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Música

Sin festivales gratuitos no habría rock en Colombia

Estos no solo son espacios para ver música sin pagar, son focos que forjan cultura.

Estamos ad portas de una nueva edición de Rock al Parque,que se celebrará del 1 al 3 de julio, y uno de los tantos debates y quejas que se suelen ventilar por estas épocas es si, por el hecho de ser un festival gratuito, jodió o no al rock. He escuchado a muchas personas criticar la gratuidad de este, porque dicen que la gente se mal acostumbró a lo regalado y no está dispuesta a pagar por los conciertos.

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Y esta queja no solo se aplica a Rock al Parque, sino a cualquier cosa que se haga sin cover. Y puede ser que sí. Es probable que haya más de un sapo por ahí que espera los festivales públicos y el resto del año es metalero de Facebook. Pero la figura del festival gratuito es más que un espacio en el que la gente mira bandas sin pagar. Son espacios que crean cultura, acercan la música a las personas y son vitales para la ciudad.

Según el pliego de políticas públicas que maneja el Ministerio de Cultura, la música es un derecho de toda la ciudadanía. Por lo tanto es obligación del Estado garantizar espacios en los que esta pueda desarrollarse.

Eso queda claro.

Después de varias décadas, debates, teorías y estudios socioculturales es más que evidente que el rock y sus variantes más ruidosas (metal, punk y afines) son una cultura con mucha fuerza. Alrededor de la música pesada se han forjado una serie de ritos, códigos, historias y prácticas que le han dado un espacio a una porción de nuestra sociedad, hasta volverse vital en la formación y solidificación del denominado tejido social. En nuestras ciudades el rock es una válvula de expresión y un exorcismo colectivo que ha marcado la vida de miles de personas.

Eso también queda claro.

La diferencia del rock con el resto de la música que se gesta en este país, principalmente la folclórica, es que este no forma parte ni de la cotidianidad, ni de la tradición nacional en su sentido más oficial y acartonado. El joropo, la cumbia, el vallenato y demás estilos musicales suelen formar parte de las actividades culturales de los colegios, las quermeses, los días de la familia y del imaginario nacional. Pasa que por ahí se cuelan bandas rockeras en estos espacios, pero cuando tienes cinco años y te obligan a bailar en coreografía con todo el salón, te ponen "Yo me llamo cumbia" y no "Todo hombre es una historia".

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Se podría decir que el rock se mueve más en el ámbito de lo privado. Bares, tiendas, teatros a los que tienes que pagar para acceder, teniendo en cuenta además que tienen restricciones de ingreso, como la edad.

Cuando yo era un preadolescente lleno de acné y ávido de distorsión, poder ir a un concierto era difícil. Sobre todo porque mis padres me mantenían y no me daban plata para ir a un concierto de "música del diablo". La única forma era pedir prestado, ahorrar durante meses o ir a un festival gratuito.

Estos últimos son la puerta de entrada de muchas personas al rock extremo. Al ser tan diversos, uno puede descubrir los códigos que envuelven esta cultura, acercarse a la bandas y las escenas locales, y básicamente "aprender" a ser rockero.

Cuando el festival es tan grande y variado como Rock al Parque, Altavoz o Manizales Grita Rock se crea un espacio en el que la gente puede ver bandas enormes e históricas que de no ser por ellos, sería muy difícil que lleguen al país. Los festivales gratuitos son puntos de encuentro democráticos en los que los rockeros pueden ver y compartir la música, a la par que pueden disfrutar de un show profesional.

Aparte de todo, en un país como Colombia, sostener espacios de rock gratuito también es un acto de lucha y resistencia, ya que los prejuicios siguen intactos. La sociedad aún ve al rock como algo de degenerados y desde el gobierno siempre habrá un burócrata que quiere tumbar o entorpecer los procesos.

Es una forma de decir: "estamos aquí, no somos escoria, en esto creemos".

Ahora, es muy importante apoyar las iniciativas privadas y sobre todo pagar la puta boleta. Sin importar si es un concierto local o internacional. Lo gratis y lo pagado deben vivir en simbiosis. Uno alimenta al otro. Lo público genera cultura, une a la gente y permite ver algunos de los mejores grupos del país y del mundo. Lo privado solidifica todo esto ya que ayuda a generar una escena activa todo el año y una industria independiente que potencia todo.

Que la gente no pague la boleta no es culpa de lo gratuito. Más bien es una falta de apropiación y responde a un desconocimiento de los procesos que permiten los conciertos públicos y privados.

En este país lo gratis no es regalado. Es el resultado de una lucha por la cultura que miles han hecho consciente e inconscientemente. En honor a esa lucha, hay que defender, apropiarse y sobre todo cuidar esos espacios. Porque no solo es nuestro derecho, también es nuestro deber.