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Mundial 2018

Las reglas del Mundial que todo mundo está rompiendo

El país anfitrión advirtió que estaría estricto y, hasta ahora, resulta que no era para tanto.
Fotografía: SERGEI CHIRIKOV/EPA-EFE

El Mundial de futbol también es conocido como la fiesta más grande, tanto para aficionados como para quienes sólo se emocionan con los partidos durante el mes que dura el evento. Y así como un cualquier en cualquier celebración hay reglas establecidas para que todo salga bien y hay personas que las quiebran e incluso hacen el ridículo.

La FIFA y Rusia fueron muy claros en cuanto a las medidas de seguridad y el comportamiento que debían observar los aficionados que asistieran al Mundial. Incluso emitieron comunicados y manuales de comportamiento que enviaron por correo a todos los asistentes, pues para tener acceso al país anfitrión debías tramitar un Fan ID, una visa de aficionado que también funciona como un documento de identidad. Sin embargo, a pesar de que las calles de las ciudades sede están llenas de policía e incluso militares, no todo se cumple tan fríamente como se había advertido.

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Fotografía por el autor.

La primera regla desilusionó a los fanáticos fue que no se podía tomar alcohol en la calle. Sin embargo, en las ciudades donde hay más visitantes, como Moscú, Samara, San Petersburgo y Rostov, tanto los habitantes como los turistas futboleros caminan por las calles con sus cervezas sin problema alguno, incluso dando largos sorbos de sus latas frente a los elementos de seguridad. Los más temerosos, una minoría, ponen bolsas de draft o de plástico alrededor de sus latas y otros simplemente beben el alcohol en botellas de refresco o agua. “Al chile yo sí me puse bien triste cuando me contó un amigo que no se podía beber en las calles, pero desde el primer día que llegué vi a unos rusos con cervezas y me esperé para ver a alguien que no fuera de aquí haciendo lo mismo”, me dice Javier mientras se emociona de sostener su trago en vía pública, algo que tampoco está permitido en México.

Los cuadros centrales de las ciudades sede se convierten entre la tarde y la noche en carnavales improvisados por eso los establecimientos no pueden darse abasto y los baños públicos siempre tienen filas de decenas. La gente tardó más, pero apenas tres o cuatro días después del partido inaugural se establecieron puntos como callejones o espacios entre negocios donde las filas, que casi siempre son de hombres, avanzan con más rapidez por la clandestinidad de orinar en las calles de una ciudad. “Yo creo que sí está mal pero cuando el cuerpo te pide algo tienes que hacerle caso”, le dice un mexicano a su amigo mientras espera en la fila.

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“A mí ya me tocó que me detuvieran en la calle cuatro veces para pedirme mis papeles”, me dice sin enfado y ya casi como si fuera chiste Andrés, un colombiano que dice no sentirse intimidado por la seguridad y romper algunas reglas, como los demás. “Estamos en un Mundial y somos miles de personas, no creo que nos detengan a todos ni tener tan mala suerte para ser uno de los parces que les toque la mala”.

Cuando la policía te detiene hay que mostrar tu pasaporte, la hoja de migración que te dan al entrar a Rusia y un registro donde prácticamente debes demostrar que tienes un lugar donde quedarte por las noches para que no lo hagas en lugares públicos, aunque si no tienes este último papel a la policía no le causa tanto conflicto ni te detienen, como se había amenazado.

Fotografía por el autor.

Antonio es un mexicano al que ya había visto en Moscú y lo volví a encontrar en Rostov. Después de la victoria contra Corea del Sur lo perdí de vista y un par de horas más tarde estaba dormido en una banca. Pasaron frente a él dos patrullas y tres policías a pie y ninguno le dijo nada. Yo también lo dejé dormir.

Pero también hay quienes hacen el ridículo. Por desgracia, mexicanos y argentinos son de los principales protagonistas, al menos de lo que me ha tocado vivir. Casi todas las noches, dependiendo de la ciudad, algunos núcleos pequeños pierden el sentido común y comienzan a dañar locales o espacios públicos, destruyen bancas, rompen lámparas y tiran sus botellas en las calles, no de forma violenta, pero tampoco civilizada.

También hay otros que suben a los camiones y a los tranvías por la parte de atrás y si el vigilante no les pide su tarjeta o les cobra el boleto simplemente viajan gratis ante la mirada de los rusos que no recriminan ni acusan; si acaso, reprueban con gestos. En los trenes que van de una ciudad a otra no pasa lo mismo, pero la mayoría de viajeros sube cervezas, botellas e incluso fuma en la conexión de vagones, lo que de ser encontrado equivale a una multa de 1,500 rublos (500 pesos mexicanos). “Si nos cachan fumando aquí voy a decir que no te conozco y tú vas a pagar la multa”, me dice Edgar mientras prendo el cigarro en la unión del tren. Sí, yo también he aprovechado un poco la falta de rigidez en algunos sentidos.

Pero lo más ridículo de lo que me he enterado es, nuevamente de un mexicano. Después de compartir algunas horas de viaje me hice amigo de Román y al poco tiempo me contó de la historia del amigo con el que iba y dormía al lado. “Este güey estaba en un bar con otros compas y se ligaron a unas chavetas rusas que decían tener 18 años, pero se veían de mucho menos, ni siquiera estaban cerca de ser legales”. Por fortuna, al amigo de Román se lo llevaron a tiempo y no pasó más allá de algo que pudo convertirse en un problema muy grande.

Hasta el momento, y cerca del punto medio de la competencia, este Mundial ha sorprendido por las expectativas incumplidas: los ultras prometieron un festival de violencia que por suerte no ha llegado; las reglas prometían ser las de una fiesta de escuela religiosa y hasta ahora, la aplicación parece más que ordinaria, ante la actitud permisiva de quién, a pesar de no cumplir las reglas al pie de la letra, sabe que tiene el control.