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Cultură

El niño negro que quiso ser nazi

"¿Mamá, yo no soy ario?", preguntó Hans J. Massaquoi a su madre cuando tenía ocho años.

En 1933 el pequeño Hans J. Massaquoi luce orgulloso la esvástica en su pequeño jersey mientras es observado por sus compañeros de clase, todos rubios y de ojos azules, en el patio de un colegio en Hamburgo. No es una broma macabra del que suscribe estas líneas, ni uno más de los tantos bulos que podemos encontrar por Internet. Es la imagen, la viva imagen, del joven Hans J. Massaquoi, hijo de una enfermera alemana y un diplomático liberiano que consiguió sobrevivir y convivir bajo el régimen nazi de Adolf Hitler. "Sobreviví gracias a un resquicio en las leyes raciales. No éramos suficientes en mi ciudad para que los nazis se fijaran en mí", dice Massaquoi en Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi, la biografía en la que cuenta sus memorias y rememora su pesadilla de niño no ario entre camisas pardas, retratos del Führer y calaveras de las SS.

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La población negra en Alemania durante el nazismo era insignificante. Unos cientos, quizá unos miles, de personas de una población de 65 millones. Massaquoi era nieto del cónsul de Liberia en Alemania, por lo que su familia poseía inmunidad y podía convivir de forma totalmente normal con los niños arios, en un ambiente rico y educado, a pesar de que el resto de miembros de lo que los nazis consideraban "razas inferiores" comenzaban a sufrir los efectos de las políticas represivas y xenófobas de Hitler.

Pero la vida de Hans J. cambiaría en el verano de 1934. "Cuando una hermosa mañana estival de 1934 llegué a la escuela, nuestro maestro de tercer grado comunicó a la clase que el director había dado la orden de reunir en el patio al alumnado y el cuerpo docente. Allí, ataviado con el pardo uniforme nazi que solía vestir en las grandes ocasiones, éste anunció que 'el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas' era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a 'nuestro amado führer' con nuestros propios ojos. Era ése un privilegio, nos aseguró, que nuestros hijos aún no nacidos y los hijos de nuestros hijos envidiarían en tiempos venideros. Yo tenía entonces ocho años y no había advertido que, de los casi seiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía". Hasta tal punto quedaron impresionados por el carisma del líder nazi que, tras su visita, todos sus compañeros se afiliaron a aquella mezcla de boy scouts y organización paramilitar denominada Juventudes Hitlerianas. Massaquoi no quería ser una excepción y solicitó también su ingreso. No lo consiguió, afortunadamente.

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Tras la gesta del atleta afroamericano Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, la vida de Hans-Jürgen Massaquoi comenzaría a cambiar. Para Hitler y demás fanáticos del nacionalsocialismo, la ofensa que suponía que un deportista de raza negra hubiese obtenido cuatro medallas de Oro provocó un abierto rechazo hacia esta raza. Poco después, fruto del notable aumento de la tensión racial y política en el país, la familia paterna de Massaquoi se vio obligada a abandonar el país, aunque el niño permanecería en Alemania junto a su madre.

La pesadilla no había hecho nada más que empezar. Primero fue un letrero en los columpios de un parque que impedía jugar a los "no-arios". Después, las extrañas desapariciones de profesores de la escuela de origen judío. Pero sería una visita al zoológico de Hamburgo lo que terminaría de quebrar absolutamente la conexión emocional que el joven Hans J. sentía con el nazismo. Dentro del recinto, entre los animales, descubre, en una jaula al aire libre, a una familia africana siendo objeto de diversión por parte de los asistentes, y sin poder entender lo que estaba a punto de suceder, Massaquoi era uno más de los niños que se acercaban, con miedo, a la jaula de los africanos hasta que alguien, de entre el público, lo señala a él y grita: "Han tenido un hijo". Es entonces cuando Hans J. por primera vez es objeto de escarnio público y comienza a sentirse realmente estigmatizado por la sociedad alemana.

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La (trágica) realidad le estalló en la cara obviamente, y, a duras penas, pudo sobrevivir a la masiva destrucción a la que condujo el país la suicida política del líder nazi. Otro episodio curioso en la vida de Hans J. ocurrió nada más iniciarse la II Guerra Mundial. El joven, que unos años antes había sido rechazado por la Hitlerjugend por "indigno de llevar el uniforme alemán", a punto estuvo de ser alistado en el ejército alemán. Se libró sólo por falta de peso.

Massaquoi de niño y de adulto. Imagen vía

El punto y final a la II Guerra Mundial significó también un nuevo giro en la vida para Massaquoi. Primero, en plena posguerra, ganándose la vida como saxofonista de jazz, y luego emigrando a Estados Unidos (haciendo una breve escala en Liberia, la tierra natal de su padre) donde sería reclutado por el Tío Sam en la Guerra de Corea. Tras su participación belicista ingresaría en la Universidad, donde estudiaría la carrera de periodismo, un oficio al que posteriormente dedicaría más de cuatro décadas de su vida como redactor jefe en la revista Ebony, la publicación afroamericana de referencia durante muchísimos años. "Todo está bien, si bien acaba. Estoy bastante satisfecho con la forma en la que ha salido mi vida. He sobrevivido para contar la porción de historia de la que he sido testigo. Al mismo tiempo, deseo que todo el mundo pueda tener una infancia feliz en una sociedad justa. Y ése, definitivamente, no es mi caso".

Massaquoi falleció el 13 de Enero de 2013 en Nueva Orleans. Aquel niño que se había criado entre hijos de nibelungos y walkirias y que había conseguido sobrevivir al odio y fanatismo nazi fallecía renegando de sus aspiraciones infantiles pero sin nunca haber podido superar la vergüenza de ser recordado como "el niño negro que quiso ser nazi".

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