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Música

No le demos tan duro a Coldplay

¿Es justo que juzguemos toda la carrera de Coldplay por sus últimos tres discos? Opinión.

Todavía me acuerdo de la primera vez que escuché a Coldplay. Era la mitad de la década pasada y en una tarde después del colegio, pusieron el video de “Speed Of Sound” en “Los 10 más pedidos” de MTV, un programa que ponía los videos de moda y era conducido por un petardo llamado Gabo Ramos. Para mí fue como una revelación.

¿Quiénes eran estos tipos que salían tocando delante de una pantalla de colores? ¿Era posible sonar así de increíble? Me acuerdo que lo primero que hice fue coger mi celular y grabar el audio del televisor, necesitaba escucharla más veces, averiguar que era Coldplay y, obvio, mostrársela a todos mis amigos. En esos años previos a YouTube y Spotify, conseguir la música que a uno le llegaba por la radio o los programas musicales de televisión, era un privilegio dificil de conseguir. No solo porque no se encontraban en todas las tiendas, sino porque cada disco de un artista internacional oscilaba entre los $40,000 y $50.000 pesos. Estamos hablando de hace más de 10 años.

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Unos días más tarde fui a la tienda de discos de mi barrio -hoy en día borrada del mapa como la mayoría de las discotiendas en Bogotá-, y me enteré que el tesoro que estaba buscando se llamaba X&Y, que venía con 13 canciones y que no había forma posible de que mis papás me lo compraran, pues para ellos no era más que un capricho de niño chiquito. Creo que esa fue la primera vez que ahorré en mi vida. Los $42,500 pesos que costaba los conseguí por mis propios medios ahorrando de a $1,000 y $2,000 diarios. Sabía que me iba a demorar un tiempo en juntar todo el dinero pero no importaba.

Ese disco tenía que ser mío.

Haciendo cuentas me tuve que haber demorado unas tres o cuatro semanas en reunir los $42,500, pero cuando los completé, tuve una de las mejores sensaciones que he tenido en mi vida. Estaba a un paso de comprar mi primer disco. Recuerdo que ese día mi papá me acompañó a la tienda, se sentía medio sorprendido, y a lo mejor un poco decepcionado de que mis primeros ahorros me los fuera a gastar en un disco. Yo le decía que era lo único que quería.

Cuando por fin lo tuve en mis manos, quise analizarlo todo. Le arranqué el plástico que lo cubría con ganas y me puse a leer el librito de la portada. Tenía unos dibujos geométricos de colores y las letras de aquellas trece canciones que componían el álbum, de las cuales yo solo había escuchado una hasta ese momento. Cuando volví a mi casa, mi hermana me había dejado el discman listo, con los audífonos conectados y las pilas llenas. Me tiré en mi cama, le metí el disco y le puse play.

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Era todo lo que yo esperaba y más.

Canciones como “Fix You”, “Talk”, “The Hardest Part” y “What If” se quedaron en mi cabeza durante mucho tiempo, marcaron una época en mi vida y estoy seguro que la de muchos otros también. Lo que muchos críticos y “sabios” de la música llaman hoy en día “previsible”, “empalagoso” o “repetitivo”, a mí me dio una primera probada de lo que es el rock, con canciones muy emotivas en las que predomina el piano y la voz falsetto de Chris Martin, acompañada por los punteos de guitarra de Jonny Buckland, las líneas de bajo ricas en figuras de Guy Berryman y los golpes metódicos y tempistas de la batería de Will Champion.

'X&Y'

Tras esta experiencia, me obsesioné con el sonido de Coldplay. Me cayó como un meteorito en la cabeza y, a donde iba, siempre llevaba mi discman plateado con el cada vez más gastado X&Y. No me demoré mucho en conseguir Parachutes y A Rush Of Blood To The Head, sus dos discos anteriores, y para dicha de mi fanatismo, me gustaron todavía más que el álbum que ya tenía.

Ambos son trabajos que están repletos de himnos como “In My Place”, “The Scientist”, “Clocks”, “Sparks” y “Yellow”, que dejaron una marca ineludible en la historia del rock alternativo y que, aparte de todos los premios y reconocimientos que recibieron, me terminaron de convencer que Coldplay era la banda a la que tenía que ponerle más cuidado en ese momento. De ellos dependía dar el paso hacia adelante, convertirse en una de las grandes bandas de la historia.

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Luego vino Viva la Vida, un álbum producido por el legendario Brian Eno y que empezaron a promocionar con “Violet Hill”, una canción poderosa, que va de menos a más y que, en ese momento, supo sonar en cuanta emisora y programa de televisión de videos musicales había. Un disco lleno de atmósferas felices, optimismo y letras de amor que me recuerdan la emoción de ir a una sala de ensayo con mis amigos y jugar a ser Coldplay, a que podíamos ser la próxima gran banda del mundo. Nada se sentía más grande que ellos en ese momento.

Pero después vino el doloroso declive.

De pasar de ser una de las bandas que para mí representaban lo más sublime y personal del rock alternativo, Coldplay mutó a un sonido dance que simplemente nunca logré entender. Su estética elegante y medio oscura, se transformó en una bola de pintura neón y colores brillantes, que empezó cuando lanzaron Mylo Xyloto. Desde el nombre del álbum ya me imaginaba que no se venían cosas buenas.

Ese fue el último disco que compré de Coldplay después de años de haber sido muy juicioso y haber conseguido su discografía original, cuando ya existía la posibilidad de escucharla o descargarla por Internet. Cuando terminé de escuchar Mylo Xyloto sentí que la esencia de esa música que me llegaba a lo más profundo del alma se había ido. Había sido reemplazada por un montón de temas que estaban acomodados a unos tiempos que se arrodillaban frente al EDM y a la explotación desmedida de la música pop.

Me dolió y mucho.

Ghost Stories y su recientemente lanzado A Head Full Of Dreams tampoco hicieron mucha diferencia. Para mí, son dos discos sin corazón, pensados para complacer a la masa de gente hambrienta de himnos pop electrónicos. Y un intento desesperado de una banda que alguna vez fue muy grande para mimetizarse entre el grupo de artistas que están facturando mucho dinero actualmente. A diferencia de sus primeros discos, no están hechos para ser escuchados de corrido. Simplemente tienen uno o dos hits diseñados para sonar en radio y lo demás es puro relleno. En una época en la que la gente solo escucha sencillos, parece una decisión demasiado conveniente para ser solo una casualidad.

No voy a ir al concierto de mañana, nunca voy a comprar otro disco de Coldplay y desde el fondo de mi corazón, espero que cumplan su promesa de separarse después de esta gira. Pero lo que nunca voy a aceptar es esa tendencia en la actualidad de los grandes medios musicales y los “conocedores” de música de hablar tanta basura de la banda, sin siquiera tomar en cuenta su obra completa. Simplemente se burlan de ellos a mansalva por estár en "la onda".

Por eso digo que no hay que darle tan duro a Coldplay, una banda que, si bien han perdido el rumbo en los últimos seis años, supo trascender gustos y tocar la sensibilidad de muchas personas alrededor del mundo. Con orgullo y sin pena puedo decir en pleno 2016 que soy fan del viejo Coldplay, del que me puso a soñar cuando era un niño, a amar la música cuando era un adolescente y sentir esa felicidad indescriptible de comprar un disco en físico y ponerlo a sonar, una y otra vez.