Pasaporte al infierno

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Viajes

Pasaporte al infierno

José Manuel Schmill pinta momias, mujeres desnudas e ilustra discos de rock.

Llego al edificio en donde vive José Manuel Schmill, subo las escaleras y me encuentro con la puerta de su departamento abierta. El hombre, que se niega a que le tome fotos porque ya se considera “un viejito pendejo”, está bien vestido, demasiado bien para tratarse de un sábado por la tarde en que cualquier otra persona estaría acostada en ropa interior viendo algún horrible programa de televisión. Se resiste a revelar su edad, pero su fecha de nacimiento se encuentra fácilmente en internet: 21 de abril de 1934. Tauro.

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Antes de mostrarme sus pinturas saca un libro del estante, lo abre en una página que de seguro tiene ya bien ubicada, me lo muestra y me pregunta: “¿A poco no me parezco?”

Se trata de una fotografía de Marlon Brando en los años de El Padrino. Sí se parece, pero Schmill tiene menos cabello. A veces, me cuenta, usa un peluquín.

No voy solo. Mi acompañante es una chica a quien el pintor, en todo momento, insiste en tomarle fotografías desnuda para hacerle un retrato. La chica se niega. Le pregunto si se acuesta o solía acostarse con sus modelos: “¿Tú qué crees?”, me responde.

Le pregunto, entonces, para comenzar a platicar en serio, por su opinión acerca del actual panorama artístico nacional. Una pregunta quizá demasiado solemne para comenzar la conversación, pero fue la primera que se me ocurrió.

"Vivo entre burros, entre ignorantes”, es parte de su respuesta.

Resulta claro que la mayor parte de sus colegas de oficio no le producen la más mínima simpatía.

En general, los considera artistas mediocres.

Le pido que mencione algunos nombres, pero se niega a hacerlo.

"¿Para qué?, luego me están atacando y me empiezan a molestar hasta por teléfono. Ésta es una época en que la mediocridad está enamorada de su propia imagen. Siempre están alabando a todos los que pintan cosas patrioteras o mexicanistas. No aceptan una exposición de una buena obra, pero si fueran los Tigres del Norte claro que sí, todo eso es muy aceptado; pero lo bueno, el gran arte, ni lo conocen, no conocen a los magníficos compositores modernos que hay, como Howard Hanson, Samuel Barber, Gustav Holst y Dimitri Shostakóvich. Nadie los conoce", dice.

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Sin embargo, las obras de horror de Schmill, que apenas el año pasado compartieron pared con las de H. R. Giger, Sibylle Rupert, Viktor Koen, Jason D’Aquino y Paul Rumsey, entre otros, en Zurich, Suiza, no ilustran portadas de discos de Howard Hanson o Samuel Barber o Gustav Holst o Dimitri Shostakóvich. No. Las pinturas de José Manuel Schmill, que él mismo define como de libre imaginación (aunque, dice, la gente insiste en llamarlas sus monstruos) aparecen en las carátulas de LP’s, cassettes y CD’s de dos de las bandas de metal mexicano más reconocidas de los setenta, ochenta y noventa: Luzbel y Decibel.

Todo comenzó cuando Schmill conoció al bajista de Decibel, Walter Schmidt, y éste le pidió ir a su casa para conocer su estudio y, de paso, tomar algunas fotografías.

“Iban a mi casa a retratarse conmigo todos los mechudos esos, todos, el de la batería, el de la guitarra, y yo a un lado de ellos como un príncipe”, cuenta.

Fue así que varias de sus imágenes de momias y rostros desfigurados, como barridos por la vejez o por las píldoras de Hoffman, dieron la cara por álbumes como Fortuna Virilis, Fiat Lux, Mensaje desde Fomalhault y Contranatura.

Poco tiempo pasó y también los integrantes de otra banda que pegaba duro por esos momentos, Luzbel, se acercaron a él.

Para ellos ilustró tres discos: Pasaporte al infierno, Luzbel y El Comienzo.

Cuando le pregunto a Schmill por su opinión sobre la música de estas dos agrupaciones, dice: “Me parecen horribles. Los escuché una vez y dije: no vuelvo a oír esto en mi vida”.

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Nos cagamos de risa y, de hecho, en una visita posterior a su casa, pude confirmar su declaración: todos los discos que conserva como registro de su trabajo siguen envueltos en plástico.

