Guía básica de supervivencia en festivales

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Guía de Festivales

Guía básica de supervivencia en festivales

Jóvenes españoles expertos en supervivencia festivalera comparten sus trucos para adaptarse a cualquier circunstancia.

La primera vez que fui a un festival, dormí en un coche aparcado en el parking de un supermercado. Nos duchábamos en un lavacoches automático, comíamos todo el rato pan con cosas y me hice una lista en medio folio con los horarios a los que tocaban los grupos que quería ver. Una lista que perdí la primera noche, por supuesto. La segunda, me prometí a mí misma no volver a pisar un festival porque dormir ocho horas con la palanca de cambios incrustada en la rodilla no es plato de buen gusto para nadie.

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A medida que mi solvencia económica fue aumentando, poco a poco —muy poco a poco—, descubrí que había tantos festivales como maneras de vivirlos. Que no era necesario dormir en un aparcamiento ni ducharse en un túnel de lavado.

La oferta de festivales no para de aumentar en nuestro país, y a día de hoy es posible disfrutar de la música en todas sus formas y estilos a lo largo y ancho de nuestra geografía. Y, para que nunca a nadie vuelva a pasarle lo de pecar de primerizo y pardillo, para que nunca nadie crea que los festivales se reducen a ducharse en un túnel de lavado, he pedido a festivaleros de nivel experto que me desvelen sus trucos y artimañas para sobrevivir a festivales de distintos tipos. Este es el resultado.

Miqui, 26 años, experto en supervivencia en festivales urbanos

Su primer festival fue al SOS 4.8 de 2009. Por aquel entonces no tenía presupuesto para alojamiento, así que durmió en un portal, en un parque y en el McDonald’s, apoyado sobre el papel que envolvía su hamburguesa. A pesar de ello, ha ido a unos 25 o 30 festivales después, a razón de más de uno por año.

VICE: Miqui, ¿qué es lo que nunca se te puede olvidar en un festival de ciudad?
Miqui: Si hablamos de Madrid y Barcelona, diría que no se te puede olvidar tener relativamente claro qué conocidos tuyos van al festival. Evidentemente, hay imprescindibles como llevar efectivo, salir abrigado y tal. Pero, en los festivales urbanos, siempre ocurre la sorpresa de ir viendo borroso en medio de la noche y encontrarte con tu compañero del curro, con tu antiguo colega del colegio que te saca anécdotas intrascendentes o incluso con tu hermana, como fue mi caso.

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Esto realmente lo digo recordando a aquel amigo que, con las defensas y la autoestima bajas, se encontró con su expareja dándose el lote a dos filas de él en el concierto que más esperaba ver del festival. Evidentemente, si lo hubiera sabido de antemano, todo habría estado bien, pero la sorpresa le hizo perderse el que pudo ser el concierto de su vida para acabar en la clásica "área de descanso" de los festivales, allí donde van muchas almas infelices que no pueden pasarlo bien en ese momento. D.E.P.

¿Qué le recomendarías a alguien que nunca ha ido a un festival urbano?
Que reserve el transporte de vuelta a casa ya. Parece que en el siglo XXI, los festivales todavía pillan por sorpresa a todos los medios de transporte y volverse a casa sigue siendo más complicado que ver a Dellafuente sin gafas.

Están aquellos en el Olimpo que viven a 10-15 minutos a la redonda del festival y que pueden hasta volver a cenar antes de meterse en la cama. Luego están los que, tras una larga pateada llegan a su destino deshidratados y aturdidos. Por último están los del purgatorio, que van por las calles buscando un taxi que les lleve a casa y tratando inútilmente de hacer autostop o buscar dónde cargar sus móviles para pedir auxilio a Cabify. Yo he estado ahí, ahora soy un hombre nuevo.

Patricia, 27 años, experta en supervivencia en campings de festivales

Patricia ha ido desde al Primavera hasta al Montgo Rock pasando por el Sónar, y las malas lenguas dicen incluso que se la ha visto en el Medusa a altas horas de la madrugada. Le encanta quedarse en los campings de los festivales porque la experiencia le recuerda a cuando se iba de campamento de pequeña.

