La guia Noisey para entrarle a Roscoe Mitchell
Roscoe Mitchell en el festival moers, 2009. Foto: Michael Höfner, vía

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Música

La guia Noisey para entrarle a Roscoe Mitchell

El legendario saxofonista, figura vital del jazz avant-garde, se presenta este jueves 21 en CDMX por primera vez y es gratis. En el marco del festival Aural.

"Habría que hablar de «reproducción ampliada», ya no ampliada sobre la línea del perfeccionamiento técnico, sino ampliada en todas las direcciones, o mejor, en todas las dimensiones, aun las heterogéneas". Esta definición, mejor dicho apuesta, es una cita del escritor argentino César Aira y, aunque se ajusta a la naturaleza del arte contemporáneo y a su literatura, también puede funcionar como el lente que atraviesa la música de Roscoe Mitchell: Música que no pertenece, ni desea pertenecer, a un género determinado; música que invierte casi todas sus exploraciones en señalar un rincón oculto en nuestro entendimiento, ni siquiera de la música, sino del sonido. No nuevas cartografías musicales, sino una forma más bien expansiva, como un pixel muerto que se extiende descontrolado hacia los otros pixeles, con la finalidad de ennegrecer la pantalla.

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A la manera de Oliveiros, Feldman o Wadada Leo Smith, Mitchell ha dedicado su carrera musical a no tener una sola dirección, sino a rechazar cualquiera de ellas. Está convencido que la única poética posible no existe a priori, sino que debe ser, forzosamente, armada. Si el genio –esa categoría tan vapuleada y desacreditada por la constante hipérbole de nuestro tiempo– es algo real, se parece mucho más a un invento que a un descubrimiento. Y quizá convenga hablar así de Mitchell y su música: esta es una música de pura invención. No hace descubrimientos a la manera de Coleman, y no rompe con la tenacidad del paradigma como lo harían John Coltrane o Miles Davis. Hasta hoy, Mitchell realiza búsquedas similares a las de su titánico Sound y sin embargo, cada álbum y cada composición, trabajan un matiz y una estética únicos. Es como explorar los mismos rincones, pero siempre con un lente distinto; leer el mismo texto, cientos de veces, con la bases de una escuela diferente. De hecho, olviden la palabra "explorar", lo de Mitchell es el más profundo de los escrutinios: pura investigación.

En comparación con otros titanes, este padre fundador del Art Ensemble of Chicago y alumno de Muhal Richard Abrams, parece desdibujado. Esta condición le viene, naturalmente, mejor que la canonización. Como cualquier artista verdadero, no tiene interés en avanzar de acuerdo a su época. Aunque no puede decirse que las haya rechazado, Mitchell no fue partícipe de ninguna corriente del jazz trabajada y difundida por sus contemporáneos: si Herbie Hancock iba hacia el funk hipermasticado, Mitchell se replegaba en las formas instrumentales de la madre etíope para desvirtuar el ingreso de la modernidad en su música. Si Chick Corea tiraba hacia un deslavado y obvio folclorismo, Roscoe respondía con un disco de duetos junto a Anthony Braxton donde un par de instrumentos hablan en paradoja, soledad y absoluta comunión, vertidos cada cuatro segundos.

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Mitchell estableció su leyenda trabajando, acaso, un solo gran tema. El tema de su primer álbum como líder: Sound. Su punto de arranque y llegada. No cree en la Música, escrita así, con su bien temperada mayúscula al comienzo. Por eso se toma la libertad de nombrarlo Sonido, porque la música, en última instancia, no es más que una glosa de éste último.

Nota: Sería un atrevimiento intentar repasar la totalidad de los registros sonoros que Mitchell ha dejado a lo largo de casi 50 años de carrera, y que, en gran parte, es imposible de rastrear en plataforma digitales (no, el 80% de su música no está en Spotify). Esta guía no pretende eso. Pretende, de ser posible, establecer claves para comprender la importancia de la música de este saxofonista de Chicago. La idea es generar un bonito colchón para aquellos que quieran ir a ver a Roscoe Mitchell, quien se presenta por vez primera en la Ciudad de Méxido durante el marco del Festival Aural 2017 el próximo jueves 21 de septiembre. El evento es gratis y es en el Anfiteatro Simón Bolívar, en el 16 de la calle Justo Sierra, en el centro histórico de CDMX.

