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fashion issue 2014

En defensa de las mujeres peludas

Por un estándar de belleza más justo.

Mi amigo Kevin, quien se tituló en filosofía en Berkeley y ahora es abogado en derecho civil, y apoya todo tipo de buenas causas (igualdad económica, control de armas, matrimonio homosexual, bienestar de los territorios palestinos, producción de café orgánico…), me reprochó el otro día por organizarle una cita a ciegas con una mujer que tiene pistas de bigote. OK, más que pistas. ¿Has visto alguna vez una foto de Frida Kahlo y has tenido un impulso lujurioso, como yo lo he tenido, hacia sus fabulosamente gruesas cejas, esos arcos oscuros que ondean sobre sus ojos como las alas extendidas de un cuervo? Si ves con cuidado esa foto, verás dos delgadas franjas de hermoso vello oscuro que parecen haber sido dibujadas con lápiz en un ángulo de 45 grados sobre cada lado de su labio superior. La mujer con la que organicé la cita para Kevin, una hermosa y feroz poeta y traductora llamada Jill, que se graduó con honores en literatura comparada en una universidad que rechazó a Kevin, y con quien yo había salido años atrás, tiene esas mismas cejas y ese mismo vello oscuro, pero en ambos casos un poco más oscuro y más grueso.

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También tiene vello en las axilas, grueso y denso y húmedo, que Kevin no descubrió porque nunca lograron pasar de un trago rápido en algún bar. Ella también tenía vello desde su tobillo hasta la parte alta de sus muslos (Kevin pudo ver esto cuando ella cruzó la pierna) y un camino de vello desde su ombligo hasta su vagina descuidada; falta mencionar el vello en el antebrazo y el vello parado y cabellos saliendo alrededor de sus areolas y un poco de deliciosa pelusa donde su raya de las nalgas se encontraba con la parte inferior de la espalda. En otras palabras, Jill, al igual que Keven es —eh— un mamífero con cabello. Dos chicas de piel suave en el Sundance Film Festival le preguntaron a Gaby Hoffmann sobre la vagina falsa súper peluda que usó para la película Crystal Fairy, ella respondió: “No, así soy yo. Soy humano. Tengo vello”. Exacto.

Volviendo al enojo de Kevin. Hace semanas cuando él me dijo que estaba “solo” y “listo para sentar cabeza” y que quería saber si yo conocía alguien “bien” para él, parecía tener algunos requisitos: “Tú sabes lo que estoy buscando, güey. Brillante, no obesa, que sepa cómo afinar una guitarra. Y que nunca haya ido a Ibiza”.

“No hay bronca”, le dije, e inmediatamente pensé de Jill. Ágil, con los pies en la tierra, habla seis idiomas, no usa maquillaje; una versión joven de Patti Smith. Entre más le contaba a él de ella, diciéndole qué guapa se veía en el vestido Marimekko de su mamá, sin bra, y esas plataformas vintage de Candie, más triste que me sentía yo por ya no estar con ella.

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Su cita duró 45 minutos. Kevin le dijo que “se estaba recuperando de una intoxicación” y tenía que llegar a casa temprano. La siguiente mañana, me gritó. ¡¿Qué estabas pensando?!” me dijo enojado. “¿Por qué me ocultaste deliberadamente el detalle más relevante de su apariencia?” Es verdad que le oculté eso. Cuando Kevin no podía encontrar una foto de ella en línea —ya que ella no está en ninguna red social ni en cualquier lugar del internet— y me pidió que le mandara una, le mentí y le dije que no tenía. La única foto que tenía de ella mostraba su muy notorio bigote, y yo sabía que eso sería lo que rompería el encanto. La mayoría de los chicos a quienes les había mostrado esta foto a través de los año me decían: “No puedo creerlo”. Kevin, temí, no tendía una reacción muy diferente a ésa. Así que mentí y dije que no tenía una foto. Mi esperanza era que Kevin, la persona más progresista que conozco, se diera cuenta, al conocer a Jill, que su bigote, en comparación con su belleza en general y lo fabulosa que es, resulta insignificante. Mi otra gran esperanza era que a él, como pasó en mi caso, le gustara eventualmente.

“¿Era ése el detalle más relevante de su apariencia?” le respondí. “Yo pensaría que su gran cuerpo, o su gran estilo, o sus grandes y luminosos ojos azul pálido, o incluso la manera adorable en que parpadea y baja la cabeza a su pecho cuando ríe, que quizá nunca viste, ya que su bigote te hizo perder tu sentido del humor y te silenció, todos esos eran grandes candidatos para ser el detalle más relevante de su apariencia. Y también sucede que le omití a ella el detalle más importante de tu apariencia, especialmente tus visibles pelos de la nariz, y de las orejas, y los parches de cabello esporádicos en tu espalda”.

