¿Puede un movimiento contra la corrupción arreglar la democracia de Rumania?
Todas las fotos por Andrei Pungovschi.

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El número de la Juventud infatigable

¿Puede un movimiento contra la corrupción arreglar la democracia de Rumania?

Las recientes protestas anticorrupción del país han sido las manifestaciones más grandes desde la caída del comunismo.

Este artículo apareció en el número "Juventud infatigable" de la revista VICE. Puedes leerla completa AQUÍ.

Tedy Ursuleanu tiene problemas con su vecina. Un incendio le arrebató la mayoría de los dedos —junto con muchas otras cosas— y a veces se le caen los platos, algo que molesta a la anciana que vive en el piso de abajo. La fría noche del 20 de cotubre de 2015, Ursuleanu había ido al Colectiv —un club en lo que fuera una antigua fábrica en una zona industrial del centro de Bucarest— a la fiesta de lanzamiento de un disco de la banda Goodbye to Gravity. "Era uno de los sitios más seguros", me dijo. Pero al final del concierto estalló un incendio. Como muchos clubes y bares de Bucarest, el Colectiv había esquivado el trámite para obtener las licencias con apretones de manos y pagos informales. Por lo mismo, no lo habían inspeccionado, el lugar rebasaba su capacidad y sólo tenía una salida. El fuego alcanzó a Ursuleanu y se desmayó. Cuando despertó, logró salir y pudo llegar a una ambulancia. Veintisiete personas no tuvieron la misma suerte. A pesar de la cercanía de instalaciones médicas en Europa Occidental, las autoridades rumanas decidieron atender a la mayoría de las víctimas dentro del país. Como resultado, murieron 37 personas más, la mayoría por infección, en los hospitales mal equipados de Rumania.

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Para un país que ha estado relativamente libre de tragedias desde la Revolución Rumana de 1989, el incendio del Colectiv fue un desastre absoluto y prevenible. "Fue una tragedia más allá de las cifras, y reveló algo muy profundo", dijo el activista veterano Alexandru Alexe, cuando lo visité en marzo. "Los políticos tienen sangre en las manos". El incendio catalizó la rabia latente por la omnipresente corrupción del sistema rumano: los críticos y sobrevivientes culparon a los inspectores de incendios vendidos, a los dueños de los clubes, al sistema médico sin preparación y presa de sobornos, y a los políticos corruptos. Mientras Ursuleanu seguía inconsciente una semana después del incendio, protestas masivas sacudieron Bucarest bajo el lema "¡LA CORRUPCIÓN MATA!", logrando que el primer ministro, Victor Ponta, del Partido Socialdemócrata (PSD) de centroizquierda, renunciara al gobierno. Meses antes, Ponta había sido acusado de fraude, evasión de impuestos y lavado de dinero.

Ursuleanu fue una de las pocas víctimas que tuvieron la suerte de ser atendidas en un complejo foráneo: pasó casi tres meses inconsciente en un hospital vienés. En el verano de 2016, una investigación impactante del periodista Ca ̆ta ̆lin Tolontan reveló que la empresa que suministra productos de esterilización a los hospitales de Rumania, Hexi Pharma, llevaba una década distribuyendo sustancias diluidas —algo equivalente al jabón para platos—, lo que produjo un número incalculable de muertes que habrían podido evitarse. Éste es sólo otro ejemplo de los negocios turbios que enfurecen a los rumanos comunes y corrientes. "Esa investigación fue lo que nos puso en el centro de atención", me dijo otro periodista rumano. Para aumentar las sospechas de corrupción en las altas esferas, el director general de Hexi Pharma murió en un accidente automovilístico una noche antes de que lo interrogaran los fiscales.

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El 30 de octubre de 2015, el incendio que estalló en el club nocturno Colectiv mató a 64 personas y dejó heridas a 147. Tedy Ursuleanu, que aparece en esta foto, perdió los dedos y más tarde participó en las protestas de la Plaza de la Victoria contra el decreto de emergencia del Partido Socialdemócrata (PSD).

En diciembre de 2016, el PSD volvió al poder con una propuesta de modestas prestaciones sociales-salariales, y sus valores familiares conservadores. Obtuvieron márgenes electorales significativos gracias a su vasta maquinaria política. Con Victor Ponta bajo acusación, y el líder del partido, Liviu Dragnea, frente a una posible condena por un segundo conjunto de cargos de corrupción y tráfico de influencias, el PSD asignó como primer ministro a Sorin Grindeanu, un funcionario joven y maleable.

