Walter_Bulacio_30_años_@lenny_maya
Ilustración de lenny_maya
Identidad

A 30 años de Walter Bulacio: Lo mató la policía

Tenía 17 años, iba a un recital y fue detenido arbitrariamente por la policía. Hoy es un símbolo de lucha para la juventud argentina.

En 1991, Walter Bulacio, de 17 años de edad, fue detenido en las inmediaciones del Estadio Obras Sanitarias en Buenos Aires, cuando iba a presenciar el recital de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, en lo que era (y es conocido) como las razzias (detenciones arbitrarias masivas sin orden judicial). Luego de sufrir abusos, golpes y maltratos murió una semana más tarde en una comisaría de la capital argentina.

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Sus familiares, compañeros, amigos y gran parte de la comunidad argentina de esos años, comenzaron una lucha inédita a nivel nacional y regional en busca de justicia que llevó la causa desde los comités internacionales hasta las canciones de las canchas de fútbol (máxima expresión de lo popular en Argentina). Este hecho significó no solo la condena al excomisario Espósito, sino la exigencia de modificaciones definitivas en el accionar policial, además de marcar a fuego la lucha contra la violencia policial e institucional para siempre.

El 19 de abril de 1991, mientras la popular banda del Indio Solari abría la noche de Obras cantando “Mucha tropa riendo en las calles / Con sus muecas rotas cromadas / Y por las carreteras valladas/ Escuchás caer tus lágrimas”, Walter vomitaba en una pequeña celda de 2x4 de la comisaría 35 de Nuñez, víctima de la violencia y la corrupción policial. Había sido detenido ilegalmente junto a casi un centenar de personas. Su cuerpo resistió una semana los abusos y maltratos de esa noche y falleció el 26 de abril en una clínica de Buenos Aires.

Walter era de La Matanza, de la zona de Aldo Bonzi, en la capital. Fanático de San Lorenzo y del rock. A pesar de sentirse cómodo en la muchedumbre, entre los gritos y los fanáticos, él era tranquilo. Era feliz compartiendo la alegría popular con la que convivía entre sonrisas y casi en silencio, contrastando con el paisaje. 

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Soñaba con ser abogado y le interesaba la carrera de Diplomacia. Mientras tanto, hacía el secundario en El Colegio Nacional Rivadavia (fundamental en esta historia) de Buenos Aires y los fines de semana trabajaba en un club de golf para poder pagarse el viaje de egresados. Esa fue una de las razones por las que los padres no se preocuparon por no verlo llegar temprano. Él iba a ir a trabajar sin dormir si la “noche ricotera” se hacía larga, y sus padres lo sabían.

Ese día de otoño, aproximadamente a las 21 horas, Walter llegaba a las inmediaciones del recital con un grupo de pibes que venían de Aldo Bonzi. Habían alquilado un micro escolar por razones de seguridad. Fueron detenidos sin cometer ningún delito antes del inicio del recital, por el personal de la comisaría 35, en un operativo comandado por el comisario Miguel Ángel Espósito. 

“La decisión de generar la razzia era preexistente y esto queda acreditado porque ya habían requisado colectivos (buses) de la línea 151 para llevar a los detenidos, en uno de los cuales trasladan a Walter. Tanto en el momento de la detención como en el trayecto hubo golpes, palazos y agresiones que continuaron después en la comisaría”, contó en exclusiva para VICE en Español María del Carmen Verdú, abogada de la familia Bulacio desde hace tres décadas.

¿Cuál era la razón para hacer las razzias? En ese sentido Verdú es clara en marcar la corrupción de las fuerzas de represión del Estado. “La comisaría tenía la posibilidad de ejecutar una suerte de sanción eficaz sobre un par de boliches de la zona que no querían pagar una cuota semanal (algo que obviamente era ilegal), que exigían para que no hubiera operativos en el lugar”. 

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Y agrega: “Además no hay que olvidar que la banda, a través de su representante legal, contrataba un servicio de policía adicional, por lo cual   el operativo tenía una doble "función". No solo como disciplinamiento a los boliches que no querían pagar, sino que había sido contratado por la organización del recital para "controlar" las filas de ingreso. Es decir: todos ganaban; por un lado la banda con su recital y por el otro la comisaría con sus coimas”.

Del total de los 73 detenidos y detenidas que fueron anotados en los libros de las comisarías, 11 eran menores de edad (entre los que estaba Walter) y fueron alojados en un calabozo con un cartelito que decía “Sala de menores”. Desde el momento que Walter entró ya estaba en malas condiciones, con signos evidentes de estar sufriendo un cuadro neurológico por las lesiones que había recibido. 

