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Historias de malviajes con drogas

"Lo jalé y arranqué un pedazo del cielo para revelar que atrás había triplay, como si el mundo fuera un set de televisión".

Foto por Jamie Lee Curtis Taete.

Las drogas pueden ser muy divertidas y muy peligrosas. Usadas responsablemente pueden significar beneficios médicos y sicológicos. Pero sin la información necesaria, pueden causar alteraciones físicas y mentales con consecuencias permanentes, e incluso una muerte por sobredosis. Desde tu primera pálida hasta despertar sin saber quién eres, jugar con tu cerebro y tus sentidos puede salirse de control en cualquier momento. Ya sea porque estás en un lugar extraño, combinaste o abusaste de sustancias, tu estado anímico no sea el mejor o pase algo que requiera tu completa atención, estas sustancias pueden ponerse en tu contra y llevarte a lugares física y mentalmente angustiantes. Preguntamos a algunas personas sobre sus peores experiencias con las drogas. Esto es lo que nos contaron:

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Jorge

Siempre me dijeron que Toluca es como Mordor, entonces no me moría de ganas de ir aunque fuera a Ceremonia. Fue el primer festival en mucho tiempo al que iba sin cámara, entonces decidí comerme un ácido Emoticón completo. Ya lo había hecho antes pero algo tenía ese ácido que combinado con la carpa atascada de techno me empezó a rushear. De reojo vi a un amigo fumando de una pipa y pensé que sería buena idea bajarme el trip con algo de mota. Me la dio, inhalé, y al soltar el humo me entró una sensación de pánico por el sabor plasticoso. Era basuco.

La pérdida de consciencia fue inmediata. La música se tornó un ruido grave como si se hubiera abierto un portal al infierno, el suelo se enchuecó, no reconocía nada ni a nadie. Se me olvidó mi nombre, se me olvidó el concepto de la vida, pensé que había muerto y al tirarme en el suelo me vi rodeado de gente igual de malviajada. Traté de relajarme mirando al cielo, pero vi que estaba levantado el matiz de las estrellas, como papel tapiz. Lo jalé y arranqué un pedazo del cielo para revelar que atrás había triplay, como si el mundo fuera un set de televisión.

Pensando que me iba a quedar arriba, recuerdo que me recuperé cuando estaba tocando Snoop Dogg. El set se me hizo tan malo que me regresó a la realidad. Moraleja: el crack y el LSD no combinan.

Noel

Tenía 25 y llevaba fumando dos. Mi amiga Weri era la Martha Stewart de los brownies, así que juntamos a un grupo de fumadores golosos y nos reunimos en casa de otro amigo. Pantalla de 70 pulgadas, buena música y una mesa de ping pong con dos cajas de brownies, una onza entera de weed, chocolates, frutas, malvaviscos, panditas y nutella. Eramos "pros" así que una vez cocinados, dividimos los brownies en 8 y sonrientes devoramos nuestro respectivo pedazo. Todo.

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Jugamos un rato, las chicas bailamos, nos sentamos a platicar y de un momento a otro yo ya no estaba ahí. Sentía la cabeza pesada, el resto del cuerpo relajado y pensé en que mi mente se estaba separando de mí. Como célula. O como gremlin más bien. Dejé de escuchar a los demás y me empecé a debatir entre intervalos de consciencia e inconsciencia que parecían durar horas pero resultaban minutos, y viceversa. No había tiempo y mi cuerpo no tenía un espacio.

No sé a dónde iba cuando no estaba ahí. Era obscuro y con una densidad espesa. Un zumbido mudo pero con vibración. Una (im)presencia latente. Apagado: Apagada.

Cuando regresaba podía ver a los demás igual de fundidos, o peor, en sus respectivos lugares. Algunos dormían. Miré a Weri. Le dije que me sentía mal, que estaba apunto de volverme a ir, y que creía que esta vez no iba a regresar. Sentí un miedo increíblemente profundo. Mi corazón acelerado me recordó que tenía un cuerpo y algún impulso me sugirió dormir. Relax… Reboot… Restart.

Y luego la paranoia me recordó que me iba a quedar ahí. Y era como tener un mini yo intentando sostener a mi mente por los dedos, al borde del piso 57 de un edificio en Nueva York. Regresé a Weri. Le dije que cerraría los ojos 15 segundos y que me tenía que cuidar. Luego me puse una alarma porque sentía que ella tampoco estaba ahí. "Sólo 15 segundos y me despiertas o me quedo. ¡En serio!"

