San Fermín 2016: borrachos, machismo y olor a meado

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San Fermín 2016: borrachos, machismo y olor a meado

Uno llega a preguntarse cómo es posible que no haya varios muertos al día... ahogados, apuñalados, víctimas de sobredosis o de una mala caída desde un puente, balcón o escalera.

No importa cuántas veces hayas visto el chupinazo por televisión. No importa cuántos encierros, cuántas corridas y cuántos guiris borrachos hayan desfilado ante tus ojos por la pequeña pantalla, ni cuántas fotos hayas visto en las redes sociales. Caminar por las calles de Pamplona estos días de julio es simplemente distinto a cualquier otra cosa que hayas experimentado. Más crudo, más brutal. Más esperpéntico y salvaje que ninguna otra cosa que hayas visto, oído o imaginado jamás.

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Pamplona, que durante el resto del año es una tranquila y modélica ciudad de apenas 200.000 habitantes, multiplica por cinco su población durante esta semana de julio hasta llegar al millón de personas. Una semana de fiesta continua en la que uno llega a preguntarse cómo es posible que no haya varios muertos al día. Ahogados, apuñalados, víctimas de una sobredosis o de una mala caída desde un puente, un balcón o una escalera. O simplemente corneados por un animal que pesa una tonelada. Pero no, no los hay. Desde 1922, sólo 15 personas han perdido la vida en estas fiestas. Y creedme: cuando uno asiste en directo a una bacanal como ésta, ese número se torna ridículo, casi inverosímil.

Sólo 15 personas han perdido la vida en estas fiestas. Y cuando uno asiste en directo a una bacanal como ésta, ese número se torna ridículo, casi inverosímil

"Cuando llegan Sanfermines, huimos de aquí", me cuenta Mariví, madrileña de nacimiento aunque pamplonesa de adopción. Vive en la capital navarra desde hace 20 años, pero desde hace cinco o seis cada seis de julio coge la furgoneta y pone rumbo al sur. "No es que tengamos nada en contra de la fiesta, pero cuando tienes una cierta edad te apetece salir de la ciudad. Cada vez vienen más gañanes de fuera. Hay demasiada gente vomitando y meando en cada esquina".

Ese olor. Ese puto olor a pis es tan típico de Sanfermines como el pañuelo rojo. Especialmente a primeras horas de la mañana, cuando salen a relucir los restos del desparrame de la noche anterior. Y eso que los servicios de limpieza se afanan en limpiar con una eficiencia récord, esquivando a los borrachos que duermen en cada esquina y a los que dan relevo otros borrachos que, tras recuperar un poco de fuelle durmiendo un par de horas, vuelven a la carga a base de potes, zuritos y drogas de toda clase.

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Además del olor y los borrachos, este año planea por Sanfermines un visible rechazo a la violencia machista y los abusos que han marcado las últimas ediciones. También la de este año: cuando sólo habían pasado unas horas desde el inicio de la fiesta, se producía el primer caso. Y al poco tiempo ingresaban en prisión preventiva los primeros cinco detenidos, entre ellos un guardia civil, que habían abusado sexualmente de una joven madrileña de 19 años en una violación colectiva en un portal que grabaron con el teléfono móvil. Dos días después, otras tres personas eran detenidas por otras tantas agresiones sexuales, así como por tocamientos a una agente de la policía local que, de uniforme, atendía una incidencia en plena calle.

Esta situación ha derivado en manifestaciones feministas y en un rechazo institucional a la violencia sobre la mujer. El Ayuntamiento, en manos de Bildu desde el pasado año, ha hecho de esa lucha una bandera con una campaña divulgativa que lleva por lema 'Por unas fiestas libres de agresiones sexistas' y una mayor presencia policial. Pero a la hora de la verdad, terminar de extirpar ese cáncer parece tarea compleja.