Se sentía mal, estaba mareado. Empezó con vómitos. Había una sola silla en el lugar que los compañeros le cedieron para que estuviera más cómodo. Poco a poco los chicos empezaron a ser retirados por sus padres hasta que quedaron solo tres (Walter Bulacio, Jorge Casquet y Nicolás Césare). Primero retiraron a Nicolás Césare de 15 años. Cuando quedaron los dos solos, Walter había vomitado y los policías obligaron a Casquet a limpiar el vómito y lavar el trapo. “El último golpe (probablemente el que causó el hematoma) fue en el pasillo desde la guardia hacia el calabozo, cuando lo llevaban después de anotarlo en el libro, y por mano de Espósito, según  testimonió el oficial Fabián Sliwa”, señaló Verdú.

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Walter no recibió asistencia médica desde las 22:30 del 19 de abril hasta las 11:30 del 20 y sus padres nunca fueron notificados. Se enteraron de la detención cuando la hermana de un chico que había sido detenido llegó a la casa y logró comunicarse con ellos.

Para cuando llegaron sus padres a la comisaría ya había sido llevado al Hospital Pirovano con un cuadro neurológico evidente. En el Pirovano no funcionaba el tomógrafo, así que volvió a ser trasladado esta vez a la clínica Rivadavia. Sus padres recién lo pudieron ubicar a la tarde del día siguiente para internarlo en el Sanatorio Mitre, que le correspondía por su obra social, donde fallece el 26 de abril.

¿Por qué murió Walter?

Abogada Verdú: Sabemos que sufrió una hemorragia subaracnoidea, que pudo ser de origen traumático (por un golpe directo en la región occipital que impulsó la masa encefálica hacia adelante, ocasionando el hematoma en la zona frontal) o por la ruptura de un aneurisma asintomática causada por el estrés, lo que no le hubiera ocurrido tranquilo en su casa o feliz en el recital.

María del Carmen Verdú acompaña a la familia desde un primer momento. Si bien el caso Bulacio es el más relevante, la abogada de 63 años ha dedicado más de la mitad de su vida a pelear contra la violencia institucional y en defensa de los Derechos Humanos desde Correpi (Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional). “Es un orgullo para mí que me conozcan como la abogada de las causas anti represivas, porque es a lo que dediqué mi vida, pero el trabajo que hizo la familia; el papá, la mamá y la abuela, fue increíble”, cuenta.

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“La primera noticia que tuvimos fue por los medios. En un recital de rock un pibe de 17 años estaba agonizando después de haber estado detenido por la policía en la Comisaría 35. Mientras pasaba eso, nos enteramos que su papá, Victor Bulacio, se quería comunicar con nosotros. Estamos hablando de abril de 1991, no había ningún tipo de comunicación solo a partir de teléfonos o cartas”, rememora.

Un par de días después se encontraron en un bar, un día de mucho frío y lluvia. La abogada y la familia se pusieron a disposición y empezó una lucha que (quizá sin saberlo) cambiaría para siempre la forma de luchar ante los abusos policiales. Porque Ciertos fuegos no se encienden frotando dos palitos. 

El 2 de mayo comenzó una pelea simultánea: A la mañana ya se estaba haciendo la presentación de la querella en la Causa Penal y a la tarde se estaba marchando a Congreso con los pibes y las pibas del Colegio Nacional Rivadavia y el conjunto del Movimiento Juvenil Estudiantil. “La lucha fue una bandera que sacó a todo el movimiento social de nuestro país de una situación de enorme inmovilidad, respecto de lo que es la represión policial, las detenciones arbitrarias, las torturas y muertes en comisarías, el gatillo fácil, etc”, aseveró Verdú.

Nicolás Césare hoy tiene 45 años. Vive en Lomas de Zamora y es director del Teatro “El Refugio” de Banfield. Tenía 15 años cuando lo subieron a un colectivo y lo mandaron a la comisaría. Fue el único que pudo ver el recital, pero cuando salió pensó que podía perderse algún bis (o encore) e intentó volver a entrar. En ese momento se generó una trifulca de un amigo suyo con la policía y él pagó los platos rotos.

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“Hay imágenes muy potentes. Cuando me suben al patrullero. Mirando una pequeña abertura enrejada que daba a un patio interno, cagado de miedo. Son cosas que te acompañan”, recuerda que fue uno de los últimos en abandonar la comisaría y acompañó hasta el último momento a Walter.

Nicolás admite que, si bien muchas veces pensó que le pudo haber pasado lo mismo que a Walter, nunca dejó de seguir a la banda porque “a esa edad uno se cree invencible”. Pero aclara que “con el tiempo te das cuenta de la importancia de mantener viva la memoria”.