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Kevin se sonrojó. Defendí a Jill de manera muy mezquina, y me arrepiento de eso. Por unos momentos, ambos estábamos muy avergonzados para hablar, nos quedamos viendo el uno al otro en silencio, e intenté con un gran esfuerzo no ver su nariz ni sus orejas. “No estás siendo justo conmigo”, dijo finalmente. “Si es que hay límites a mi mente abierta, perdón. Pero yo nunca dije que soy un santo. Si alguien aquí fue insensible, fuiste tú. Me mandas a una cita a ciegas y esperas, espontáneamente, sin ponerme sobre aviso de lo que iba a enfrentar, para que mágicamente pueda derribar ideales de feminidad que han estado establecidos desde, no sé, ¿décadas? Igual y más. Las estatuas de mujeres en la Antigua Grecia no tenían vello púbico, ¿lo sabes?”

“¿Y las estatuas de los hombres en la Antigua Grecia tenían tanto vello?” Un poco de vello púbico a lo mucho, y de vez en cuando una barba, pero fuera de eso siempre estaban más pulidos que el mármol. La idea de ser lampiño, juzgando a las estatuas, por lo visto es independiente del género. Pero olvídate de la Antigua Grecia. Hay que prestar atención a donde vivimos. ¿Sabías que las mujeres en Estados Unidos no se rasuraban las axilas hasta alrededor de 1915? ¿Y sabes por qué? Porque se los dijo un anuncio en Harper’s Bazaar que mostraba a una mujer en un vestido sin mangas con un brazo alzado. Luego cuando los vestidos se hicieron cortos, también se les hizo ver que el vello en sus piernas era un problema. Estos ‘ideales de la feminidad’ a los que te refieres, por lo menos en Estados Unidos, son más nuevos de lo que te imaginas”.

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Kevin, ahora a la defensiva, se puso en contra. “Si yo te hubiera puesto con una mujer que tuviera una barba”, dijo, “¿qué harías? Hay que suponer que ella es brillante, una gran figura, tiene gran estilo, habla seis idiomas, mención honorífica, y se ve muy bien con el vestido Marimekko de su mamá, pero sucede que, desafortunadamente, tiene una capa obviamente visible de pelusa oscura en sus mejillas. No es común, pero sucede. Inusualmente las mujeres velludas tienen poca barba. ¿Podías evitar ver eso y enfocarte es sus atributos positivos? Y vayamos un poco más lejos. ¿Qué tal si esta mujer, en lugar de tener una barba, tuviera, como tú, entradas? No es común, pero sucede. A veces las mujeres también tienen pérdida de cabello. ¿Olvidarías la percepción estética y saldrías con una mujer pelona? O, como yo, ¿la pondrías en un nivel diferente al tuyo?”

Me había acorralado y ambos los sabíamos. Vivir en una sociedad es estar condicionado a sus ideales. Es inevitable. Algunos los enfrentamos mejor que otros, nos resistimos a eso y tomamos nuestras propias decisiones. ¿Pero quién de nosotros es perfecto? ¿Quién era yo —que definitivamente tendría problemas para superar la barba o entradas de una mujer en una cita a ciegas— como para juzgar a Kevin por tener objeciones al bigote de Jill?

En espíritu de conciliación, Kevin se preguntó si a caso estábamos siendo muy crueles con nosotros mismos, y que después de todo no éramos hipócritas. “Poner a la mujer en un estándar de belleza diferente del cual nosotros nos ponemos es arbitrario si las mujeres y los hombres son iguales”, me dijo. “Pero no lo son. Los hombres, por lo general, son más velludos que las mujeres, y tienen vello en lugares del cuerpo donde, por lo general, las mujeres no. ¿Qué no el ideal de belleza femenina —por decir, ser lampiña— es por lógica una extensión estética del objetivo de la distinción biológica?

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Claro es un derivado, estoy de acuerdo, pero no sé qué tan lógico sea. Sólo porque las mujeres tienen menos vello en el cuerpo que los hombres, y en menos lugares, ¿hace menos arbitrario el hecho de presionarlas para deshacerse de todo el vello o la mayoría?

