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Música

Capturando a los superfans de los festivales de música durante 20 años

Sudor, locura y euforia. Cheryl Dunn ha pasado dos décadas fotografiando al público de los festivales estadounidenses.

Artículo publicado originalmente en i-D.

En 1994, Cheryl Dunn junto a 15 amigos se aventuraron al norte del estado de Nueva York para asistir a la conmemoración del 25 aniversario de Woodstock. Después de escuchar historias de algunas personas que se colaron al sitio antes de tiempo para enterar algunas drogas, Dunn y su parche se llenaron de provisiones para pasar los tres días de fiesta en el lodo (hay que elogiar los batidos de hongos que se inventaron para estar volados durante todo el festival). “Fue la supervivencia del más fuerte: sin comida, sin provisiones y con el carro parqueado a 40 millas de distancia”, recuerda Dunn. “Todo estaba fuera de control, así que tuvimos que preguntarnos a nosotros mismos si íbamos a estar desanimados o animados” . Una pista: estaban emocionados.

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Durante los siguientes tres días, Dunn y su parche vivieron como “cavernícolas”. “Nos quedamos sin provisiones y hacíamos trueques en los otros campamentos. Era paganismo en todos los sentidos, pero luego nos pusimos a bailar música loca en el fango y en la oscuridad”, cuenta. “Fue un ejemplo tan extremo y tan fascinante de la conducta humana que seguí haciéndolo y después comencé a tomar fotos.

A lo largo de los últimos 20 años, Dunn ha pasado sus veranos en varios de los festivales musicales más grandes de los Estados Unidos, dejando que un mar de fanáticos sudorosos se la trague. Recientemente, recopiló esas experiencias de euforia en un libro llamado, Festivals are Good. Nos contactamos con Dunn para saber más acerca de por qué los festivales son el último acto de libertad.

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Cuéntanos acerca de ti ¿Qué música escuchabas mientras estabas creciendo?

Yo crecí en los suburbios de Nueva Jersey y tenía un par de hermanos mayores cuyos discos me gustaba escuchar. Vivía en un lugar en donde no me podía mover mucho, tenía que andar en mi bicicleta a todos lados o conseguir que alguien que me llevara en carro a Nueva York, ya que no había ningún club o algún lugar pequeño en mi pueblo. Por eso íbamos a conciertos grandes de rock y supongo que me gustaba eso porque era lo único a lo que tenía acceso. Hasta que me fui a vivir a Nueva York. Yo amo la música y siempre estaba bailando y toda esa mierda, pero cuando era adolescente, más que nada iba a concierto bien grandes. Supongo que así fue como empecé.

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¿Cuándo comenzaste a fotografiar festivales? ¿Qué te condujo a eso?

Un amigo tenía una casa al norte del estado y tal vez unos 15 de nosotros fuimos allá para el Woodstock del 94. Viajamos un viernes por la noche para recolectar nuestras provisiones. Habíamos escuchado historias de gente que fue al lugar para enterrar sus drogas al lado de la cerca y así poder desenterrarlas durante el concierto. Nosotros nos armamos unos porros y realmente estábamos preparados. Pero para cuando llegamos al lugar, ni siquiera había una cerca, la gente la había derribado e invadieron el lugar. Hubo muchas personas, probablemente dos o tres veces más de lo que daba la capacidad del lugar y las carreteras estaban bloqueadas. Fue un experiencia de sobrevivencia extrema que nunca había experimentado y me encantó.

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También fotografié combates de boxeo durante 10 años como una especie de proyecto documental personal. Ambos temas son los que podía fotografiar mientras me autoenseñaba cómo ser una mejor fotógrafa: cómo actuar rápido y adaptarme a circunstancias incontrolables. Hice algunas tareas de festivales para revistas, pero en realidad se ha tratado mucho de practicar cómo mantener las cosas fluyendo y anticipar la naturaleza humana. Al entrar en un mar de 100 mil personas y fotografiar durante cinco días cada año, he visto cómo esvel comportamiento de la gente y la reacción hacia mí como fotógrafa, y hacia mi equipo, realmente ha evolucionado con el tiempo.

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Ha habido muchas conversaciones recientes sobre la naturaleza cambiante de los festivales, puesto que muchos asumen dimensiones corporativas. ¿Cuál es tu opinión?

Sí, la gente tiene que estar segura y las multitudes pueden ser peligrosas, pero una vez que entras, deberías poder ser libre. Mis sobrinas crecieron en el sur y cuando una de ellas tenía como 14 años, me pidió que fuera a Bonnaroo con ella. Realmente me enamoré de esa experiencia porque hay esa libertad y emoción. No está a mitad del desierto, se encuentra en un pequeño pueblo de Tennessee y es la cosa más grande que sucede allí cada año. Es realmente especial; es el sur, la comida es muy buena, ¡Y la gente está emocionada! Los diferentes festivales tienen diferentes ambientes, pero hay una homogeneización de la experiencia porque los promotores y patrocinadores están comprándolos todos. En última instancia, se trata de la música y tu experiencia personal de la misma; se trata de la gente con la que estás bailando. Es gentrificación como toda gentrificación, pero siguen apareciendo todo el tiempo. Es un ciclo.

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Los festivales no son restrictivos de una cierta tribu o subcultura juvenil (como un show de hardcore punk, por ejemplo). Cuéntanos acerca de los diferentes tipos de personas que te encuentras.

Eso es lo que me gusta mucho. Hay mucha gente joven, porque las fiestas son físicamente extenuantes, pero no discriminan contra los mayores. A los jóvenes les emociona que haya un viejo metalero sentado junto a ellos. Y creo que en el caso de festivales como Bonnaroo, hay más una amalgama de tipos de música y una mezcla de longevidad: bandas que han estado siempre con otras nuevas. Hay un increíble aprecio y respeto por los mayores, que no es intrínseco de la sociedad estadounidense en absoluto. Me encanta ver a chicos de 18 años emocionados al ver a Loretta Lynn o Dolly Parton, las personas que han estado triunfando durante 50 años. Ves esa apreciación y es realmente especial.

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También, puedes comenzar a ver cómo los diferentes géneros musicales se influyen mutuamente. Música africana, chicos del viejo blues, country y rock y punk: está todo. Puedes empezar a ver quien tomó (o simplemente emuló) qué de quién. Es muy hermoso ver cómo la música se filtra en los lugares más inesperados, y cómo todos se inspiran mutuamente.

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¿Qué esperas que la gente se lleve de este libro?

Para mí, es muy ligero, es un cuerpo de trabajo lúdico. Pero hace poco estuve en Eslovenia y escuché hablar a un autor justo después de los ataques terroristas franceses, y describir a uno de sus personajes que alguna vez había visto como un antihéroe por salir de club y de fiesta, cambió de opinión y dijo: "Yo creo que este chico en realidad podría ser mi héroe. Él está ahí afuera luchando por la ligereza". Tenemos que luchar por lo que es ligero, alegre y simple. Este libro se trata en realidad sobre eso. Un festival que me muero por ver, pero que siempre se cancela, está en Malí, donde los talibanes prohibieron la música. La libertad de tener esta experiencia simple y ligera en un ambiente comunal se está convirtiendo en un gran problema. Es algo que vale la pena celebrar y saber lo especial que es, a pesar de que es simple y ligero, esas cosas podrían ser más difíciles de encontrar en nuestro futuro. Tenemos la libertad de tener estas experiencias y para mí, vale la pena agradecerles.

Festivals Are Good (Standard Press) está disponible aquí.

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Créditos
Texto: Emily Manning
Fotografía: Cheryl Dunn