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Música

Rumbo al Vive - Corazón de felino: el amor imposible de Los Tigres del Norte

Los Tigres del Norte sOn jefes innegables, sí, pero alguna vez le cantaron a la podredumbre de espíritu, psique y bolsillo. Y eso, nunca lo olvidaremos.

“Trabajando, acumulé una gran fortuna. Por ser rico, me olvidé yo de mi hogar. Y hoy que miro que mis hijos han crecido, con tristeza veo que son unos perdidos; ya no puedo su camino enderezar”.

Los Tigres del Norte, “Me maldigo”.

No es siempre, pero en ocasiones las miradas sobreintelectualizadas sobre fenómenos culturales, no sólo no dan en el clavo preciso sobre lo que es realmente importante señalar, sino que muchas veces entorpecen el objeto de aquello que se estudia; se sobrecarga de lecturas muy evidentes y romantizadas de algo que probablemente sí esté, pero que en un principio fue meramente inconsciente.

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Si uno se sigue creyendo aquello que Paz afirmó en El Laberinto de la Soledad, sobre que el mexicano es como una especie de tuna, dulce por dentro pero espinoso por fuera, seguro se quedará conforme con esa y todas las ópticas pasteurizadas que se nos brindan día a día, llámese Gloria Trevi bajo los ojos de Carlos Monsiváis o los ensayos en Nexos o Letras Libres sobre Miley Cirus.

Esto viene a colación en torno a la presentación de Los Tigres del Norte en el festival Vive Latino, grupo evidentemente emblemático, eminentemente mexicano, al que las modas, estilos, diatribas y elogios les han pasado de día y de noche, por arriba y por abajo. El combo norteño ha estado vigente por más de cuarenta años en el gusto popular, en medio de un éxito verdaderamente desproporcionado a partir de finales de los noventa, un infame MTV Unplugged y, por supuesto, sendas sobreinterpretaciones sobre lo que los hermanos Hernández hacen o dejan de hacer sobre sus espaldas mojadas.

Antes de ponerte hasta el rifle el sábado y cantar agudito temazos como “La puerta negra”, “Contrabando y traición” o “Golpes en el corazón” al estilo “versión con ‘La Pau’”, cabría hacer algunos apuntes en torno a los felinos y a la tela creativa con la que trabajan, la misma que les dio de comer, los llevó al estrellato y los acabó por condenar a un reciclaje de sí mismos poco excitantes. Hay cosas que los oriundos de Rosa Morada, Sinaloa ya no harían y que están bien picosas de bonitas. ¿Por qué sus rolas deben bailarse “de cartoncito”? ¿Qué hay más allá del cliché de borracho? ¿Qué simbolismo guarda el lunar capilar de Hernán?

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Hoy en día, Los Tigres del Norte son aceptados por el sector masivo mal llamado juvenil y seguro tirarán el cantón el sábado 29 en “el Vive” entre gritos y entrega ciega, pero hay un pasado que huele a orines, limón seco y “nalguitas” amargas de cerveza sobre mesas de metal. ¡Que le trepe a la gabacha compa, que viene el acordeón de Jorge pa´ explicarles un par de cosas!

Historia de cabrones

“Yo no creo en el mundo, su amor y sus bonanzas, todo el que ofrece algo siempre espera algo mejor, amigos y mujeres todos van a la balanza, que viva mi desgracia yo regalo el corazón”.

La identificación de la clase popular con Los Tigres del Norte deriva de su historia misma. Una familia muy apegada a sí misma que tuvo que partir de Sinaloa a Estados Unidos para ayudar a la familia. “Los Tigres” son los portavoces del mojado mexicano por antonomasia. Desde 1968, los hermanos Hernández partieron ya como grupo para darle recio en un chance que les dieron para tocar en California, en donde un oficial gringo les rindió pleitesía con el mote de los “Little Tigers”.

Sus dos primeros sencillos, “Juana la traicionera” y “Por el amor a mis hijos” si bien suenan aún verdes y muy parecido a la norteña que se hacía en México históricamente (Carlos y José, Los Invasores de Nuevo León o Los Cadetes de Linares), ya daban cuenta de un grupo con mucha hambre y ganas de contar historias “del paisano”: dramas fronterizos, extrañar a la mujer y amarla aunque sea culera y, sobre todo, reponerse ante todos los embates de la vida, llámese pobreza, discriminación o el cruento mundo de la droga. Anteponerse a las adversidades es el sino.