Hay que imaginar, le dije a Kevin en un esfuerzo por tratar de pensar de manera más objetiva acerca de esta pregunta, que hipotéticamente antes de las condiciones sociales sin inhibiciones acerca del vello, hace 10,000 años ACHBEVAGMSISIETC (i.e. antes de Cosmo y Harper’s Bazar y Esquire y Vogue y Allure y Glamour y Maxim, el “Swimmsuit Issue” de Sports Illustrated y cualquier otra revista que le dice a mujeres y hombres que el vello corporal de la mujer es asqueroso). En esta asombrosa percepción antigua que veía al vello corporal como una atributo, los rastrillos y lásers y pinzas y máquinas de afeitar y cera caliente y electrólisis aún no existían, y así hombres y mujeres, todos, tenían vello en diferentes partes del cuerpo. En piernas y nalgas, dedos del pie y axilas, pezones y ombligo, vello público y bigotes, las mujeres y los hombres lo tienen todo. Los hombres por lo general tienen más vello que las mujeres, claro, y en muchas otras partes, pero las mujeres también son velludas. El deseo sexual, en este estado de vello, nunca es opacado por el vello corporal a plena vista. Los hombres cavernícolas con vello corporal también tenían la mayor cantidad posible de sexo con las mujeres cavernícolas con vello, y les encantaba. En este estado de vello corporal nunca se escuchó a un cavernícola velludo decirle a sus compas, después de tener sexo con una cavernícola velluda: “Güey, era asqueroso. ¡Tenía pelos en las nalgas! ¡Y un bigote! Carnal, no podía superarlo. Me mató mi erección”.

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Ahora, le dije a Kevin, imagínate que vamos a construir una nueva sociedad desde cero, diferente de la que tenemos ahora, una sociedad en la que hombres y mujeres serán tratados diferentes sólo si hay un fundamento justo y racional para hacerlo. Y para asegurarnos que abordamos esta tarea imparcialmente, y que no solamente reconstruimos una sociedad que nos hace la vida más ventajosa para nosotros posible, imaginemos que no tenemos idea de cuál va ser nuestro género en esta nueva sociedad. Mujer u hombre, no tenemos idea. No está en nuestro poder elegir. Y ya que es completamente posible que seamos mujeres, tenemos que tener mucho cuidado, porque cualquier costumbre social que ponga a las mujeres en desventaja nos podría lastimar potencialmente. Con todo esto en mente, considera los siguientes cinco enfoques que podríamos tener hacia el problema del vello corporal: 1) Hombres y mujeres deberían dejar en paz su vello corporal; tal vez unos leves cortes alrededor de la nariz y orejas pero de otra forma nada. 2) Tanto hombres como mujeres que inviertan mucho tiempo y dinero, o que eventualmente tengan una afección particular (comezón, vellos enterrados, que no les crezca mucho la barba, etcétera), se deberían quitar obsesivamente todo el vello corporal. 3) Sólo los hombres deberán quitarse todo el vello corporal de forma obsesiva y las mujeres pueden hacer lo que quieran. 4) Sólo las mujeres deberán quitarse todo el vello corporal de forma obsesiva, y los hombres pueden hacer lo que quieran. 5) Tanto hombres como mujeres pueden elegir libremente lo quieran, si rasurarse o no rasurase, o rasurarse de vez en cuando, sin necesidad de comerciales ni revistas de moda que presionen a las mueres para convertirse en mutantes lampiñas, y sin que ellas se sientan apenadas, como muchas amigas cuando han estado muy ocupadas para rasurarse y que la gente observa sus piernas peludas en el metro.

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¿Con qué fundamentos, ya sean morales, estéticos, higiénicos, biológicos o de cualquier otro tipo, una persona racional, interesada en sí misma, que tuviera una oportunidad igual de ser una mujer velluda en nuestro hipotético mundo, escogería la cuarta opción?

Con ningún fundamento, por supuesto. El hecho de que las mujeres serán presionadas para no tener vello, y los hombres puedan hacer lo que quieran y a nadie le importe, es indefendible tanto moral como lógicamente. Es un punto obvio, irrefutable, y el silencio de Kevin lo confirmó. Después él sonrió. Y sus ojos se redujeron. Le quedaba un poco de lucha. Aún no había terminado.

