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Música

Santiago Gets Louder 2015: distorsiones extremas, gritos guturales, locura y estridencia

El festival de metal tuvo doce horas de toneladas de fuzz y dobles bombos, que frieron las cabezas de más de uno.

Foto por Gary Go

Hace tiempo que da la sensación de que Chile es la plaza que decide el calendario de los shows de rock internacionales que pasan por Sudamérica. A mediados de año se confirmaba un festival en Santiago que incluiría en dos jornadas (domingo 27 y lunes 28 de septiembre) a Faith No More, Deftones, System of a Down, Mastodon y otros. La masa rockera local se pronunció ante esa aberración llamada "festival masivo de metal un lunes", llenando de insultos los muros virtuales del festival y la cordura abrazó a la organización: el festival se reduciría a un día —el domingo— y luego habría una presentación en solitario de Mastodon en un teatro del centro de la ciudad.

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Dadas las circunstancias, avanzamos hacia el recinto que albergaría las doce horas de toneladas de fuzz y dobles bombos, que freirían las cabezas de más de uno.

Cómo Asesinar a Felipes. Foto por Maxi Matta

Luego de una entrada ordenada, con los omnipresentes carabineros locales imponiendo su autoridad, la organización nos facilitó las credenciales e invitaciones sin problemas ni retrasos. La idea de este redactor y su séquito de acompañantes era llegar temprano para no perderse la actuación de la joya vernácula de Santiago: Cómo Asesinar a Felipes. El quinteto de jazz y hip hop experimental apadrinados por Billy Gould, bajista de Faith No More, salió con las ganas de siempre, aún siendo "visitantes" en términos de estilo. Aunque el sonido no fue su compañero en los primeros temas —tocaron sin probar previamente, ya que venían de girar junto a Faith No More en otras fechas por Argentina y Brasil—, de a poco la cosa se fue aceitando para terminar a toda celebración con su frase clásica "Ven a nuestro baile, esta música nos mata", del tema "Nada más, nada menos", y una buena parte de los presentes moviendo sus manitas en plan hiphopero —incluso algunos metaleros de buena cepa le metían groove a su movimiento de nuca. Otro triunfo de los Felipes que demuestran que con respeto y originalidad se puede captar la atención de un público mayormente ajeno.

Cómo Asesinar a Felipes. Foto por Maxi Matta

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De inmediato saldría en el escenario contiguo De La Tierra. Este nuevo "súper" grupo del metal sigue siendo un ente desconcertante, al menos para mí. Tuve la oportunidad de verlos hace un año en un teatro en Buenos Aires y me dejaron una buena impresión, más allá de algunos detalles que sobre todo tienen que ver con una cuestión de gusto personal. Pero este show los volvió a poner en una nebulosa de la que no logro descifrar data fácilmente. Por un lado tienes a Andreas Kisser (Sepultura) y su invencible sonido de guitarra, su marca registrada afortunadamente en vida. Luego está su voz, que aparece muy poco en este repertorio, pero que lo hace con brillo —Andreas es uno de mis cantantes hardcore favoritos. En el rincón de las alegrías continuamos con las melodías vocales de Andrés Giménez (A.N.I.M.A.L.). A pesar de volcarse a un aspecto mucho más agresivo y violento con los años, sigue dando pequeñas luces melódicas que tienen su propio peso. Flavio (bajista y compositor de Los Fabulosos Cadillacs) demuestra ser un tipo versátil, acomodándose con soltura a lo que la banda pide. Sigue siendo una potente curiosidad que el tipo que compuso "Vos Sabés" o "El Genio Del Dub", pueda sonar así de amenazante y pesado.

De La Tierra. Foto por Maxi Matta.

