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Música

Encontré la solución para la depresión post-fiesta

Deja de buscar remedios piteros para quitar la cruda. Todo lo que sea tropical funciona. Como los Little Jesus, por ejemplo.

La ceguera diurna y los excesos de alcohol, no me permitían ver más allá de mis manos que trataban de rastrear en dónde estába. Desperté en la parte trasera de un carro. Estaba envuelta en una chamarra fosforescente con olor a cigarro.

Antes de abrir bien los ojos, mi mente recién consiente me pasó el altísimo precio de la cruda. Las bocinas retumbában, el calor era insoportable y el sol me daba directamente en la cara. Nos estábamos moviendo.

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Como pude, me levanté. Entre sombras vi que había un güey en el asiento delantero. Cantaba bastante mal, pero cantaba. Nunca supe bien si en algún punto de la noche, ese güey fue mi güey, o sólo le había pedido asilo en la parte trasera de su automóvil. No importa. Decidí ahorrarme los momentos incómodos, no busqué explicaciones y le pedí un cigarro.

Tuve que gritar. La música estaba altísima. Me vio por el retrovisor, sonrió con esas sonrisas de plástico bien elaboradas y me pasó el que traía en la boca. Lo que el estéreo desbordaba era algo así como un estilo tropical con bastante buena onda. Inmediatamente reconocí las letras. Ese estilacho pegajoso romanticón ya había estado antes en mis oídos. Mientras le daba unas caladas al cigarro y revolcaba mi bolsa en busca de unos lentes, repasé mentalmente la melodía.

Brinqué al asiento del copiloto, abrí la ventana y como un flashazo apareció en mi cabeza el nombre la banda. Eran los Little Jesus, estaba segura, pero pregunté de todos modos. Como la música era muy alta, y la entonación de mi nuevo amigo era mala, puse un pretexto bastante pendejo para bajarme del carro.

Caminé hasta mi casa. No mucho, estaba cerca. Mientras cuidaba mis pasos para no caerme durante el trayecto, tarareaba medio culero la tonadita de una de las canciones de los Jesuses. Llegué. Sin huesos rotos ni moretones. Abrí la puerta. Caminé con dirección al refri y tome un jugo “de frutas tropicales”. Al leer la etiqueta, recordé al pequeño Jesús y sus percusiones.

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Las coincidencias empezaban a intrigarme y hastiada de las lagunas mentales, me desparramé en el sillón a tratar de recordar y/o entender quién chingados eran estos vatos. Encontré que su primer disco, Norte, sale en diciembre. Ya lanzaron dos sencillos que forman parte del tracklist: “Color” y “Cretino”. De hecho, de esta última canción ya hicieron un vídeo guapachoso con todo y subtítulos coreanos.

Santiago Casillas, cantante y guitarrista de la banda, armó todo el rollo hace más o menos un año. Primero contactó a sus amigos músicos y después armaron el primer sencillo “Berlín”. Luego, se pusieron prendas con colores brillantes para empezar a darle a las tocadas.

Estuvieron en el festival Marvin y en el Ceremonia, también han colaborado con Natalia Lafurcade y cuando pueden tocan en el Caradura o el Pasagüero. No sé si los he visto en vivo, y antes de ayer, tampoco sé dónde los escuché. Pero en mi odisea fueron las rolas de estos vatos, que siempre parecen ir despreocupados por la vida, las que alivianaron mi dolor de cabeza. La vibra chida y la buena ondita que manejan ayudan a pasar el sabor amargo de la depresión post-fiesta.

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