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Identidad

‘Todo vale’: cuando tu padre trabaja en el porno

Mi padre pasó de ser un apacible guionista de cine a editar la revista porno Penthouse.
The author with her dad and sister. All photos courtesy of Amber Bryce

Era primera hora de la tarde y unos amigos habían venido a casa. Mi hermana y yo habíamos construido una guarida secreta en el cuarto de estar usando mesas, mantas y cojines. Uno de nuestros amigos era un chico, una vez me comí de golpe cinco donuts rellenos de mermelada delante de él para parecerle guay. El chico estaba ojeando los juegos para la PlayStation de mi padre cuando de pronto sacó una revista que alguien había escondido en una estantería junto a la tele. En la portada había una mujer rubia con unos pechos enormes y neumáticos. Había estrellas sobre sus pezones.

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"¡PUAAAJJJ! ¡Tu padre lee porno!". Me arrojó la revista y yo la cacé al vuelo, con las mejillas ardiendo: "¡No es verdad! Él solo, él solo… ¡escribe sobre él!". El chico siguió metiéndose conmigo durante el resto de la tarde. Me sentía totalmente avergonzada. Solo teníamos 11 años y a mí sobre todo me molestaba que él pensara que aquel era algún tipo de sucio secreto, porque no lo era.

Aparte del bigote a lo Burt Reynolds que llevaba mi padre en los setenta, no es para nada el tipo de persona de la que se esperaría que trabajara en la industria del porno. Mi padre se unió a la industria británica del entretenimiento para adultos hacia el final de la década de 1970 como crítico de cine. Frente a una taza de café excesivamente dulce en el hogar donde yo me crie, me explica que era una época en la que el porno consistía básicamente en "revistas bastante inocentes de chicas dirigidas al público masculino y películas clasificadas 'X' del estilo de Emmanuelle". La desnudez no era explícita y cualquier vídeo que no estuviera sujeto a la Ley sobre Publicaciones Obscenas se recortaba drásticamente para eliminar cualquier cosa que resultara realmente grosera.

A veces entraba en su despacho y conseguía captar algún borrón de píxeles de color carne antes de que cerrara rápidamente su portátil

Su carrera inicial como crítico empezó de la forma más inocente. "Había empezado a vender reseñas de películas normales a revistas para consumidores de vídeo y el editor de una de ellas me pidió que hiciera una crítica de una película de Electric Blue (una serie de películas bastante suaves del magnate británico del porno Paul Raymond) porque nadie más en la redacción se sentía cómodo haciéndolo", me explicó.

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Con un toque totalmente humorístico, envió una reseña al estilo de las que hacía sobre la serie británica de televisión Carry On, que era bastante esperpéntica aunque también ligeramente arriesgada. "Aquello fue tan bien que me pidieron que escribiera una columna fija en una revista llamada Video World y, para ello, adopté el seudónimo D. Ross, porque la mayoría de películas para adultos me parecían escoria ('dross', en inglés)". (Películas porno que mi padre no considera escoria: Garganta Profunda, Café Flesh, Paraíso Porno, Látex y, en tiempos más recientes, películas de gran presupuesto como Pirates, la versión XXX de Piratas del Caribe).

A la vista del éxito obtenido por D. Ross, mi padre continuó escribiendo reseñas sobre más películas para adultos durante la década de 1980. "En aquellos días previos a internet", me dijo, "nadie escribía sobre películas para adultos y era un tema que me interesaba precisamente por eso".

En 1990, el año en que yo nací, empezó a editar la revista de porno blando Video X. Mi madre, que era profesora de ballet y de claqué, posó una vez para la portada. Fue una sesión de fotos hecha con muy buen gusto —y completamente vestida—, pero aun así me sentí bastante avergonzada cuando mi madre se la mostró a mi novio el día que les presenté por primera vez.

A mediados de la década de 1990 mi padre era editor de Penthouse y estaba a punto de lanzar Television X, un servicio de suscripción que retransmite porno británico y amateur para el público del Reino Unido. Él era el tío que compraba las películas que se ponían en el canal, pero también hacía las veces de presentador en un programa de entrevistas a estrellas del cine porno. Aquello significa que entrevistó a mentes tan preclaras como el modelo convertido en actor Sean Michaels y a Bill Shipton, un amigo personal suyo que dirigía Splosh, la empresa especializada en grabar a chicas mientras eran cubiertas de natillas y baked beans.

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Sigo intentando recordar el momento en que yo me enteré de aquello, pero no creo que ese momento existiera en realidad. Mi descubrimiento de la carrera de mi padre en la industria del porno fue como ese momento en que reconoces un rostro anónimo que viste hace unos días; las facciones de pronto se organizan en perfecto orden y de pronto te das cuenta: "Joder, ahora caigo, vi a esa chica recibiendo una penetración doble en una de las copias en DVD que tiene mi padre para sus reseñas".

A pesar de episodios ocasionales como el incidente de la PlayStation, a mi padre obviamente le preocupaba que supiéramos a qué se dedicaba. A veces entraba en su despacho y conseguía captar algún borrón de píxeles de color carne antes de que cerrara rápidamente su portátil. Nunca ha sido una persona especialmente abierta; es amable, pero se siente infinitamente incómodo en torno al sexo, como aquella vez que contestó "ugggggh, uggggh" presa del pánico cuando mi hermana le preguntó qué era un período. De modo que nunca llegamos a hablar de sexo ni de la industria del porno, desde luego no en un contexto personal. Yo no empecé a interesarme por las historias que rodeaban su trabajo hasta que cumplí los 18, porque antes de entonces me habría sentido demasiado incómoda para preguntarle nada.

