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Música

Waco Music Fest: El regreso de la paz y la fiesta a Torreón

Gracias a espacios alternativos como el Waco, Torreón ha logrado renovarse, y no quedarse hundida tras toda la violencia que invadió la ciudad en los últimos años.

Fotos por Daniel Patlán.

Balaceras, secuestros, bombazos, toques de queda y cosas tan increíbles como encontrar cadáveres atravesados con crucifijos en las lápidas de los panteones; eso fue lo que vivió la Comarca Lagunera hace unos años, una película de terror similar a lo que pasó en el resto del país y que afectó bien fuerte al noreste. Pero de Torreón he escuchado dos cosas desde que estaba morrita: esta es la ciudad que vence, y la gente aquí es bien fiesta, así que haciéndole honor a eso, en medio del pánico colectivo, se fueron creando espacios alternativos para tener un rato de tranquilidad que, poco a poco, fueron renovando la ciudad y permitiendo que en lugar de derrumbarse con la violencia, creciera desde un vértice distinto. Ese contexto engendró al Waco, un festival de música independiente que este año tuvo dos carteles simultáneos: la carpa principal tenía propuestas como Sotomayor, Caloncho y Dromedarios Mágicos, mientras que la segunda carpa (la chica) fue una onda electrónica. Yo le caí a la hora de barrer y me fui cuando era casi hora de volverlo hacer.

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Llegué a eso de las cuatro: estaban terminando de tocar Los Mecánicos y la poca gente que había estaba concentrada en el área de food trucks, o donde pudieran agarrar sombra. Ya que subió Dromedarios Mágicos, y después de aventarse una carrerita para comprar cheve, más gente empezó acercarse al escenario a bailar. Creo que él se quedó siendo uno de mis favoritos: puso a cantar a los presentes y hasta el Serko Fu andaba por ahí pidiéndole otra. El festival mantuvo más o menos la misma vibra con las siguientes dos bandas: O Tortuga y Sotomayor, aunque con esta última el público ya era más numeroso y bailador.

Los Mecánicos

Dromedarios Mágicos

Sotomayor

Los siguientes que raperaron sobre el escenario fueron los LNG/SHT, quienes verdaderamente me sorprendieron: con ellos la gente se concentró en el escenario. Fue el primer momento durante el festival en el que vi público enérgico, sobretodo en ese épico instante en el que invitaron al Serko y a Sekreto a agarrar el micro, y los personajes de la escena alternativa lagunera se pusieron a mover el cuello y levantar las manos siguiendo el flow de dos grandes del hip hop mexicano. La gente volvió a dispersarse un poco cuando tocó Sunsplash, un proyecto solista de electrónica con sonidos caribeños y líneas poéticas, que nos mantuvo bailando y babeando —es un tipo bastante guapo.

LNG/SHT

Las cosas se acomodaban más o menos así: en los laterales los baños, hacia cualquier lado bares (derecha e izquierda). Atrás food trucks. En la entrada estaba la carpa con DJ's, que se mantuvo con un público mucho más pequeño pero constante. Pero el espacio al final no importa; aquello más que un festival era una fiesta entre compas. Cuando vivía en Torreón decía que aquí toda la gente se conoce, y aunque yo ya conocía sólo a unos cuantos, en el Waco se notaba esa relación: era un cotorreo íntimo, las personas se saludaban, platicaban a gritos… vaya, era como cualquier sábado andando de bar en bar, aunque con outfits más excéntricos y ráfagas de aplausos.

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Pero eso fue antes de que Caloncho se subiera al escenario principal; ahí la fiesta se hizo un poco más tranqui y empezaron los empujones y aullidos de fans en pleno delirium tremens. La Calonchoband empezó a tocar ya casi a las nueve y atrapó a la gente desde la primera canción, estuvieron brindando con cerveza Chanate, la artesanal de Torreón. El público se mantuvo prendido: cantamos, gritamos y no faltó la que pidió que algún miembro de la banda le hiciera un hijo. Terminándose ese show, me moví a colarme a los camerinos, como buena groupie; llegué justo a tiempo para ver cómo un grupito de chavas enloquecidas se sabroseaba al Ruko Vagales, trombón de Caloncho, mientras él intentaba zafarse del complot de abrazos frenéticos de la manera más amable que podía. En ese movimiento, me perdí la entrada de la siguiente banda, pero salí a ponerme al corriente.

Caloncho

Sonido Satanás tiene un estilo cumbianchero de esos que siempre ponen a bailar hasta al más fresa —"márcala", decimos en Torreón cuando se baila la cumbia, y así andábamos todos: marcándola. Las últimas dos apariciones fueron electrónicas; el festival ya invitaba a los más densos a mostrar sus mejores pasitos ravers y a los más borrachos a tropezarse con sus propios pies. Entre el público estaban Paulina y Raúl —los Sotomayor—, y Diego —el Dromedarios Mágicos—, quienes gozaron de la fiesta de inicio a fin, bailando con el resto de la gente.

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Varias personas traían sus playeras de Torreón con la tipografía del periódico local y calcomanías en brazos y piernas con la leyenda: #torreónchido. A mí me entró la nostalgia adolescente y también alegría por el presente de mi ciudad natal. Sí, el Waco es sólo un festival, y quizá desde afuera se ve como un evento más de la chaviza, pero es el resultado de no haberse tumbado con la oleada de violencia que invadió al país en el sexenio pasado y que afectó de manera tan grave a Torreón.

AWWZ

En medio de un caos sangriento, miedo constante y paranoia colectiva, en una ciudad tan joven que tuvo que retroceder un desarrollo que apenas despuntaba en distintas áreas, un grupo de chavos que habían vivido su adolescencia pasándola a gusto, tocando en fiestas indie y armando proyectos artísticos por el puro amor de estar con los amigos, confrontaron la situación violenta con propuestas alternativas, tanto para buscar tiempo de esparcimiento con la familia y los amigos, como para tener fuentes de ingreso entre el desmadre que se traían los narcos, la poli y el gobierno.

Sonido Satánas

En esta escena surgió un festival apurado por traer música independiente a una ciudad a la que muchos ni querían venir, el Waco, que empezó con carteles divididos en varios días y locaciones, entre las que estaban sobre todo los bares del centro. Esta edición, nos dejaron caer dos carteles de jalón, en La Bombonera, una cancha de fútbol. Pero lo más padre de la vida es que la fiesta no estuvo ya rodeada de militares y sicarios, y nadie estaba apurado por meterse temprano para evitarse un tiroteo. Así que márcala, Torreón, que tu fiesta nunca se acabe.