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Así fue como un submarino estadounidense reavivó la tensión entre España y Reino Unido

El último conflicto diplomático en el peñón de Gibraltar causado por submarino nuclear estadounidense, sirve para ilustrar la longeva disputa entre España y el Reino Unido por la soberanía de este pedazo de roca.
Imagen vía Wikcommons
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A mediados de abril, un patrullero británico, el HMS Sabre, lanzó varias bengalas de advertencia al navío de la Guardia Civil. Por lo visto, la embarcación española habría invadido en dos ocasiones el recorrido de un submarino nuclear estadounidense que se aproximaba a la zona, el USS Florida. Entonces el barco británico encargado de escoltar al submarino decidió que ya era suficiente. Que no respetar ni siquiera las órdenes cuando se aproximaba un buque de guerra estadounidense era una falta de respeto. Así que procedió a disparar las bengalas para que el navío español se hiciera a un lado.

El puerto de Gibraltar es un lugar donde los submarinos estadounidenses acostumbran detenerse a realizar labores de mantenimiento. El Florida llegó a Gibraltar el pasado 16 de abril — y su recorrido fue interceptado por un navío español, de ahí el disparo de bengalas de advertencia. El Florida recibió un trato similar de las embarcaciones apostadas en la aduana marítima española. El encontronazo también provocó que se terminaran disparando bengalas. A principios de este año, Gran Bretaña presentó una queja formal contra España por las reincidentes incursiones de los navíos de guerra españoles, que habrían comprometido la seguridad de un navío británico.

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Claro que se trata del pan nuestro de cada día, una actividad que forma parte de la maravillosa idiosincrasia que define la vida en Gibraltar. Según como se lo mire, Gibraltar puede parecer un peñón monumental o una península enana. O también un dolor de cabeza insoportable. Gibraltar descansa sobre el punto más meridional de España, desde donde el enorme peñón contempla el estrecho altamente transitado que desfila del Mediterráneo al océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar. Al otro lado del estrecho, quedan Marruecos y el resto de África.

El estrecho tiene poco más de diez kilómetros de ancho en su tramo más angosto. Tal sería, salvando las distancias, el espacio que necesitaría para apostarse una buena arma que quiera hundir a cualquier barco mercante que pasara por ahí. La gran parte del tráfico del estrecho se dirige desde o hacia Estados Unidos y la Europa Occidental, un tráfico casi siempre provisto de petróleo de Oriente Medio y de bienes manufacturados en Asia. Además, una gran cantidad de hachís también se transporta clandestinamente a través del estrecho en lanchas de motor, que avanzan rumbo a los cargamentos que se hacen cargo de sus remesas.

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Mientras, el peñón en sí mismo es un enorme y gigantesco pedazo de roca caliza — de casi 430 metros de alto — que es, básicamente, un inmensa fortaleza. Cuando lo ves en persona, lo cierto es que resulta casi caricaturesco lo fácilmente que podría hacerse pasar por una fortaleza; conforme llegas del norte, al otro lado de la frontera española, el peñón es como un inmensa montaña cuajada de posiciones y espacios estratégicos desde los que disparar al que se aproxima. Y toda la base del peñón está circundada por una valla elevadísima y de más fortificaciones. Cualquier asalto frontal por conquistar el peñón sería, en el mejor de los casos, un auténtica sangría, una guerra salvaje.

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Sucede que el peñón de Gibraltar fue fortificado por primera vez en el año 1106. Y lo cierto es que en los últimos 600 años ha soportado 14 invasiones y algún que otro intenso bombardeo ocasional. Y, más recientemente, los gobiernos español y británico han dedicado desacreditarse mutuamente mientras discutían cuál de los dos es el propietario legal del peñón. Los británicos obtuvieron Gibraltar de manos de los españoles en el año 1713, durante el llamado Tratado de Utrecht; más de un siglo antes de que los estadounidenses le arrebataran a los españoles la colonia de Florida en 1822. Hoy Gibraltar es suelo británico.

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Durante los tres siglos de intervención que finalizaron con la conquista de Gibraltar a manos de los ingleses, estos lo han cavado y le han plantado toda suerte de túneles y conductos, como si su vida dependiera de ello. Hoy los trabajos de excavación en el interior del peñón arrojan un entramado de túneles de más de 50 kilómetros de longitud. Incluso hay quien insinúa que en algún lugar del peñón se guarda armamento nuclear. Bajo cualquier circunstancia, uno apostaría a que sería posible defender la isla ante cualquier invasión — a no ser que se tratara de un ataque nuclear — con un par de Boy Scouts y con unos cuantos globos de agua.

