Kobane: Bocetos de una ciudad siria bajo asedio

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Kobane: Bocetos de una ciudad siria bajo asedio

Dentro de la ciudad de Kobane, que ha resistido algunos de los peores enfrentamientos en la guerra de Siria.

Fotografías de Giacomo Maria Sini.

Este ensayo es una adaptación de To Dare Imagining: Rojava Revolution, editado por Dilar Dirik et al, Autonomedia, en Brooklyn, enero de 2016. Estas fotografías pertenecen a la serie de Giacomo Maria Sini "On the Route to Kobani" ("En la ruta hacia Kobane", en español) y fueron tomadas entre febrero y septiembre de 2015.

1.

En Kobane, los muertos del campo de batalla son llevados a la Casa de los Mártires, donde lavan sus cuerpos y cosen sus heridas. Luego llega la familia, y se entierra al cadáver.

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El edificio consiste en una habitación de techo alto del tamaño de un pequeño campo de futbol, sin nada más que una mesa de madera en el centro para recibir los cuerpos.

En medio de este inmenso vacío se encuentra una mesa de madera sencilla que soporta el peso de todos aquellos que vinieron antes y los que están por llegar.

Existe una pensión de 200 dólares (3,786 pesos) para las familias de los muertos, que se reparte cada mes, para siempre. Los familiares y personas interesadas forman grupos de apoyo que se reúnen todas las semanas. Además, dos mujeres y dos hombres de la casa visitan los hogares de los muertos una vez por semana para investigar si existen problemas y tratar de solucionarlos.

El asedio de 120 días a la ciudad, a manos del Estado Islámico, y que terminó con su retirada a finales de febrero de 2015, ha sido comparado con el asedio de Madrid de 1936 por los fascistas, durante la Guerra Civil española, debido a la desproporción de las fuerzas —comparable a la historia de David contra Goliat— y a los alarmantes principios involucrados. Kobane, pegada a la frontera con Turquía, supuestamente se ha convertido desde 2011 en un enclave feminista, antipatriarcal, y algunos dirían anarquista, junto con otros dos cantones de la Siria kurda. Los locales llaman a esta zona Rojava, que significa "oeste" o "donde se pone el sol". Este es un desarrollo sorprendente en Medio Oriente, y es increíble que no sea tan conocido en Occidente.

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Después del asedio, se sugirió que tres zonas fuertemente bombardeadas de la ciudad debían conservarse tal y como estaban, y que ciertos barrios debían renombrarse en honor a los mártires. La elección de los edificios y las zonas obedecería a los actos heroicos durante el combate, no a la estética.

Terribles y sublimes, las ruinas son monumentales de verdad. Sin embargo, ¿acaso es extraño negar la mano del artista en favor de la mano de la historia?

Pero ahora los dueños de esos lugares quieren restaurar sus propiedades.

Luego están los perros: antimonumentos que te hielan la sangre.

Nos contaron que estos perros, curtidos por la guerra, salían de la nada, y se comían los cadáveres. Engordaron. Se volvieron locos, y los mataron. Se tornaron salvajes.

La gente repetía esta historia y a veces parecía ser la única. Como si hubiera sido pensada para condensar lo ocurrido durante el asedio, pero, de hecho, se resiste a la interpretación. Te quedabas perplejo, sumido en la conmiseración. Era abrumador. Los perros. El mejor amigo del hombre.

Los habitantes contaron otra historia sobre un monstruo. Desesperados al enfrentarse a los tanques y vehículos armados de ISIS, los combatientes de Kobane transformaron sus retroexcavadoras en vehículos de ataque al recubrirlos con casi dos centímetros de acero. Trajes de Mad Max. En sus teléfonos celulares, escucharon incrédulos las voces de ISIS (según cuenta la historia): "¡Algo se acerca!"

