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Música

Pumuky tocó en Guadalajara y estuvimos ahí para presenciarlo

"Para nosotros que somos una banda aventurera, venir aquí supone muchos ahorros perdidos, mucha dedicación y un poco el apoyo del gobierno de Canarias."

-Para nosotros que somos una banda aventurera, venir aquí supone muchos ahorros perdidos, mucha dedicación y un poco el apoyo del gobierno de Canarias. Hay una probabilidad de un 2% para que una banda consiga ese apoyo y salimos beneficiados. Es de las pocas cosas buenas del Ministerio de Canarias, que apoyan proyectos artísticos -me dice entre tragos cerveza el bajista Dani Benavides, quien minutos atrás terminó de tocar un segundo show en Guadalajara con Pumuky, su banda.

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-Vosotros sois quienes hacen que esto valga la pena. Porque vienen al show. Y eso es lo enriquecedor de tener un proyecto y cruzar el charco, que conoces gente y puedes trabar amistades.

El lugar, Panta Rei, luce como un espacio donde llegan jóvenes de clase media alta que bien podrían ser intelectuales discutiendo temas trascendentales de la agenda nacional (o en su defecto la artística), o simples borrachos. Poco importa. Hay cuadros con pinturas y fotografías en las paredes de las diversas habitaciones, y en la sala principal, donde ahora tocan los locales Caicedo, también se proyecta en un muro blanco El espejo, de Andrei Tarkovski. Se vende cerveza local stout y casi nadie hace caso a la banda. La mayoría socializan con el quinteto de Canarias. Nosotros hacemos lo propio.

Dani se muestra un poco cabreado cuando se toca la situación económica de España, pero al mismo tiempo está muy contento de poder venir a México para dar ocho conciertos. Parece impresionado de Guadalajara por la cantidad de anuncios de trabajo que vio en la calle (“allá no hay nada y la gente se pudre de no hacer nada”). Dice algo que no recuerdo con claridad, de los buenos tiempos, cuando aún usaba pesetas, y las compara con los euros:

-Ahora un euro sólo te alcanza para una soda y te quedan 10 centavos que no te sirven para nada.

En algún momento la conversación se perdió y ya no lo vimos. Hablé de nuevo con él hasta el momento de estrechar manos en la despedida. Pero me anticipó que al regreso a España, Pumuky se encerrará en el estudio para grabar los temas que han trabajado para su próximo álbum, uno que piensan, estará listo para fin de año.

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Hay que aclarar algo. Hasta esa segunda noche de viernes de marzo yo no sabía absolutamente nada sobre Pumuky más que las primeras escuchas de, a lo mucho, cinco canciones. Estábamos ahí, en ese lugar de Guadalajara, porque la banda en cuestión es una de las que más le gustan.

–Son muy ligeros. Y no. Así fue como me los describió.

Llegamos 10 minutos tarde con la idea de que comenzaría a tocar la banda telonera, pero no fue así. Veinte minutos más tarde, sin más señal que el sonido marcial de unos tambores y un sintetizador, Pumuky arrancó su presentación con “El innombrable”.

No lo había notado, pero proyectaban El topo, de Alejandro Jodorowsky. Iba por la mitad cuando sonó “Gara” o “Quinta da regaleira”.

Quizá fue porque Jaír Ramírez no interactúa mucho entre canciones, pero alguien debió decirle que entre la saturación de los instrumentos, su voz de perdía un poco en las bocinas. Aun con eso, el sonido envolvente de la música no perdió un ápice de dramatismo.

Me habría gustado decir que todos los asistentes corearon las canciones con el grupo, pero la audiencia permanecía inmóvil de pie, o bien, sentados en los sillones o en el suelo. Y es que cuando vez a Pumuky es mejor escucharlos en silencio absoluto, pues la catarsis de sus desgarradoras baladas queda mejor hacia dentro. Sin embargo, la favorita “Si desaparezco” fue de lo más vitoreado.

Fue durante “Pleamar” que un policía entró a escena. La gente en Panta Rei, patidifusa, no entendía qué ocurría cuando lo vio. El policía no daba señales de querer interrumpir el recital, ni de aprehender a nadie. Permanecía de pie sin hacer nada, al lado Noé Ramírez quien estaba absorto en lo suyo y su guitarra. Una vez que terminó el corte instrumental, uno de los responsables del lugar anunció que iba a ser necesario bajar el volumen de la banda. Parecía que algún vecino reportó el ruido y el policía vino a dar aviso.

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Y si es que dios existe, que lo bendiga, porque con tan sólo bajar un poco el volumen, subió la calidad del sonido del grupo. La voz de Jair Ramírez, quien parece impasible y ajeno al entorno cuando canta, ahora sí se podría escuchar de manera legible. Y así se escuchó durante “Los enamorados”, que supuso un ascenso en la tesitura de la velada. Al fin llegaban los temas que el público demandaba.

Casi sin notarlo se deshilvanaron “Causa vs efecto”, “Vértigo ante la inminente posibilidad de ser feliz”, “Lobo estepario contra caballos desbocados” y “La metamorfosis”. Lo sé porque una vez terminado el show, me robé el setlist, que además incluye las letras de cada tema.

Era de esperarse que el final llegara con “Dummies in love” (“básicamente sólo tocaron sus himnos”, me dijo), y fue ahí que se volvieron locos. Acaymo D. parecía que tocaba un solo de death metal en la batería, Dani, Noé y José López rasgueaban las guitarras frente a los amplificadores para aturdir a todos con feedback y Jair desenchufaba los cables de sus artilugios para que todo se convirtiera en un amasijo de ruido. Cuarenta minutos me parecieron poco, pensé.

Tiempo después, ¿acaso un par de horas?, una vez que la gente terminó de asediar al grupo en busca de su mercancía, hicimos lo mismo. Ya habían guardado todo, pero aun así nos atendieron en una pequeña habitación que parece estudio de grabación, y nos encerraron con una acompañante anónima de la banda. Entre otras cosas, mientras golpeamos la puerta para que nos abrieran, dijo que todos los de la banda deberían de estar dormidos, pues a las cinco de la mañana partía su vuelo con destino a Monterrey para su presentación, la más fuerte en esta gira por seis ciudades, en el Festival Nrmal.