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VICE Contra la Corrupción

Soy sobrina de unos corruptos que mandan la parada en Cartagena

Todos empiezan como mis tíos: repletos de buenas intenciones, de sentimientos altruistas, de desapego monetario
Montaje: Mateo Rueda | VICE Colombia

Mi papá y yo somos las "ovejas negras" de una familia que acolita el buen desempeño de las "relaciones públicas". Hablar mal (o en este caso decir la verdad) de mis parientes se ha convertido en una prohibición tácita que nos mantiene a unos callados y a otros con los bolsillos llenos. Quiero ser clara: mis tíos hacen parte de un círculo de influencias en el Gobierno que tiene un ciclo de vida interminable gracias a las dádivas que los candidatos a alcaldías, concejos, o Congreso no saben ignorar.

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Gracias a la "influencia" en cargos públicos, cientos de personas tienen empleo en Colombia y decenas de políticos están sentados en sus cargos (con todo y que el cohecho, el tráfico o venta de influencias y la malversación de fondos sean castigados en el Código Penal).

Todos comienzan como iniciaron mis tíos: repletos de buenas intenciones, de sentimientos altruistas, de desapego monetario. Algunos, como ellos, cuentan estos sueños en charlas familiares, en medio de (vaya, vaya) una buena partida de ajedrez. Un día a mi tío mayor, a quien apodamos "Tata", le llegó el "papayazo": logró llevar sus ideas al Concejo, al que ingresó como reemplazo de un concejal destituido.

Desde esta posición adquirió notoriedad y nombre político en Cartagena. Mientras los medios de comunicación lo reconocían por liderar proyectos que beneficiaban a personas muy pobres de esa ciudad, compraba a otras con billetes de veinte mil pesos o delegaba contratos a empresarios amigos a través de una red influencias. Como para los concejales y congresistas está prohibido delegar contratos, ellos hablan con notarios a quienes ayudaron a nombrar en sus cargos para que les "devuelvan el favor". Es un círculo vicioso.

"Lo que busca el alcalde o funcionario del momento es la reelección: permanecer en la oficina", me aclaró Juan Camilo Dávila, un politólogo y filósofo de la Universidad de los Andes, a quien acudí hace unos días para entender por qué la cadena continúa a perpetuidad, cansada de que mis tíos sigan empeñados en esas prácticas clientelistas. Me dijo que los funcionarios canalizan los bienes hacia los sectores que los apoyan "para fortalecer su base política".

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"En esta elección (la estrategia) funciona para alcaldes y gobernadores. En tres años servirá para los congresistas". A mi entender, las aspiraciones de mis tíos van más allá de garantizar las curules de sus partidos para el Congreso: hacen parte de una pirámide (tipo DMG) que todavía no les ha reportado pérdidas de ninguna clase.

Ellos eran "el vecino que todos quieren", me cuenta Daniel, un primo hermano, hijo de uno de los funcionarios públicos con mayor influencia política en nuestra familia. "Por lo general todos empiezan con ideales buenos en la Junta de Acción Local (JAL), y desde allí adquieren alianzas. Así, ya no es sólo la comunidad sino mucha más gente la que les permite aumentar su influencia y postular puestos. Para que una persona del común obtenga un puesto en un cargo público tiene que tener votos o tiene que ser amigo de alguien duro adentro: lo que llaman 'tener palanca'".

Mis tíos han sabido utilizar sus "palancas", no hay duda. Mi tío "Tata", quien después de ser concejal fue elegido presidente de la Junta de Pensionados de Cartagena y llegó a tener influencia en miles de votantes pensionados para elecciones locales y presidenciales en los años noventa, habló con un congresista para que otro tío, Luis, fuera nombrado en el Congreso. A cambio, los pensionados de Cartagena votarían por el candidato del Partido Liberal de turno, quien resultó quedándose con el solio presidencial de la Casa de Nariño. Curiosamente, el congresista que ayudó a mi tío terminó pagando una condena por parapolítica hace algunos años.

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Es un "entramado de gente para poder nombrar personas en los cargos públicos o repartir contratos", me contó una prima, Andreíta, que es ingeniera de sistemas y recibe un salario de la Cámara de Representantes como Profesional Especializado (va una vez al mes al Congreso a hacer presencia). "Usted puede llegar a un cargo por sus méritos, pero menos del 10% de los empleados públicos lo han logrado a través de Concursos de Empleo Público. Desde la Presidencia los cargos ya están asegurados".

