La casa por la ventana

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La casa por la ventana

Llegando a fin de mes con los vecinos olvidados de El Cabanyal.

Cuando aún eran tiempos de grandes eventos y pelotazos urbanísticos, los políticos del PP valenciano idearon un plan que consistía en prolongar la Avenida Blasco Ibáñez de Valencia hasta el mar. Si hubiera sido llevado a cabo, El PEPRI (Plan Especial de Protección y Reforma Interior) hubiera sido muy bueno para la especulación, pero no tanto para los habitantes de las más de 1600 viviendas agrupadas en 600 edificios que quedaban en medio.

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Por suerte, y gracias al esfuerzo de los vecinos, una orden ministerial publicada en el BOE el 8 de enero de 2010 consideraba el PREPI de El Cabanyal como un expolio al patrimonio histórico y cultural, e indicaba que el Ayuntamiento de Valencia debía proceder a su suspensión inmediata, "en tanto se lleve a cabo una adaptación que garantice la protección de los valores históricos". No obstante, lo que en su momento pareció el triunfo del sentido común por encima de la especulación, se ha quedado como una victoria un tanto pírrica para los vecinos.

En esa tesitura entre la orden de Madrid y los deseos del PP valenciano, las administraciones públicas han dejado que el barrio se degrade durante todos estos años. Sergi Tarín, periodista que vive en la zona, dice, “Por un lado el Ayuntamiento ni limpia ni rehabilita, y compra viviendas que deja vacías. A la vez, se permite que familias pobres, sin apoyo de los Servicios Sociales, ocupen esas viviendas sin las mínimas condiciones de habitabilidad, convirtiéndolos así en cabezas de turco de la degradación y medida de presión para el vecindario”.

Es en los bloques portuarios del Clot de El Cabanyal, una amalgama de 168 infraviviendas, donde más se vive los efectos de este estrategia político. Sin embargo, aquí, frente al abandono social, los habitantes se han organizado para mejorar ellos mismos su calidad de vida.

Los vecinos, una mezcla de payos y gitanos, propietarios, arrendados y ocupas, celebran asambleas para mejorar su entorno. El colectivo lleva el nombre “Millorem El Cabanyal” y su primer iniciativa ha sido la limpieza de un solar contiguo a los bloques. Ahora, en ese solar situado en medio de un polideportivo que hay que pagar para utilizar, los niños pueden jugar y los sábados se monta un rastro abierto al público. Como me gustan los rastros, decidí ir justo antes de Navidad, para hablar con los vendedores e inquilinos sobre la iniciativa, y cómo se sienten tratados por el ayuntamiento.

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La primera persona con la que hablé fue José Luis Jiménez, presidente de la asociación de vecinos, quien me explicó los logros recientes de la iniciativa. “Aunque somos gente humilde nuestra intención es mejorar la calidad de vida del barrio. Antes no pasaban los de la limpieza, pero ahora que hemos limpiado el solar y puesto papeleras, sí. Son pretensiones que creemos viables. No tenemos intención de enfrentarnos ni la ayuntamiento ni a la policía; sabemos que muchas de las familias no ha accedido a las viviendas de forma lícita, pero también creemos que todos tenemos derecho a la vivienda”.

Con el dinero que recojan del rastro quieren montar un huerto urbano y un espacio para niños en alguno de los bajos, donde les den desayuno antes de ir a la escuela, pero “por el momento lo más urgente es pintar, poner papeleras y montar unas porterías para los niños” comenta José Luis.

Gloria tiene un puesto en el que vende bragas y calcetines. “Hace 5 años que vivo en un piso ocupado” me cuenta. “Cuando entramos estaba lleno de suciedad y problemas de humedad. Lo hemos pintado y rehabilitado. Mi marido se dedica a la chatarra y en casa somos cinco. Yo deseo que esta iniciativa sea una mejora para los niños y nuestras condiciones de vida. A las casas habitadas se les da vida, se limpian. No es humanitario que nos desalojen para tapiarlas y que se llenen de ratas “

Una señora mayor, vende cachivaches esparramados en el suelo. Sentada en su furgoneta se lamenta, “Cuando las cosas estaban bien, éramos pobres,  pero ahora en mi casa somos siete y sólo hacemos una comida al día. Con 300 € que me dan de invalidez y por ser viuda no llegamos”.

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A las 11 de la mañana la gente se agrupa entorno a la mesa para almorzar empanadas mientras los niños juegan alrededor. La gente empieza a recoger los puestos. Hoy ha sido un mal día. Apenas ha venido gente y no se ha vendido casi nada, a pesar de ser casi Navidad.

Mientras el PP valenciano se hunde en sus propios escándalos, El Cabanyal sigue allí, como un recuerdo de sus años de despilfarro y avaricia, y sus residentes en un limbo entre la gentrificación parada y la rehabilitación prometida. A los vecinos les toca esperar y a arreglárselas como pueden. Lo dice mejor José: “Mira, cuando hagan la avenida ya nos iremos. Pero mientras que nos dejen vivir en condiciones”.