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Música

Visité el Museo de ABBA, una cosa extrañísima que existe en el mundo

ABBA: The Museum también funciona como el Salón de la Fama de la Música Sueca, porque ABBA fue para el pop sueco lo que los Beatles fueron para el rock.

Foto por Åke E: son Lindman, cortesía de ABBA The Museum

Si nunca han ido a Estocolmo, les recomiendo que vayan. La ciudad fue construida alrededor de una red de 14 islas, interconectadas entre sí por puentes increíbles para cruzarlos en bicicleta. Quizá la más impresionante y extraña de todas las islas es Djurgården, cuyos bienes raíces son prácticamente puros museos. Es el hogar de Skansen, un espacio al aire libre que funge como museo arquitectónico y zoológico. También está la Thielska Galleriet, una galería de arte dedicada a piezas del fin de los 1800 y principios de los 1900. Está el Nordic Museum, que busca preservar la historia de la región, y el renombrado museo marítimo Vasa. Y luego está ABBA: The Museum, que es exactamente como suena.

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ABBA: The Museum también funge el Salón de la Fama de la Música Sueca. Suecia es un país de únicamente unos 10 millones de personas, lo que hace que su habilidad de crear actos tan variados como Robyn, The Knife, Entombed, y Refused (quienes son honrados en el museo de alguna manera u otra) sea aún más impresionante. Pero cada uno de esos artistas únicamente recibe centímetros de espacio en una habitación que quizá es un cuarto del tamaño del museo de ABBA al que está adjunto. Eso es, básicamente, una declaración por parte del gobierno sueco, manifestando que si combinas cada sencillo que cualquier buen músico de su país ha publicado y publicará, aún así jamás serán tan importantes para la historia musical de su país como lo fue ABBA.

Foto por Åke E: son Lindman, cortesía de ABBA The Museum

De mediados de los 70 a principios de los 80, el cuarteto de dos hombres y dos mujeres publicaron ocho discos, que han vendido unas 400 millones de copias. Escribieron “Dancing Queen”, quizá la mejor canción sobre baile escrita en la historia, y “Waterloo”, tal vez la canción más pegajosa que haya usado a Napoleón como metáfora central. Su música fue transformada en Mamma Mia!, el octavo show que más ha durado en la historia de Broadway, y una adaptación cinematográfica que recaudó $600 milliones de dólares, estelarizada por Meryl Streep, quien asegura que ver el musical en Broadway la ayudó a vencer el sentimiento de tristeza y malestar que la inundó después del 11 de septiembre del 2001. Axl Rose era fan de la banda, algo que parece tan improbable como que Rasputín fuera fan de Wordsworth. Son como Fleetwood Mac, si Fleetwood Mac inspirara tanto orgullo regional como Juan Gabriel en Ciudad Juárez.

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Incluso con todo y su museo, es difícil explicar lo enorme que es ABBA en su natal Suecia. Piénsenlo así: Imagínense que Nas y Kelis siguieran juntos y decidieran formar un grupo con sus amigos cercanos Jay Z y Beyoncé. Luego, imagínense que además de convertirse instantáneamente en el grupo musical más famoso de Estados Unidos simplemente por existir, también sería la misión tácita de este grupo el convertirse en estrellas internacionales, para después representar a Estados Unidos por todo el mundo, porque literalmente nunca había habido un grupo musical americano en la historia hasta su llegada. Ahora imagínense que son los 70 y que el grupo consiguió esta meta aparentemente inalcanzable, no sólo una, sino varias veces, y que eran más suecos que nada. Eso es ABBA.

Foto por Åke E: son Lindman, cortesía de ABBA The Museum

Hoy en día, varios de los compositores de canciones más cotizados del pop son suecos, pero casi siempre terminan quedándose tras bambalinas. Personas tan talentosas como Max Martin, Shellback y RedOne terminan vendiéndole sus adictivamente pegajosas canciones a hermosas cantantes americanas para que se conviertan en éxitos globales. ABBA personificó una época de tiempos más simples y gloriosos en la historia musical de su país, donde los compositores locales podían unirse con sus moderadamente atractivas parejas y cantar las canciones ellos mismos; todos portando zapatos de tacón, atuendos brillantes y sonriendo como degenerados cada vez que una cámara apuntaba hacia ellos. Incluso el vacío de las letras de ABBA ha probado ser, con los años, algo valioso para la banda. Es lo que permitió que “Dancing Queen” se convirtiera en un himno gay y es una de las razones por las que Mamma Mia! funciona tan bien como musical. Hay una línea muy delgada entre escribir una canción sobre nada y una canción sobre cualquier cosa, y ABBA caminaba cuidadosamente en esa frontera.