"Hay siete formas diferentes de decir 'soborno' en rumano. Los rumanos pagan sobornos desde que nacen hasta que mueren", dijo el periodista Mihai Radu. "Cuando nace un bebé, le das 1,000 euros al médico si quieres que lo hagan bien. Cuando mueres, le pagas al cementerio para que seis tipos caven un hoyo, y ellos te dicen: 'Danos algo de dinero'; si no lo haces, el ataúd quedará salido". Cuando Ursuleanu regresó a Bucarest después de una larga convalecencia, comenzó a involucrarse en la política, a organizarse con sus amigos y a alzar la voz frente al alcalde y al PSD. Poco después de que el gobierno tomara el poder, a las 10 de la noche del 31 de enero, Ursuleanu comenzó a recibir mensajes de textos de sus amigos. Con la excusa de resolver el problema de las cárceles sobrepobladas, el PSD había aprobado un decreto de emergencia que facilitaba el camino a la amnistía para cientos de políticos y directores generales de todo el país que habían sido acusados y encarcelados por corrupción. El decreto despenalizó todos los cargos de abuso de poder —políticos o corporativos— hasta por 47,000 dólares. La ley fue hecha a la medida para Dragnea, uno de los hombres más poderosos de Rumania, que quería ser primer ministro a toda costa.

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Minutos después de escuchar la noticia, Ursuleanu y sus amigos se dirigieron a la Plaza de la Victoria, un enorme diamante de asfalto frente al edificio principal del gobierno rumano. Cientos de personas salieron de sus departamentos gritando como locos. En un par de horas la manifestación reunió a más de 15,000 personas, y miles más salieron a las calles en otras ciudades importantes de Rumania: Cluj, Iasi, Timisoara y Constanza.

En las noches siguientes, Rumania se estremeció con las manifestaciones más grandes y extensas que se han visto desde la caída del comunismo. "Los rumanos tardan en enojarse, pero cuando lo hacen, se enfurecen", oí decir a un manifestante. La multitud aumentó espontáneamente, alimentada por Facebook y los grupos de amigos. Noche tras noche, bajo las nevadas, en medio del rugido de las vuvuzelas, cientos de miles llegaban la Plaza de la Victoria. "¡Ladrones!", gritaban, "¡Renuncien!" Los fuegos artificiales alcanzaban la gendarmería, se parecía a la revolución del Maidán de Ucrania, pero recargada.

Sorin Cucerai, un filósofo libertario que participó en la revolución de 1989, me dijo que las protestas recientes fueron más profundas y sustanciales que las de hace 27 años. Miles de personas se reunieron en ciudades más pequeñas y municipios rurales, algo inaudito en un país donde la apatía política se había convertido en norma. La desconfianza hacia la clase política era tan profunda que incluso después de que los manifestantes lograron la derogación del decreto de emergencia y la renuncia del ministro de justicia, Florin Iordache, 500,000 manifestantes permanecieron en las calles. La Plaza de la Victoria se convirtió en una especie de centrifugadora democrática: reemplazó el trabajo, los bares, los almuerzos y el hogar. Ursuleanu celebró allí su trigésimo cumpleaños.

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El actual primer ministro rumano, Sorin Grindeanu.

Bucarest es un ciudad grande y caótica. Hasta hace poco tiempo tenía la fama de ser la alcantarilla de Europa del Este, infame por sus jaurías de perros salvajes (la mayoría de los cuales fueron eliminados luego de que en 2013 atacaran a muerte a un joven y a un turista japonés). En la década de 1930, el escritor británico Patrick Leigh Fermor describió la ciudad como una "pesadilla fascinante" de "fachadas de concreto reforzado con varillas"; esta descripción aún persiste en la actualidad. Es una paleta batida de grises, hierro forjado y funerarias que abren las 24 horas, fumadores matutinos fatigados entre las gemas arquitectónicas abandonadas con techo de hojalata del Segundo Imperio, y palomas que se asoman por las ventanas de áticos estilo Art Nouveau. Las avenidas principales se parecen a Pyongyang, con tiendas Armani vacías. Las calles laterales son sinuosas y estrechas, huelen a humo y aceites esenciales, y ocultan pequeños bares donde se reúnen los intelectuales.