Nicolás pasó gran parte de su adolescencia yendo a las marchas del silencio por Walter y hasta dice haber “sido amenazado por hablar del tema en la radio”. Hoy mantiene viva la memoria de esta y otras causas de Derechos Humanos desde el teatro. “Todo lo que pasó me lleva a trabajar permanentemente la memoria. Dentro de poco ni las madres ni las abuelas, ni los represores van a estar entre nosotros, pero la historia va a estar viva mientras no la dejemos olvidar”.

La impunidad es amiga del tiempo

Eran tiempos de marchas del silencio que reunían a la comunidad estudiantil, agrupaciones de Derechos Humanos y a la sociedad en general que, con una vuelta reciente de la democracia (hacía apenas 8 años que se había ido el gobierno de facto), empezaba a ganar por primera vez las calles y organizarse para fortalecer el “Nunca más” que tanto costó.

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En un festival de rock, organizado por Correpi y la familia, donde tocaron Fito Páez, Mollo y Los Piojos, entre otros, Víctor Bulacio subió al escenario para buscar testigos de la detención de su hijo. Consiguió más de 70. Mientras pasaba eso, en las canchas, los festivales y las marchas, empezaron a sonar canciones creadas desde la inventiva popular. “Yo sabía que a Walter lo mató la policía” y “Matar a un rati (policía) para vengar a Walter y en toda la Argentina comienza el carnaval” se entonaban casi como grito de guerra. La sociedad shockeada sentía que la impunidad no podía ganar esta batalla y Walter empezó a ser un poco el hijo de todos y todas.

Desde el poder se hacía hasta lo imposible para lograr la caída de la causa y casi se logra. “Se buscaba la impunidad dilatando la investigación para llegar a la prescripción. El Poder Judicial no hacía nada”, cuenta Sebastián Rey, abogado y docente universitario, especialista en Derechos Humanos que publicó el libro La Argentina en el banquillo, para el que investigó denuncias contra el Estado argentino por violaciones a los DDHH de los últimos 45 años.

Rey ejemplifica que pasaban cosas “tan ridículas” como “tardar casi 3 meses en bajar el expediente un piso del Tribunal”. En mayo del 97 era inminente la prescripción de la causa penal. Ya llevaba más de un año y medio de parálisis a partir de la decisión de la Cámara Criminal de cesar al comisario, con un recurso extraordinario que había sido resuelto por la Corte pero sin generar la actividad procesal necesaria.

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Te prefiero internacional

En ese momento se decide hacer la denuncia ante la Corte Interamericana de Derechos, esta hizo lugar como una excepción y en diciembre del año 2001 emitió su primer informe, exigiendo al Estado argentino que resolviera la causa.

El juicio fue en la sede de Costa Rica en marzo del 2003. En septiembre, La Corte dictó sentencia, condenando al Estado argentino por la detención, tortura y muerte de Walter, considerándolo responsable de esos hechos. Y ordenando, además, la imposibilidad de decretar la prescripción, la obligación de llegar a juicio y condena de los responsables a una cuestión, que fue el eje de las demandas: LA PROHIBICIÓN DEL SISTEMA DE DETENCIONES ARBITRARIAS.

“Logramos probar ante la Corte Interamericana que en Argentina existía (y existe) un sistema que habilita al personal de las fuerzas de seguridad a llevar adelante detenciones arbitrarias, es decir, no fundadas en la comisión de un delito sino a mera discrecionalidad del personal de seguridad, y que esas detenciones son las puertas de entrada para la tortura y la muerte”, subrayó Verdú.

Rey agrega que este caso “es el más exitoso del sistema interamericano, y el más emblemático a nivel regional”. Según el abogado su repercusión internacional se basa en que fue un fallo que “relaciona violencia institucional y derechos del niño, algo imprescindible para la época”.  

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“El trámite batió récord de tiempo a nivel interamericano, e hizo que se dictase una sentencia (en casos que suele reinar la impunidad) que después iba a ser utilizada para terminar principalmente con las detenciones arbitrarias”. 

“Además, el movimiento social que generó era algo impensado en esos años. Vos pensá que los mismos jueces en Costa Rica sabían que se cantaba en las canchas por Walter”, cerró Rey.

La sentencia final llegó el 8 de noviembre de 2013. Más de 22 años después del hecho. El excomisario Miguel Ángel Espósito, que no estuvo presente, fue exonerado de la fuerza y sentenciado a tres años de prisión en suspenso (no fue ni un día preso). 

