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Ir a un gangbang me hizo valorar la monogamia

"Las mujeres que no quieran participar en el gangbang, no entren a la habitación 'hard'. No les va a gustar".
Ilustraciones por Ralph Damman.

Este artículo se publicó originalmente en VICE.

"Las mujeres que no quieran participar en el gangbang, no entren a la habitación 'hard'. No les va a gustar".

Esa fue la advertencia que hizo Jean Hamel, presidente de la Asociación Swinger de Quebec (QSA, por sus siglas en inglés), ante una multitud de swingers enmascarados, voyeristas, parejas curiosas y hombres solteros ansiosos de meter sus dedos y otras extremidades en las aguas turbulentas y tibias del sexo grupal anónimo.

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Pero antes despotricó un poco de las leyes puritanas del sexo en Canadá, que prohiben las orgías y el sexo público en lugares con licencia para vender alcohol. Debido a estas leyes, dijo Hamel, el evento tendría que hacerse en dos apartamentos ubicados frente al Unity Club de Montreal, el bar gay en el que nos encontrábamos.

Gracias a un compañero de trabajo que me suscribió a un boletín semanal de gangbangs y a un editor curioso, terminé en la 15º edición de Eyes Wide Shut. Prometía ser "una velada sin restricciones ni tabúes pero, al mismo tiempo, completamente respetuosa". El tema de este año era "negro y rojo"; es decir, que todos tenían que llevar ropa y máscaras de esos colores.

En Unity uno podía ver mujeres colgando del techo con cuerdas de bondage, así como a un hombre sumiso siendo amarrado por una dominatrix en una plataforma elevada. En la pista de baile se veían hombres enmascarados de mediana edad bailando alrededor de bailarinas jóvenes y desnudas, listos para tocar, lamer y chupar cualquier parte de sus cuerpos.

Finalmente, nuestro anfitrión explicó las reglas para el resto de la noche: la habitación "soft" sería únicamente para parejas y mujeres solteras; la participación sería opcional y el voyerismo se promovía. La habitación "hard" —que era el único espacio al que podían acceder los hombres solteros— sería destinada para gangbangs y la participación obligatoria. Por eso la advertencia.

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Fui con mi novia, con quien tengo una relación monógama. Insistió en acompañarme pues sentía mucha curiosidad y yo pensé que una perspectiva femenina podría ser útil. ¿Nos íbamos a acobardar ante un poco de sexualidad sin inhibiciones? ¿O nos íbamos a volver swingers, arrastrados por un torrente de sexo grupal?

La primera parada fue la habitación "soft". El portero nos dijo que siguiéramos la luz roja que salía de una puerta. Lo que vimos adentro nos sorprendió: una habitación casi vacía con cinco colchones desocupados y cajas de Kleenex en el piso. No había ni gang ni bang.

Mirábamos nerviosos a las otras dos parejas voyeristas enmascaradas de la habitación con la esperanza de que alguna rompiera el hielo.

Afortunadamente, una pareja cincuentona decidió usar un columpio y, en cuestión de minutos, la mujer estaba recibiendo sexo oral de otra mujer disfrazada de bailarina mientras un hombre alto y calvo le echaba dedo por atrás. La pareja del columpio se masturbaba con entusiasmo mientras veía cómo ella alternaba entre penetración anal y vaginal bajo la tenue luz roja del salón "soft".

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Al lado del columpio había una mujer amarrada a quien estaban azotando y un hombre metiendo el pene en un "glory hole" que no tenía a nadie al otro lado.

En otro colchón, un tipo negro y musculoso con máscara dorada estaba follando con su pareja, una mujer que lucía como Pedro Picapiedra con la ropa de Vilma. Nunca habló, sonrió, gimió o la miró. Era imposible saber si se estaba divirtiendo. Solo se follaba mecánicamente a su pareja mientras observaba a las otras mujeres en la habitación a través de su máscara dorada.

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En ese mismo colchón había un hombre con toda la mano izquierda —menos el pulgar— metida en el recto de una mujer. Parecía que estuviera intentando sacar monedas desde lo más profundo de un sofá. La mujer besó a Vilma y poco después ya estaban haciendo un cuarteto.

Mientras todo esto pasaba, un hombre joven y atractivo —no hubo mucha gente joven, ni linda ni fea, en esa velada— se nos acercó y preguntó: "oigan, no encuentro a mi novia, ¿la han visto?".

