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Música

Tropicália: una historia musical de la represión brasileña

La dictadura en Brasil en los sesenta trajo con ella un movimiento político y musical que demuestra que el país amazónico nunca ha estado dormido.

No es la primera vez que los brasileños se las ven negras. Todo este rollo del Mundial tiene muy encabronada a la gente de por allá, pero sin duda es mejor eso que una dictadura, ¿o no? Al menos eso creo yo. Pero bueno, al parecer los problemas son los mismos, o por lo menos bastante parecidos: pocos muy ricos, muchísimos muy pobres. Pero ubiquémonos hace 50 años.

Un día, por allá en 1961, Janio da Silva Quadros renunció a la presidencia de Brasil. Al parecer prometía enormes cosas. Este tipazo ganó las elecciones arrasando a sus contrincantes y no obstante, duró menos de un año en el poder. Las razones (la razón): Estados Unidos. Bueno, y otras más, pero principalmente su renuncia (que fue en realidad forzada por los militares) tuvo que ver con sus inclinaciones comunistas y pues en este rollo de la Doctrina Monroe sumada al Macartismo que todavía flotaba en todas partes de nuestro continente (aun con la llegada de Kennedy a la Casa Blanca), pues no iban a dejar que un cabrón que se tomó una foto con el Che gobernara un país. Fue, pues, un América para los americanos pero por favor sin los pinches comunistas. Lo renunciaron, entonces. El vicepresidente João Goulart fue eventualmente elegido presidente de Brasil, pero el traje le quedó muy grande y sólo llegó hasta 1964; los militares se desesperaron y fue cuando decidieron dar su Golpe de Estado. Y digo, al parecer las cosas iban a mejorar con Goulart, pero no le dieron chance y pues todo se quedó igual e incluso empeoró.

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La dictadura llegó para quedarse y no se iría hasta 1985. Como buena dictadura, llegó para chingarse a todo aquél que no pensara como ella y actuara conforme a lo que ella, sí, dictara. Las cosas en Brasil no andaban muy bien que digamos, y no había muchos que se atrevieran a combatirla o a criticarla. Pero como siempre pasa, hubo un grupo de personas que lo hicieron y que si bien no lograron mucho en aquellos años, su influencia en la cultura brasileña ha continuado hasta nuestros días.

Porque todos hemos escuchado hablar a nuestros papás de Caetano Veloso, ¿no? Que se emocionan cada vez que va a tocar a México. Que se sienten revoltosos otra vez. Hippies otra vez. Pero hippies latinoamericanos. Ya no más Jimi Hendrix, ya no más John Lennon, ya no más Bob Dylan, ya no más Janis Joplin…

En la edición de 1967 del Festival de Televisión de São Paulo, Veloso tuvo los huevos (aunque se ve todo sacado de onda) para subirse al escenario y demostrarle a la recién instaurada dictadura que la chaviza andaba más consciente que antes y más creativa que nunca. En el mismo festival, pero un día después, su gran amigo y colega Gilberto Gil, junto con Os Mutantes, banda emblemática de la psicodelia brasileña, hicieron lo propio dando origen, se podría decir, al movimiento Tropicália. Afortunadamente la dictadura evitó hacer lo que alguna otra haría con Víctor Jara. Sin tener que ser bueno, simplemente deportó a los músicos no mucho después de sus respectivas presentaciones en la televisión. Es curioso entonces, porque muchos afirman que Tropicália (o Tropicalismo) no duró más de tres o cuatro años. Incluso dicen que duró apenas un año. Inclusive no se sabe bien si fue el propio Veloso o Gil quien fundó el movimiento ni en quiénes se basaron. Bueno, es clara la influencia psicodélica en la música, pero por ejemplo el primero dice haberse basado en el poeta Oswald de Andrade y su Manifiesto Antropófago de 1928, mientras que el segundo en los Beatles. Sí, con “los”. El punto, en todo caso, es que una de las formas de resistencia más fuertes contra la dictadura fue generada a partir de un nuevo género musical que, como buen brasileño, resultó ser una mezcla de todo con todo. Así pues, Tropicália, por lo menos en su veta musical, se trató más que otra cosa de un resumen, de una aglomeración de ritmos e influencias musicales que provenían tanto de fuera como de dentro de Brasil. Era, entonces, un reflejo perfecto de la cultura y sociedad brasileña: una mezcla de todo con todos.

