Nada es para siempre

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¿Nos extrañaron?

Nada es para siempre

Un pueblo minero fantasma enfrenta un futuro incierto en el desierto de Sudáfrica.

Una alberca abandonada en Kleinzee.

El pueblo fantasma de uno es la oportunidad de negocios de otro. Así lo ve Koos van der Merwe, 54, quien en 2104 decidió vender su casa a las afueras de Johannesburgo y comprar un complejo deportivo en Kleinzee, un pueblo minero muerto en la parte alta de la costa occidental de Sudáfrica. Junto con su esposa, Michelle, transformó las instalaciones abandonadas en un resort; aloja a los huéspedes en las canchas de tenis y sirve las comidas en el viejo bar del club de squash. Instaló un proyector en una de las canchas para pasar películas infantiles y partidos de rugby; oculta las líneas rojas en las paredes con cinta blanca. Michelle, una psicóloga retirada, inauguró un spa de belleza en uno de los almacenes exteriores y ofrece masajes, equilibrio de chakras y reiki.

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"Haces lo que puedes con lo que tienes", dijo Koos, administrador de taller retirado, correoso y con un mostacho militar. "Siempre hemos tenido disposición para probar cosas nuevas".

Durante más de 50 años Kleinzee era un asentamiento privado boyante, un suburbio de película rodeado por millas de desierto costero. De Beers, la corporación de los diamantes, era dueña del pueblo y no reparaba en gastos para mantener a sus trabajadores contentos. Construyó albercas e iglesias y bares para enmascarar la soledad que trae consigo vivir en medio de la nada. En su punto más alto, el pueblo estaba habitado por 4,000 trabajadores, una comunidad de mineros y administradores de clase media con sus familias. Los habitantes podían elegir entre más de 25 clubes de esparcimiento: snooker, golf, fotografía, futbol, pesca y más. Pero los diamantes son un bien finito y los despidos incrementaron conforme la producción de las minas se detuvo. A finales de la década pasada, después de casi diez años de deterioro, Kleinzee se vació.

Hoy las calles están desiertas. Las cortinas se sacuden por las ventanas rotas de las casas de los 70. Las palmeras con frondas despelucadas cascabelean con el viento. "Parecía como un pueblo zombie cuando llegamos, algo salido de una película", dijo Koos. "Pero está volviendo a levantar. En cinco años este lugar será una meca del turismo".

Apostando a un boom turístico, los van der Merwes se ven como los pioneros que trazan un nuevo futuro para Kleinzee. En 2012, De Beers salió oficialmente de Kleinzee y entregó la administración del pueblo al municipio. En realidad, el municipio estaba quebrado y no ha podido hacer frente a las responsabilidades que entraña un nuevo asentamiento. Por ahora De Beers sigue pagando el mantenimiento. Luego, en 2013, De Beers subastó casi todas las propiedades: los campos deportivos, los clubes, y cientos de casas. "Éramos como los pioneros americanos que se mudaban al Oeste.", dijo Koos. "Necesitamos más emprendedores que quieran invertir aquí y echar a andar la economía local".

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Pero a los viejos residentes, un grupo pequeño que compró casas y se quedó después de que se terminó la minería, la transformación del pueblo les provoca sentimientos encontrados.

"Tenemos nuestra manera de hacer las cosas", dijo Charles Weyers, un hombre de torso robusto que trabajó por más de 20 años como electricista para De Beers. "La gente debe respetar que llevamos aquí mucho tiempo. No pueden llegar y pretender cambiar el lugar".

Weyers trabaja en plataformas petroleras y opera un restaurante, el Crazy Crayfish Diner, junto con su esposa, Natalie, quien se encarga de administrar el Klainzee Caravan Park. El restaurante está dentro del viejo club de buceo, el Kleinzee Diving Club, un edificio bajo y poco iluminado, lleno de motivos náuticos, incluidos rótulos de "fueraborda" e "intraborda" para los baños de hombres y de mujeres. Tiene también una barra de madera, aunque vender alcohol esté prohibido. Este es un problema común en Kleinzee hoy: las leyes municipales, que no aplicaban cuando el pueblo pertenecía a De Beers, prohíben a los expendios de licor operar a 500 metros de escuelas, áreas residenciales, sitios de oración o instalaciones públicas. Como consecuencia, la mayoría de los clubes se limitan a vender refrescos. El Crazy Crayfish Diner tiene también una sala de dardos en la parte de atrás con una gran bandera de la Sudáfrica del apartheid desplegada en una pared, una postura política similar a ondear una bandera confederada. "Si a alguien le molesta, que se joda", me dijo Weyers.

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La vinatería es tres veces más grande que el supermercado más grande del pueblo. A las 9 de la mañana, un hombre vestido con overol se apuró a entrar y sacó una cerveza de uno de los refrigeradores. "Se la va a acabar antes de ir al trabajo para cortarse la resaca", dijo la cajera y residente desde hace mucho, Bee Swart. "A la hora de la comida, va a venir por un quinto de licor. Por la tarde va a cambiar a vino. ¿No es así?"

El hombre se fue, sonriendo y meneando la cabeza. "La bebida es un grave problema aquí, en especial entre los más pobres", dijo Swart. "No hay suficiente trabajo para todos. Es bueno que los turistas hayan empezado a venir y a traer dinero. Supongo que lo que me pasa a mí es que no me siento muy a gusto con el cambio. Estaba tan contenta con las cosas como eran antes".

Koos, cuyo resort estaba vacío cuando lo visité a inicios de enero (aunque supuestamente estuvo "a reventar" en diciembre), no tiene tiempo para ese tipo de nostalgia. "Muchas personas están atadas a esa vieja mentalidad de que alguien más va hacerles todo", dijo. "Kleinzee necesita innovación e ideas frescas. Queremos ayudar, queremos ver que el pueblo crezca. No queremos quitarles nada".

El autor nada en la antigua presa del Kleinzee Yacht Club; el agua está teñida de rosa por bacterias de alta salinidad.

Los colores otrora vibrantes de esta cancha de tenis están desgastados por la arena y la sal, pero ya ha empezado a recibir mantenimiento.

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El Kleinzee Recreational Club es un edificio enorme, con tres bares distintos que no pueden vender alcohol debido a nuevas restricciones en las licencias.

Koos y Michelle van der Merwe adquirieron un complejo deportivo en Kleinzee en 2014, y lo renovaron para convertirlo en un destino vacacional.

El abuelo del residente Rudi Nelson fue dueño de tierras cerca de Kleinzee. En total, la familia Nelson, incluido Rudi, suman más de 100 años de trabajo para De Beers.

Un zorro orejas de murciélago atropellado en una carretera de 65 km que sale de Kleinzee.