Antes de que pudiera responder, pasó un hombre arrastrando a una mujer con una correa. Como no sabíamos qué más hacer, decidimos seguir a la mujer de la correa a un cuarto más pequeño. Ahí, siguiendo las órdenes de su amo, empezó a lamerle el culo a otros tres hombres que estaban intercambiando parejas sin usar condón; todo eso fue al ritmo de "I'm on Fire", de Springsteen.

De repente, la habitación "soft" ya no era nada soft.

Mi integridad como periodista me ordenaba entrar a la habitación "hard". Como nos dijeron que las mujeres que entraran tenían que participar en el gangbang, decidimos que yo entraría solo.

Antes de entrar, nunca me había puesto a pensar en la enorme diferencia entre una orgía y un gangbang. La diferencia radicaba en las proporciones de hombres y mujeres. Pero esto definitivamente era un gangbang. Mientras que en la habitación "soft", la igualdad era la regla, aquí era lo que menos importaba.

Los colchones se desbordaban de hombres tocando, echando dedo, tirando y recibiendo mamadas de mujeres. El piso estaba lleno de empaques de condones, condones usados y papel higiénico. Había hombres desnudos caminando de lado a lado y masturbándose mientras esperaban su turno con las valientes mujeres que estaban en el cuarto. Todos los tipos de cuerpo, tamaños de pene y formas de penetración estaban a la vista. Había entre 60 y 80 personas en la habitación "hard" y sólo 12 mujeres participando.

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Uno de los colchones atrajo a tantos participantes que, desde donde yo estaba, las dos mujeres en medio del grupo sólo se escuchaban, no se veían. Eran barcos sin timón en un mar de vergas. Un poco más tarde, una mujer se acostó en un colchón (desnuda, a excepción de sus medias a la altura del muslo) y se quedó con la mirada perdida como un soldado después de regresar de la guerra. Minutos después, volvió a darle.

La parte más difícil de escribir este artículo ha sido describir el olor de tantas personas practicando sexo en un espacio pequeño y con las ventanas cerradas. El olor, para quien sienta curiosidad, es espantoso. Es como una combinación entre perfume barato y olor a culo (no a genitales) en un carro que permanece con las ventanas cerradas durante todo el verano.

Sorprendentemente, nadie estaba usando su máscara en la habitación "hard". ¿Acaso ninguna de estas personas volviera a encontrarse con otro algún día? ¿Alguno habrá reconocido a un amigo o a un familiar? ¿Eso lo hace más excitante? Yo estoy seguro de haber reconocido a un chofer de Uber que conocí hace unas semanas. No me arrechó.

Pero bueno, es que tirar con una máscara se ve muy incómodo; es como ponerse un condón en la cara. Además, usar una máscara en una sesión de sexo anónimo me parece una contradicción. Si la reunión era para celebrar un comportamiento descarado en el sentido más real de la palabra, ¿para qué esconder tu identidad?

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Vale la pena señalar que cada acto sexual que presenciaba, desde el más tierno hasta el más depravado, parecía totalmente consensual y hasta divertido. A pesar de los anuncios de participación obligatoria para las mujeres, había un gran respeto —incluso en la habitación "hard"— para los que no quisieran participar. El ambiente era sexualmente agresivo sin llegar a ser hostil. Nadie tocaba cuerpos ajenos sin permiso, un comportamiento mucho más refinado comparado al que vemos en la mayoría de los bares "civilizados".

Entonces hice lo que cualquier otro novio responsable habría hecho: salí corriendo a buscar a mi novia para meterla al gangbang. Cuando entramos al cuarto, vi cómo sus ojos y su boca se abrían ante la sorpresa que provocaba la imagen y el olor a nuestro alrededor. Para ella, los siguientes 20 minutos consistieron en sólo esquivar los penes erectos de los gangbangers. Aun así, nadie se nos acercó ni mencionó la participación obligatoria.

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Como no sabía si a ella le arrechaba ver eso o simplemente estaba contemplando los parámetros sexuales que nos fijamos unas horas antes, me dirigí a ella para preguntarle. Pero antes de que abriera la boca, ella respondió: "Quiero palitos de queso y cerveza".

Sería nuestro primer y último gangbang. Por ahora. Díganme anticuado pero, en ese momento, hasta la idea de ir a comer deditos de queso y una cerveza me excitaba más que tirar con el grupo de gente calva, hermosa y sudorosa que nos rodeaba. Además, yo escribo sobre comida. ¿Qué mierdas estaba haciendo en un gangbang?

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Nos fuimos a la casa, nos quitamos la máscara y tuvimos sexo en posición del misionero con las luces apagadas.

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