Los padres de la autora algo achispados en el Sex Maniacs Ball de 1987/88.

En 2013 asistí a la entrega de los SHAFTA (los premios del cine y la televisión para adultos) con mi padre, mi madrastra, mi novio y unos amigos. Con 23 años, era la primera vez que asistía a un evento así. Acompañé a mi padre por curiosidad. Caminé a través de una muchedumbre formada por mujeres pechugonas, vi a un hombre en esmoquin bailando como un pingüino electrocutado, me subí a una atracción de feria gigantesca (toda la velada estaba ambientada como un parque de atracciones XXX) y sostuve un premio que tenía la forma de un pene dorado.

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Algunas personas me han preguntado si no me sentía rara estando allí con mi padre. En realidad me sentí como en medio de una fiesta hortera y surrealista llena de excéntricos que casualmente resultaban estar muy bien dotados en el departamento del pechugamen o la entrepierna. No soy capaz de explicar cómo me hacía sentir aquel mundo —soy una persona introvertida e insegura que prefiere ocultarse en jerséis holgados y que sigue sintiéndose miserable cuando se cruza con algún hombre en la sección de sujetadores de unos grandes almacenes—, pero en cierto modo me sentí bien allí.

"Nunca me sentí incómodo conociendo a estrellas del porno porque aquellas eran personas que habían tomado la decisión consciente de hacer lo que hacían, y algunos de ellos habían sufrido mucho en su vida personal por esa razón", me dice mi padre.

En muchos aspectos, incluso las estrellas más destacadas del cine porno eran gente mucho más tranquila de lo que imagina la mayoría. "Disfruté mucho durante mi entrevista a Hugh Hefner, porque descubrimos que ambos adorábamos las películas antiguas de Sherlock Holmes protagonizadas por Basil Rathbone. Me dijo que todos los viernes por la noche, en la mansión Playboy, se proyectaba una película en blanco y negro… ¡y me invitó a asistir!".

La autora con su padre, cuando era editor en la revista Penthouse, en torno a 1995

De algún modo extraño, me siento especialmente afortunada de haber podido conocer la industria británica del porno de una forma que mucha gente no puede. En realidad es todo mucho más calmado de lo que la gente imagina. Recientemente utilicé los contactos de mi padre para escribir un artículo sobre el beso negro y la mayoría de estrellas del porno con las que contacté o nunca lo habían practicado o realmente odiaban hacerlo.

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"Todo vale en Norteamérica, pero para que una película porno pueda venderse legalmente aquí [en el Reino Unido] debe obtener un certificado R-18, lo que significa que determinadas imágenes en las que aparezcan lluvias doradas, gagging, estrangulamientos, diálogos que sugieran que una de las personas implicadas es menor de edad y otras desviaciones no están permitidas", me explica mi padre. "El productor británico también debe pagar por el privilegio de esta censura —en torno a 1.000 libras— y además solo se le permite vender sus películas a través de sex shops con licencia y ni siquiera por correo, por lo que no resulta extraño que la industria del entretenimiento para adultos en el Reino Unido gire sobre todo en torno a vídeos que se emiten a través de la tele por satélite al amparo de la ley".

Crecer con una ventana abierta al mundo del porno me ha permitido vivir algunas experiencias interesantes, pero también ha dificultado a veces la vida familiar. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 15 años, en gran parte debido a la implicación de mi padre con el porno. Aunque mi madre había disfrutado con la parte glamurosa de las fiestas a las que asistió a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, pensó que no estaba bien que nosotras tuviéramos un padre trabajando en aquella industria después de que nacimos.

Pero estoy agradecida por lo extraño que la carrera de mi padre aportó a mi educación. Permitió que mi hermana y yo comprendiéramos el porno por lo que es en realidad en lugar de toparnos con lo desconocido a través de una conexión telefónica. Y lo más importante, me ayudó a tener la mente abierta en referencia a los aspectos de la vida que algunas personas tacharían de sórdidos o extraños.

Actualmente mi padre está centrado en la edición y la publicación de su propia revista sobre películas de terror de culto, The Dark Side, y también en escribir para muchas otras publicaciones sobre cine. La escritura es su auténtico amor, tal y como muestra una de mis anécdotas favoritas sobre él.

Hace varios años conoció a George Harrison Marks, el legendario fotógrafo que inició la industria de los desnudos en la década de 1960 con sus cortos en 8 mm y su revista de striptease, Kamera. En ese momento, aquel renombrado alcohólico publicaba una revista sobre spanking llamada Kane.

Tal y como lo cuenta mi padre, el hígado de Marks estaba "ondeando la bandera blanca" a aquellas alturas. Si no conseguías contactar con él antes de las 11 de la mañana era imposible que te hiciera caso. Lo que sí tenía, sin embargo, era un reguero constante de prototipos de maestra de escuela y mujeres vestidas de colegiala paseando por las oficinas de la editorial.

"A mí eso no me dice nada", confesó frente a su cuarto brandy. "Son malditos pervertidos, si me preguntas a mí. Aun así, esto me paga el alquiler".