Cuando conocí a Ursuleanu en su departamento, estaba acompañada de su amigo Mihai Grecea, un alegre cineasta —también víctima tragedia del Colectiv—que lleva un pulmón artificial portátil y vendas en las manos para ocultar sus quemaduras. Ursuleanu llevaba una camiseta que decía "EL MEJOR DE LOS PEORES ESCENARIOS POSIBLES" y me mostró la letra de Goodbye to Gravity que tenía tatuada en el pecho. Le pregunté quién era el culpable del incendio, pues me parecía más una consecuencia de un sistema corrupto e ineficiente que el propósito de algún actor malévolo.

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"Hay muchos culpables", dijo. Recordó una vez que le pidieron falsificar permisos para un proyecto de construcciones de lujo cuando trabajaba en una firma de arquitectura. "Yo también tengo la culpa porque vi muchas cosas y no hice nada".

Le pregunté a Grecea qué pensaba de la situación actual. "Mis creencias políticas son…" —su voz se fue apagando y suspiró— "muy fuertes". Ursuleanu soltó una carcajada.

"Creo que necesitamos un partido fuerte que esté formado por ciudadanos comunes", dijo Grecea. "Suponiendo que el PSD no siga en el poder, ¿qué pondríamos en su lugar? No tenemos ninguna alternativa real, sobre todo en la izquierda. El año pasado surgió un pequeño partido llamado Unión para Salvar Rumania [USR], pero no tienen ninguna ideología. Son muy pragmáticos, quieren depurar Rumania. Tienen mucho que aprender antes de convertirse en políticos".

Șerban Marinescu se inició en la política como un manifestante contra la corrupción en la Plaza de la Universidad. Ahora es miembro del parlamento rumano, de la Unión recién formada para Salvar a Rumania, creada tras el incendio del Colectiv.

El pasado diciembre, una coalición anticorrupción urbana, el USR, hizo campaña en las elecciones nacionales. Para sorpresa de todos —incluyendo la suya— obtuvo casi el 10 por ciento de los votos, con lo que se convirtió en el tercer partido más grande de Rumania. El gobierno especialmente sombrío y brutal de Nicolae Ceausescu, que terminó con su ejecución y la de su esposa Elena en 1989, ha dejado a muchos rumanos del siglo 21 con una larga lista de prejuicios: La mayoría de las personas que conocí se oponían al socialismo, al nacionalismo, a Rusia, a los partidos políticos formales, a la política y a los políticos. Paradójicamente, muchos admiraban a Bernie Sanders. Detrás de las razones explícitas de cada nueva movilización política se encuentra un pozo sin fondo de indignación contra el blindado sistema político del país, representado por los dos partidos principales: el PSD y su opositor, el Partido Liberal Nacional, mismos que nacieron de las ruinas del repudiado Partido Comunista Rumano. El USR, que originalmente comenzó como una coalición para la conservación histórica de Bucarest, simplemente capitalizó estos sentimientos subyacentes bajo el lema "No somos políticos".

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En la terraza de un bar de mala muerte, me encontré con el estratega principal del USR, un apuesto arquitecto de 37 años llamado Serban Marinescu. Durante las elecciones, Marinescu emprendió la arriesgada misión de derrocar a Dragnea en su territorio natal, el condado de Teleorman, una de las regiones más pobres del país. Perdió de manera apabullante. En Rumania no se hacen campañas de puerta en puerta financiadas por la sociedad civil, y Teleorman es conocido como un territorio "cautivo" del PSD: los negocios, los inmuebles y los contratos los administra una maquinaria política leal a Dragnea, como si la ciudad en sí fuera una empresa. "La administración entera le pertenece al PSD, todas las empresas son parte del PSD. Los directores ejecutivos de las empresas son miembros del PSD, y te dirán sin tapujos: 'Si te veo en una protesta, te despido'. Nada sutil", dijo Marinescu, mientras fumaba y bebía otra pinta.

Culturalmente hablando, la postulación de Marinescu —cuya imagen es la de un cosmopolita de Bucarest— en Teleorman es el equivalente a la de un inconforme de Brooklyn haciendo campaña en Carolina del Sur, incluso más ingenuo. Un embarazoso video de la campaña lo muestra promoviendo el voto entre unos habitantes canosos de la era soviética, recibiendo nada más que burlas a su salida de la ciudad. "¡Cómpranos algo! ¡Cómpranos comida!", le grita un grupo de hombres cubiertos de hollín. "No somos así, no tenemos dinero, somos pobres y jóvenes", responde Marinescu. "Vamos, danos 10 lei para una cerveza", se ríen. "Realmente no tenemos dinero, pero queremos que voten por nosotros. El USR no tiene un mensaje elitista; tiene un mensaje populista", aclara. En otra escena, ignora a un hombre que le pide que reduzca los impuestos.