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Los locales dijeron que aún podían olfatear el olor de los cuerpos de los soldados de ISIS que llegaba desde las ruinas durante la noche. Sin embargo, nunca lo noté, y después me pregunté, al releer mis notas, si esto expresa la convergencia de la historia política con la historia natural que Walter Benjamin escribe en su ensayo El origen del drama trágico alemán, una convergencia que se vuelve sobrenatural junto con la muerte que atraviesa el paisaje petrificado y carente de tiempo.

2.

Para llegar a Kobane, esperé en la frontera para recibir la autorización de Turquía. Era mayo de 2015. A pesar de que el gobierno turco supuestamente permitió el paso a los combatientes de ISIS, la frontera permanece cerrada. Las minas terrestres salpican la tierra de nadie, y se dice que los contrabandistas llevan a sus burros con antelación para probar la ruta. Como extranjero, podía pasar legalmente a Siria, pero sin el permiso del gobernador de Suruc (una ciudad fronteriza mayoritariamente kurda) designado por Ankara, me negarían el reingreso.

En el Centro Cultural Suruc, un fumador empedernido, en alerta constante y experto en el contrabando, expuso los riesgos de cruzar ilegalmente. Hay una probabilidad entre 1,000 de que te arresten o te disparen en el camino de regreso a Turquía, explicó. Pero luego hizo una llamada telefónica y revisó su estimación. "¡No! Es una en 100". (Dos meses más tarde, un atacante suicida de ISIS arremetió contra este centro cultural y los voluntarios en su interior, que estaban de camino a Kobane).

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Mientras esperaba el turno para entrevistarme con el gobernador, manejamos hasta la frontera y observamos el lugar. Cientos de refugiados kurdos sirios habían observado el asedio desde aquí. Dos vagones de tren antiguos podían verse a la distancia en el lado sirio, recordatorios de la vía férrea otomana construida por los alemanes en el siglo 20 para conectar Bagdad con Berlín (¡imagínense!). Un tanque vistoso hacía guardia junto con una enorme bandera turca que eclipsaba a un pastor y sus cabras negras, mientras que la cosecha invernal del trigo continuaba en el lado turco de la frontera a un ritmo pausado, ajeno a la guerra.

Después de dos días, el gobernador nos clasificó como "trabajadores de los derechos humanos", y nos dio permiso para cruzar. Era necesario el "sello" de la policía. Dormité en un banco de la comisaría, esperando que alguien se acercara. Un hombre vino con un trozo de papel del tamaño de un dedo y me pidió que escribiera el nombre de mi padre. Se fue. Cabeceé otro poco. Transcurrieron las horas. Regresó con otro pequeño trozo de papel y me pidió el nombre de mi madre. Dormité de nuevo. De pronto estaba hecho; mis datos supuestamente habían sido ingresados en los teléfonos celulares del oficialismo.

3.

La mitad oriental de Kobane es una ruina gigantesca cubierta por el calor y el silencio. Gracias a ISIS y al constante bombardeo de Estados Unidos que cambió el rumbo de la guerra, los edificios y los ladrillos de concreto eran sepulcrales. Te atraían con su sufrimiento silencioso y sus historias sin contar. Al descubrir que provenía de Occidente, un anciano me dio las gracias con lágrimas en sus ojos.

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Otro hombre llevaba una cubeta de cemento para arreglar una barda que rodeaba los restos de su casa; un hombre paciente que trabajó en Turquía unos meses y con el dinero compró el cemento. Reconstrucción. A paso de tortuga, ladrillo a ladrillo, con el color anaranjado y brillante de los granados en plena floración. Dijo que no usaría los ladrillos dispersos en torno a las ruinas, ya que pertenecían a otros. A cuarenta y ocho kilómetros de distancia, ISIS estaba en combate. Tal vez más cerca. Eran rumores. Cincuenta mil olivos quemados por ISIS esa semana. Combatientes kurdos asesinados ayer. Las minas son un problema enorme. ¿Agua? Una vieja bomba para sacar el agua de un pozo, impulsada por gasolina (que entró de contrabando desde Turquía, con un gran margen de ganancia). Un joven muestra sus dos mesas de billar; el fieltro verde saturado en el polvo de la destrucción. ISIS se había llevado las bolas.

