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Música

¿Y usted sabe de qué se trata "Entre Dos Tierras" de los Héroes del Silencio? Un análisis lírico

Ahora que ha cumplido un cuarto de siglo, creo que ya tenemos la cabeza lo suficientemente fría como para entender la intrincada poesía de Bunbury que aparece en el disco "Senderos de Traición".

Yo no tengo la culpa

Ahora que ha cumplido un cuarto de siglo, creo que ya tenemos la cabeza lo suficientemente fría como para entender la intrincada poesía de Bunbury que aparece en el disco Senderos de Traición, grabado con su antigua banda (ah, cómo los extrañan; tanto, que se han convertido en los clientes más frecuentes de los curadores de “rock en tu idioma” durante los últimos veinte años), los Héroes del Silencio. Voy a intentarlo con un fragmento de sus sinfonías de bolsillo, “Entre dos tierras”, aunque como verán, sus laberintos conceptuales son inagotables.

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Empieza la canción así: Te puedes vender.

En muchos sentidos, esta es una afirmación irrefutable: cualquiera que desee venderse puede hacerlo, desde el plano sexual hasta el ideológico. Podríamos continuar sin problemas hacia la siguiente línea, si no fuera porque aún queda una cuestión por despejar: ¿Qué sucedería en el caso, plausible, de que Bunbury hable en sentido estricto? Supongamos que redacto un título de propiedad mediante el cual me entregaría a mí mismo como mercancía. Alguien me ofrece un precio razonable. En el momento de aceptarlo, paso a formar parte del inventario de bienes de esa persona, junto a sus muebles, libros, ropa, etc. Dejando de lado los impedimentos legales de hacerlo, en el caso de lograrse tal transacción, habría quedado con algo de dinero en mi bolsillo. Sin embargo, si ahora me encuentro sujeto a un régimen de posesión, ¿puedo gastar el dinero que obtuve? Como se ve, la complejidad aparece desde el inicio.

Cualquier oferta es buena, si quieres poder.

El sujeto al que habla Bunbury en esta obra, por lo visto, se enfrenta a una dificultad: él quisiera poder venderse. Felizmente, las circunstancias le favorecen, ya que solamente debe esperar a que se realice una oferta (cualquiera es buena) para lograrlo.

Y qué fácil es abrir tanto la boca para opinar.

Aquí comienzo a tener serias diferencias frente a lo aseverado por Bunbury. No me resulta fácil abrir tanto la boca, ya que padezco un problema de la mandíbula (no es grave, no se preocupen), que me impide abrir mucho la boca sin sentir una aguda molestia. En un esfuerzo por compartir su argumento (siempre hay que hacer lo posible por comprender los argumentos ajenos, para lograr un mejor balance de la vida social), intenté opinar algo, cualquier cosa, al tiempo que abría la boca para pronunciarlo, pero mi problema físico persistió. Por otro lado, me hubiera sido más fácil si hubiera sabido a ciencia cierta a cuántos milímetros se refería Bunbury con “tanto”. Reconozco que mi caso es excepcional, y posiblemente para la mayoría de las personas sea fácil abrir “tanto” la boca. Siempre y cuando sea para opinar, claro, eso lo facilita mucho.

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Imagen vía Juanitzon

Y si te piensas echar atrás, tienes muchas huellas que borrar-tadararará.

Se trata de una línea bella en su claridad: alguien ha avanzado, dejando huellas tras de sí. Ahora que quiere retroceder, desea borrar su rastro, pero entonces ha de descubrir (advierte Bunbury), que las huellas son muchas. Parece que el sujeto al que se dirige se decide a hacerlo, y así se revela en la bella vocalización que se escucha al final de esta línea, la cual viene a ser como una onomatopeya del borrado de huellas.

Déjame, que yo no tengo la culpa de verte caer.

Aquí la historia llega a un punto crítico de complejidad. El sujeto al que se ha venido dirigiendo Bunbury a lo largo de toda la obra en cuestión le impide hacer algo, o le está importunando de alguna manera, algo a lo que el imperativo “déjame” hace referencia. Después de esto, Bunbury afirma que él no tiene la culpa (es decir, no tiene responsabilidad en los hechos que están por constatarse) de verlo caer. Vamos por partes: Ver o no ver algo es, generalmente y en tanto que es un acto realizado por medio del sistema nervioso central, producto de una decisión consciente. Pero no para Bunbury, quien al parecer se encuentra forzado a ver algo. En este punto se le puede imaginar víctima de un dispositivo como el aplicado al protagonista de Naranja Mecánica. Ya que ha quedado despejada la forma en que pueda darse esta visión sin culpa de por medio, llega la parte más intrincada de la línea: ¿por qué le dirige el imperativo “déjame” al mismo sujeto que está viendo caer (sin culpa, valga recordar)? Es decir, ¿la misma persona que cae mientras Bunbury la ve, es quien la fuerza a verlo mientras sucede? Podemos suponer que la caída del sujeto a quien se dirige Bunbury quedó registrada en una secuencia de video, y que Bunbury la contempla coaccionado por ese mismo sujeto, en un momento posterior al de la caída. Lo extraño es que a Bunbury le incomode el hecho de verla (incomodidad que se trasluce cuando habla de culpa, el tormento de todo buen cristiano). En lo particular, disfruto mucho ver cuando alguien se tropieza, siempre y cuando no se lastime demasiado (lo cual no es el caso, supongo, ya que la persona que en esta historia sufrió una caída mantuvo una entereza física suficiente para forzar a alguien a ver su propia caída; algo que, de paso, revela un sentido del humor que Bunbury debería esforzarse por compartir). En fin, no deseo que mi perplejidad haga parecer que no encuentro legítima la protesta de Bunbury. Una protesta que, por otra parte, resulta un testimonio de la diversidad de formas en que vemos el mundo.

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Soy el primero en reconocer que esta primera estrofa es merecedora de un análisis más detallado. Y no puedo disculparme lo suficiente por no intentarlo con el resto de la canción. Tal vez llegue a concluir mi análisis otro día. Con todo, espero que los 25 años transcurridos desde entonces hayan logrado que Bunbury haya encontrado la forma de estar en paz con el recuerdo de los hechos narrados y que no haya nadie que lo siga forzando a ver cosas que lo torturen.

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