el canibalismo existe en la vida real.

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Con esta película quería hacer ver al público qué significa realmente ser humano. Los caníbales también son seres humanos y, sin embargo, los tachamos de inhumanos y los despojamos de esa faceta. No queremos verlo. Y eso es precisamente lo que planteo en mi película.

Justine pasa la vida intentando encajar en la sociedad y un buen día descubre que posee una cualidad muy poco adecuada para la vida en sociedad. Pero la pregunta es ¿dónde espera encajar realmente Justine? Pues en una sociedad con normas absurdas, con rituales crueles como las novatadas de la universidad, que no dejan de ser algo monstruoso, si te paras a pensarlo. ¿Quiénes son los monstruos, entonces? A través de su faceta animal, de esos mismos impulsos y necesidades que hacen que no encaje en este mundo, por primera vez en su vida Justine se enfrenta al único dilema moral que la definirá como persona: el hecho de que podría matar, pero no lo hará. No quiere hacerlo. Esa decisión, su capacidad de discernir el bien del mal, es lo que la convierte en un ser humano.

¿De qué métodos te serviste para lograr humanizar el personaje de Justine?
Para que el público no la rechazara cuando aparecía comiendo carne por primera vez, tuve que generar un sentimiento de empatía creciente hacia ella desde el principio de la historia. Por eso me pareció que el contexto de las novatadas, con todas esas normas degradantes, era perfecto para eso; sabía que el espectador sentiría un rechazo automático y simpatizaría con Justine.

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Lo segundo que hice fue intentar retratar un cuerpo femenino despojado de todo atisbo de sexualidad o glamur. De esta forma conseguí sacar el cuerpo femenino de su nicho y hacerlo más universal. No tienes que ser mujer para entender que lo que está pasando Justine es un proceso muy, muy doloroso. En cualquier caso, provoca una repulsión entrañable —a veces el cuerpo es asqueroso y divertido—, y creo que el público irá empatizando con ella.

Me gusta el modo en que se manifiestan la animalidad y la carnalidad en la película. ¿Cómo crees que se manifiestan en ti?
En la misma medida en que se manifiesta en los demás. De eso hablo en la película, y es el elemento con el que cualquiera puede sentirse identificado, porque de algún modo, cuando vives en sociedad, todo el mundo tiende a reprimir esa parte de sí mismos que no resulta apropiada.

Las cajas me dan mucho miedo. Soy muy claustrofóbica, por lo que quizá mi faceta animal se manifiesta en mi rechazo a estar donde se espera que esté. Yo creo en mis instintos.

¿Qué has aprendido de los miedos de los demás con esta película? ¿Y cómo ha influido en tu forma de abordar el miedo y el terror?
Creo que la gente quiere ver películas que les hagan reflexionar. No sé aquí, en EE. UU., pero habitualmente el género es un nicho creado para generar dinero y que solo busca provocar e impactar. Ha habido personas a las que no les gusta especialmente el género de terror y que han disfrutado con mi película, diciéndome que no esperaban llorar o reír, o al contrario, amantes de las películas de terror que me han dicho que la película les ha causado aprensión y les ha encantado. Todo eso me hace pensar que el espectador no quiere películas enlatadas. También he aprendido que cuanto más cercana al público y a la vida esté la película, cuanto más trates el aspecto de la humanidad, más miedo dará. Hablar de esas cosas resulta muy perturbador. Y al mismo tiempo me alegra ver que es lo que la gente quiere, porque me da la sensación de que es una parte de nosotros que solemos negar, que desactivamos para darnos un respiro. Pero a veces va bien un toque de atención.

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Traducción por Mario Abad.