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Cultură

Fuimos a destrozar cosas por puro placer (con música clásica de fondo)

Existe un lugar en Argentina donde pagás por romper desde una computadora hasta decenas de botellas de vidrio
Fotos sacadas por el staff de VICE Argentina

Artículo publicado por VICE Argentina

El enojo, la tristeza, la impotencia, el desamor, la economía, cualquier excusa es buena para romper algo. La imagen se encuentra dentro de nuestra mente, estampar el celular contra la pared y sentirte más libre, más liviano. Pero nadie lo hace realmente, porque si te escucha el vecino se preocupa, porque la gente piensa que estás loco, porque luego tenés que limpiar y es vergonzoso, porque tu celular costaba 15 mil pesos y reponerlo por tener un impulso es ridículo.

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Sin embargo existe un sitio en el barrio de Colegiales donde pagás por hacerlo sin que exista el prejuicio de nadie. Con la música al palo, protegido, entrás, rompés y te vas por la puerta grande, con una mochila menos de culpa, con una liberación parecida al orgasmo y sin hacerte cargo de nada, sólo de pagar lo pactado y de cumplir con tu reserva.

“Reservar una cita en The Break Club es el primer paso de un proceso largo. Primero hay que tomar la decisión de venir. Una vez que una persona lo decide hasta que se acerca realmente pasa un tiempo. La persona llega y firma un disclaimer —porque rompe cosas con las también se puede lastimar— yo que sé quien está loco. De todas maneras los locos no vienen acá, los locos les pegan a sus parejas, matan pibes en la cancha. Acá viene otro tipo de gente, que al principio se muestra un poco fría y después se empieza a solar” nos cuenta Guido, creador del club de romper cosas.

Con VICE nos sentamos a hablar con Guido sobre su creación en Argentina y luego rompimos algunas cosas para sentir, ver y descargar.

VICE: ¿Hace cuanto tiempo existe esto acá?

Guido: Hace seis años me tiré a la pileta para ver si había agua, con la posibilidad de romperme la cabeza en el fondo, básicamente porque esto no existía. Quería vivir la situación de resolver algo a través de una experiencia, no de un producto.

¿Tenés algún tipo de experiencia previa que te iluminó?

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G: Si, viví en Europa unos años, me dedicaba a la publicidad. En el ámbito publicitario te enseñan a vender cualquier cosa y entré en conflicto con eso. Creo que después de vivir en otros países mi gen anarquista se despertó y no me nació vender productos en los que no creía.

En Europa se recicla, el vidrio se separa del cartón, del papel, de lo orgánico. Acá la gente tira todo en un mismo tacho de basura, eso ya me hizo ruido. Afuera existe algo parecido a The break club, en Japón es como un food truck, compras a la carta. La calentura y la catarsis al paso.

¿En ellos te inspiraste?

G: En ellos, también en Fight Club, la película. Ahí son números, la persona no importa, es decir, no importa realmente quien sos, ni tu nombre, importa que pertenezcas al club de los breakers.

¿Cambió desde que empezaste hasta ahora?

G: Mucho. Al princio me preguntaba ¿hay horario para una catarsis? puede ser que ese día tengas una reunión importante, puede ser que hayas cortado con tu pareja a las 6 am y que quieras romper algo a las 7 am, pero la realidad es que no me resultó estar disponible las 24 hs.

Después de un tiempo estructuré un horario, hice combos, como si fuese un comercio. La persona saca un turno y viene, como si fuese una sesión con un terapeuta.

¿Qué tipo de gente viene?

G: Es un buen lugar para una primera cita, también viene gente sola o en pareja. A veces vienen tipos de traje, se sacan el saco, se ponen el mameluco y salen impecables. Es verdad que la gente más grande le cuesta más romper, nosotros nacimos con la televisión ahí, pero a la gente le cuesta, son cosas que supuestamente duran para toda la vida. Vi gente llorar y quebrarse. Una vez vino una abuela de 80 años, vino sola desde La Plata, en invierno, sólo vino a romper. Ella tuvo dos divorcios, enviudó, pasó una guerra y no venia enojada, vino a meterle otra cosa a su vida. Viene gente dispuesta a abrir la cabeza, gente del ámbito de la publicidad, del mundo artístico, gente joven, etc.

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¿De dónde sacan las cosas que tienen?

G: De una cooperativa. Es difícil encontrar cosas limpias, es una cuestión política. Mi interés es el reciclaje, es construir algo, yo hablo de reciclaje, no de un negocio. También las personas donan, alguna vez cayó el típico telemarketer que trae su teléfono y lo tomamos como forma de pago.

¿Cuál es el combo más vendido?

G: Computadoras con botellas. El imaginario colectivo es el de romper en slow motion la pantalla de algo, las teclas con un palo. Las botellas sirven básicamente para romper el hielo.

¿Te pidieron algo extraño para romper?

G: si, a veces arman eventos y traen cosas especificas, como muñecas por ejemplo.

¿Todo va por lo personal o los picos de indignación social y políticos también se ven?

G: Vemos de todo. Hay indagación puteando contra Macri, contra Cristina, con el tema del mundial también, en el mundial pasado hubieron varios. También existen fechas concretas, San Valentin por ejemplo, hay parejas que vienen a renovarse, o para fin de año, el balance personal, la gente que viene en diciembre suele venir con mucha carga.

¿Qué hacen con lo que se rompe?

G: Las cosas entran armadas y se van desarmadas. El vidrio es fácil, las botellas rotas se van. Luego hay cosas si se pueden separar y volver a usar, como algunas plaquetas, discos, etc. lo que es basura se ocupa la cooperativa. Hay cosas que no se saben a dónde van, se que las plaquetas se juntan, las amarillas y las naranjas no sirven, las vedes y las azules van a Bélgica y a Japón donde se recuperan los metales, pero también en las villas pueden hacerlo, para sacar el oro usan el mercurio y la gente con eso se puede morir, es súper peligroso.