"Las pandillas han conseguido colocarse como la única opción racional de vida": Carlos Martínez

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"Las pandillas han conseguido colocarse como la única opción racional de vida": Carlos Martínez

"Al menos en Guatemala y Honduras, las policías eran organizaciones criminales infames. En el caso de México me da la impresión de que también lo son".

Ilustración por Julio Derbez.

Carlos Martínez tiene un oficio duro. Es periodista. Mejor: es un periodista que se especializa en pandillas. Todavía mejor: es el periodista más especializado en pandillas en el país más violento del mundo. No lo cohíben las intimidaciones. Tampoco las pandillas, ni la corrupción, ni la impunidad. Al contrario, parece que todo esto lo hace más fuerte. Lo provoca. Su trabajo cada vez tiene mas agallas. No tiene filtros, acaso unos pocos. Sabe que sus investigaciones no necesariamente van a traerle la aceptación de los demás: ni de su público, ni de los políticos, ni mucho menos de los criminales. Al contrario, se ha ganado enemigos. Pero esto no lo frena. Incomoda.

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Carlos tiene ojo clínico y lo fija en los detalles que pasan desapercibidos para la mayoría. Cosas que parecen irrelevantes pero permiten entender, desde cierta particularidad, los grandes temas. Pregunta el porqué de las cosas. Indaga las causas, los precedentes y sabe cómo contar una buena historia.

Forma parte del equipo de Sala Negra —parte del periódico digital El Faro— que ha logrado investigar y describir el contexto de violencia que se vive en el Triángulo Norte de Centroamérica como ningún otro medio lo ha hecho.

El Faro no utiliza a su medio como herramienta política: no es espectáculo, tampoco es negocio. El Faro, con Sala Negra como su brazo más bravo, intenta ser un agente de cambio. Observa el mundo, lo analiza, y no compite en la carrera mediática. Es un periodismo profundo e incómodo.

El trabajo de Carlos Martínez "Las fuerzas de seguridad son un barril de dinamita" es parte de la selección oficial del Festival Gabriel García Márquez de Periodismo y, a su vez, El Faro, ha sido premiado con el Reconocimiento a la Excelencia de la cuarta edición del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.

Esta es la charla que mantuve con Carlos dentro del marco del festival.

Laura Woldenberg: ¿Cómo describirías el contexto de tu país para alguien que no está familiarizado con él?
Carlos Martínez: En El Salvador fue desde inicios de los 90 cuando se comenzó a configurar el fenómeno de pandillas, producto de las deportaciones masivas que comenzó el primero de los Bush –padre– pero luego mayoritariamente el presidente Clinton.

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Dicho fenómeno no era otra cosa que esos niños, hijos de salvadoreños, guatemaltecos, hondureños que se fueron en la década de los 70 u 80 huyendo de los conflictos de Guerras Civiles o de conflictos de origen de la Guerra Fría y regresaron convertidos en pandilleros que se crearon en California, en Los Ángeles para ser más precisos.

Ellos se encontraron a una América Central que recién estaba saliendo de sus conflictos internos más graves. El Salvador firmó la paz en el 92, Guatemala en el 94 y tenían una institucionalidad en los huesos, con instituciones que se estaban refutando debido a una democracia incipiente. Como dice Óscar Martínez, es como "estornudarle en la cara a alguien que recibe quimioterapia".

El fenómeno prosperó como ninguno lo ha hecho en la región, al menos desde que yo tengo registro. En la actualidad, en El Salvador casi cada parte del territorio es considerado propiedad de alguna de las dos pandillas mayoritarias en el país que son la Mara Salvatrucha 13 y la Pandilla 18.

Es importante decir sobre esto que la naturaleza del fenómeno pandillero tiene características criminales muy distintas a las de un cártel, organización criminal o mafia en la medida de que no son organizaciones criminales que nacieron con un afán de ser empresas eficientes como sí lo son los carteles de la droga que básicamente son grandes empresas de actividades ilícitas.