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Laura Kövesi, fiscal principal de la Dirección Nacional Anticorrupción, ha surgido como una activista contra las actividades ilícitas del gobierno.

Marinescu habla por experiencia propia. Hace diez años, la policía de Bucarest lo golpeó despiadadamente después de una pelea con un taxista. Su caso se prolongó durante ocho años y no se resolvió hasta que lo llevó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que falló en su favor y le concedió 8,000 dólares por daños. Otra experiencia que lo transformó ocurrió en 2013, cuando él y algunos colegas ganaron un premio de arquitectura en efectivo para rediseñar la plaza central de la ciudad de Ramnicu Valcea. El alcalde de la ciudad comenzó a llamarlo por las noches y le pidió que se reunieran en una cafetería, con la intención de extorsionarlo. "Los rumanos conocemos esta mierda: cuando los alcaldes comienzan a actuar de manera extraña, sabes lo que va a pasar", dijo Marinescu, riendo. Aunque sus amigos le aconsejaron no hacerlo, pues era algo arriesgado, participó en una operación encubierta, lo que provocó que el alcalde recibiera una pena de cuatro años de prisión.

La Dirección Nacional Anticorrupción de Rumania (DNA), ayudó a organizar la operación. El órgano fiscal —que es independiente, extrañamente— fue establecido en 2003 durante los preparativos del país para unirse a la UE, pero no demostró una fortaleza real sino hasta años recientes. Durante el proceso de adhesión, Rumania comenzó a reformar su sistema judicial, para enseñarle a una nueva generación de abogados los principios democráticos que se necesitaban en Occidente.

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Vlad el Empalador, el caudillo militar del siglo 15, mejor conocido como Drácula, sigue siendo un poderoso símbolo político para los rumanos por su brutal persecución de los ladrones y la clase dominante corrupta. La encarnación más reciente de este ángel purificador es Laura Kövesi, una exjugadora de basquetbol, ahora fiscal principal de la DNA. Bajo Kövesi, la DNA se ha convertido en una pesadilla para los ricos y poderosos del país, a medida que detienen e imputan a miles de políticos, oligarcas, presidentes ejecutivos y magnates. En los días soleados, un grupo de paparazzi se para junto a la entrada lateral de la DNA, a la espera de ver qué políticos salen esposados para ser interrogados. Kövesi no ha tenido miedo de ir tras las autoridades rumanas más altas, entre ellas el ex primer ministro Adrian Na ̆stase, quien intentó suicidarse cuando la policía lo perseguía. Ahora está claro que la DNA va tras Dragnea.

El presidente rumano Klaus Iohannis.

Una mañana, asistí a la conferencia de prensa anual de la DNA en el Palacio del Círculo Militar Nacional. Más allá de los camarógrafos que pretendían entrevistar a Kövesi, una horda de fiscales sonrientes estrechaba las manos de los asistentes. En un opulento salón de mármol lleno de diplomáticos, oficiales militares y políticos de la oposición, Kövesi —quien podría haber pasado por la cuarta integrante de Sleater-Kinney— emitió un informe sobre los resultados de los últimos años, con la impactante cifra de 1,270 acusaciones: 3 ministros, 6 senadores, 11 diputados, 47 alcaldes y 16 magistrados estaban involucrados en casos por un valor de 275 millones de dólares.

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El presidente Klaus Iohannis, ex miembro del Partido Liberal Nacional y aliado del movimiento de protestas contra la corrupción aplaudió el trabajo de la Dirección y declaró que la lucha contra la corrupción continuaría "a toda velocidad". Por supuesto, como resultado de su trabajo, la DNA, Kövesi e Iohannis han sido sujetos de todo tipo de ataques. Algunos afirman (sin evidencias) que son la nueva Securitate, la policía secreta de Ceausescu. El diciembre pasado, cuando el magnate de los medios de comunicación nacionalista, Sebastian Ghit, huyó de su detención judicial y se convirtió en fugitivo de la INTERPOL, su cadena de televisión, RTV, se convirtió en un medio anti-Kövesi, alegando que ella era agente de la CIA. RTV también afirmó que estaba en confabulación con la policía secreta y que había plagiado su tesis doctoral.

