FYI.

This story is over 5 years old.

Aventura por Alaska

Los tres meses que pasé solo en Alaska fueron los más hermosos de mi vida

Eliott Schoenfield ha viajado 1,800 kilómetros a través de Alaska. Primero en canoa, luego a pie. Tres meses de una soledad solo perturbada por los mosquitos... y por un curioso oso pardo.

Hasta hace muy poco tiempo, consideraba la ciudad como mi hábitat natural, así que cuando entro a la naturaleza en su lado más salvaje, sigue siendo una conmoción. Y con ello, no solo me refiero a que el paisaje cambia, sino que implica un cambio de paradigma en mi manera de pensar y comportarme, así como en mi entendimiento del ambiente y mi lugar en el mundo.

Quería ir a Alaska porque es uno de los últimos territorios realmente salvajes e intactos en el mundo. Alaska es tan inmenso como desolado. Ahí la naturaleza sigue siendo auténtica y no ha sido intervenida por el hombre, de quien raramente se ven vestigios o infraestructura. Quería escaparme de la sociedad moderna y vivir este contraste, conocer la naturaleza en su estado más salvaje, ver si podría sobrevivir unos meses alejado del mundo moderno, si podría adaptarme a este nuevo ambiente. En el norte extremo, la diversidad de paisajes, la fauna y la flora es simplemente sobrecogedora. Hay de todo: montañas, llanuras, ríos, lagos, bosques, tundra. En una sola palabra: hermoso.

Publicidad

El objetivo de esta travesía era mezclarme con la naturaleza. Y para esto, me impuse algunas reglas. Primero que nada, me prohibí seguir caminos o carreteras, ni siquiera me permitía veredas. Tuve que armar mi propio camino y penetrar tan profundo como me fuera posible estos paisajes prístinos. Así que puse mi Reiserroute para no cruzar ninguna calle, ningún asentamiento ni infraestructura humana. Afortunadamente, esto no fue muy difícil en Alaska.

La segunda regla es que quería cargar mucho menos cosas en mi mochila en comparación a las expediciones previas. Eliminé lo útil y me quedé con lo indispensable. En mi mochila llevaba una tienda de campaña, bolsa para dormir, un sueter, encendedor, compás, mapas, un GPS, un teléfono satelital, cuchillo, botella, olla de campamento, libros, cámara, libreta y pluma. Con este equipo podía llegar a casi cualquier lado durante varios meses. Mi objetivo para las próximas expediciones es aprender a no depender tampoco de estos objetos para prender fuego, cortar una piedra con un cuchillo, y a usar la naturaleza para para crear una tienda de campaña.

Este cambio tan radical fue muy difícil en las primeras semanas. Después de eso, comencé a acostumbrarme y a aprender a comportarme de una forma en la que pudiera sobrevivir por varios meses en Alaska. Por primera vez en mi vida, me las ingenié para conseguir mi propia comida, pescando o recogiendo frutos y hongos. Por la noche, encendí fuego para darme calor, y durante el día me bañaba en ríos o bebía de ellos. Para acostumbrarme rápido, tuve que seguir las huellas de los osos o de los alces.

Publicidad

Todos los días remaba o escalaba por muchas horas (un mes y medio de escalada seguido de mes y medio de remar). En la mañana y en la noche recolectaba frutos, y cada que había oportunidad intentaba comer y cenar. Luego de ocho horas de remar o caminar, levantaba mi tienda en donde podía. Para la comida encendía el fuego, y ataba todas mis cosas que tenían olor, para no atraer a los osos.

Era la primera vez en mi vida en que me adentraba en una naturaleza tan salvaje. Tenía la sensación de estar descubriendo el origen del mundo, el origen de toda la vida. A pesar del hambre, el dolor y la fatiga, me di cuenta lo libre, vivo y pleno que me sentía al estar ahí.

No siempre fue fácil. Hubo momentos extremadamente difíciles, donde me habría gustado tenerlo todo. Mi peor recuerdo fue al comienzo de mi trayecto de 900 kilómetros que me llevaría unas semanas después hasta el Océano Ártico. Luego de que mi canoa cediera después de 1,800 kilómetros, vendí el bote en la villa en la que desembarqué. Le pedí a un pescador que me llevara 10 kilómetros por el Yukón. El objetivo era otro río, que lleva hacia el norte, la dirección que yo buscaba. Mi idea era iniciar la marcha siguiendo los primeros 70 kilómetros del curso del río. Así que ahí me dejó el pescador, y se fue. Ya era tarde cuando caminé hacia la ribera. Rápido me di cuenta de que mi ruta era una misión imposible, pues la ribera se apilaba contra un muro. Con la última fortaleza que tenía superé el muro. Arriba, me esperaba un bosque. Y eso resultó el infierno. Me encontré con una jungla en donde no se podía dar un paso al frente. De todas partes me molestaban las espinas y me caía en una noche totalmente oscura. Cada metro me demandaba una gran fortaleza. Además, me atacaban mosquitos de todas partes, y los piquetes sangrantes se mezclaban con mi propio sudor.

Publicidad

Tras tres horas de caminata, me di cuenta que solo había dos kilómetros al frente. Decidí no avanzar más, y dormí con la esperanza de que todo fuera una pesadilla. A la mañana siguiente decidí regresar a la villa y salir rumbo a las montañas donde sospechaba que podría haber una ruta más accesible. Así que caminé de regreso hasta el punto de inicio en el bosque, pero luego de una hora y media ya no podía más. Dejé mis pertenencias a la orilla del río, salté al agua y nadé de regreso en el agua helada por 25 minutos hasta el punto donde el pescador me había dejado el día anterior. Ahí tuve que esperar dos días para que un pescador pasara y me devolviera al asentamiento. Tres días después, reanudé mi trayecto y está vez finalmente tuve éxito.

También experimenté las cosas más increíbles. Creo que mi mejor recuerdo fue un día, casi tres semanas después de empezar mi trayecto. Recién había dejado un bosque y di mis primeros pasos en la tundra, un mundo tan helado que ni siquiera los árboles crecen.

Y de pronto, algo se disparó en mi mente. Un enorme oso pardo salió corriendo desde una loma directo hacia mí. De repente se detuvo a unos 10 metros por delante de mí. El tiempo pareció detenerse, y pude escuchar como mi corazón latía en mi garganta. Nos vimos por alrededor de 10 segundos, sintiendo una combinación de miedo a morir y felicidad pura al estar a solo unos pasos de uno de los más hermosos y peligrosos animales que me he topado. Sin duda, estos fueron los 10 segundos más intensos de mi vida. De pronto, se fue corriendo. Como un niño divertido por haberme asustado.

Publicidad

Ya estoy preparando mi próxima expedición, que está programada para iniciar en agosto: un cruce completo de los Himalayas, desde Pakistán hasta Bután, a pie y en solitario. Una aventura de cuatro meses y 4,000 kilómetros. Compraré un yak para los ascensos en los puntos más altos. Ya tengo en planes también una expedición polar, pero primero que nada, tengo que conseguir un trineo, para luego ir solo y a pie hasta el Polo Norte.

Una de las expediciones en las que más pienso es en una isla solitaria en los mares del sur. Mi idea es llegar desnudo y solo equipado con un cuchillo para llegar a la isla y sobrevivir sin ayuda exterior por varios meses. Quiero cruzar los Andres, y cruzar todo el Amazonas en una canoa. También me gustaría cruzar la Antártida a pie. Y luego está el proyecto que yo considero más importante: construir una choza en el norte y pasar unos meses al año ahí.