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Música

El Nicho y el final de la infancia

Esto fue lo que vimos en El Nicho.

"¿Cuánto tiempo puedes aguantar debajo del agua?, ¿Qué tan alto saltas desde aquí?, ¿Puedes decir esta frase rápido muchas veces sin trabarte?". Muchos de los juegos de nuestra infancia tienen que ver con poner a prueba nuestra resistencia física, competir de forma lúdica y aprender bajo los límites y posibilidades de nuestro cuerpo. La jornada de actividades de cinco días alrededor de la sexta edición del festival El Nicho, entregó una vez más no sólo una lección de buena música y sorpresas experimentales en vivo, sino que también dejó patente un recordatorio de aquello que sólo se aprende a través de las lindes de nuestro lenguaje más íntimo.

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Fotografías tomadas por Esstro9

Tachados muchas veces como expresiones llenas de sobreintelectualización, complejidad hermética y hasta elitismo cultural, los conciertos orquestados por Eric Namour y su equipo logró ejercer un músculo rico en variedad sonora y originalidad estética, sin mayor pretensión que la de abrirse ante géneros sorprendentes, poco usuales y novedosos, que resultan en una suerte de regalo para la vida cultural de la Ciudad de México.

Cinco días en los que la música contemporánea, el ruido, el free jazz, la música concreta, el live cinema y hasta el performance tuvieron cabida, a través de actividades didácticas, divertidas, vibrantes y cautivantes. Pocos festivales levantan la voz para retar la paciencia, resistencia y atención del público como El Nicho, en donde forma y contenido son abordados de forma minuciosa para dar coherencia al concepto mismo de festival, en donde las experiencias nuevas "en vivo" son su principal estandarte.

Difícil es extraer "lo mejor" de un festival, en donde todos y cada uno de sus actos fue entrañable. Las sesiones en el Instituto Goethe, el Ex Teresa Arte Actual, el Centro Cultural España y el Museo Rufino Tamayo tuvieron su encanto, desde la improvisación y hasta el hipnotismo total. Un público atento, siempre respetuoso, que presenció encantado actos realmente increíbles.

Cabe resaltar las actuaciones más poderosas: el jueves, la voz poderosa en loop de ese portento femenino en la voz llamada Eko Eko Azarak, que con su número místico y ritual dejó helado a más de uno; la belleza en la guitarra del británico Mike Cooper también fue uno de los puntos álgidos del festival. Para el viernes, uno de los grandes esperados por años, el trío The Thing recetó un despliegue de música brutal, dentro de uno de los conciertos más contundentes, en donde también se presentó la gran cellista Lori Goldston y el músico electrónico Leafcutter John, quien con su juego de luces encantó en tono y belleza a más de uno de los asistentes al Centro Cultural España.

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La jornada del sábado rebosó de encanto acústico, primero en el Ex Teresa, con un solo de saxofón a cargo de Mats Gustafsson, quien llenó la cúpula del convento con su fino salvajismo. Dos números del sábado en el Centro Cultural España quedarán para la posteridad: primero, el despliegue drone-concreto-ambiental del francés Kasel Jaeger, que llevó el sonido a decibeles indecibles en la oscuridad, para luego dar paso a la pintura viva cinematográfica, comandada por Greg Pope y John Hegre.

Fue hermoso ver que tanto músicos con público y prensa especializada se mezclaban, convivían, departían y compartían impresiones, en un ambiente de camaradería y conocimiento. Como si de un jardín de niños se tratara. Música y sonidos siempre asociados con la adultez y la elevación estética, pero que detrás de ellos esconden un asunto básico e inmediato que remiten a lo mejor de la infancia: la experiencia física de primera mano, la sensitividad y la intuición. Sí, quizás sea el mismo centenar de locos, la misma cofradía ruidista, jazzera, contemporánea y experimental, pero eventualmente logran que algunos cuantos se arriesguen a poner a prueba su capacidad de asombro.

La lluvia que golpeó casi todos los días en los que se celebró El Nicho no logró deslavar por completo el entusiasmo y las ganas de ir por más. Eric Namour, Danae Silva, Finella Halligan, Aru Corral, Lorena Sosa y todo el equipo de El Nicho dieron todo para atender de buena forma los números (siempre al punto en términos técnicos y facilidades), así como las necesidades de los músicos (algunos tímidos, otros gratamente sorprendidos), o las dudas del público. Si bien los horarios no se siguieron a pie juntillas, la mayoría se llevó a cabo de forma óptima. Escasas veces se ve una comprensión por parte del público y el talento, ya que los detalles técnicos eran compensados con presentaciones únicas y especiales.

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Para la jornada del cierre el domingo 15 de mayo en el Museo Rufino Tamayo, la lluvia cayó con más fuerza, poniendo a prueba una vez más el interés genuino del público, quien convivió con ánimo hasta el final; desde la gran ejecución de la obra de James Tenney, "In a large reverberant space", ejecutada magistralmente por 15 músicos posicionados a lo largo y ancho del patio interior del Museo, hasta el cierre portentoso a cargo de dos legendarios saxofones queridos por los amantes del free jazz extranjero y local, el japonés Akira Sakata y el mexicano Germán Bringas.

Niños, público ajeno al que le costaba trabajo entrar en la dinámica de lo instrumental, lo disonante, abstracto y expandido, y entendidos, nunca se fueron del todo, sino que se quedaron expectantes, disfrutando, entendiendo, poniendo a prueba, desde su lado infantil e inmediato, aquello que no forma parte de su cotidiano sonoro convencional, pero que de alguna manera siempre ha estado ahí, para cuando las ganas y la curiosidad por el asombro se deje ver.

¿Cuánto tiempo más este tipo de eventos tendrán la impronta del esfuerzo heróico y el sacrificio logístico y financiero?, ¿Cuántos años más disfrutaremos de una emisión cada vez más arriesgada del Nicho? Quizás sea hora de replantear el valor intrínseco que llevan este tipo de expresiones a nuestras vidas, desde el principio de la madurez de la forma y desde el final de nuestra infancia más entrañable en la forma. Más de esto, por favor.

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