"Los políticos se convierten en unos llorones cuando los pones en prisión preventiva un rato, de 20 a 70 días", me dijo el activista Alexe. "'¿Realmente debo cumplir de 12 a 20 años?' Sí, por supuesto. El rumano promedio desea que los peces gordos reciban muchos años de cárcel. Quieren ver embargadas sus fortunas".

Colette Chichirau, miembro del parlamento rumano por parte del USR.

Marinescu me invitó a reunirme con él en las oficinas del USR en el Palacio del Parlamento, una estructura monumental que ocupa todo un barrio de Bucarest. Inspirado por un viaje a Corea del Norte, Ceausescu comenzó el edificio en 1984, pero no vivió para verlo terminado. Hoy en día sigue siendo uno de los edificios gubernamentales más grandes del mundo, un santuario de mármol para el poder. En su interior, pasillos vacíos con la longitud de un campo de futbol, alfombras rojas y candelabros, bustos y pinturas de héroes rumanos con bigote. Al final de cada vestíbulo oscuro había un bufet sombrío donde algunos empleados ofrecían carne y papas a los políticos.

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Cuando a los miembros del USR les fue asignada un ala con paneles de roble en ese laberinto tipo Escher, se mostraron un poco impresionados por su nueva autoridad oficial, como un becario a quien le han dado las llaves de una suite ejecutiva. Le pregunté a Marinescu cómo fue la transición de la sociedad civil a los pasillos del poder. Un poco apenado, me dijo: "Bueno, cuando empezamos a protestar realmente podías sentir la diferencia. En la mesa redonda del USR, jóvenes y demás asistentes iban de un lado al otro con un aire de vitalidad e importancia". "Piensa en esto, somos miembros del parlamento", dijo emocionada la diputada de 39 años Cosette Chichirau, quien volvió a Rumania desde los Estados Unidos el año pasado. Tras terminar su doctorado en la Universidad de Massachusetts Amherst y trabajar algunos años en el sector financiero, fue una de las primeras donantes y defensoras de Bernie Sanders. Después de que Sanders perdió las elecciones primarias demócratas, Cosette se sintió atraída por la idea de postularse a un cargo político, así que regresó a casa y dirigió una campaña que financió la sociedad —al estilo Bernie Sanders—, cuya propuesta era arreglar el sistema político. Finalmente, fue electa en su natal Iasi, una de las ciudades más grandes de Rumania.

La noche en que el decreto de emergencia fue aprobado, Chichirau se apresuró hacia el edificio del gobierno con la esperanza de hacer cualquier cosa para detener a sus colegas, pero no pudo entrar. Se quedó en la Plaza de la Victoria con los otros representantes del USR. A medida que el movimiento crecía, el USR asumió el papel de defensor de los manifestantes callejeros. Ellos persiguieron a Dragnea y a los funcionarios del PSD dentro del Palacio del Parlamento, lo que les mereció regaños por no comportarse como políticos. En el pasillo afuera del salón del USR, Chichirau recreó cómo ella y una multitud arrinconaron a Dragnea mientras él intentaba escapar por un elevador. "Pensaron que este era un lugar seguro. Ahora no tienen dónde esconderse", dijo. "Algunos de ellos no pueden admitir que somos colegas. Dijeron: 'Unos ciudadanos nos persiguieron'. Lo que desean es expulsarnos; lo primero que pensaron en esa ocasión fue: 'Estos ciudadanos no deberían estar aquí'".

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Miembros de Casa Jurnalistului, un grupo de periodistas independientes que investiga la corrupción del gobierno, pasan el rato en la cocina de su casa comunitaria en Bucarest.