Dependiente de los traductores, y atrapado en el ajetreo y la complejidad de las guerras en curso, realicé anotaciones de manera furiosa en mi cuaderno, abrumado por lo extraño que resultaba todo: lo abierta que era la gente, su extravagante generosidad, y el esplendor de su causa, la primera surgida en Medio Oriente, si no es que en la historia del mundo.

Cuando nos reunimos con los guerrilleros, vi que las insignias que llevaban los hombres en la parte superior del brazo izquierdo de sus uniformes camuflados eran unas estrellas en un fondo amarillo; las de las mujeres, sin embargo, eran verdes "por el medio ambiente", me comentó una de las combatientes. Dijeron que estaban luchando por el feminismo, por la pluralidad étnica y por la tierra. Alrededor de la cintura, tanto de las mujeres como de los hombres, a menudo hay una pretina tradicional kurda de veinte centímetros de ancho, estampada, la cual ciñe el cuerpo. Pero encima de ésta hay otra más angosta, en la cual llevan granadas, cada una con su gran anillo de acero que, supongo, es el seguro que se retira para activarlas. Una mujer serena de unos 30 años con lentes sin montura nos dijo cómo se quitan la vida cuando la muerte a manos de ISIS es algo seguro.

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¿Cómo?

Con su dedo, tomó una granada de su cinturón.

Me fijé en varias de las "técnicas del cuerpo": la delgadez de los hombres; cómo dormíamos, hombres y mujeres por separado; quitarse los zapatos al entrar a una casa; el inodoro a ras de suelo con forma de ojo de cerradura sobre el cual había que ponerse en cuclillas (esta es una "cultura de las cuclillas", ¡esas caderas!); la comida, especialmente las grandes cantidades de pan plano de trigo, que sirven de alimento, cuchara, y plato (el trigo y el centeno fueron domesticados por primera vez en el este de Turquía, o sea, en Kurdistán); comer en el suelo con las piernas dobladas como el pan (¡ay!); la cantidad absurda de cigarrillos que fumaban los trabajadores de salud visitantes y un cirujano de Turquía (que estaba operando durante el asedio); la ausencia de alcohol y del llamado a la oración. Pero esa ancha pretina, con o sin granadas, junto con esa técnica del cuerpo conocida como celibato, aún están presentes en mi cabeza.

¿Acaso las mujeres combatientes, con su aura de celibato y suicidio, me habían seducido a mí, un chico agradable de los suburbios blancos de Australia?

Los visitantes les han prestado mucha atención, un hecho que es inevitable; ya que las mujeres guerreras no son en la actualidad una vista tan común fuera de algunas sesiones fotográficas lascivas. De hecho, las guerrilleras en cualquier parte del mundo despiertan todo tipo de preguntas, miedo, adoración y leyendas.

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Las mujeres hablaron del suicidio colectivo cuando ISIS las rodeaba. Hablaron de acostarse en el cuerpo de una compañera moribunda en el campo de batalla y esperar la muerte con ellas, o de disculparse por teléfono cuando alguien muere, antes de deshacerse del teléfono celular, los códigos y las armas.

El énfasis en la autoinmolación me pareció algo extraño y me puso nervioso, con mayor razón porque las mujeres estaban tranquilas y confiadas.

También hablaron de los soldados de ISIS que logran escuchar en sus teléfonos celulares, principalmente de habla inglesa o rusa (chechenos) en lugar de árabe, y me contaron sobre sus conversaciones con ellos. "Vamos a decapitarlos", les dicen. "Son infieles y unos cerdos". Sin embargo, estas mujeres asustan a ISIS. Es un miedo visceral y místico, como lo que Georges Bataille y Julia Kristeva llaman "abyección". "Si los mata una mujer", algunos miembros de ISIS supuestamente creen que "no llegarán al cielo".