La sentencia dictada por el Tribunal Oral en lo Criminal 29 consideró a Espósito autor de "privación ilegítima de la libertad agravada por ser cometida por un funcionario público y tratarse la víctima de una persona a la que se le debe respeto particular", pero nunca fue imputado por homicidio. 

Sergio “Cherco” Smietniansky es no solo ricotero y testigo de esas noches, sino un abogado especializado en causas antirrepresivas, desde la CADeP (Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo) y con una larga experiencia en la materia.

Para Cherco “no siempre las causas justas llevan a la organización popular”, pero la causa Bulacio lo logró, más allá de la sentencias. 

Y agrega: “Las causas de Bulacio, y antes La masacre de Budge (1987) y San Francisco Solano (1988), fueron despertando poco a poco la necesidad del encuentro y la articulación popular para pelear contra el gatillo fácil y la violencia policial”.

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Sobre la trascendencia mediática y social del caso cuenta: “La vida vale vida. Pero la visión social con la que se la mire incide en la medida en que la sociedad le da un peso específico. El contexto de un recital de rock masivo, el lugar protagónico del movimiento estudiantil, la identificación de parte de la clase media con Walter (un chico que estudiaba y trabajaba), hacen que la opinión pública se vea identificada, lo que le dio al caso una mirada más abarcativa, que otros casos que quizá se vieron como más locales. Pero lo cierto es que no hubiese habido lucha por Bulacio sin antes Budge y Solano”.  

Sobre la responsabilidad de la banda admite que en su opinión “no estuvieron a la altura”. “Quizá el tema los sobrepasó, pero la verdad es que nunca se hicieron cargo y representaban a mucha gente de la que parecían haberse olvidado”.

Lobo suelto cordero atado

Para muchos de los consultados, aquellos recitales incluían una provocación constante de parte de la policía. Adrián Vitry hoy tiene 52 años. Es realizador audiovisual y cuando se podía compartía recitales primero con su compañera y ahora con su hijo. “Esto se veía venir. No importaba lo que estabas haciendo, la policía siempre buscaba que reacciones y si pasabas cerca te comías un palazo”.

Adrián recuerda que aquellas noches eran tanto de rock como de tensión con las fuerzas policiales y “podían terminar en cualquier cosa”. Era ir a ver a los Redondos y escaparte de la policía. Y recuerda: “Una vez en Autopista Center, la policía empezó directamente a reprimir y recuerdo esconderme con la que era mi novia en el porche de un edificio, y el caballo no entraba y tiraba patadas hacia donde estábamos nosotros, mientras el policía arengaba. No me olvido nunca más el ruido de las patas del caballo que si nos agarraba nos mataba”. 

“Ellos querían una excusa para justificar la represión. Lo disfrutaban y se notaba. Te cuento una anécdota: Tengo un hermano policía y un día mientras me iba a Obras me dijo que si me cruzaba y me tenía que reprimir lo iba a hacer, a lo que yo le decía: ‘Si vos haces eso yo voy y te rompo la cabeza de un piedrazo’ y así me fui al recital, con esa charla con mi hermano”, revela.

Vivir solo cuesta vida

Cuando a Verdú se le pregunta, con la perspectiva de los años, cuál es el balance, destaca que a pesar de lo dictaminado por La Corte Interamericana las detenciones ilegales siguen ocurriendo, y que ese es el eje del reclamo hoy: “Que se cumpla la sentencia interamericana para que tengamos la mitad de muertes en las comisarías”. 

“Nuestra lucha no es solo por la sentencia sino por la conciencia, es una consigna de Correpi que nació no de los militantes sino de los familiares de las víctimas de gatillo fácil. La lucha no solamente sigue, sino que suma en pibes y pibas que no habían nacido hace 30 años. Ahí es donde decís: vale la pena”, cierra.

Corre el año 2019. Estamos en el barrio de Almagro. María del Carmen Verdú y otros compañeros de Correpi están en la presentación de Muerte accidental de un ricotero, una versión teatral de Muerte accidental de un anarquista, en clave Bulacio. Ellos estuvieron en la preparación de la obra, pero son testigos anónimos entre la gente. 

Con los aplausos finales alguien comienza desde el fondo: “Yo sabía, yo sabía, que a Walter lo mató la policía”. La mayoría de los presentes no había nacido o eran muy chicos en esos años, pero hacen que la canción crezca e inunde todo. Como una marea de un solo grito. Verdú intenta cantar, pero la emoción la traiciona. No importa, porque la canción ya es de todos y todas. La misión en parte está cumplida. Ahora hay que pelear por los y las Walter que se llaman de otra manera, pero son Walter igual. Porque las banderas en tu corazón  siguen ondeando luzca el sol o no.