La prensa, las ONG y la oposición democrática parecían demasiado vigorosas como para quedarse estancadas en el desgaste. Los periodistas que conocí estaban orgullosos de hacer su trabajo, se apoyaban unos a otros como un colectivo y parecía que realmente disfrutaban perseguir a los poderosos y a los políticos. Las oficinas de las ONG parecían espacios punk. Mi traductor, Matei Barbulescu, vivió y trabajó en Casa Jurnalistului, un colectivo de periodistas financiado vía Patreon y ubicado en un barrio peligroso donde el manele, una música romaní, sonaba día y noche. Vlad Ursulean, un periodista de 29 años, lo fundó en 2012. Él y sus amigos se hicieron lentamente de un público gracias a su enfoque insurgente difundido en video y redes sociales, combinando los reportajes en vivo de las protestas con investigaciones extensas y contundentes. También publicaron piezas largas de periodismo de viajes, como una travesía con los refugiados de Turquía y un recorrido por la costa del Mar Negro. De esta manera, Casa Jurnalistului fue construyendo su reputación y un público leal de suscriptores. Luego encontraron una casa de siete dormitorios y se mudaron ahí, donde recaudaron donaciones mediante fiestas en el sótano y vendiendo adornos festivos en un mercado de artesanías. "Nos molestó que los periodistas rumanos se vendieran tan barato", me dijo Ursulean, "así que decidimos vendernos incluso más barato". Con las donaciones, el colectivo creó un programa de becas, en que los jóvenes aspirantes a periodistas reciben un dormitorio en la casa por nueve meses, un salario, y un sentido de comunidad. Además, aprenden a editar, publicar y hacer videos.

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Casa Jurnalistului es una mansión derruida donde hay cerveza derramada por doquier, un patio trasero para hacer parrilladas, un sótano con un búnker y una sala de redacción que abarca uno de los pisos superiores por completo. El credo de la casa es que todos hacen de todo: los periodistas también son editores; aprenden a filmar y editar video y a reportar con Facebook Live. De esta manera producen una amplia gama de contenidos de alta calidad. Una joven llamada Liana Fermesanu, que estaba fabricando adornos sentada afuera de la casa, durante un día de primavera, trabajaba en una pieza sobre el sistema de hospitales psiquiátricos del país, y otra llamada Stefania Matache estaba por terminar un extenso informe sobre los derechos y la represión en la comunidad trans de Bucarest.

Una noche, mientras trabajaba en la sala de redacción, abierta a los periodistas independientes de la ciudad, tuve el privilegio de atestiguar cómo un miembro del colectivo le asignó su primera historia a una becaria que se había presentado en la casa con el sueño de convertirse en periodista. Se sentó en su escritorio con una lata de cerveza a medio beber y levantó las manos y exclamó: "¡Hurra! ¡Hurra! ¡Tengo una historia! ¡Tengo una historia!".

Ursulean me dijo que "La mayor parte de mi trabajo estos días es rechazar el dinero proveniente de corporaciones, políticos, oligarcas y otros periódicos. Saben que necesitan un nuevo periodismo, y ahora están tratando de darnos dinero".

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Le pregunté por qué no lo tomaron y él objetó, "Es dinero sucio. El único dinero limpio proviene de los lectores que dicen: 'Esta historia tuvo un impacto en mi vida, quiero dar algo de dinero para ayudar a cambiar la vida de otra persona'". Durante años, Ursulean fue parte del periodismo convencional antes de renunciar y salir del sistema. Abandonó una breve residencia en el Centro de Reportaje de Investigación de Nueva Inglaterra —donde hizo una historia sobre el fracking en Europa del Este— con la idea de mejorar sus propias historias en Bucarest.

Muchas de las grandes investigaciones de Casa han arrojado una luz brillante sobre el turbulento y corrupto sistema médico de Rumania. Una investigación en tres partes de Luiza Vasiliu sobre el médico más famoso del país —que había sido acusado de hacer cirugías experimentales y abusivas en niños— ayudó a su detención y próximo juicio. Diez años atrás, había visto la implacable película, La muerte del señor Lazarescu, en la que un anciano jubilado va al hospital por un padecimiento menor y termina descendiendo por el sistema médico rumano hasta un diagnóstico equivocado y a su muerte por negligencia durante una cirugía. En Rumania, algunos aspectos de la ficción no distan tanto de la realidad. "Tenemos una broma en Rumania", me dijo el traductor, Barbulescu. "Ve al hospital por un pequeño problema y saldrás muerto".

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En Târgoviște, los partidarios del PSD se reúnen para apoyar al primer ministro Grindeanu.