Mi corazón iba a mil. Mi mente a cero. Nunca había sentido tanto miedo y menos por algo provocado por mí. Perder la mente por weed azucarada. No recuerdo mucho después de que sonó la alarma, más que Weri también se despertó con ella. Me obligó a pararme del sillón en el que me derretí y supongo que tomé agua o algo. No he vuelto a comer más de 2 mordidas de brownie desde entonces, pero sigo fumando, diario. Nunca más me volvió a pasar. Cuidado con lo que comes.

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Luis

Lo peor de todo es que únicamente había sido poco más de un cuarto de Emoticón, este tipo de ácido mítico que últimamente ha estado recorriendo las pistas de baile. La tarde había pasado bien; habíamos bailado con Low y Los Pirañas. A las diez de la noche más o menos, frente a la cabina de audio, bailábamos; todo seguía muy bien.

"Gio, estoy valiendo verga", le dije a una amiga del grupo minutos después.

"¿Quieres quedarte o salir?", me respondió.

Tengo bloqueada la siguiente parte; sé, porque me han contado, que me desvanecí de manera violenta, y que un hombre, en su desesperación, intentó levantarme con una bofetada. El primer recuerdo que tengo después de haberme ido fue mi sonrisa, la relajación de esfínteres, una sensación de plenitud y lo que parecía ser el ruido de la Tierra. Al darme cuenta de la situación, todo rasgo de felicidad desapareció de inmediato, sabía que las cosas estaban mal, tan mal que la realidad, dispersa y plena, sin necesidades, seguía arrastrándome a ese coma espiritual. En los espasmos que tuve de realidad-plenitud-realidad, lograba darme cuenta entre pasos, gritos y cervezas, que la sensación de desprendimiento total: muerte, no estaba nada lejos de lo que sentía en ese momento.

Todo era muy intenso. Mis regresos estaban acompañados de gritos, zangoloteos e incertidumbre. Procuraba guardar un buen comportamiento a pesar de estar tan mal. Creo que tenía cientos de ojos a mi al rededor que no podían merecer un final de noche tan desleal. Con la ayuda de excelentes cuerpos de seguridad, ya en la Tierra, me justifiqué: "No sé qué pasó, me canastearon". Momentos después, Health, irónicamente, y la irreemplazable compañía de mis amigos, me regresaron las ganas de bailar.

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Val

El peor malviaje de mi vida ocurrió en Ibiza (España), la isla blanca que se distingue por ser capital de la fiesta a nivel global. Estaba en Amnesia, uno de los clubes más icónicos y clave para la escena de música electrónica desde 1976. Llegué ahí a las 3AM, pagué mi entrada con tarjeta para evitar actividades complicadas porque la intoxicación alcohólica ya era evidente en mi psique. Enseguida nos las arreglamos para conseguir más sustancias; primero MDMA y después una tacha.

Todo iba bien, no sé cuánto tiempo estuve bailando pero repentinamente sentí que me faltaba el aire. Salí con una amiga al estacionamiento, ahí me acosté en el piso mientras los demás llegaban a sentarse con nosotras. Poco a poco veía cómo la cara de mis amigos cambiaba de alegría a preocupación. Intentaba calmarme y convencerme de que todo estaba bien pero, cada vez que intentaba comunicarme, era imposible que ligara conceptos en mi cabeza y el hecho de estar con rumanos volvía la tarea más compleja al tener que traducir. Mi amiga me decía, en inglés, que todo estaba bien mientras acariciaba mi cabeza para calmarme. Su voz era amable; entendía que no quería hacerme sentir peor de lo que ya estaba pero su esfuerzo no servía de mucho. Los demás la apoyaban al decirme que todo estaba en mi cabeza pero yo no entendía ni la mitad de lo que estaba pasando.

Recuerdo que cerraba los ojos para no ver sus caras de preocupación pero cada vez que lo hacía no podía dejar de pensar en que me iba a morir. No podía creer que, después de ver tantos videos de gente en ambulancias por sobredosis, estaba en una situación similar. Sentía que mi cuerpo ardía y tenía taquicardia. El pánico y ansiedad eran incontrolables; estaba completamente desorientada. Podía escuchar a la gente hablando en diferentes idiomas sin entender lo que decían. El humo del cigarro me parecía detestable. Mis manos y cara no dejaban de sudar. Lo peor era abrir los ojos y ver un espectacular enorme con la cara de Paris Hilton anunciando su residencia en Ibiza. Me hizo enojar mucho: me parecía estúpido tener que ver su cara mientras debatía mi situación existencial. Decidí levantarme a vomitar en un bote de basura. En ese momento se acercó una paramédico y tranquilamente me preguntó si estaba bien. Preguntó qué había tomado y hace cuánto tiempo; en ese momento me di cuenta que no tenía ni una pequeña noción de la hora que era o si quiera el día en el que vivía. Tomó mi presión, me hizo saber que estaba acelerada pero bien, después se aseguró de que tuviera compañía para regresar a mi hotel y se despidió. Hablar con ella, en español, cambió todo.