4.

Un día estábamos sentados alrededor de una mesa diez de nosotros, cuatro mujeres y seis hombres. Nos encontrábamos bajo un árbol en el jardín de la casa de una granja de ladrillos de concreto de dos pisos, a 32 kilómetros de Kobane, tan cerca del frente de batalla de ISIS como podía considerarse seguro. Nos rodeaban los huertos y campos llenos de cardos que ocultaban minas y trampas explosivas. Para poder llegar allí, habíamos pasado una ciudad desierta llamada Sexlere, la que cual me impactó más que las ruinas de Kobane. Me pregunté por qué. ¿Era la ausencia de personas? ¿Era porque no había ruinas? ¿Era porque no existen límites que definan "el frente de batalla"?

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Había un carreta inmóvil cargada con un colchón y muebles. Todas las ventanas de Sexlere estaban hechas añicos. Las puertas aleteaban en el viento. Una sombra se movió. Un guerrillero esbelto se separó de la puerta contra la que estaba recargado y saludó a nuestro conductor, delgado como un lápiz, con el cabello negro peinado hacia delante, sobre su frente. Nunca vi una conductora. Nuestro chófer tenía 19 años, era muy serio, y tenía una pistola en la funda del hombro, un Kalashnikov en su regazo, y un M-16 cerca de la palanca de velocidades. Conducía como el viento. El Kalashnikov es para las ráfagas de fuego, me dijo Ismet, un amigo kurdo. El M-16 es el arma del francotirador.

En la casa de la granja, el fuego de la leña hervía agua para el té, y el humo se mezclaba con el de los interminables cigarrillos. Un minarete, el primero que había visto en la Siria kurda, se asomaba por encima de una pared en la que estaban apilados varios neumáticos de coches. Una oveja extraordinaria estaba recostada, inmóvil; su lana de color anaranjado y negro la hacía parecer una criatura de otro mundo.

Este era uno de los inusuales grupos "mixtos" de combatientes masculinos y femeninos. Todos rondaban los 30 años y vestían uniforme. Las mujeres eran las que hablaban, vestidas con pantalones anchos llamados şalvar. Una mujer hablaba inglés y tenía dos hermanos que estudiaban ingeniería eléctrica en universidades de la Ivy League en Estados Unidos. "¿Qué piensan ellos de su hermana insensata?" pregunté. Pero antes de responder, Nazan, mi colega turca, hizo una pregunta más incisiva, dirigida a uno de los hombres silenciosos cuyo rostro llamó mi atención debido a sus profundas arrugas; más arrugas que rostro, podría decirse. Los surcos de la historia. Lo surcos del sol. Los surcos de los interrogatorios.

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"¿Cómo han afectado las mujeres su moral?" le preguntó Nazan, directa y enérgicamente, como suele hacer. La respuesta, en una traducción taquigráfica abreviada (que la hizo parecer un conjunto de consignas), fue la siguiente: los hombres están tratando de ver el mundo con ojos de mujer, para ser como ellas. Las mujeres ven el mundo de manera diferente. Nos sentimos más fuertes con ellas. Siempre luchamos juntos. A veces tenemos una comandante. Pueden ser crueles y rudas. Otras veces es un hombre. Las tareas diarias se llevan a cabo por igual. Las mujeres son la mitad de la sociedad. Ya no son esclavas de los hombres.

¿Consignas? Tal vez. Pero no del tipo que se escuchan en otras partes.

Expresaron tristeza por sus pérdidas y alegría por el regreso de los agricultores en todo el territorio, aunque se viera obstaculizado por las minas. Transcurrirá por lo menos un año antes de que puedan volver a cultivar.

Era obvio que había una enorme necesidad de expertos en la detección de minas. No podía entender por qué no estaban en labores y por qué todas las personas con las que hablé parecían indiferentes. Era como si las minas se hubieran convertido en parte de la naturaleza, un lugar común e inevitable.