¿Uno tiene la finalidad de hacer dinero y el otro se entendería más como una cuestión de identidad?
Las pandillas no crearon su estructura como organizaciones capaces de generar grandes recursos, no existe un pandillero rico. A pesar de que la Mara está incluida en la lista del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, no existe una relación comprobada de ninguna pandilla, en ningún país, con alguna organización criminal a gran escala. Su relación con las drogas es de renta de dealers, de narcomenudeo. En El Salvador la mayor incautación de cocaína relacionada con alguna pandilla ha sido de menos de dos kilos, es decir, son compradores de pequeña escala.

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Por otra parte, la fuente de sus recursos proviene del enorme músculo territorial y de la imparable cadena de reclutamiento que estas organizaciones tienen. Viven de extorsionar empresas: comenzaron como un mecanismo recurrente y casi oficial a principios de este siglo. Actualmente en este país extorsionan desde la señora que vende pupusas, a la que le quitarán dos dólares a la semana, hasta a SABMiller, la segunda embotelladora cervecera más grande del mundo y que en El Salvador posee la marca Coca Cola.

Se estima que las pandillas consiguen generar de la extorsión cerca de 60 millones de dólares al año, pero si tomamos en cuenta que son aproximadamente 60 mil miembros, si repartiéramos ese dinero entre todos toca una mierda. No son estructuras económicas eficientes.

¿Tú crees que esta ha sido la manera en la que se han ido sofisticando las pandillas? No tanto en armas, equipamiento sino en diversificar sus maneras de ingresos.
No, las pandillas pasaron de ser organizaciones juveniles que reclutaban producto del desamparo y la ausencia del Estado, a una población joven que no veía en su futuro esperanza y que no había encontrado en el Estado ningún tipo de amparo. Pasaron a ser organizaciones más sofisticadas con una cúpula de liderazgo a nivel nacional, con un muy complejo sentido del valor político, eso sobre todo luego de que el gobierno anterior negociara con ellas.

Actualmente han vaciado el mercado negro guatemalteco de fusiles y las pandillas tienen un muy buen arsenal armamentístico. Esto no se compara con su entrenamiento militar, es decir, tienen muchos fusiles y muy poco entrenamiento militar. No están en condiciones de combatir como sí lo pueden hacer los Zetas o como el Cártel de Sinaloa y como sí lo podían hacer las FARC, o Pablo Escobar contra el Estado. Lo que libran es una guerra contra moscas y su músculo radica en que significan un atractivo extraordinario para adolescentes, niños y jóvenes de barrios marginales que ven en las pandillas su única posibilidad.

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¿Por qué existe ese atractivo hacia las pandillas?
En algunas de estas comunidades controladas por pandillas y absolutamente estigmatizadas, normalmente sólo una pequeña minoría de jóvenes forman parte de una. A ese núcleo que controla cierta parte de la comunidad se les conoce como "clica" y ésta está formada por entre cinco a diez; las más grandes pueden llegar a tener 40 miembros que controlan a una comunidad entera a fuerza de intimidación. Si eres un muchacho que crece en esa comunidad y tu madre te protegió con dientes y uñas, tenías que ir de la casa a la escuela, de la escuela a la casa. Estabas encerrado en tu casa, absolutamente protegido para no ser seducido por este fenómeno y conseguiste estudiar y sacar tu bachillerato, lo que es un lujo en esas comunidades. Luego vas a pedir trabajo de cajero en un supermercado, de vigilante o empaquetador, y te van a desnudar, te van a buscar tatuajes por todo el cuerpo, te van a hacer un polígrafo. Finalmente no te van a dar trabajo porque viviste en esa comunidad, de manera que el esfuerzo de los muchachos salvadoreños en las comunidades marginales es un esfuerzo cuesta arriba y las pandillas han conseguido colocarse como la única opción racional de vida.

Al final de cuentas es la desigualdad que se vive en toda la región, la principal causa de violencia.
La principal causa de violencia y otra cosa que es un intangible, bien difícil de entender y aun más de explicar: la sensación de desamparo La absoluta certeza de que por vos nadie da algo. En esa certeza que vive una enorme franja de nuestra población centroamericana, es muy fácil y resulta muy atractivo una opción criminal, llámale pandilla, cartel de droga, ser asistente de un baby cartel (que sirven para transportar cocaína o droga), es decir, cuando el Estado para vos no es más que un policía o un soldado que te detiene en la calle, te humilla y nunca un sistema de educación, de salud, de agua potable, de vivienda; la opción criminal es lógica. Es la lógica del desamparo.

