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Música

Maestros de Ceremonia

El directo de Los Mirlos en Latino Power me recordó algo simple pero que a veces pasamos por alto: la huella ritual que cargan nuestras celebraciones más mundanas.

Este man Steve Aoki le tira ponqués al respetable. Ponqués. Y lo aman. Y lo adoran. Y lo aclaman. Todos quieren más cremita suya y ojalá en la cara. Cuando viene a Colombia, como cada mes y medio, el gran repostero del EDM pide 32 botellas de whiskey, 16 latas de bebida energizante, 69 makis de salmón bebé, un frasco familiar de mantequilla de maní de wasabi y tres tortas de Nicolukas.

Y tienen que ser de Nicolukas, pues las de Terely no le traman.

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"Mucha mantequilla, poca aerodinámica", se le ha escuchado afirmar.

En una postal ya clásica de nuestra cultura popular, Jorge Barón, grande él, grita "¡Agüita pa mi gente!" y dispara chorros y chorros del elixir a su feligresía. Y la muchedumbre enloquece como si cayera maná del cielo.

Y es que es innegable: es como mesiánica esa imagen.

Me llaman mucho la atención estos gestos de populismo musical que se tejen entre público y artista en el fuego del formato más bárbaro de todos: el en vivo. Aprecio profundamente estas fórmulas de comunicación que nos activan. Que nos llaman a existencia. Que nos hacen parte de la ceremonia.

Eso tiene mucho de magia y es primitivo.

Y hasta peligroso, de manejarlo mal.

Mis clichés favoritos, desde mi ínfimo rincón, siempre han sido los del bazar y los de la miniteca, dos espacios de danza y esparcimiento social en los que crecí, como buen rolo de clase media que soy, pues nunca fui a un picó en Soledad Atlántico ni a un sound system en el trenchtown de Jamaica, tampoco a un rave clandestino inglés ni a un blockparty en el Bronx. Yo me eduqué musicalmente con las consignas de dónde está la mesa que más aplauda y a ver los hinchas de Millonarios, con el mañana no hay que trabajar y la botella de guaro para la que más baile. Mi top: dónde están las mujeres solteras, cuando ponen a gritar a machos vs hembras y por supuesto: una histeria…

¡¡¡AAAAAAAAAAH!!!

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Confieso, por demás, que disfruto cuando me hacen sentir gozón y calentano.

Recuerdo alguna vez, en el inolvidable recital que Wendy Sulca dio en el Festival Centro 2011, que en su banda, de lo más avanzado y contundente que he visto en vivo, a propósito, había un integrante exclusivamente dedicado a animar. Casualmente, su mánager. Un tipo en camisilla blanca y pantalón negro, cabellera a lo Puma y calzado de bailarín serio, quien llevaba la batuta de la fiesta y mientras ejecutaba bailecitos imposibles gritaba consignas parranderas memorables. En un momento soltó un "¿A quién le gusta la tetita?" para introducir el hit de su protegida.

Maestro.

Y de ceremonias, porque así es que se les llama.

(Y de ahí, por demás, la sigla MC en el hip hop).

El sábado pasado 17 de enero fui a ver a unos célebres compatriotas de la Wendy (y en muchos sentidos sus abuelos) a Latino Power, antes Boogaloop, ese antro literal que, en medio de una calle oscura y cruda que de noche es casi zona de tolerancia, desde hace algunos años se ha convertido en epicentro para algunas de las propuestas más calientes de la vieja y nueva escuela tropical y alternativa de la región. Estaba afuera fumándome un cigarro cuando salieron todos ellos de la van, portando la chaqueta oficial de su delegación. Directamente de Moyobamba, eran Los Mirlos, magos del embrujo amazónico hecho cumbia. Uniformados. Dicharacheros. Clásicos. Entraron todos en filita y a las 12 puntuales se tomaron la tarima.

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Y hágale.

Al fondo del escenario había uno con una batería y dos pads ochenteros para hacer redobles a la 1987. Muy new wave. Y al lado otro con un sinte que pintaba colores en el aire, imagino, como los que acompañan una ingestión de ayahuasca. Luego había uno en los timbales y otro en los cueros. Animales. El del bajo, que se parecía a Pacho Santos, pero decente. Y el del güiro. Un completo cabrón. Junto a este último, otros dos confrontaban a la audiencia, un trío de frontmen con presencia avasallante, uno de ellos Danny Jhonston, un hombre espectáculo que le imprime el sello de origen a su banda con sus singulares punteos de guitarra. Y todos vestidos con pantalones y chalecos de seda verde navidad, con camisas blancas debajo. Respetuosos de la fiesta y de su público. Elegantes.