Pero más tarde, después de regresar a Kobane, me encontré con cuatro figuras desconcertadas y jorobadas, de complexión robusta, que cargaban enormes mochilas. Se trataba de exmilitares recién llegados, expertos en demolición, provenientes de Nueva Zelanda, Reino Unido y Francia. Los había comisionado una ONG danesa y estaban preocupados por los trampas caseras, explicaron. Aún así, en número parecían lamentablemente insuficientes. Fue un alivio enterarnos de que también planeaban enseñarles nociones de demolición a los locales.

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5.

Me dio la sensación en Kobane de que me encontraba en medio no tanto de un cambio ideológico como de un cambio cosmológico, algo sísmico.

Me pregunté: ¿pero qué hay de ISIS? ¿No es sísmico, también?

¿Estamos frente a un "momento hegeliano", en el que dos contendientes simétricamente opuestos han irrumpido en el escenario de la historia? ¿Acaso el Aufhebung hegeliano se está reproduciendo con el Medio Oriente en el centro del gran drama histórico?

En cuanto al anarquismo y feminismo, términos que los forasteros empáticos han aplicado a Rojava, quiero colocarlos entre comillas en un vano esfuerzo por revitalizar su poder y extrañeza. Quiero preguntar hasta qué punto estas ideas se extendieron a la gente "común" en Kobane o en los otros dos cantones de la Siria (kurda) libre. Pero es difícil para mí tener conocimiento o realizar afirmaciones, sobre todo a causa del trauma del asedio.

Al caminar un día entre el polvo de las ruinas erosionadas por el viento, niños felices, bien vestidos y alimentados, me recibieron con entusiasmo como si fuera el Flautista de Hamelin. Los chicos rodeaban a una mujer de unos 40 años con un largo vestido amarillo, que habló con efusión sobre la resistencia al asedio sin hacer una sola pausa para respirar. Parecía que realmente quería —necesitaba— hablar, y los niños estuvieron pendientes de cada palabra. Uno, de 10 años, tenía una cámara de juguete que usaba al revés, y tomaba imágenes de cómo fotografiábamos Kobane. La mujer contó historias, directas y basadas en los hechos (al menos en la traducción), como Herodoto o Heidegger sobre "la plenitud y la particularidad de los hechos". "Esta muchacha siempre dormía con sus zapatos puestos", contó la mujer. "Por allá había una espléndida tienda de joyas de oro la cual destruyó ISIS. Cuando el dueño la vio, se volvió loco". Y así sucesivamente.

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Pero una vez que nos encontramos con su marido herido en su hogar casi destruido de grandes ladrillos de concreto, se sentó en silencio en la esquina, como una almeja, con las chicas en el balcón rodeadas de flores rosas de adelfa, mientras el marido se la pasó hablando, hasta que una muchacha de diez años comenzó a cantar con rabia hermosas canciones kurdas sobre la revolución y la guerra. Parecía un lamento estridente, como el viento que pasa a través de los cables de alta tensión.

El ministro de Asuntos Exteriores llegó en un coche modesto y se unió a la conversación. Se sentó en silencio. Era un hombre apuesto, elegante, de semblante pensativo, de 50 y tantos años, que había hecho inversiones en Somalia, creo, en el petróleo, pero abandonó o vendió todo para regresar a su ciudad natal de Kobane y luchar contra ISIS.