"Lo que está sucediendo es brutal, pero no es nada es nuevo", señala Mayte, del colectivo feminista Farrukas. "Se habla de las denuncias, pero no de las muchísimas agresiones que no se llegan a denunciar. Vas a determinadas zonas y lo ves: desde grupos de hombres que rodean a una mujer y no la dejan salir hasta que no les da un beso a cada uno hasta el baboseo constante o los tocamientos. Es algo asqueroso".

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Desde hombres que rodean a una mujer y no la dejan salir hasta que no les da un beso, hasta el baboseo constante o los tocamientos. Es algo asqueroso

Para Mayte, la violencia machista no es algo propio de estas fiestas, sino de toda la sociedad, que encuentra en una "ciudad sin ley" como Pamplona estos días el escenario perfecto. "Esa es la imagen que muchos venden de Sanfermines: la de que te puedes poner hiperciego, la de que que la legitimada como sexo privilegiado masculino se amplia. Los toros y las tetas se utilizan como reclamo, y muchos tíos piensan que van a quedar impunes hagan lo que hagan".

"La teoría clásica dice que hay tres niveles de madurez", explica Rafael Conde, doctor en Sociología. "El niño, que hace las cosas o deja de hacerlas por miedo a que los adultos le regañen. El segundo, el 'no hago esto porque la ley me lo impide', y el tercero: no lo voy a hacer porque no está bien. La mayoría de la gente está en el nivel dos. Cuando hay una masa que ampara la impunidad, aparece el verdadero nivel de madurez del individuo. No es una situación extraña: es lo mismo que ocurre cuando en la carretera no hay radares y la gente corre. En el caso de las agresiones machistas, conviene no echarle toda la culpa a la sociedad y al patriarcado, porque se corre el riesgo de quitarle responsabilidad al agresor. No hay que olvidar que toma la decisión es el individuo. El responsable de la agresión es el agresor", señala Conde.

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Otro sociólogo, Marcos G. Piñeiro, señala la importancia del rito en una fiesta como esta. "Por definición, los ritos son momentos de inversión que buscan que el individuo salga de sí mismo, de su orden cotidiano, para convertirse en un miembro más de la comunidad. Incluso la vestimenta iguala y da un cierto aspecto carnavalesco". Piñeiro insiste, en cualquier caso, en que nada de ello justifica "cosas tan horribles como las agresiones sexuales, en las que también hay que tener en cuenta aspectos sociales y psicológicos". Pero en su opinión, "no cabe duda que que el rito juega un papel importante como activador. De ahí que aumenten este tipo de comportamientos".

Más allá de los problemas que genera una fiesta como los Sanfermines y su dimensión sociológica, existe una sola razón que justifica por sí sola su celebración año tras año: el dinero. Las fiestas generan un impacto económico que sólo es comparable a la pasta que mueve en Pamplona el otro gran símbolo de la ciudad: el Opus Dei. Según el informe El valor económico de la feria de San Fermín en Pamplona, la fiesta tiene un efecto económico de 45 millones de euros. Los hoteles se llenan a rebosar y los bares hacen su particular agosto. No sólo ellos: también los manteros, que venden cualquier souvenir en cada esquina, o los inmigrantes rumanos, que se aprestan a recoger los restos que van dejando los turistas y locales a su paso.

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"Llevo unos 15 años trabajando en bares y restaurantes durante los Sanfermines", cuenta Montse. Realiza jornadas de 12 horas detrás de una barra, desde la que ha visto prácticamente de todo. "Los peores son los franceses, que son los más faltones y se creen con derecho a cualquier cosa. Y después de ellos, los italianos. Ambos son los peores bebedores del mundo". Un comportamiento que pocos o ninguno se atrevería a realizar en sus países de origen. "Ese es el ejemplo de que no es que en otros lugares del mundo sean más civilizados que aquí, sino que los sistemas de vigilancia o el castigo al incivismo es mayor que en una fiesta como los Sanfermines, donde parece que vale todo", apunta Conde.