Se trata de una banda "afincada", hermosa palabra que alguna vez le escuché decir al maestro Michi Sarmiento. Esto significa que como ensamble son una aplanadora. Cuarenta años de tocar en fiestas de pueblo peruano, imagínense. Justo lo que prometen, o al menos prometió el hype que los convirtió en mito hace algunos años, gracias al trabajo de diggers serios y al aporte de sellos como Barbes, de los Chicha Libre, que le dieron a la cumbia amazónica y a la chicha proyección global, pero ante todo, el respeto del público más "coolto", al poner a circular en el mercado de la mal llamada "world music" la leyenda de unos chamanes cumbieros que, como ellos y otras luminarias tipo Juaneco y su Combo, encienden juergas como si se tratara de ceremonias indígenas medicinales (o mágicas). Y todo, a partir de un brebaje psicodélico que incluye una guitarra ácida y surfera, pero acumbiada (adaptada de los gringos que llegaban a sus playas con su música y sus tablas en busca de las codiciadas olas peruanas), percusión tropical a lo que da, bajo indomable y típicos órganos a de misión católica, pero en el Amazonas, donde la cosa es color de hormiga.

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Y claro, arengas sabrosas, imperativas y salvajes.

Esa noche, en todo caso, asistí a un absoluto rave selvático. Uno tras otro, "Lamento de la selva", "Muchachita del oriente", "Sonido amazónico", todos los himnos de la banda. Descargas continuas de veneno directo al torrente sanguíneo. Un sonido frenético y alucinado que te lleva a dar vueltas y vueltas y vueltas de manera circular y embriagadora, que te pone los ojos al revés y las caderas como maraca, para llevarte al fondo de un caleidoscopio alimentado por una savia divina y y mística y reveladora (de la selva vienen todas las drogas, no hay que olvidarlo). Y el cantante-animador, ¡qué personaje! El tipo se tiró todas las clásicas, hombres versus mujeres, dónde están las solteras, manos arriba, a ver esas palmitas, ¡hasta tres hurras por Colombia por ser la madre de la cumbia! Toditas. Y el público arriba, poseído y obediente, en absoluto y voluptuoso trance.

El clásico "call and response", que llaman. La huella ritual que cargan nuestras celebraciones más mundanas.

Y no solo las llamadas "populares".

Contra toda la resistencia de sus socios y en un magistral cálculo político, Chuck D trajo a Flavor Flav a su fantasía de Public Enemy porque necesitaba un payaso que ablandara o más bien camuflara su mensaje radical frente a un público jodido y adormecido por el crack, que solo quería mover el bote. Liam Howlett, de Prodigy, trajo a Keith Flint, un auténtico bufón, un calco casi literal de Johnny Rotten, para que saltara por ahí como desatado en el escenario, hiciera muecas varias y llevara a los ravers al miedo y al éxtasis por igual. A la liberación a través de la danza, en tiempos en los que el rave estaba siendo perseguido en Inglaterra por ser el public enemy #1. En Colombia, más allá de la fiesta de pueblo, este tipo de personajes coloridos y necesarios han sido recreados por varias luminarias actuales como Velandia, Eduardo González de Puerto Candelaria, Índigo de Systema Solar y Andrés Gualdrón de los Animales Blancos, todos grandes exponentes del perifoneo alternativo, héroes del nuestro neo-tablado nacional. El año pasado, en una de las fiestas más memorables de 2014 en Bogotá, después de cada uno de los salmos rastafari que tiraban, los Channel One tomaban el micrófono para preguntarle al bailador si seguía vivo…

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¡¡¡AAAAAAAAAAH!!!

Pillando el sábado a Los Mirlos, sospeché que, en esencia, siempre se ha tratado de lo mismo y en todos lados. No hay ceremonia sin conductor. Y digo conductor en términos eléctricos. Alguien que conduce la energía colectiva para llevarla al clímax, a la transformación, a la comunión por medio del baile. Personajes que nos recuerdan algo simple pero que a veces pasamos por alto: que estamos vivos.

Y que la música nos levanta.

CODA: La vieja escuela de la música tropical peruana es de lo más venenoso que puede picar. Recomiendo explorar el catálogo del sello del Sr. Maraví, Infopesa, que es como el Discos Fuentes inca. Una powerhouse, que llaman. En cuanto al exponente más reluciente de la nueva generación (y al respecto píllense el documental de nuestros hermanitos de Thump), Dengue Dengue Dengue, future chicha con tratamiento de EDM y unos visuales hipnotizantes, también estuvo este fin de semana en Bogotá, el viernes en Latora 4 Brazos. Fiestón 3D-chamánico que a la una de la mañana, cuando la dupla de las máscaras nos tenía ya embrujados, fue interrumpido por la policía que, enfurecida por los más de 100 que se quedaron por fuera y los más de ochenta mil que estábamos adentro, nos pidió abandonar el lugar de inmediato. Una lástima. Era apenas la una de la mañana.

--- A Nicolás le gusta moverlo como exorcizado. Síguele el ritmo en @nikovc.