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Creo que la historia será gentil con ABBA, pues se ha escrito incansablemente sobre la agrupación. ABBA: The Museum expone la historia básica de la banda que empezó cuando dos tipos principales en las dos bandas más grandes de Suecia se convirtieron en mejores amigos, luego ambos se casaron con cantantes famosas y se convirtieron en un grupo que publicó éxito tras éxito hasta que todos se divorciaron. 20 años después crearon Mamma Mia! y todos en ABBA se convirtieron en putrimillonarios. Entonces vino la sala pre-ABBA de ABBA, en donde se muestran los vehículos en que los integrantes Björn Ulvaeus y Benny Andersson se iban de gira con sus respectivas bandas, The Hootenanny Singers y The Hep Stars, y que literalmente, alguien cortó por la mitad y los pegó en la pared del museo. Luego está la sala que muestra cómo ABBA alcanzó la fama, que explica cómo Ulvaeus y Andersson, junto con sus respectivas esposas Agnetha Fältskog y Anni-Frid Lyngstad (quienes ya eran estrellas por su propia cuenta), escribían canciones que no le importaban a nadie, hasta que su canción “Waterloo” ganó el concurso de canciones de Eurovision en 1974 y se convirtieron en grandes estrellas. Después está una sala dedicada a los Años Dorados de ABBA, que incluye la consola con la que hicieron la mayoría de sus discos. Hay otras salas en las que se habla de la gran habilidad para los negocios de su manager, sus disfraces, sus numerosos discos de Oro y Platino, sus micrófonos, la manera en que tenían decorado su estudio y sus rituales antes de salir a los escenarios.

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Un banner promocional en la página de ABBA: The Museum, mostrando muñecos tamaño escala de ABBA

Sobra decir que el lugar tienen más estatuas de ABBA de las que uno podría imaginar (“ERAN INCREÍBLES ENTONCES. SE VEN INCREÍBLES HOY EN DÍA. ¡MIRA LOS MUÑECOS EN TAMAÑO REAL EN EL MUSEO!” dice un banner en el sitio web del museo). Además de todo eso, hay varias exposiciones interactivas, que son moderadamente confusas. Existe una consola falsa donde puedes tratar —y fracasar— de mezclar correctamente una canción de ABBA, varios cuartos para hacer karaoke con sus canciones, y una máquina increíblemente aterradora que escanea tu cara y la pone sobre el cuerpo de uno de los integrantes, nombrándolo tu “ABBA-tar.” También, increíblemente, hay una pantalla interactiva que te cuenta sobre la banda de metal Watain. Pero es difícil encontrarla y está en sueco, porque está dentro del Salón de la Fama de la Música Sueca, un área con una prioridad tan baja que los encargados del museo sólo se molestaron en traducir un pequeño fragmento de los textos al inglés. De hecho, el museo de ABBA contiene traducciones en inglés para básicamente todo.

Gracias al museo de ABBA, ahora sé demasiadas cosas aleatorias sobre la banda. Por ejemplo, sé que el nombre original del grupo era Björn & Benny, Agnetha & Anni-Frid, y que en sus primeros años no podían entender por qué no le gustaban a nadie, hasta que se dieron cuenta que su nombre apestaba. Sé que el manager de ABBA, Stig Anderson, era un hombre extremadamente severo porque el museo se aseguró de hacérmelo saber. Sé que Björn y Benny escribieron los éxitos más grandes de ABBA en una cocina, porque en el museo la reprodujeron y cuentan que en ella se crearon canciones como “Waterloo”, “Mamma Mia” y “Dancing Queen”. Sé que fueron pioneros en el naciente mundo de la producción de videos musicales y que su firma visual era incluir distintas combinaciones de cada integrante en la pantalla, porque el museo muestra un documental sobre los videos musicales de la banda en loop. Sé que el helicóptero en la portada de Arrival (el disco que incluye “Dancing Queen”) es extremadamente pequeño, porque alguien lo metió a una sala del museo.

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Foto por Åke E: son Lindman, cortesía de ABBA The Museum

Pero más que nada, el museo de ABBA es un monumento a lo avasalladoramente exitosa que fue la banda. Desde que se cambiaron el nombre por algo pronunciable, no sólo empezaron a vender inimaginables cantidades de discos y a generar inimaginables cantidades de dinero: legitimizaron a Suecia como un lugar musical, lo que significa que todos, desde Ace of Base hasta Icona Pop o Watain, les deben al menos un poquito de gratitud (o, en el caso de Watain, a lo mejor un sacrificio sangriento).

Hasta hoy, ABBA es al pop sueco lo que The Beatles fueron para el rock, o James Brown al funk. Un grupo que dejó un revolucionario legado de nuevos valores musicales. Si los Beatles inventaron la música moderna y James Brown fue el pionero de una pose y actitud que serían emulados por varias generaciones, ABBA básicamente fue el alunizaje para la Ikea-fijación del pop. En primera instancia, su música era medio vacía y sin sentido, pero sus melodías eran a prueba de balas y sus canciones eran estructuralmente perfectas, por eso no había otra más que aceptarlos como genios.

