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Música

Solid-State Transmissions

Joe Carducci habla sobre los días de gloria de SST.

Foto de Naomi Petersen

Durante la mayor parte de los ochenta, Joe Carducci fue cazatalentos, llevó la producción y fue co-propietario de SST Records, una discográfica que sacaba discos de grupos pequeños y poco conocidos como Black Flag, Minutemen, Hüsker Dü y The Descendents. Fundada en 1979 por Greg Ginn en Long Beach, California, la discográfica se trasladó a LA unos años después, cuando aterrizó Joe e hizo de aquella ciudad un sitio para la música mejor de lo que había sido jamás.

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VICE: ¿Te metiste en el punk cuando empezaste a vivir en Hollywood, o ya te gustaba antes?

Joe Carducci: Cuando llegué a Hollywood. Antes me había estado moviendo entre el hard rock y el prog rock, Eno y Neu!; lo del punk no era precisamente lo que yo estaba buscando en aquel momento, pero al mismo tiempo me faltaba hard rock del bueno. Los viejos clásicos se estaban muriendo o vendiéndose. En la radio se anunciaba el Leave Home de los Ramones, y en la KROQ sonaba mucho “Sheena is a Punk Rocker”. Eso fue lo que me enganchó.

La única vez que vi chicos vestidos de punks fue en un pase de media noche de La Naranja Mecánica en el Nuart. Nunca vi ninguno por la calle o en las tiendas de discos, aunque sí conocí a Wild Man Fischer en Platterpus Records, en el East Sunset Boulevard.

¿Tienes alguna teoría de por qué LA fue la capital del punk a finales de los setenta?

Creo que tampoco fue para tanto. El círculo glam de LA estaba desde 1974 muy enfocado a todo lo inglés, así que también empezó a contagiárseles el punk. Pero a Rodney Bingenheimer y Kim Fowley, que también pertenecían a ese círculo, también les interesaban las movidas de Nueva York y lo que se estaba haciendo en LA a la estela de lo inglés. The Runaways tuvieron más influencia en LA y Londres de lo que se recuerda. Se puede decir que Hollywood recoge lo que siembra, pero creo que si SST no se hubiese vuelto a trasladar a South Bay en primavera de 1982, me hubiese vuelto a Chicago sin entender la gran escala de esa ciudad ni la cantidad de trabajo que se produce ahí. Los del círculo de raritos de Los Angeles Free Music Society estaban metidos en un patrón Beefheart-Zappa, y sacando discos según sus propios términos. Por aquel entonces casi nadie conocía estos grupos, pero a los extranjeros les molestó que se hiciese una película (The Decline of Western Civilization) sobre la escena de LA, y empezaron a ofenderse por el éxito de grupos como los Dickies y Go-Gos. Pero lo que de verdad les molestaba era la ciudad en sí, el hecho de que el sur de California se hubiese podido volver tan punk rock.

Pero tú te fuiste de Hollywood pronto, antes de SST. ¿Qué era lo que no te gustaba?

Me deprimía la tristeza del día a día hollywoodiense y el constante sol. Debo ser la única persona a la que no le gusta ese clima. Un día, en Venice, vi manchas de sangre en la acera, y al día siguiente leí en el periódico que había habido un tiroteo. Entonces decidí mudarme a Portland. Allí fue donde me metí de verdad en el negocio discográfico y el punk rock. Llegué a Portland en septiembre de 1977.

¿Y volviste solo para ayudar con SST, o hubo otras razones?
Después de cuatro años en Portland y Berkeley estaba ansioso por volver a LA. Estaba claro que si ibas jugar al juego de la música, LA era donde tenías que estar. Había mejorado como escritor y ya sabía un poco mejor lo que quería hacer. Pensé durante un tiempo que, si volvía y trabajaba para un tío que conocía de Systematic Record Distribution, conseguiría separar el cine de la música. Eso nunca pasó. Sin embargo, me gustaba cómo estaban yendo las cosas con Black Flag y la escena de LA, y estaba contento de que Greg y Chuck Dukowski valorasen tanto lo que había estado haciendo en Systematic como para pedirme que me mudase para dirigir su oficina. Henry Rollins se acababa de unir al grupo, y esperaban poder hacer más giras y más largas. Me di cuenta de que LA, debido al modo práctico en que enfoca el negocio del arte, producía de una forma que ni el centro cultural más pretencioso del país era capaz de igualar.