Para entrarle al Roscoe Mitchell fundador del Art Ensemble of Chicago

El Art Ensemble of Chicago fue, antes que nada, un conjunto espiritual, luego fue musical, luego fue jazzístico. Gran parte de los álbumes que grabaron como producto de la AACM (siglas para Chicago's Association for the Advancement of Creative Musicians) son inestables y coherentes a la vez: casi parecen que están hechos de esas tensiones. A diferencia de muchos de los grandes álbumes de jazz, que en su raíz cuentan con un cierto grupo de músicos que varían según la sesión y que pueden, o no, llegar a entenderse, el Ensemble encontró la configuración exacta (un Mitchell titánico dentro de su juventud, un Lester Bowie inspirado y rabioso, un Joseph Jarman fulminante, y la base rítmica de Malachi Favors y Philip Wilson en todo su esplendor), rayando en lo automático. Desde esta comunión grabaron piezas de una modernidad incuestionable y una ambición sin precedentes.

Durante esta época, viajaron a París para encontrar una escena musical enloquecida por las intervenciones de tipos como Serge Gainsbourg y Michel Polnareff. Se encontraron, también y sobre todo, con dos músicos más jóvenes y menos contaminados por sí mismos: la cantante Brigitte Fontaine y el artista Areski. Juntos grabaron al menos un álbum trascendental: Comme à la radio. Un set de piezas vestidas con el mismo uniforme pero de comportamientos absolutamente distintos, cambios de tempo, sonidos incidentales, improvisación libre y, sobre todo, la voz ríspida, casi carente de inspiración, de Fontaine. El álbum es, hasta hoy, el mejor disco de Fontaine (victoria por puntos sobre otros dos fantásticos: Vous et Nous y Est… Folle) y también uno de los momentos más álgidos de la carrera del Ensemble.

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Comme A la Radio, así como la banda sonora que escribieron para el filme Les Stances À Sophie, dan muestra de las cualidades indiscutibles de estos músicos. Marcan, además, la primera gran etapa del Ensemble (habría que sumar el volumen doble de grabaciones lanzado por el sello Actuel, su segunda casa, titulado, por si hacen falta más señas, Live in Paris). Con estos trabajos, el conjunto se convirtió rápidamente en una especie de criatura mítica de los libros de jazz; condición que sin demasiados predicamento derivaría en lo que hoy significa su nombre: absoluta e incuestionable leyenda.

Para entrarle al Roscoe Mitchell mitad band leader, mitad profeta

De todas sus facetas, el Mitchell que actúa como líder representa la escucha más admirable dentro del amplio repertorio de sus escrutinios musicales. Como líder, es un músico excelso, comprende las cualidades de con quienes está trabajando, y se empeña en exponer lo mejor de cada uno. Como músico, desprecia el protagonismo. Jamás señala una dirección con el dedo, sino con la mirada, por lo cual, siempre, necesariamente, deja espacio para la ambigüedad. Esta ambigüedad, facultad propia de toda comunicación verdadera, es el sitio donde se construyen los espacios más interesantes de Mitchell y sus acompañantes. Desde el atrevido Sound hasta las recientes colaboraciones con Craig Taborn o el homenaje a Fred Anderson, Mitchell es un líder que comprende que la única posibilidad de la música genuina, verdaderamente genuina, no es inventar un estilo o hacer temblar los cimientos del canon, sino colocar la justa nota en el momento adecuado –y esto quiere decir, también, inevitablemente, otra cosa, más grave, más certera y mucho más inmortal: la nota adecuada puede tocarla cualquiera de nosotros, lo importante es que suene, venga, que retumbe.

