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Cultură

Luchadores de pulso: una raza en peligro de extinción

Asistimos al 10º open de pulsos de Mataró.

Eso de los pulsos a uno siempre le hace pensar en un puñado de mazacotes postrados sobre la mesa de alguna tabernucha clandestina, midiendo su machismo en una encarnizada demostración de fuerza bruta. En eso y en camioneros bravucones que buscan impresionar a sus retoños, como nos hizo creer Silvester Stalllone con Yo el Halcón.

Ansiosos por comprobar (y desmitificar) tal topicazo, el sábado pasado asistimos al 10º open de Mataró, que se celebró en la parte trasera de un bar muy digno llamado De Mataró a las Vegas (situado en Mataró, obviamente), un sitio al parecer bastante conocido por sus “más de 100 ginebras”, según uno de sus propietarios.

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Lo de tirar pulsos, como lo llaman sus practicantes, tiene un nombre más técnico y unas reglas bastante estrictas que difieren mucho de lo que se ve en el cine (o en el patio escolar). La “lucha de brazos” se hace sobre una mesa especial que tiene un manillar a un lado al que agarrarse para no arrastrarlo todo cuando empiece el combate. Eso que siempre te han dicho de que no vale ayudarse con el peso del cuerpo es mentira; hasta puedes hacer fuerza con un pie empujándote con una pata, siempre que el otro toque el suelo. Ah, y en esto de los pulsos también hay estrategia: consiste en ver si atacas por fuera o por dentro, y depende de tu muñeca y de tu bíceps o antebrazo. Todo un arte.

Ese chavalote que veis en la foto de portada, el de la camiseta azul, se llama Jaba Getiashvili y es campeón internacional de pulsos. Es de Georgia, donde se ganaba la vida tirando, porque en su país este deporte sí que está federado y el Estado le daba un sueldo digno, además de pagarle los fisioterapeutas cada vez que su brazo sufría algún desperfecto. Se tuvo que venir a España por la situación de su país y porque dice que aquí están sus colegas. Ahora trabaja en la obra. Por lo visto, lo de los pulsos se lleva mucho en los países de la antigua URSS, especialmente en Georgia y en Ucrania. Como era de esperar, volvió a ganar. Con las dos manos, por cierto.

Para arbitrar una cosa así tienes que haber sido campeón mundial. El que lo hizo el sábado se llama Joaquín Garrido, “Quinito”, y es un tipo muy reconocido en el mundillo. Empezó a hacerse un nombre a finales de los 80, cuando con 15 años iba de bar en bar derrotando a todo quisqui. Y qué mejor para convertirse en campeón mundial que dejar tan boquiabierto a un millonario que pasaba por allí que le dé por invertir toda su fortuna en enviarte a Estados Unidos a estudiar la técnica con John Brzenk, y en montar una asociación nacional para este deporte marginal. Gracias al hobby del difunto Francisco Feliu, los luchadores de brazos españoles contaban con la cobertura médica y económica que el Estado nunca les ha proporcionado. Por desgracia para ellos, tras la muerte de su mecenas nuestros campeones nacionales tienen que pagarse el viaje por su cuenta al torneo internacional si quieren competir. Si no tienen el dinero para el billete, va el segundo (o el que pueda pagárselo).

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Como no pueden vivir de esto, la mayoría de los 200 competidores que quedan se dedican a otros deportes, casi siempre de contacto. Como la chica de la izquierda, por ejemplo (porque las chicas también hacen pulsos), que se llama Nùria Casas y ha jugado varios campeonatos del mundo de waterpolo. Se marchó con el trofeo femenino y con una rotura de tendones.

Vale, de acuerdo: no te da de comer y al final de la velada todos los luchadores acaban con los brazos reventados, pero, aun así, los pulsos son un puto deporte de verdad. ¡Y qué coño! Siempre puedes retar a aquel matoncillo de poca monta que te amargó la adolescencia y humillarle delante de su novia y sus hijos.

FOTOS: ISMAEL LLOPIS