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Vivimos violencias diferentes pero las causas son similares y también hemos combatido de una manera similar. Por ejemplo, México ha sacado al ejército a las calles, y El Salvador también. Eso ha generado más violencia. Vivimos en sociedades desiguales, hay una disputa de territorio… etc. ¿Cuáles crees que son las similitudes que vivimos entre países y cuáles son las diferencias?
Yo no quisiera hacer aseveraciones tajantes sobre realidades que no conozco de manera profunda pero mi impresión es que los problemas que ahora padecemos y que parecen no tener solución crecieron a las narices de nuestros gobiernos, fueron visibles y se utilizaron políticamente, probablemente, con fines corruptos o criminales. Los monstruos que ahora nos atemorizan fueron cachorros alguna vez.

Existe una recurrente atención populista al fenómeno: sacar a los policías, al ejército, intentar resolver problemas sociales a punta de ir haciendo más grande la pistola con la que le vas a disparar a ese fenómeno.

Hay una anécdota que creo que va a ilustrar bien todo esto: existe una comunidad muy pobre en la capital que se llama Mejicanos. Allí entró una patrulla conjunta de la policía y del ejército. Cuando la patrulla llega, los pandilleros, que se han enterado desde hace rato porque tienen vigilancia en toda la zona, estaban escondidos. Una mamá le pidió a un muchacho de 19 años que se atravesara la calle para comprar tortillas. La patrulla lo atrapó y le preguntó si era pandillero y el muchacho le dijo que no. Le quitaron la camisa para buscarle tatuajes pero no tenía ninguno. Le preguntaron dónde estaban escondidos sus amigos pandilleros y él les dijo que no era uno de ellos, comenzaron a pegarle y cuando su mamá salió un policía le apuñalaba la mano con un lapicero y la señora le pidió que no lo hicieran. Le apuntaron con sus armas, la llamaron "vieja puta" y le dijeron que ella protegía pandilleros. Finalmente los dejaron ir. Parece que no pasó nada pero sí pasó. Una mamá vio cómo el Estado torturaba a su hijo y un hijo vio cómo el Estado humillaba a su madre. A partir de ese día para esa mamá y para ese hijo la pandilla era más sinónimo de autoridad y cada vez estaba más desconectada del Estado. Ese día la pandilla fue más poderosa, tuvo más autoridad y referencia en esa comunidad. Eso ha sido la historia de los últimos 20 años de políticas públicas para combatir pandillas. Es eso, es ignorancia, es no conocer el fenómeno, es populismo.

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En la crónica que está seleccionada, la que tú escribiste, hablas de la parte contraria. De un sistema policial completamente debilitado que no gana absolutamente nada y vive en el mismo barrio que las pandillas. Ambas partes son víctimas de un sistema, en el cual se ha hecho un planteamiento de "buenos y malos" en lugar de analizar el problema de fondo. Ya hablamos de las pandillas pero ¿qué está pasando con el sistema que las combate?
Cada vez se hace más complejo esto. Sobre todo cuando relajas a las instituciones y cuando recargas toda la política pública de seguridad en un cuerpo armado como la policía o el ejército, lo natural es que los agentes de policía y los militares sin controles institucionales, con absoluto relajamiento en la oficina de verificación interna de la policía y del ejército terminen entrando en algo para lo que no están hechos: una guerra en contra de organizaciones criminales. Aunque suene atractivo decir que tu policía está en guerra con las pandillas, ésta no está para entrar en guerra. La policía está para representar al Estado, de manera que tenés que impedir que tus cuerpos armados e institucionales se enzarcen en una cadena de venganzas. No podés tolerar, aunque sean pandilleros, que los ejecuten si están de rodillas o que los torturen, que les pongan líquidos calientes en el culo o que les rapen o les den choques eléctricos en la nuca o que estando amarrado le den patadas en el estómago o que lo desaparezcan.