Por encima de todo, su ubicación en la boca del Mediterráneo, lo ha convertido en una base naval estratégica para los barcos que entran o salen del Mediterráneo. El motivo por el que el Florida se detuvo allí era porque había padecido una avería y necesitaba ser reparado — una reparación que no entrañaba ningún riesgo nuclear. Y es que el Florida es un submarino nuclear, que se ha convertido a lo largo de los años en uno de los pocos submarinos estadounidenses provisto de un sistema de lanzamiento de misiles nucleares teledirigido. El Florida lleva 154 misiles Tomahawak y sería una embarcación ideal para dinamitar la defensa aérea de cualquier país durante los primeros compases de cualquier guerra.

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Las idas y venidas de los submarinos de y hacia la base naval real española han sido objeto de toda clase de discusiones. En 2013, un submarino británico, el HMS Tireless, padeció un escape en su sistema de ventilación y llegó renqueante a Gibraltar para ser reparado. Y como acostumbra a suceder cuando uno emplea las palabras "escape" y "nuclear" en la misma frase, los españoles se pusieron muy paranoicos con el tema; claro que no hay manera posible en que una fuga radioactiva producida en Gibraltar pudiera extenderse hasta aguas españolas.

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Claro que este toma y daca beligerante eclipsa, de hecho, uno de los aspectos más fascinantes de todo este entramado: y es que después de siglos de lucha (y, en ocasiones, de asesinatos) sobre el peñón, Londres parece menos proclive (y menos grosero) a preservar la Roca que los españoles, que salivan por hacerse con ella.

El problema es que los residentes de Gibraltar no quieren saber nada del maldito plan de los españoles. Están orgullosos de su estatus e insisten con que su derecho a la autodeterminación importa más que lo que Madrid o Londres tengan que decir al respecto. En el referéndum celebrado en 2002, el 98.5 por ciento de los residentes del Peñón rechazaron incluso la posibilidad de una soberanía compartida entre España y el Reino Unido. De hecho el gobierno del peñón estaba convencido de que Londres vendería Gibraltar al mejor postor (o de que lo perdería apostando a los caballos, para el caso). Y para evitar semejante descalabro, el gobierno local gibraltareño cambió su Constitución en 2006, de manera que, actualmente, la Carta Magna del peñón dispone que si alguien tiene que decidir a quién pertenece la soberanía sobre Gibraltar, ¡serán sus malditos habitantes quienes lo hagan!

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Así que los españoles (para quienes el asunto sigue siendo motivo de urticaria) se siguen haciendo los tontos en cuestiones como mostrarse de lo más intransigentes en relación a su espacio aéreo, los aterrizajes en el minúsculo aeropuerto de Gibraltar u hostigar a los intrusos hacia sus aguas territoriales. Y eso está dando lugar a incidentes ocasionales, como el registrado por el mismo Florida. Y el resultado de semejantes travesuras ha sido, si es que ha habido algún resultado, convencer lentamente a Londres que, lo mismo, los gibraltareños estuviesen en lo cierto cuando se referían a los españolitos; a fin de cuentas, ¿quién quiere acostarse con una panda de gente que ni siquiera es capaz de contener a los barcos de sus fuerzas de seguridad, incapaz de evitar que sigan jugando al juego de la gallina con submarinos nucleares extranjeros?

Cuando uno se fija en episodios como este descubre un montón de cosas sobre lo que es realmente la soberanía nacional. Por un lado, España quiere Gibraltar a toda costa. Y por el otro está el Reino Unido, que históricamente nunca ha demostrado mucho interés en quedarse con el peñón. Claro que sus ciudadanos le tienen auténtica aversión a convertirse en comepaellas españolitos. Así que los barcos españoles e ingleses dirigidos desde Madrid y Londres están peleándose por un asunto de soberanía nacional que los residentes locales se reservaron exclusivamente para sí mismos hace ya unos añitos.

O lo mismo es que los escasos 30 mil habitantes de Gibraltar podrían dar mucha, pero que mucha Guerra, si alguien se presenta en su fiesta sin invitación.

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Imagen vía Wikimedia Commons