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Premios Goya 2016: Más paseos por el bosque y menos galas infumables

Los premios del cine español celebraban su 30 aniversario y para conmemorarlo hicieron el mismo espectáculo casposo de siempre.

Imagen vía Twitter

Hace unos días Dani Rovira declaraba a eCartelera.com que él nunca presentaría una gala de premios como Ricky Gervais porque "para ser Ricky Gervais hay que ser Ricky Gervais". Y añadía: "yo no sé si alguna vez presentaría los Globos de Oro con esas directrices porque no es mi estilo, y por mucho que uses humor, ir pegando hachazos por ir pegando hachazos…". Quizás no había mala intención en sus palabras, ni tan siquiera reproches o críticas, pero en todo caso convendría aclararle a Rovira que si el actor británico es brillante y gracioso es, ante todo, porque tiene gracia, independientemente de si utiliza un sentido del humor agresivo y pasado de revoluciones.

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Ahora veamos cómo es el humor en 2016 según Dani Rovira y su equipo de guionistas: un guiño a los memes de Julio Iglesias y el ya trillado "Y lo sabes" (¿esto no es de 2014?). Hablar de la relación entre Willy Toledo y las redes sociales. Dirigirte a Tim Robbins en inglés para jugar un poquito al cateto andaluz. Dirigirte a Juliette Binoche en francés para jugar un poquito al cateto andaluz. Bromitas nostálgicas sobre los 80. Chistes de Internet. Ironizar sobre lo mucho que hablan, oh, sorpresa, los argentinos. Darle un cubo de Rubik a Ricardo Darín para que el pobre hombre forme parte del gag. Un poco de jijijaja con intención crítica a costa de los políticos presentes en la grada, la cuota progre para que los de siempre exclamen "Zasca" en algún tuit y todos estén contentos y orgullosos de su militancia.

Caputra de pantalla

Eso y un número musical de arranque que algunos aplaudieron como una gran demostración de espectáculo y otros soportamos con despuntes de vergüenza ajena y sensación de que eso ya lo habíamos visto en los programas de Valerio Lazarov veinte años atrás. Número musical en playback, por si las moscas, con un truco de magia por medio y con un colofón muy a la española: algo así como "chúpate esa, Neil Patrick Harris". Y Neil en casa hundido, herido en su orgullo, claro. De primero de paleto. Y paleto no sé, pero incauto y torpe hasta decir basta sí, y mucho, el responsable de guión que pensó que intercalar algún pequeño show de magia entre las entregas de estatuillas sería una buena idea. ¿Sería el mismo que encargó a Rovira y Berto Romero una bochornosa versión a capela de Mecano parodiando el tamaño de sus narices o el que se montó un gag sobre pelirrojos o sobre andaluces exagerando el acento? Podría ser.

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Salió a cantar Serrat y le acondicionaron un sonido de directo que no hubiera pasado el corte ni en un concierto de Eskorbuto de 1987. En cambio, sonó mucho mejor el grupo de tambores de Calanda que subió al escenario para, según dijo Rovira, "rendirle un homenaje a Luis Buñuel". Ayer revisé las fechas de nacimiento, muerte, debut, Oscar y última película del cineasta y fui incapaz de entender o ubicar el motivo del tributo. O nadie se esforzó en explicárnoslo o directamente era un homenaje porque sí, porque necesitaban cubrir hueco y algún iluminado –¿el mismo todo el rato? Quiero conocer a este genio– creyó que sacar a un grupo de gente aporreando un tambor a la 1 de la madrugada supondría un golpe de efecto. Mi teoría es que, conscientes de que el telespectador y los propios invitados en el auditorio estaban al borde del KO, con la babilla del sueño abriéndose paso con firmeza por la comisura de los labios, aquello despertaría a la audiencia de golpe.

Todo esto, no me olvido, bajo la atenta mirada de Tim Robbins, Juliette Binoche, Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, los cuatro invitados ilustres de la noche. Nótese 'atenta' como eufemismo de alucinada y desconcertada. El realizador de TVE, un auténtico cabroncete con ganas de marcha, no dejó de enfocarles durante la velada, consciente del mal trago que estaban pasando, regocijándose con la tortura a la que estaban siendo sometidos. Por el ritmo comatoso del show, que a las dos horas de viaje aún tenía la mitad de Goyas por entregar, pero sobre todo por momentos como la presentación del premio a la mejor dirección de fotografía a cargo de Aura Garrido y Marta Hazas, un buen ejemplo para ilustrar cómo puedes confundir una broma ocurrente con un gag ridículo: hablas del fondo negro para resaltar los colores y haces aparecer un grupo de figurantes vestidos de negro. Olé tus huevos.

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Caputra de pantalla

Y luego, los speeches. Menuda papeleta. O acabas pareciendo un niñato –Lucas Vidal y sus dos discursitos de inicio; de guantazo con mano extendida–, o un idiota –Miguel Ángel Amoedo–, o te pasas de intensito –Daniel Guzman y su actor, Miguel Herrán, moviéndose por la delgada línea roja que separa la emoción de la diabetes; o Irene Escolar y Natalia de Molina, más sobreactuadas que Al Pacino en "Looking for Richard"–, o directamente a nadie le importa a quién le estás agradeciendo el premio porque la gente ni te conoce ni tiene el menor interés en saber a quién le debes tu carrera. Son esas categorías técnicas tan importantes desde el punto de vista académico como insufribles desde una óptica televisiva. Es un peaje molesto, pero lo de cortar por lo sano estos numeritos dejando sonar abruptamente la música de fondo dejó muy claro que la imaginación y la creatividad no entraban en el organigrama de los responsables de la gala de este año.

En ese sentido, la cosa se les fue de las manos en el tramo final de la ceremonia, una sucesión de momentos de absoluto delirio. No sé si quedarme con el ya mítico "menos pastillas y más paseos por el bosque", hit memorable a cargo de uno de los autores del Mejor Corto Documental, o con el surrealista discurso del productor de "Sueños de sal", que después de bromear de forma poco elegante con Penélope Cruz nos recordó que "vamos poco a Caritas". O quizás con el del presidente y máximo responsable de todo este tinglado, Antonio Resines: un discurso escrito en un par de visitas al wáter, con un comentario sobre el peliagudo asunto del IVA que podría haber firmado el Rafa Mora, una defensa y reivindicación ¡de los videoclubes!, una estadística sobre la piratería buscada en Google cinco minutos antes y un guiño al histórico rap que protagonizó el actor en la gala de 2012. No hubo rap, pero es probable que, en caso de haberse producido, este nos hubiera parecido más trabajado, serio y decente que ese speech delirante e infumable, metáfora muy elocuente sobre el papel de Resines en la Academia y, en un espectro más amplio, de toda la gala.

Caputra de pantalla

¿Los premios? Ganó "Truman", y con eso me basta para darme por satisfecho. No solo era la mejor película de cuantas competían, y con una diferencia abismal respecto a las demás, sino que viendo la gala sentimos que se merecía aún más toda esa sucesión de estatuillas importantes: los sabios, escuetos y sensatos discursos de Cesc Gay, Ricardo Darín o Javier Cámara nos fueron reconciliando de vez en cuando con el cine español y con la humanidad, tres tipos normales que no necesitaron sobreactuar, exagerar o hacer el ridículo para mostrar su agradecimiento y felicidad.