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Los salarios de los policías y de los militares son míseros. Arriesgan la vida todos los días, tienen un trabajo duro y a fin de mes no les alcanza para nada.
El caso mexicano, hondureño y guatemalteco es el mismo. En Honduras una de las principales bandas criminales es la policía, de las más temibles. En Guatemala lo era hasta hace unos años. Al menos en Guatemala y Honduras, las policías eran organizaciones criminales infames. En el caso de México me da la impresión de que también lo son.

¿Cómo competís si le están pagando un salario de hambre a policías que se ven asechados por ofertas mucho más tentadoras? Pero peor aún, ¿cómo le decís a ese policía que no hay dinero­ —en el caso de El Salvador— para que pueda mantener a su familia, que vive en una comunidad acechada por pandillas, y el Presidente de la República, en cambio, se compra zapatos que superan el salario que él gana. El sistema conspira para que los policías sean corruptos.

La gente está —al menos en México— acostumbrada a un tipo de violencia y supongo que en El Salvador también. ¿Cómo le hacen ustedes en Sala Negra para que esto sea noticia?
El tema de violencia es noticia en El Salvador y es una de las cosas que los lectores más consumen. El asunto no es cómo conseguir que los fenómenos de violencia, de corrupción, de impunidad sean noticia: lo han sido todo el tiempo. Según mi criterio, el periodismo tiene una gran responsabilidad en que ahora mismo no comprendamos a profundidad el fenómeno de las pandillas. Lo verdaderamente difícil es cuando querés cambiar la narrativa y cuando les proponés a los lectores que lean las cosas en otra clave, es decir, que nos separemos de la idea de "buenos y malos". Ahí es cuando hemos comenzado a tener muchos encontronazos con los lectores.

Por ejemplo, nuestras cárceles —que son las más hacinadas de un continente donde la competencia es bien dura— nos replican: "y qué nos importa, quemen las cárceles y que se pudran como animales". Es bien complicado, y ahí es donde yo creo que tiene razón Martín Caparrós cuando dice que "el periodismo es publicar aquello que alguien no quiere saber o no quiere entender".

Cada vez más el ejercicio responsable del periodismo tiene que agregar, ya no sólo ir contra los controles institucionales o con los conflictos normales, sino además contra la lectura simplificadora de la realidad que la mayor parte de nuestras sociedades tiene en la cabeza porque han sido entrenadas para tenerla en la cabeza.

Esto está pasando en Colombia. El referéndum está a punto de ser votado y puede ganar el "no" o "sí" . El "no" es ese resentimiento que tienen en contra de una guerrilla que le hizo un profundo daño a la sociedad y la cual no está dispuesta a perdonar. Esto que dices se refleja en la mayoría de los países latinoamericanos.
Sí y no sé cuál o cómo sería el papel de un medio de comunicación responsable en esa situación porque normalmente para los medios es muy complejo tomar partido —al menos para los latinoamericanos— es algo muy complicado. Es una decisión periodística bien compleja saber qué cosa decir, cómo posicionarte frente a estos procesos. Afortunadamente no soy el director de este periódico, sólo soy un reportero que no tiene que tomar esas decisiones.

¿Hay algo que no hayas podido comprender en todos estos años que has estado reporteando la violencia?
Hay un montón de cosas que no he conseguido comprender. Por ejemplo, cómo es posible que un país como el mío, tan pequeño, haya conseguido tener un tejido social tan roto, tan profundamente roto, sin posibilidades de cohesión, lejos de la creación de una sociedad civil organizada, informada. Es terrible. Seguimos votando por las mismas personas.

¿Tú crees que el periodismo ofrece una salida a que el tejido social se componga un poco? ¿O en qué trinchera estás tú desde Sala Negra?
Más me vale creerlo. Sin embargo, no creo que el periodismo pueda ser agente zurcidor, en sí mismo, del tejido social. Creo que sin un periodismo sólido, profundo, es imposible que eso ocurra. Estoy convencido de que sólo el periodismo es incapaz de transformar radicalmente ciertos procesos. Puede votar a un presidente, ponerle el estigma de corrupto a un político, e incluso destituirlo, pero no somos capaces de arreglar el mundo solos. Aun así, tampoco creo que una sociedad como la mía tenga posibilidades de generar tejido social sin un periodismo bueno.

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