Tecnología

Puede que haya llegado el momento de que llevemos mascarillas anticontaminación

Lo consulté con la ciencia y lo probé durante una semana.
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La autora, en un día soleado con niebla en el horizonte. Foto: VICE

La venta de mascarillas anticontaminación está en su apogeo, por desgracia. En un año que ya nos ha traído el coronavirus y catastróficos incendios forestales que se suman a un ambiente de contaminación generalizada, se ha producido un repunte mundial en la venta de mascarillas a las que atribuyen la capacidad de prevenir virus y partículas de polvo del ambiente. España es el sexto país de Europa que más emisiones contaminantes produce, y no es infrecuente ver a ciclistas con mascarillas circulando por las principales ciudades.

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Mi país, Italia, tiene el mayor número de muertes por contaminación de Europa. Quise cerciorarme de si era el momento de introducir este complemento apocalíptico en mi armario, así que decidí hablar con expertos y probar una de esas mascarillas yo misma. En marzo del año pasado, la OMS informó de que, solo en Italia, la contaminación del aire era responsable de cerca de 800 000 muertes al año. Como dato comparativo, las muertes por accidentes de tráfico en Italia en 2018 ascendieron a 3334.

Pese a estas cifras, la cultura de las mascarillas no ha arraigado tanto en Europa como lo ha hecho en Asia. Los japoneses fueron los primeros en adoptar el uso masivo de mascarillas quirúrgicas a principios del siglo XX, durante la pandemia de la gripe española, que provocó la muerte de al menos 50 millones de personas en todo el mundo. A partir de la década de 1950, con la industrialización de posguerra, el fenómeno siguió creciendo y se extendió por el continente.

En Hong Kong, sin embargo, la mascarilla se ha convertido en el símbolo de las recientes protestas contra el Gobierno de China, hasta el punto de que las autoridades propusieron prohibir su uso en lugares públicos. Y en India, el país con más contaminación del mundo, las autoridades sanitarias suelen restar importancia al problema de la contaminación del aire, y la ciudadanía no puede permitirse la compra de mascarillas adecuadas.

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La autora llevando el accesorio que la acompañará toda la semana. Foto: VICE

Por desgracia, las tiendas de Milán no ofrecen una selección de mascarillas muy variadas, así que me decanté por este modelo negro, muy austero (que compré, curiosamente, en una librería). Olvidaos de las mascarillas quirúrgicas blancas que habréis visto en internet o por la calle. Estas solo filtran las partículas de polvo de mayor tamaño, como lo harían los pelillos de la nariz. Si quieres una mascarilla que sea eficaz de verdad contra la contaminación, debes comprar un producto certificado con la designación N95 (una norma internacional que filtra las partículas Pm10 y Pm2,5). Es el mismo tipo de mascarilla que recomiendan a personas en verdadero riesgo de contagio del coronavirus, como el personal sanitario.

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Cuando saqué la mascarilla del envoltorio, sonreí burlonamente al ver la detallada hoja de instrucciones que la acompañaba, como si utilizar la mascarilla fuese algo muy complicado. Pues que lo sepáis: lo era. Por suerte, había dos métodos, porque la primera vez que intenté ajustarme las bandas elásticas a las orejas, la mascarilla se me cayó a los dos segundos. Las primeras impresiones no fueron buenas: pese a las promesas de ser una talla única, la mascarilla era demasiado grande para mi cara y no había forma de llevarla sin despeinarme. Además, me tapaba la visibilidad por debajo de la nariz.

Desde el punto de vista estético, no me importaba llevar la máscara, aunque sí resultaba un poco ridículo para las interacciones sociales, sobre todo porque mi experimento ha coincidido con el brote de coronavirus. Mientras iba por la ciudad, solo una persona se me acercó a preguntarme si estaba enferma. Uno de mis vecinos fingió que no me conocía, aunque cabe la posibilidad de que no me reconociera, teniendo en cuenta que la mascarilla me cubre casi toda la cara. El resto de la gente simplemente me ignoraba después de mirarme unos segundos.

Aparte de todo esto, no tenía la sensación de estar respirando mejor. Era como si tuviera una mano presionándome ligeramente la boca todo el tiempo, con la incomodidad añadida de que debía retirarme la mascarilla cada vez que tenía que sonarme la nariz o beber. Para saber en qué medida el uso de estas mascarillas es beneficioso para nuestra salud, hablé con Alessandro Miani, presidente de SIMA, la Sociedad Italiana de Medicina Ambiental. Su respuesta no dejaba lugar a dudas: “Son inútiles porque solo evitan que se filtre el polen y las partículas de mayor tamaño”, dijo, enfatizando que las más dañinas (Pm1 y de tamaño inferior) son mucho más pequeñas y capaces de filtrarse por los conductos y “penetrar en la sangre y romper la barrera hematoencefálica”.

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De hecho, según Miani, pocas de las medidas que se están tomando tienen verdadero impacto sobre la salud: “La prohibición de circular en coche los domingos, la de permitir la circulación según si las matrículas son pares o impares o incluso la prohibición de fumar en la calle son todas medidas de emergencia”, dijo. “Si no hay un plan a largo plazo, es como tener a diez personas fumando en una habitación y pedirle a una de ellas que saliera y pensar que así hemos arreglado el problema”.

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La autora entre el tráfico. Foto: VICE

Según Miani, hace falta un plan plurianual para reducir las emisiones de calor domésticas, por ejemplo aplicando sistemas de filtrado en las azoteas de los edificios de viviendas. También sugiere medidas como la reforestación urbana selectiva centrada en especies de árboles que contribuyan a eliminar las partículas más pequeñas del aire. En cualquier caso, la situación ha mejorado en comparación con los años (y las décadas) anteriores. De niña, recuerdo que tosía con mucha frecuencia y que mi madre, angustiada, me decía que aguantara la respiración cuando pasábamos cerca de los tubos de escape de los coches.

Sea como sea, no debemos bajar la guardia. Miani señaló que la contaminación del aire no solo está relacionada con problemas cardiovasculares o del sistema respiratorio, sino también con ciertos trastornos del desarrollo neural.

Por desgracia, hay más: según Miani, cuando el aire está contaminado en el exterior, puede ser hasta cinco veces peor en interiores. La contaminación exterior que penetra en hogares y oficinas se queda atrapada y se suma a otros agentes contaminantes producidos por actividades domésticas como el cocinar o la limpieza.

Mientras esperamos que se tomen medidas políticas de mayor impacto y se fabriquen mascarillas futuristas equipadas con detectores de sustancias peligrosas, hay cosas que podemos hacer. Desde el SIMA, ofrecen varios consejos prácticos, desde orear las habitaciones de la casa con frecuencia a evitar salir en las horas con mayor densidad de tráfico o procurar hacer ejercicio en zonas del exterior con baja contaminación.

Al cabo de una semana, tenía serias dudas sobre si mi experimento con la mascarilla había sido un éxito. Al abrirla, vi que no había cambiado mucho el color del filtro, aunque según las instrucciones, solo es necesario cambiarlo cada seis u ocho semanas. Sí que resulto efectiva como barrera social, no obstante.

Personalmente, creo que no estoy preparada para llevar una mascarilla a todas horas. Por ahora, sigo albergando la esperanza de que se dé con un plan serio para limpiar el aire o que me inviten a una fiesta de temática apocalíptica.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Italia.