Una madrugada, me condujeron discretamente por los jardines del Hospital Colentina de Bucarest hasta el sótano, donde estaba la oficina de un neurocirujano llamado Gobej Ionut. El médico, un hombre alegre y de cabello negro que empezaba a encanecer, había llamado la atención de la gente después de denunciar al nuevo administrador del hospital por recortar las horas extras y decir al personal: "No nos importan los pacientes". Hizo público el incidente Facebook, y les pedía a los médicos voluntarios que le ayudaran con una cirugía particularmente larga y compleja. En Rumania el sistema hospitalario público es gratuito, pero está carcomido por la corrupción y las directivas politizadas. En la entrada de su departamento había un letrero en contra de los sobornos que decía: ¡LA SALUD NO TIENE PRECIO! ¡RUMANIA TIENE MÉDICOS PROFESIONALES Y HONESTOS! "No juzgo a mis colegas que reciben pagos informales", me dijo Ionut. "Tengo un salario de 800 euros al mes. Los salarios son muy bajos. Y en esta situación, donde no hay compensación para las personas que trabajan después de las 3 PM, lo normal es recibir dinero del paciente y repartirlo entre el personal para que todo salga bien", dijo mientras reía con tristeza.

Pero la admirable posición de Ionut contra el soborno en su departamento había causado algunos problemas. "No voy a decir que somos el único departamento en el sistema de hospitales públicos que no acepta sobornos, pero no hay muchos como nosotros. Somos la excepción. Es algo complicado que tenemos que resolver con nuestros colegas". El soborno en el sistema público está tan arraigado que casi todos los pacientes de Ionut lo bombardean con fajos de billetes en las consultas y se enfurecen cuando él se niega a tomar su dinero. Cuando terminamos nuestra entrevista y nos preparamos para recorrer el edificio, admitió: "Para ser honesto, no estoy cien por ciento seguro de que mi personal no acepte sobornos. Lo que les digo a todos es que, si veo que ignoran a un paciente por cualquier motivo, haré todo lo que esté en mis manos para que esa persona no esté más en el equipo".

Las protestas continuaron noche tras noche logrando atraer entre 500 y 5,000 jóvenes, en su mayoría urbanistas de clase media que criticaban la corrupción omnipresente en la burocracia, el sistema médico y el gobierno del PSD. En las afueras de Bucarest encontré un mundo completamente diferente. En el campo, el 40 por ciento de los rumanos carece de plomería en sus hogares, y alrededor del 40 por ciento de los jóvenes en todo el país son analfabetas funcionales, según un estudio del Centro de Evaluación y Análisis Educativo.

Una mañana lluviosa, llegué en carro a un mitin pro-gobierno en Targoviste, una ciudad en la provincia a dos horas de Bucarest, donde Ceausescu y su esposa fueron ejecutados en 1989. Las ciudades provinciales son bastiones del PSD: hay una oficina del partido de la rosa roja en el centro de cada ciudad. Más de 5,000 asistentes vestidos con pañuelos rojos, muchos de Targoviste, pero otros acarreados de toda Rumania, llegaron a raudales a un mitin en el centro. Si la Plaza de la Victoria era la protesta del urbanita, ésta era la manifestación de la clase obrera provinciana: hombres con el rostro pálido y sombreros de piel de oveja estilo soviético, el sonido de los cuernos y vuvuzelas, los coros de "¡PSD, PSD!" El ruido se acentuó con el himno nacional y los remixes techno de "La oda a la alegría" de Beethoven. Parecía una mezcla entre un encuentro de camioneros y un partido de futbol.

Uno tras otro, oficiales del PSD con overoles rojos subieron al escenario y animaron a la multitud: "¡Buenos días amigos! ¡Apoyemos al gobierno! ¡Es un gobierno que gobierna para Rumania y no para extranjeros! ¡Nuestros adversarios no saben perder!". Después de la manifestación, la multitud inició una marcha de dos horas por la ciudad bajo la lluvia. Los residentes de los edificios derruidos se inclinaban desde sus balcones agitando bufandas rojas. Un maestro de escuela primaria me dijo que la gente quiere al PSD porque aumenta los salarios y "piensa en las masas". Después, con los coros de "¡PSD, PSD!" resonando en mis oídos, me pregunté si la gente de la Plaza de la Victoria me había engañado; si los urbanitas con iPhone eran los verdaderos reaccionarios, tan hipnotizados por la modernización y Europa que tenían el síndrome de Estocolmo neoliberal.