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Al salir de Amnesia eran las 8:30AM, Tomé el servicio más eficiente de taxi de mi vida. Llegué a mi hotel, prendí la computadora y le marqué por Skype a mi —aquel entonces— novio para tranquilizarme. Hablé con él unos minutos hasta quedarme dormida.

Eduardo

No soy de los que se meten ácidos cada que encuentro un metro de pasto donde acostarme en medio del asfalto citadino, pero tampoco soy un novato. Digamos que estoy acostumbrado al cuartito en una que otra fiesta y a darme uno entero una vez al año en un viaje especial. El viaje del año pasado fue una semana en Amsterdam. Después de 4 días de probar todas los Coffee shops posibles, una amiga y yo decidimos que sería buena idea darnos un ajo mañanero e ir al museo de Van Gogh. Adentro del museo me empecé a malvibrar: había muchas señoras con bolsos de marcas y joyas alabando el trabajo de un antiguo héroe mío y me empezó a dar mucho asco. Empecé a sentir los pasos de la gente como si estuviera parado sobre los vasos llenos de agua que temblaban con la llegada del T-Rex en Jurassic Park. En algún momento, fueron tantos los pasos de señoras gallinas que estaba seguro de que se trataba de un terremoto, por lo que salí corriendo del lugar.

Traté de calmarme y repetirme a mí mismo que solo era el efecto del LSD, pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez no funcionó. De hecho, perdí un poco la memoria y no estaba seguro si me había comido el ácido esa mañana. Me empecé a volver loco. Cerraba los ojos para tranquilizarme pero cada vez que los abría veía algo diferente y sin sentido: un señor que flotaba a un par de centímetros del piso, un árbol con una planta en fuego o un perro caminando en dos patas. Empece a pensar que algo pasó con el "terremoto", que me había mandado a una dimensión parecida pero ligeramente diferente a la normal y que, tal vez, estaría atrapado ahí para siempre. Me encontré a mi amiga y me llevó al hotel. Estábamos en un quinto piso, entramos al cuarto y ella se metió a bañar. Dentro de mi locura pensé que tenía que hacer algo drástico para comprobar si realmente me había ido a la verga para siempre; pensé en aventarme del balcón para despertar del sueño o tal vez entrar al baño y empezar a besar a mi amiga que en la vida real nunca me tiraría un pedo. Al final me abstuve de ambas cosas; fue asunto de un par de horas que para mí fueron eternas. Me quedé dormido en el piso desnudo. Desperté y empecé a hablar con amigos por whatsapp; les preguntaba cosas de nuestra historia para asegurarme que había regresado a la dimensión correcta. Creo que sí regresé.

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Pauli

Fui a pasar unos días con mi novio a una cabaña. Por supuesto, llevábamos un arsenal de drogas. Pero ya era el último día y no quedaba mucho para ingerir, ni para hacer. Nos habían recomendado una excursión "El camino del biguá". Era un paseo bastante turístico que consistía en seguir un caminito en medio de la selva que te llevaba a recorrer toda la isla. No parecía ser peligroso, la gente lo hacía con niños y familia. Así que decidimos tomarnos el ácido que quedaba para volver a casa con las manos vacías. Tomamos un cartoncito cada uno y salimos a la aventura. Yo nunca me había tomado un ácido entero, siempre partecitas, pero no sé por qué creí que en medio de la naturaleza era el lugar ideal para atascarme de esa sustancia.

Al principio todo era "normal": colores, risas y sorpresas con cada hoja o insecto extraño que se me aparecía. De pronto recordé que no me había puesto repelente, grave error si vas a caminar drogado en medio de la selva al lado de un río casi putrefacto. Comencé a obsesionarme con el asunto. Lo único que podía pensar era en mosquitos gigantes. No eran normales; eran mosquitos de selva. Como chupacabras con alas. La cara se me empezó a deformar, o al menos eso sentía yo. "¿Cómo tengo la cara?", le preguntaba a mi novio. Y me contestaba que normal, que no tenía nada. Obvio me lo dice para que no me asuste, pensaba yo. Tenía el labio deformado y gigante, piquetes en los párpados, las piernas, las manos. Me miraba los dedos y los veía hinchadísimos. Él insistía con que me estaba sugestionando y que no tenía nada, además de reírse sin parar de mi pánico. Yo no podía parar de rascarme cada vez más. A punto de llorar empecé a gritar "¡Me van a envenenar!" Juro creía que eso era lo que estaba por suceder. Cuando al fin pudimos salir de la maleza, nos sentamos a descansar en un muelle. Respiré y pensé, Creo que estaba exagerando, al final sólo son piquetes de mosco. Ya pasó.