Luego está el increíble nivel de atención que los integrantes de ABBA le ponían a cada uno de los detalles de lo que hacían. “S.O.S.” fue escrita en Re-menor, algo que es muy, muy difícil de lograr porque, en las palabras de Nigel Tufne de Spinal Tap, hace que “la gente llore instantáneamente”. Igual de impresionante es que “Move On” esté escrito al ritmo de vals, algo muy lejano de los ritmos cuatro por cuatro de los contemporáneos de la banda. O que en “Money Money Money,” el grupo alcanza una nota nueva cada vez que cantaban “Money”. Definitivamente ABBA no tenía que hacer ninguna de estas cosas, pero su museo argumenta que el trabajo de ABBA—no, su responsabilidad cívica— era crear éxitos de pop globales monolíticamente enormes y que no habría sido divertido si no hubieran metido esos pequeños detalles en sus canciones.

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El ABBA-tar del autor / Foto del autor

Es esta tendencia por ver una gran obra de arte del mismo modo que uno puede ver un producto comercial perfecto, con las peculiaridades y personalidades de sus creadores impresas en la artesanía del trabajo, en vez de a través del mensaje directo (lo que hace varias piezas de arte Nórdico supremamente interesantes). Por ejemplo, si nunca hubieras escuchado sobre el escritor noruego Karl Ove Knausgaard y alguien dijera, “Bueno, pues el tipo sólo escribe libros sobre él haciendo cosas normales, los recursos literarios que emplea son medio cliché, y sus diálogos pueden ser acartonados, ¡pero es considerado uno de los mejores escritores vivientes del mundo!”, probablemente te quedarías perplejo. Pero si te sientas a leer uno de sus libros, entiendes el punto de la escritura de Knaussgard, la cual es completamente diferente de su propósito de “escribir algo insignificante”. (Para aquellos que llevan la cuenta Knaussgard aparentemente odia a Suecia pero vive allí actualmente, ve tú a saber por qué). Bueno, básicamente es lo mismo con ABBA porque una canción como “Waterloo” o “Dancing Queen” no va a alcanzar niveles de profundidad tipo Bob Dylan en sus letras, pero si las escuchas más de una vez, se te quedarán pegadas en la cabeza para siempre. Y eso no es algo fácil.

Dado que el museo de ABBA fue creado con bastante participación de la banda misma, omite varios detalles muy obvios. Únicamente se menciona de manera pasajera los divorcios entre Agnetha/Björn y Anni-Frid/Benny que provocaron que la banda se separara, y los letreros insisten que el grupo se encuentra en un descanso, a pesar de que el grupo repetidamente ha declarado que jamás grabarán material nuevo o tocarán en vivo. Aunque la banda ha tenido bastantes detractores en su historia (el legendario crítico de rock Robert Christgau se refirió alguna vez a ellos como “el enemigo”), el museo esquiva a los detractores con un poster que contiene un par de mini-ensayos ambiguamente escritos prácticamente desechando las escenas de izquierda y progresivas de Suecia, ubicado en la esquina de un cuarto. En ABBA: The Museum, tienes que buscar activamente la evidencia de que hubo más música sueca después de ABBA, y cuando la encuentras, te dirán que esa música era en su mayoría una mierda.

Foto por Åke E: son Lindman, cortesía de ABBA The Museum

Luego está el hecho de que el museo de ABBA únicamente acepta tarjetas de débito y crédito, algo bastante normal si consideramos que 80 por ciento de las transacciones en Suecia se conducen vía tarjeta de crédito, y que el país está en camino por dejar el efectivo atrás. Pero se pone complicado cuando te acuerdas que el vocero de facto para una Suecia sin billetes ni monedas es Björn Ulvea de ABBA, quien en un comunicado en el sitio de ABBA: The Museum enfatizó que dejar atrás el efectivo reduciría los crímenes causados por el narcotráfico (LOL). Incluso si ignoras lo completamente anti-rock-and-roll que es eso, hay algo bastante ominoso sobre la manera en que ABBA: The Museum ignora que las cosas no son 100% color de rosa en el mundo.

Así como estar sonriendo constantemente hacía que ABBA pareciera mucho más aterrador que cualquier shock rocker —en serio, vean el video de “Waterloo” y traten de no asustarse— la marcha forzada de felicidad de ABBA: The Museum la cual muestra al grupo como la única banda sueca en el universo hasta que decidieron dejar de hacer música y le permitieron existir a otras bandas de allá, se siente casi totalitario. No digo esto para criticar a la banda o a ABBA: The Museum porque básicamente es un reflejo perfecto de ABBA como grupo, incluso también es un horrible reflejo de la realidad. Pero, honestamente, ¿quién quiere vivir en la realidad? La realidad es triste e inconveniente. Es un lugar en el que nos vemos forzados a existir dentro del caos, los conflictos y eventualmente la muerte. Tanto el terror como la magia de ABBA residen en que encontraron la manera en vivir completamente alejados de trivialidades tan deprimentes, encontrando la inmortalidad en el orden y la alegría.

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