Y hasta aquí llegamos con los elogios, que no son pocos. Y tampoco son pocos los bajones: Alex González (batería, Maná) es una pesadilla. Como baterista de metal es modesto; no hay creatividad que exceda la media, pero lo que se hace muy difícil de ver en vivo es su sobreactuación constante. Hasta Tommy Lee pareciera ser un tipo relajado y natural al lado de Alex. Quizá es hora de que re-invente su profesión como hizo Dave Grohl, e intente él también ser el rockero más popular del mundo. Quizá eso lo haría soltarse más y fluir, en lugar de regalar la incómoda sensación de estar todo el concierto en pose. Pero las desgracias de De La Tierra no terminan ahí. Alguna vez Walter Giardino (guitarrista de Rata Blanca, pilar argentino del metal clásico) regaló una frase tan polémica como apasionante: "La inteligencia no suele ser una virtud del metal". Pues esa sentencia no puede aplicarse mejor al discurso de Giménez en el festival. Está claro que el mundo es una movida muy grande y que está muy jodida, pues ¿hace falta dar un mensaje de separatista y odioso? Giménez destacó que De La Tierra es una banda enteramente latina, representante del espíritu de la cultura; hasta ahí, aunque demagogo como suele ser, podría considerarse correcto. Pero que luego hable de los conquistadores, "los putos españoles, italianos, ingleses y judíos", no suma. Nada. No me jodan, deberíamos estar ya por encima de ese tipo de discursos, aún teniendo bien en claro quiénes son los malos de la peli en estos últimos 500 años. Una lástima, sobre todo porque De La Tierra es una banda que más allá de cuestiones de gustos, suena arrolladora, potente a tal punto que sólo la pueden voltear un par de actitudes adolescentes, y eso es precisamente lo que tuvieron en el SGL.

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Luego saldrían los locales Weichafe, interesante power trío de rock n roll metalizado con la dosis justa de melodía, agresión y groove. La gente cachaba sus canciones y el ambiente subía de temperatura.

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Para las 16:00hrs uno de los actos más esperados ya estaba sobre las tablas. Gojira, que se ven como tipos normales pero suenan como putas bestias from hell, dejaban en claro por qué en Buenos Aires se habló tanto de cómo superaron a Mastodon en el show que compartieron unos días antes en la capital argentina. Lo de ellos no es estremecer desde la estridencia y hacerlo "porque sí". Los tipos son todo lo fieros y técnicos que la coyuntura pide —su música se define con elementos de Death y Math Metal—, pero también son talentosos en la forma de expresar un concepto. En ese sentido me recordaron a Tool: todo está puesto en su lugar por una razón. Y esa razón siempre es precisa como disparo al centro. Salvo el desangelado y trillado solo de batería de Mario Duplantier (que, ojo, es un baterista muy interesante, versátil y preciso), lo demás fue una clase de alguna ciencia exacta metálica nacida en la monumental Bayona.

Lamb Of God tomaría el escenario 2 de inmediato. No es una buena combinación para la hora de la merienda y la buena gastronomía chilena —que ok, no se refleja del todo en un festival así, pero que de todos modos siempre ofrece alguna perla— con una banda que, aunque me esfuerce en encontrarle la chicha, no le veo ni la limonada. Yo me crié en una época donde Slayer, Sepultura, Pantera, Napalm Death y Carcass estaban en su mejor momento; con todo respeto ¿qué me puede sorprender de Lamb Of God?

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Con la panza llena no hay nada mejor que hacer que acomodarse y disfrutar de la gran joya que dejó el —con bastante razón— menospreciado nu metal: Deftones.

Stephen Carpenter de Deftones

Stephen Carpenter de Deftones. Foto por Maxi Matta.

En un recorrido puntilloso y afilado por su discografía entera, los de Sacramento ganaron por su originalidad, por la personalidad de su sonido. Hace rato que no veo un show de Deftones tan bueno como lo eran en la época del 2000 al 2003. Pero eso no va en detrimento de mi admiración por el quinteto. Las canciones, aunque no se ejecuten con la precisión de antaño y el sonido no haya sido el mejor, son un triunfo desde el primer acorde. Cuando en un tramo musical de 90 minutos incluyes en el setlist "Be Quiet And Drive (Far Away)", "My Own Summer (Shove It)", "Feiticeira", "Digital Bath", "Knife Prty", "When Girls Telephone Boys", "Passenger", "Bored" y para colmo la naturaleza te guiña el ojo y regala un increíble y rojizo atardecer tras las montañas justo en el momento que suena "Change (In The House Of Flies)", no hay manera de no recordar este show con una sonrisa grande como el diapasón de la guitarra de ocho cuerdas de Stephen Carpenter.

Chino Moreno de Deftones. Foto por Maxi Matta.

Aunque System Of A Down fuese quien cerrara la jornada, se intuía con claridad que el protagonismo estaba compartido con Faith No More, sobre todo teniendo en cuenta la brutal popularidad del quinteto de San Francisco en tierras chilenas.