Me hizo pensar en lo que el filósofo Sorin Cucerai me dijo sobre 1989: "La protesta en la que participé el 21 de diciembre de 1989 fue la protesta de la élite urbana. Al día siguiente, los trabajadores industriales de Bucarest se declararon en huelga general. Ceausescu no habría tenido ningún problema en fusilarme por ser un "elemento criminal" antirrevolucionario, pero no podía matar a los obreros porque era comunista. Así que trató de huir. La huelga general fue realmente la protesta más exitosa. Pero si le preguntas a la gente —si me preguntas a mí— la idea general es que nosotros fuimos los verdaderos manifestantes porque estuvimos ahí primero, y Ceausescu estaba dispuesto a matarnos. Hay una gran distancia entre estas dos fuerzas que derrocaron a Ceausescu. El grupo de la élite urbana estaba más a favor de la democracia y de Occidente, y su voto estaba alineado con los partidos liberales recién formados, mientras que el grupo de la clase obrera votó por el Frente Nacional de Salvación [el partido que llegó a dominar la Rumania postcomunista]. En los últimos 27 años, básicamente hemos tenido dos países que o se ignoran o se odian mutuamente".

Desde 2015, cerca de 600,000 personas de todo el país han realizado manifestaciones contra el gobierno rumano, como estos manifestantes en Bucarest en enero de 2017.

En uno de mis últimos domingos en la ciudad, 5,000 personas con iPhone en mano se organizaron para formar una bandera humana de la UE. Parecía una "batiseñal" en la oscuridad, un grito de ayuda que no provocaría reacción alguna en Bruselas. Marinescu estaba allí con algunos amigos. En los días anteriores había escuchado sobre un escándalo del USR: un representante del partido había publicado un mensaje en Facebook en el que pedía a la gente que llamara a la policía para retirar a los indigentes, un hecho que enfureció a los miembros más liberales del partido. La publicación fue retirada inmediatamente y se emitió una disculpa pública, pero cuando le pregunté a Marinescu, solo suspiró y me dijo: "Son errores. El partido es bastante nuevo y está creciendo, y es muy difícil de controlar. Es un movimiento y estamos tratando de transformarlo en un partido. No es algo precisamente fácil".

El galardonado novelista Vasile Ernu, una voz escéptica de la izquierda me dijo que "esta lucha contra la corrupción suena a que va a ganar todo". "Todo será genial si este movimiento logra su cometido. Pero nadie sabe qué significa realmente ir en contra de la corrupción". Ernu, un hombre de 50 años vestido con una bufanda roja y una gorra negra de Lenin había asistido a la Plaza de la Victoria al principio del movimiento, pero se desilusionó con la llegada de banqueros y liberales que vertieron todas sus esperanzas en la DNA —algo no tan distinto a la idea que tenían algunos liberales estadounidenses de que Obama iba a regresar a salvarlos de Trump. "Es ridículo escuchar a los banqueros pronunciarse contra la corrupción".

Ernu creía que el movimiento contra la corrupción carecía de la voluntad de abordar la pobreza y la desigualdad. "Mi opinión básica es que vivimos en un país dominado por la ideología conservadora. Todos los partidos han construido sus propuestas en torno a la inversión extranjera y la clase media. Los partidos que representan a la clase media tienen un nuevo tipo de discurso que es muy atractivo: la lucha contra la corrupción. Pero es extraño cómo esa lucha contra la corrupción sólo se libra contra los partidos, y en raras ocasiones contra el gran capital o las corporaciones. La DNA no está atacando al uno por ciento, al dinero de verdad".

Ernu contó que un partidario del PSD lo había llamado por sus críticas al movimiento. "El PSD es un partido conservador. Luchan contra los derechos LGBT; son muy populistas, muy nacionalistas, están a favor de las empresas. Al mismo tiempo, son el único partido que nunca ha humillado a los pobres. Y los tecnócratas son idiotas condescendientes. Dicen que eres perezoso, que sólo te emborrachas, y luego se preguntan por qué la gente pobre no vota por ellos".

Mientras me preparaba para salir de Bucarest, un senador del PSD reintrodujo la legislación de amnistía contra la corrupción en el parlamento. Las personas con las que hablé estaban divididas sobre si esta medida conduciría a protestas callejeras aún más grandes o a la muerte lenta de la protesta. Pero el domingo por la noche después de mi partida, el clima primaveral finalmente llegó, y 10,000 personas se presentaron en la plaza. Por primera vez, desde enero, marcharon grandes multitudes por la ciudad y se pararon frente al Palacio del Parlamento para protestar, finalmente llegaron al edificio de la DNA, donde gritaron: "¡DNA no cedas, no te rindas, estamos de tu lado!