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Los Tigres del Norte amarraron un arrastre más que palpable a fuerza de sencillos durante tres años, hasta que llegó su primer disco en 1972, llamado Cuquita, en donde los “taiguers” proponían un lenguaje bien del norte, con coqueteos aún tímidos con la cumbia y la polca, pero bárbaros como combo equilibrado: letras sencillas pero bien contadas, bajo y acordeón bien perrones, y el sabor que sólo un instrumento como el bajo sexto puede brindar, que le da ese ritmo regordete a los corridos, las cumbias pegaditas y hasta “las calmadas” más arrastradas.

Las cifras apendejan a cualquiera: 55 discos grabados, más de mil rolas y una gran mayoría de verdaderos himnos que ya trascendieron cualquier barrera y prejuicio cultural, y que superan las tres horas de concierto. Los Tigres del Norte fueron durante la década de los setenta y ochenta, una banda principalmente del campo, rural, o de lleno sólo para norteños mexicanos. Hoy en día, casi todo el sur de Estados Unidos se cabulea con su sonido altamente copiado y jamás igualado, que hasta cierto grado conserva la génesis del narcocorrido sin llegar a ser del todo brutal, es insoportablemente incluyente en sus letras, y sorprendentemente repetitivo en su estilo sin llegar a cansar del todo.

“Los Tigres” son jefes prácticamente en toda Latinoamérica, y ese sino es el que los ha desterrado de ese pasado divertido, incorrecto políticamente y agreste. El ser un “grupo del pueblo” les restó espontaneidad a cambio de un público masivo que marca lo que la banda va a grabar. Sin embargo, el grupo de familia que un día fueron los morenitos culichis que salían en las películas de los Almada, son de esas cosas en las que uno se puede ver a sí mismo con mayor nitidez que en los textos de la SEP.

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Chamba es chamba

“Quiso ganarle a la muerte, quiso ganar la carrera, tres años sin verla y no la alcanzó. En una cruz de madera colgó los zapatos blancos, que el día de la boda, él le prometió. Alzó los ojos al cielo y le gritaba ‘te quiero, soy el extranjero que al fin regresó, te traigo mucho dinero”.

Uno no puede salir avante de la desproporción de la fama. Fue a principios de los noventa cuando Televisa volteó a ver a la música popular de los estratos bajos (su público core), y los comenzó a invitar a sus programas más taquilleros conducidos por Raúl Velazco, Verónica Castro o Ricardo Rocha, en donde Los Tigres del Norte abrieron brecha verdadera para la desbandada vernácula posterior. La fama mediática de grupos como Bronco, Los Temerarios, Los Bukis, Los Tucanes de Tijuana o Ramón Ayala se entiende en buena medida por la chamba titánica de Los aguditos Hernández, quienes antes que nada, son tipos que trabajan duro. Sí hay arte, sí hay un grado notabilísimo de creatividad, pero ante todo hay trabajo, chamba.

Esa misma chamba los lleva a no tener conflictos con su concepto y sonido. Su éxito “Contrabando y traición”, el álbum y la rola de 1974 marcó su primer gran éxito, la génesis recia del narcocorrido moderno y la etapa de letras con contenido de “realidad social”, que no ha parado aún pero que ya se percibe forzada desde finales de los noventa hacia acá, época en la que la expansión laboral llegó al grado de la creación de una fundación por parte de los sinaloenses, con el objeto de preservar la música regional.

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Se dice que la sugerencia de abordar la temática social y de estar en constante defensa de los hispanos, devino más de una sugerencia discográfica que de una inquietud genuina. Sin embargo, el trabajo de los norteños siempre juega en esas dos canchas: canciones que peguen, éxitos, vender muchos discos, tener un mejor show. ¿Cómo no ser los “Jefes de Jefes” y estar como inevitables si lo único que han hecho es perfeccionar lo generado? Los Tigres pueden ser la idea más cercana a The Beatles que tiene México, evidenciando que nuestro país no es rockero ni prehispánico. Es, en términos laxos, una banda de oprimidos que chambea duro.