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Arrancaron su set puntuales. El ensordecedor delirio del respetable se colaba en la secuencia que da comienzo a "Motherfucker", el primer corte de Sol Invictus (2015) y quizá su tema menos atractivo. Menos atractivo para mí, claro, porque la masa deliraba ante la entrada de Patton en silla de ruedas, auto satirizándose luego de la infernal hostia que se dio en Rock In Rio un par de días antes cuando intentó hacer stage diving y no llegó al público. Esa lesión de Patton se iba a hacer notar en el correr del show; el tipo estaba en una pierna. Así y todo "agitó" como la bestia escénica que es, un auténtico trabajador de las tablas.

Mike Patton de Faith No More. Foto por Adrián Mazzeo.

El show de Faith No More fue impecable, aunque el entorno festivalero les haya afectado. Los cabezas de cartel son grupos que en el mejor de los casos, tuvieron su momento más álgido de popularidad hace 15 años. ¿En qué se traduce esto? En fans avanzados en edad. Y los fans avanzados en edad llegan cansados al décimo show consecutivo que ven. Con esto quiero decir que el show de FNM no tuvo la calidez y algarabía que suelen tener sus shows en Santiago, pero esto no fue responsabilidad de la banda, claro. Con un setlist que deja en claro de que va la vaina desde el comienzo —tocaron siete canciones de las diez de Sol Invictus y tres de Introduce Yourself (1987)— Faith No More demostró una vez más que no están en esto para complacer a nadie, que les da lo mismo que buena parte de los otros grupos que tocaron hagan lo imposible por aterrorizarte y hacerte pensar en un miserable fin del mundo: ellos plantan su bola de espejos y se auto versionan en clave disco en "Midlife Crisis". FNM siguen siendo los putos amos de la ironía y el punto de vista reconsiderado. Sin hablar puntualmente de su musicalidad —en la que sobresalieron "Caffeine", "Everything's Ruined", "Matador" y "Separation Anxiety"—, ya se puede mencionar que este show excede ampliamente la media, que no es sólo música sujeta a cuestiones de gusto, que aquí hay una actitud enfocada, consciente y obstinada. En ese elemento se podría descifrar la conflictiva historia de la banda; se adivina que es mucho más fácil escribir una canción enorme como "King For A Day" que llevar adelante con altura el nivel de honestidad que la banda tiene. Hoy en esta nueva etapa de madurez e independencia por la que pasan, creo que el mérito de FNM tiene más que ver con eso que con la música en sí, aunque esta siga sonando fresca y vigente como en 1987.

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Serj Tankian de System of a Down. Foto por Carlos Muller.

En España se suele decir que una buena borrachera se cura con cerveza. Pues System Of A Down fue esa cerveza que se toma cuando el sol ya está saliendo y que sabe reparadora y energizante. Treinta temas para devolver vitalidad a esa gran panda de viejos que acudieron al show. ¡Treinta putas rolas y nadie quería abandonar el recinto! Serj Tankian declaró en varias oportunidades su admiración por Mike Patton —dedicaron ‘B.Y.O.B.’ a "una de las bandas más grandes de la historia, ¡Faith No More!"—, habrá sido por eso que sintió la presión ante la presencia del maestro y tuvo una noche espectacular.

Daron Malakian de System of a Down. Foto por Carlos Muller.

System Of A Down pareciese haber dejado atrás la desprolijidad que reinaba en su escenario: tan importante para esto fue este afinado Tankian como el desempeño punzante y preciso del guitarrista Daron Malakian, quien dejó atrás la irregularidad en su ejecución. Total que lo de System Of A Down fue ejemplar, avasallante y poderoso a tope. Toda una oportunidad para festejar a este bicho raro del metal —no nos olvidemos que SOAD no suenan nada clásicos, podrían ser una versión hardcore armenia de los Dead Kennedys o Mr. Bungle—, un ejemplo que sería sano que se expandiese a otros géneros. Así como antes hacía referencia a la en ocasiones no-inteligencia del metal cuando las cosas se ponen en poses innecesarias y cavernícolas, también debo decir que este tipo de hechos, de que una banda de armenios de Los Ángeles cierren con tanta altura un festival, deja al metal muy bien parado como expresión cultural, haciendo gala de que las distorsiones extremas, los gritos guturales, la locura y la estridencia son disparadores de sensaciones que todos llevamos dentro, pero sólo algunos estamos dispuestos a dejarlas que nos posean, sin importar lo que piensen los demás. Pobres los que se lo pierden.