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Pero el ácido tiene esa maldita manera de engañarte y hacerte creer que ya se te pasó para de pronto volver con todo. Miraba el agua y no sabía si lo que se movía era el muelle, yo, o qué mierda pasaba, pero algo se movía y mucho. El cielo que era de todos colores también se movía sin parar. Toda mareada miré a este sujeto que estaba conmigo y de pronto me di cuenta que era un completo desconocido. Sí, sabía que era mi novio pero era como si lo viera por primera vez. Empecé a sentir muchísimo miedo de estar sola en una isla, lejos de la civilización, con un completo extraño. Realmente no sabía quién era esta persona ¿Cómo pude venir hasta acá sin saber quién era en realidad? Él me hablaba y se reía. Yo solo pensaba que tenía que escapar. Él, por supuesto, no entendía nada. Así que salí corriendo en cualquier dirección sin dar explicaciones.

Llegué al fin a una cabaña, que no era la nuestra, pero en la que por suerte no había nadie. Me senté en la puerta y pensé en quedarme ahí, a salvo, hasta que se me pasara el efecto. Por casi tres horas estuve sentada mirando a la nada como una estatua. Tenía miedo de pararme, de moverme, de que me encontrara mi ¿novio? ¿Porqué estoy en este lugar? Me quiero ir a mi casa, ya no quiero estar drogada, esto jamás se me va a pasar, nunca volveré a ser normal, creo que me volví loca, pensaba una y otra vez. Al final, después de mucho rato de estar ahí, se empezó a hacer de noche y entré en razón ¿Qué mierda acaba de pasar? ¿Qué hago sentada acá hace horas? Volví a la cabaña y traté de explicar lo que me había pasado pero no tenía lógica alguna. Por suerte un tiempo después dejé a ese novio y esta experiencia no me detuvo de volver a disfrutar los mágicos efectos del ácido, que en cantidades moderadas es genial y, ciertamente, te hace ver a la gente tal como es, o al menos eso creí yo.

Margarita

Pasó hace unos 3 años. En realidad todo empezó dos días antes del malviaje; sufría depresión y ansiedad severa y se me había vuelto costumbre tomarme dosis muy altas de ansiolíticos para "desconectarme" del mundo uno o dos días. Lo hice un jueves y desperté el sábado en la mañana, justo a tiempo para asistir a una pool party en las inmediaciones de la ciudad. Fui con una amiga. Estaba como nueva, me sentía energizada y vuelta a la vida, así que me puse a tomar alcohol desde que llegué. Estuve desde las 12 hasta las 6 de la tarde pegada a mis micheladas de un litro mientras, básicamente, me insolaba. Estaba muy borracha y contenta.

Luego alguien preguntó si quería echar un toque, a lo que obviamente respondí que sí. Fuimos a una habitación del hotel y fumamos; recuerdo que estuve saltando en la cama. Salimos de vuelta a la fiesta y nos sentamos a pachequear. De repente íbamos por no sé qué (otra cerveza, me imagino) y al intentar pararme, me desvanecí. No recuerdo cómo me llevaron al cuarto, pero sí recuerdo haber visto esporádicamente los rostros distorsionados de gente conocida y desconocida. Luego dejé de verlos, pero podía escucharlos de repente. Comencé a ver (ver en sentido figurado) figuras geométricas concéntricas que se sucedían, como en un túnel, y las identifiqué como la eternidad, donde yo era pura conciencia. Estaba ahí "escuchando" mis propios pensamientos sobre la eternidad y tuve la ligera noción de que bien podría estar muerta y me iba a quedar aquí para siempre. En un momento comencé a desesperarme, ya no quería estar ahí, era monótono, extrañaba mis sensaciones, las complicaciones de la vida cotidiana y concluí que la eternidad era un lugar muy aburrido.

Desperté en una camilla del hospital luego de que me inyectaran no sé qué para traerme de vuelta. Estaba en traje de baño debajo de una ficha médica que decía "Intoxicación" y todas las enfermeras me veían con desdén. Luego pregunté qué había en mi suero y me dijeron que tenía insulina, así que me lo arranqué —salió un chorro de sangre que manchó toda la ropa de cama y a mí— porque estaba convencida de que eso me iba a hacer engordar. Además no me querían dejar ir; decían que tenía que intervenir el Ministerio Público antes. Mi amiga (que se fue conmigo en la ambulancia y me estaba acompañando en el hospital, ángel) me ayudó a escapar; me prestó su suéter, que me puse sobre el traje de baño y me sostuvo del brazo mientras caminábamos lo más rápido posible hacia la salida, yo iba descalza.

Creo que aprendí una lección importante sobre el abuso de drogas legales esa vez.