“Los Tigres” son tipos sencillos

“Cianuro”, me has dado veneno puro, mi negra yo te lo juro, conmigo vas a acabar. Arpía, acabas con mi alegría, pero ha de llegar el día que pagues por tú maldad”.

Hay quienes desdeñan a Los Tigres del Norte con furia: que si son pobres en su letrística, que si el mismo sonsonete y la dupla de voces aguditas, que si la figura del machismo, la madre y el sufrimiento mexicano. Sin embargo, el sello tigre es un refinamiento estético del cual México no tenía precedente. El norteño de los Tigres es atípico por equilibrado, profesional y bien producido, que abreva del country (muy leve), de la polca, el bolero y el mariachi, pero que también coquetea con la multitemática a través de un estilo depurado. Los Tigres tienen una tabla rasa en donde someten la multiplicidad de temas.

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Más allá del vocabulario básico, la dupla de Jorge y Hernán a nivel de letras está perrona, ya que sin caer en la ridiculez de Alex Lora, logran con humor y maestría cantarle a todo tipo de temas. Su etapa más creativa al respecto es la comprendida entre 1984 y 1994, en donde estalla la fama internacional y le cantan a las gorditas y el celular. La inclusión de un saxofón cotorro les robustece el sonido y las cumbias se convierten en su carta fuerte. Discos como el poderosísimo Contrabando y Traición (1984), Gracias América sin Fronteras (1989), Incansables (1991), Tan Bonita (1992) y Los dos Plebes (1994) dan cuenta de su etapa definitiva que los catapultó y de la cual aún siguen comiendo.

No es que uno endiose lo básico del mensaje o lo “peculiar” de su estética, pero Los Tigres del Norte son más complejos de lo que parecen, más allá del culto y las masas sombrerudas que mueven.

La historia es el mensaje

“A ti por ser infiel yo te perdono. Y tú que eres mujer lo ignoras todo. Si Dios te dio un corazón de oro a, mí me dio un corazón para sufrir”.

Al grupo se le cuelga con frecuencia el patético milagrito de “portadores de la voz del pueblo”, cosa que ellos ni niegan ni afirman pero que saben explotar al máximo. Lo cierto es que los hermanos Hernández saben contar historias con estilacho, mamarrachería en los límites de la sobriedad y el profesionalismo, y con una puntualidad bien clara. Lo que hoy es decoroso aguante alguna vez fue incansable creatividad. Nunca las rolas norteñas habían dejado más claro el tema del narco, los conflictos raciales y los complejos idiosincráticos del mexicano, que los noticieros mismos. Además con humor blanco a veces chocoso y una idea fea del guadalupano con mamitis, sí, pero no por ello menos certero y sumamente didáctico sin ser muy adoctrinante. Las alegorías de Los Tigres son muy obvias, tal vez, pero suelen ser más honestas y menos impostadas que los artistas que andan por ahí dándoselas de crooners.

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De Rosa Morada al Foro Sol

“Esto si ya es el colmo de la mala suerte, la vida ya no es vida prefiero la muerte, no dejo de extrañarte y de tanto quererte, mas yo tengo la culpa por no detenerte. Lo siento, no soporto que nadie se arrime, nada me satisface todo me deprime, creí que solamente pasaba en el cine, sólo falta que un perro se acerque y me ladre. Por lo que más quieras, por tu santa madre regresa ya”.

Sin ánimos de ser aguafiestas, hay que aclarar que lo que veremos el sábado en el Vive Latino es una versión muy “Univisión” de Los Tigres, puro macanazo seguro, eso sí; “Mi buena suerte”, “América”, “Jefe de jefes” y “La mesa del rincón” seguro desfilarán para que todos sientan el zarpazo. Sin embargo, para los entendidos y clavados, sería un gusto sorprenderse y escuchar alguna vez aquellas canciones que uno escuchaba en entornos jodidos, morenos y pringosos y no tan caricaturizados de sí mismos.

Los Tigres del Norte sOn jefes innegables, sí, pero alguna vez le cantaron a la podredumbre de espíritu, psique y bolsillo. Y eso, nunca lo olvidaremos.

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