La única vez que escuchó a Luzbel, por ejemplo, fue en un concierto que dieron en la Sala Chopin con pinturas suyas como parte del escenario. Le pregunto si no mantiene su relación con ellos (“No, ya se esparcieron y se hicieron viejos igual que yo”) y si, además de Howard Hanson, Samuel Barber, Gustav Holst y Dimitri Shostakóvich, escucha algo de rock (“Sí, me gustan mucho los Doors y Strawberry Alarm Clock”).

La mención de los Doors hace que se me ocurra una pregunta: ¿Qué opina de la figura mítica de los rockstars suicidas?

“Me encanta que la gente se mate. Me gusta mucho. Me caen mal por drogadictos y por brutos. Que se droguen y que se envenenen y que se maten como Elvis Presley y esos. Qué bueno que se murieron. Me divierte mucho que las gentes que son los grandes triunfadores se suiciden. Ya se mató Witney Houston, qué bueno. Qué cosa tan interesante”.

Y usted, ¿nunca ha pensado en suicidarse?

"Jamás, no estoy loco. Mira (me muestra su mano), me corté y ya tengo un curita aquí para que no se me vaya a infectar. ¿Cómo crees que me voy a suicidar, a dar en la madre yo solo?"

Y es que, en otra parte de la conversación, queda muy claro que Schmill le tiene pánico a morirse.

“El tener que morir es una porquería. Me molesta, y también me molestan la mutilación y la enfermedad. La naturaleza es una linterna mágica, a distancia todo lo puedes ver muy bonito pero representar un papel es muy trágico. La naturaleza es una mierda”, asegura.

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El artista, cuyas obras de libre imaginación recuerdan a los zombies de las películas setenteras de Lucio Fulci (The Beyond, The House By The Cemetery, etc) e incluso a la scream queen de éste, Catherine MacColl, reconoce que pinta lo que teme y que no cree en la inspiración: “Yo no tengo nada que expresar, ni dolor ni alegría ni amor ni nada”.

José Manuel Schmill es un hombre que vive solo, en la misma casa (que compró con la beca Guggenheim, asegura), desde hace más de 20 años.

Separado de dos esposas, dice que todos sus amigos están muertos y que, los que no, parecen estarlo: “Ya no pueden ni caminar bien, tienen tuberculosis o fuman mucho. Se están muriendo todos”.

La sala de su departamento es un recinto abarrotado de objetos extraños: manos de plástico cercenadas, muñecas antiguas, enormes moscas metálicas, cabezas de maniquíes con la mirada perdida, libros con las pastas destrozadas, montones de VHS’s, pequeños ataúdes, insectos y culebras disecadas, tarántulas y murciélagos en frascos con alcohol… Todo allí parece seleccionado cuidadosamente para dar la impresión de que a esa casa se entra, pero no se sale. Sobre los caballetes del estudio lo mismo hay imágenes de rostros momificados que de mujeres desnudas (“las nalgas son más interesantes”). Ha reinterpretado la imagen de Beethoven, Dorian Grey, Monica Belucci e incluso la de algunos políticos y literatos (entre los que se cuentan Juan José Arreola) que se lo han solicitado.

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A pesar de esto, Schmill se muestra sumamente inconforme. Considera que su obra nunca ha tenido el reconocimiento que merece (“Jamás he tenido el menor estímulo, jamás un premio”) y reclama el hecho de que, en cierto concurso, se otorgó el primer lugar a una de sus colegas nada más por tener buen cuerpo.

Así pues, este año se editará un libro con su obra como parte de las actividades del Festival de Cine Fantástico y de Terror Mórbido, que celebrará el próximo noviembre su quinta edición. En él se incluirán más de 100 imágenes del pintor, entre retratos, paisajes y obras de libre imaginación.

Ya hablando de cine le pregunto, por cuestiones sentimentales, por sus películas favoritas. “Son las de terror, las de Drácula, Frankenstein, las de la Hammer, con Christopher Lee y Peter Cushing; todas esas me encantan, y también las de los grandes temas”.

“… las de los grandes temas”, repito en mi cabeza, y me pregunto si Buñuel, Bergman o Fellini le pedirían a Schmill que ilustrara las portadas de sus películas, películas de grandes temas, y entonces recuerdo los títulos de algunos videocassettes que reposaban sobre su librero: El joven Frankenstein, Depredador, El fantasma de la ópera, El hombre lobo, Lust for a vampire y Los tres chiflados.

Cuando es hora de irnos y mi acompañante y yo atravesamos la penumbra de los pasillos que separan su departamento de la calle, pienso en la fama, en su búsqueda incesante y en los requisitos para obtener un pasaporte personal para el infierno.

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