“Yo entiendo, lógicamente, que mantener en un estándar de belleza más estricto para las mujeres es injusto, arbitrario y sin bases morales”, dijo. “¡Somos unos hipócritas! Pero, regresando con Jill, esto no cambia lo que me excita. Cuando veo a una mujer con bigote, o vello en las piernas o en los pezones, no se me para. Así de simple. Soy un producto del acondicionamiento social, y no lo puedo evitar. El deseo no puede ser fabricado. No puedo tener una erección a mi voluntad. Ninguna cantidad de argumentos morales, ni de hacer una sociedad desde cero, cambiaría eso para mí. Y aunque admiro tu indiferencia ante los estándares convencionales de belleza femenina, y estoy tentado a encontrarlos heroicos, también los encuentro, francamente, sospechosos. Simplemente no eres tolerante con el vello femenino. Estás obsesionado con él. ¿Por cuántos años, me pregunto, has tratado de emparejar a Jill con alguno de tus amigos? Es la mujer más velluda que has conocido, me imagino, y te terminó encantando. Y desde que ella te dejó has intentado revivir la experiencia indirectamente a través de tus amigos. Pero la emoción sexual que aparentemente obtienes al hablar de ello, al verlo y tocarlo sobredimensiona cualquier posible estímulo sexual que pueda dar. El vello corporal femenino, sospecho, se ha vuelto un fetiche para ti. Tiene un extraño poder simbólico sobre ti. Por alguna razón (¿no puedes superar a Jill?) se ha apoderado de tu subconsciente. O tal vez no es sobre Jill. Tal vez eres gay y no lo sabes, y el vello corporal femenino es una representación temporal en lo que se resuelve tu sexualidad. De todas formas, no lo puedes resistir. Y no hay nada heroico sobre rendirse ante algo que no se puede controlar. Tú, no menos que yo, eres víctima de tu deseo. Y ninguno de los dos es moralmente admirable. Querer que las mujeres sean velludas no es diferente a querer que no lo sean. En ambos casos un hombre quiere que una mujer sea algo que no necesariamente ella quiera ser. La razón por la que crees que las mujeres no eligen libremente no tener vello, y simplemente se les ha lavado el cerebro por medio de publicidad para creer que no tener vello es lo que ellas realmente quieren, es que tú crees que no tener cabello no es sexy. Y solamente casi cualquier hombre en Estados Unidos está en desacuerdo contigo”.

¿Realmente soy el único que piensa que el vello femenino se ve bien y se siente bien y huele bien y sabe bien? Hay pocas sensaciones más placenteras que sentir mi verga sobre el vello en la pierna de una mujer. La verga está hecha para ser acariciada. Y eso es exactamente lo que el vello de las piernas hace. Debe haber millones de hombres como yo, pero no sabemos de ellos porque están muy apenados de decirlo. Tienen miedo de que los llamen fetichistas y raros. En su defensa, y la mía, yo afirmo que el vello corporal femenino no es desagradable ni sexualmente irrelevante. No es algo que se deba ignorar casualmente en el camino a otras fuentes de placer más obvias. Es en cambio un órgano sexual por sí mismo, para ser olido y lamido y acariciado, jalado, acomodado y hecho trenzas, peinado, masticado y probado. El feliz rastro grueso de una mujer es solamente desagradable o irrelevante si no entiendes cómo la excitación de la espera, para hombres y mujeres, incrementa por la delicada lucha de la punta de la lengua por un camino arbolado. Largos vellos corriendo alrededor de las areolas de una mujer son sólo desagradables o irrelevantes si no entiendes que los vellos son, en cierta manera, extensiones del pezón y la areola, y que el sentimiento de los vellos en tu boca hacen que el pezón parezca más grande y completo y gordo. Un mechón de pelo en la espalda inferior de una mujer, poco arriba de las nalgas, sólo es desagradable o irrelevante si no te la has cogido.

Y con el pelo, por supuesto, viene el sudor y con el sudor viene un olor fuerte, y ¿qué sugiere el vello con olor fuerte? La vagina. Una mujer con un cuerpo velludo tiene esencialmente cuatro vaginas: dos axilas, el ano y la vagina misma. ¿Cómo puede esto ser un problema para un hombre que se dice heterosexual, y que, sospechosamente, dice que yo podría ser gay sin saberlo? Ponte en mi lugar, Kevin, en el siguiente escenario: Una mujer fenomenalmente velluda está encima de ti, cogiéndote vigorosamente. Una de sus axilas, oscura y densa y húmeda, presiona tu nariz. Una de tus manos está enterrada en la otra velluda axila, masajeando el húmedo y sudoroso pelo, mientras tu otra mano está dedeando su ano y ocasionalmente llevas la punta de tu dedo a tu nariz para darle una profunda olfateada. Es en este punto, cuando tu mente se libera de tu cuerpo, ¿no? Ya no estás presente en este planeta. Estás flotando en un éter de esplendor vaginal. Un cálido y vaporoso baño de sudor y pelo y olor. No sé de qué otra forma ponerlo. No puedo dar un mejor ejemplo. Si no te he convencido, no tienes esperanza.

Nota: Para proteger las verdaderas identidades de “Jill” y “Kevin”, cuyos nombres han sido cambiados, algunos detalles de identidad fueron alterados. Algunos diálogos fueron editados también para hacerlos más coherentes. La cantidad de vello de Jill, vale la pena enfatizar, no fue inventada.