Mi tío Luis, papá de Andreíta y de Daniel, hace política desde un cargo público administrativo. Por supuesto, los funcionarios públicos administrativos no pueden hacer política, ya que las campañas están permitidas para candidatos que aspiran a puestos de votación popular. Él empezó trabajando en la tesorería del Congreso, pagando los sueldos a los congresistas, y cultivando amistades. Ahora es asesor en una de las comisiones del Senado.

Cuando hablo con mis amigos y me dicen que las influencias son manejadas por gobernantes me dan ganas de gritarles y hacerles saber que ellos no hacen nada en comparación con los asesores políticos: que hay asesores políticos que ganan mucho más que un gobernante corrupto. Como mi tío, por ejemplo, que mueve influencias en los diferentes ciclos de votaciones, mientras los congresistas, alcaldes y concejales mantienen su "perfil limpio".

"Pero el clientelismo no es malo, ya que todos los partidos políticos necesitan tener clientes, que son sus bases políticas para ser elegidos", me explicó Santiago Vásquez, otro politólogo de la Universidad de Los Andes que estaba junto a Juan Camilo. "En cualquier país todos los partidos políticos tienes sus clientes o los militantes que hacen parte del partido y terminan votando por el partido político. Sin embargo, en Colombia el clientelismo tiene connotaciones negativas porque solo quien ingresa a la clientela tiene la posibilidad de acceder a los servicios del Estado. Si hago parte de la clientela me dan el techo, la madera, la casa, el cupo escolar… ahí se distorsiona el funcionamiento del Estado. Porque esos servicios deberían llegarle a todas las personas sin importar si entran o no a la clientela".

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El momento clave para mi tío y para todos sus pares son las elecciones, porque allí reinicia el ciclo y reconstruyen las relaciones de intereses. Hace algunos años, cuando llegaba la hora de las votaciones en Cartagena, mis tíos reunían a miles de pensionados con sus amigos y familiares en picós o fiestas de barrio: las personas festejaban y recibían alcohol y comida antes de ir a votar. En las calles había grafitis con los nombres de mis tíos, que de un momento a otro se convirtieron en próceres. Si yo pasaba, unos decían "Ojo que es la sobrina del Tata", "Ojo que el Tata nos va a sacar de pobres". Y en la casa de mi tío Tata, que de un momento a otro se convirtió en una mansión, se reunían el candidato a la presidencia de turno y sus amigos congresistas a hacer fiestas.

"El problema no es que esté o no esté prohibido", concluyeron Santiago y Juan Camilo. El problema es que se desdibuja la figura del funcionario público porque termina actuando solamente en función de conseguir una cantidad de prebendas para mantener su red de clientes. Lo que debería hacer es representar los intereses políticos y democráticos de los trabajadores, madres, jóvenes, sindicatos, LGBTI… Pero como eso no les garantiza ser elegidos, sino otro tipo de cosas, la ideología se vuelve inservible y las decisiones que se toman están desbalanceadas: no tienen en cuenta el sentimiento de un grupo de personas sino pagar favores".

Hubo un momento en que mi papá, que siempre estuvo en desacuerdo con mi tío, entró al mismo ciclo. "¿Ahora soy la única oveja negra?", me pregunté. ¿Es tan extraño pensar que uno no debería pertenecer a la clientela para recibir el subsidio escolar y tener la oportunidad de trabajar, sino que uno simplemente debería tener la oportunidad?

La periodista Tatiana Velásquez Archibold denunció recientemente cómo en la Guajira algunos candidatos compran votos con agua "para que los habitantes sacien su sed, alimenten a sus animales y realicen sus labores domésticas".

No se trata de si el clientelismo es malo o bueno, porque al fin y al cabo siempre ha existido. No se trata tampoco de quiénes van a tener trabajo, sino más bien cuáles son las reglas del juego para que las personas puedan acceder a derechos como el trabajo, educación, salud… Todo esto del clientelismo se convierte en un círculo vicioso, porque en los departamentos donde hay más precariedad las personas concluyen que la única manera para acceder a los beneficios que el Estado está obligado a proveer es pertenecer a una red de esas. No es fácil saber por dónde romper la vaina.