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Podríamos pensar que Veloso y Gil no tenían muy en claro qué es lo que habían creado. En un inicio la prensa llamó tropicalismo al nuevo género musical presenciado en dicho festival, sin profundizar más al respecto. Sin embargo, en alguna entrevista por ahí, Veloso dejó más o menos en claro cuáles eran las intenciones del movimiento tropicalista. Básicamente, podría decirse que surgió como una reacción ante la decadencia de la bossa nova de finales de los años 60. Al parecer perdió su carácter social y político y justamente ellos buscaron tomar su lugar. Al incorporar géneros musicales británicos y gringos, así como géneros latinoamericanos marginados, buscaron eliminar el carácter periférico y de tercer mundo que Brasil tenía en aquellos entonces. Buscaron cambiar la imagen que se tenía del país. Eso no gustó a muchos. Podría decirse que en realidad a nadie. Tuvieron problemas con los de la izquierda y derecha. Al tomar elementos gringos y británicos, los de izquierda los consideraron anti-nacionalistas, anti-marxistas y anti-socialistas. En ese mismo sentido, los de derecha los consideraron rebeldes, hippies, comunistas y demás por adoptar ideas de los estudiantes franceses y hippies estadounidenses. En este sentido, podríamos tomar en cuenta lo que Gal Costa, pieza también fundamental del movimiento, dijo en alguna ocasión: “La intención de Tropicália no era política. Era más la idea de internacionalizar la música brasileña y traer el espíritu revolucionario de la era hippie a Brasil”. Digo, esto podría coincidir con las influencias de Gil, pero entonces, ¿por qué tanto él como Caetano, entre varios más, fueron aprehendidos y eventualmente exiliados? Muchas de las letras de las canciones que fueron escritas e interpretadas por estos muchachones y muchachonas eran de protesta y denuncia.

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En diciembre de 1968 ambos músicos fueron llevados a la cárcel sin saber muy bien por qué. Bueno, les dijeron que por haberle faltado el respeto a la bandera y al himno brasileños –suena a una medida que una dictadura tomaría– después de haber hecho con el himno nacional brasileño lo que Hendrix hizo con el gringo. En alguna ocasión, Gil dijo que ni ellos sabían bien por qué los habían encarcelado: “Trabajan para los comunistas, quieren destruir a nuestra juventud…”, pero en realidad, dice Gil, “son muy enigmáticos y nos los entendemos, así que es mejor tenerlos en la cárcel”. De cualquier modo, en febrero del año siguiente salieron libres, pero con la recomendación de dejar el país… y cuando te recomiendan hacer eso, lo haces. Unos meses después ambos se instalaron en Londres, donde se quedaron por un poco más de dos años.

Hacia 1972 regresaron a Brasil demostrando lo jodido que puede ser el miedo producido por la ignorancia. Demostraron a todos los bandos que Tropicália fue más que una posición política. Que a pesar de ser casi efímero, logró perdurar e influir en la cultura y manifestaciones culturales brasileñas y también mundiales de nuestros días. Estuvieron por encima de todo sin siquiera lograr ser totalmente comprendidos por el público, el pueblo, la dictadura y los izquierdistas brasileños.

Así pues, en un momento en el que la dictadura buscaba ejercer, crear y establecer un carácter brasileño, una misma identidad, una sola definición de lo que es ser brasileño, y en un momento en el que la izquierda buscaba hacer al parecer lo mismo, pero al revés, Tropicália surgió para mostrar una alternativa que se oponía a ese par de nacionalismos chauvinistas y, de cierto modo, ingenuos. Mostró, en cualquier caso, la esencia que ahora tenemos de aquel país sudamericano, de aquella antropofagia de la que de Andrade habla en su manifiesto: tomar cualquier cosa que provenga de fuera y de dentro, comértelo, cagarlo y hacer algo nuevo con ello. Como Veloso dice, digerirlo ya hacer de ello algo original. Y eso es lo que la cultura brasileña nos lleva mostrando durante toda una vida: originalidad, innovación y mezcla.