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Para entrarle al Mitchell de la más incontestable soledad

A mediados de la década de los 70, Mitchell regresó a Estados Unidos para realizar varios álbumes como líder y un par más (no menos interesantes, no menos trascendentales) donde el foco y la responsabilidad de toda la grabación e interpretación estaban sobre sus hombros. Su educación musical era en gran medida colectiva, pensada desde la potencia y entendimiento del grupo, no había espacio para nada fuera de la comunicación entre, al menos, un par de músicos y sus instrumentos. En ese sentido, un álbum en solitario suponía una entrega sin precedentes, un encuentro, si acaso, vale decirlo, no comunicativo, sí vital: el hombre y su instrumento puestos bajo el mismo espectro de luz, a la espera de un escucha inexistente y nunca definitivo. Una vez ahí, Mitchell sedimentó sus talentos de forma magistral. Aquellos primeros álbumes carentes de cualquier acompañamiento han quedado como el registro de la voluntad y consistencia de un músico que se mira a sí mismo como intérprete y escucha a la vez. Una faceta que no ha sido tan detallada y que no tiene, a pesar de la gran cantidad de archivo que conforma, desde 1974 con The Roscoe Mitchell Solo Saxophone Concerts hasta la compilación de tres discos sellada con el austero título de Solo, todavía un reconocimiento por parte del público afín a la música de Mitchell. Es comprensible ya que esta cara del saxofonista tiene un gran desventaja: no trata de comunicar nada, es un rechazo completo a la creación conjunto y su bandera no es la afirmación sino el cuestionamiento, la duda, el titubeo y el fantasma, en este caso sólido, casi tangible, del autoconocimiento. Roscoe lo sabe, aunque no lo grita: sólo se puede llegar a uno mismo a trancazos.

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Para entrarle al Mitchell parado sobre la tarima del director de orquesta

Es discutible, y hasta cierto punto obtuso, creer que cada género musical compete sólo a sí mismo y posee una verdad distinta a la de los otros. Todos se complementan y recrean entre sí, sus diferencias son matices, no raíces: por eso pueden, con la inteligencia adecuada, llegar a embonar. Los compositores realmente interesantes no trabajan desde un género específico. Lo hacen desde un entendimiento musical cerrado a los límites de su cráneo y un entendimiento material cerrado a los límites de sus herramientas. No por familiaridad, y mucho menos por genética, puede un músico apropiarse de su instrumento (aunque es indiscutible, más por entusiasmo que por análisis, que ciertos músicos son inseparables de sus instrumentos, como Miles y la trompeta, Hendrix y la guitarra, largo, profundo, etcétera). Roscoe Mitchell no es un inseparable desde un tiempo a la fecha. Para cualquiera que haya seguido la evolución de su carrera, le resultará sencillo desvincular al artista del saxofón que lo acompañó durante sus primeras pinceladas. Hoy todavía toma el saxofón e improvisa algunos fraseos memorables, contundentes, pero también, la mayor parte del tiempo, toma otro instrumento: la batuta del director. Su historia ha sido siempre la del educador, el consejero, el que marca el ritmos y los tiempos, así que la posición de director le es orgánica, casi podría decirse que es la forma inseparable que ha encontrado como instrumentista: el entendimiento de las particularidades que circundan a cada instrumento para formar no emociones, sino –aquí aparece Lyotard– furiosas, y absolutamente libres, intensidades.

La casa que Mitchell encontró para esta faceta es el legendario sello alemán ECM, lugar que le permitió explorar el papel del compositor/director/improvisador con detalle y lo clarificó como una las figuras más relevantes del jazz contemporáneo, cosa bastante obvia para 1991, cuando cuando grabó su primer álbum como líder, Nine to Get Ready. ECM sirvió entonces como uno de los campos de investigación más vastos a los que el artista haya tenido acceso. Lo que siguió fue un álbum brutal tras otro, meros ensayos de los límites donde el sonido y la música se difuminan y presentan finalmente como parte de la misma cosa. De esos trabajos surge la última gran empresa de Roscoe Mitchell, y también uno de los álbumes más completos de 2017: Bells for the South Side, álbum que en cualquier otra discografía sería una indiscutible obra maestra, pero que aquí comparte cima con otras grandes grabaciones del mismo periodo: Far Side, el tributo a su amigo Lester Bowie (el segundo en orden dentro del Art Ensemble of Chicago) y la legendaria cita de Compositions / Improvisations 1, 2 & 3, donde Mitchell comparte créditos con Evan Parker, Craig Taborn y Barry Guy, entre otros.

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Recuerda que Roscoe Mitchell tocará por primera vez el próximo jueves 21 de septiembre, dentro del Festival Aural. La cita es gratis, en el Anfiteatro Simón Bolívar. Aunque de los otros shows de Aural sí hay eventos en Facebook, de este no.

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