Los funcionarios políticos se llaman vezir, una palabra árabe que utilizan los kurdos y que significa "ministro". Si bien se dice que todas las posiciones administrativas en la Siria kurda tienen una representación bigénero y rotativa —y aunque conocí mujeres combatientes seguras y sonrientes—, nunca encontré una mujer copresidente en Kobane, aunque sí me topé a una traductora del inglés (no muy hábil), así como secretarias. No había mujeres en el lujoso coche negro lleno de ministros de Kobane que se trasladaba a través de la frontera camino a Turquía cuando atravesamos la zona. Y a pesar de toda la celebración a las mujeres, siempre es un hombre, Abdullah Ocalan, el líder kurdo encarcelado, cuyo retrato adorna los espacios "oficiales". Ocalan insiste en el feminismo y confederalismo. Por supuesto, se trata de un feminismo que significa más que un enfoque en las mujeres; enfatiza la nueva identidad de los hombres.

6.

Cuando conversé con un hombre que estaba por cruzar la frontera y cuyas dos hijas eran combatientes, me pregunté qué se sentiría "perder" a tus hijas en la guerrilla. Dicen que cuando alguien se une a las fuerzas de defensa de los kurdos sirios o a las guerrillas del PKK de Turquía, es poco probable que vuelvan a ver a su familia de nuevo y tienen que ser célibes, lo que significa, entre otras cosas, no tener hijos. Supongo que esto se aplica tanto a hombres como a mujeres.

La justificación que se hace del celibato es que alivia la ansiedad de las familias de las mujeres; el honor de sus hijas permanece intacto. Las relaciones románticas interfieren a la hora de hacer tu trabajo, y tu capacidad para el amor se transmuta en amor por el grupo.

¿Los guerrilleros kurdos, por lo tanto, proporcionan a sus mujeres y hombres una nueva "familia", al fusionar algo así como un Estado-nación que es también un anti-Estado con algo parecido a una familia que no es una familia, sino una antifamilia?

¿Son las fuerzas guerrilleras castas de seres serenos, distantes de la carne, como monjas y monjes en la iglesia cristiana, pero con rifles M-16 y lanzacohetes?

¿Es el celibato el rito de iniciación para una sociedad secreta de guerreros, hombres o mujeres, que se asemeja a lo que el antropólogo Pierre Clastres consideró un tipo de tortura entre los indios Mandan de Missouri? ¿Y que no esta tortura (si esa es la palabra correcta) establece una protección, o una garantía en contra de la coagulación del poder y la formación de un Estado?

En cualquier caso, el surgimiento de guerrilleras (que comprenden alrededor del 40% de las combatientes kurdas) es un fenómeno único en Medio Oriente y el mundo en general. En Israel, que es tan citado en relación con las mujeres soldados, la cifra correspondiente de mujeres en los puestos de combate es del 3%. La mayoría de las mujeres en las Fuerzas de Defensa de Israel prestan sus servicios en los roles femeninos tradicionales como empleadas administrativas, enfermeras y conductoras, junto con las mujeres atractivas que abrazan ametralladoras en las fotografías que circulan en internet.

Todos los ejércitos guerrilleros, escondidos en los bosques, montañas y ciudades de Medio Oriente, existen de manera física, pero no espiritual, afuera de la sociedad. Además están dotados con un gran potencial místico (con el que el calificativo "terrorista" se confabula sin darse cuenta). Pero aquí en el Kurdistán, su aura posee también características sexuales que se derivan del poder mágico negativo, asociado durante un largo tiempo con las mujeres y denominado, bajo el patriarcado, como "el segundo sexo" —el sexo de la mano izquierda y mal de ojo, del horror de la menstruación y la magia negra— y que por lo tanto está rodeado de tabúes (honor, el velo, etc.). No en vano uno de los pensadores pioneros de la etnología, el gran Marcel Mauss, considera a las mujeres y a la muerte como las fuentes sobresalientes de un poder mágico altamente peligroso en la historia de la humanidad.

La medida ingeniosa y alquímica es transformar esta perspectiva negativa en una positiva, al tiempo que ese aspecto negativo se conserva como una poder amenazador y oculto (que se manifiesta con la pistola y la granada). En Kobane tiembla el patriarcado, por así decirlo, mientras que el demonio que ha creado se eleva de las cenizas. No hay nada que ISIS tema más que ser asesinado por una mujer.