VICE: ¿Qué hay, Patricia? ¿Qué le recomendarías a una persona que nunca ha pisado el camping de un festival?
Patricia: Que asuma que las esterillas son un engaño. También que elija el mejor sitio para plantar su tienda: donde más sombra dé durante el día y cerca de los grifos y baños, pero a una distancia prudencial de estos. Llevar martillo para clavar las piquetas siempre es un acierto, y hay que evitar a toda costa elegir una parcela cercana a casetas o casas. Si no, se corre el peligro de repetir una y otra vez en bucle un mantra (que, por supuesto, no acabará cumpliéndose, porque en un año se te habrá olvidado la intensidad de la situación): “el año que viene me pillo caseta”.

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Compartir tienda, ¿sí o no?
Sí, siempre y cuando sea con tu mejor amiga o amigo, alguien quien, si se tercia un ligue, entenderá siempre que les eches (y te perdonarán antes de que llegue la noche). También hay que tener en cuenta que hay una edad a la que hay que retirarse de los campings de festivales: esa a la que te empieza a molestar todo.

Diego, 33 años, experto en supervivencia en festivales que tienen sesiones de noche y de día

Diego ha estado yendo al FIB durante 16 años seguidos y va a festivales de toda España, pero también a europeos, e incluso ha estado en alguno en EE. UU. Cuando le preguntas que cuántos ha pisado, responde: “¿Te vale que te diga que entre 16 y 166?”. Sospechamos que está más cerca de lo segundo que de lo primero.

VICE: Hola, Diego. Danos tu consejo de experto para un festival de esos que duran muchísimo, como el Sónar, y tienen ediciones de día y noche.
Diego: Lo más importante es tomárselo con calma. La gente normalmente lo da todo el primer día y ya va arrastrándose el resto del festi. El clásico de beber agua, por supuesto —yo directamente rebajo las copas con agua, así ahorro tiempo— y tener un punto de encuentro en cada escenario también son básicos.

También creo que es importante dejarse de rutas planeadas, no se cumplen nunca y te crean un estrés innecesario. Las gafas de sol son un básico. Todo lo demás da igual. Sin móvil se sobrevive perfectamente, dinero te pueden prestar, pero sin gafas las vas a pasar canutas. Sobre todo cuando se haga de día… otra vez.

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¿Qué es lo mejor y lo peor de este tipo de festivales?
Lo mejor es casi todo. Son geniales para todo el mundo, para los que se acuestan pronto porque han tenido un montón de horas de música y para los que no se acuestan. Lo peor es que el cuerpo y el bolsillo te van pasando la factura de manera exponencial, pero está todo el mundo igual y eso crea un sentimiento de hermandad con la gente de tu alrededor. Menos con el que tiene pulsera de día, claro.

Virgina, 24 años, experta en supervivencia en festivales de campo

Virginia va a varios festivales durante el verano, pero si se tercia, tampoco declina ir a los que se celebran en cualquier otra estación. Sus favoritos son los que están en medio de la nada, rodeados de naturaleza. El concierto de festival que más le ha gustado tuvo lugar en 2015, en Portugal. Era de Dawes, una banda estadounidense al estilo “Neil Young más tradicionalista”. “Eran las cuatro de la tarde, todo el mundo estaba durmiendo en las tiendas y decidí ir sola. Hacía mucho calor, recuerdo que había solamente cinco personas bajo el sol escuchando atentamente”, dice.

VICE: Virginia, ¿qué no recomendarías llevarte nunca a un festival de estos que se celebran en medio de la nada y qué recomendarías llevarte siempre?
Virginia: Nunca hay que llevarse nada que consideres de valor. Es importante desconectar de todo y no tener que estar pendiente de nada, sentirte libre en la naturaleza. Y recomendaría llevar siempre una cámara analógica (puede ser desechable) y algunos carretes. Es cómodo y puedes plasmar momentos geniales rodeada de tanto verde.

¿A qué festival alejado del ruido y la mundanidad recomendarías ir al menos una vez en la vida?
Al Paredes de Coura, en el norte de Portugal. Está situado en medio del bosque, a orillas del río Taoão, y su escenario se encuentra en un bellísimo anfiteatro natural. Es un lugar único para un festival, luce un sol radiante durante siete días que acompaña a la música desde las primeras horas de la tarde hasta la noche, y son las luces que iluminan el recinto y que tiñen los árboles de diversas tonalidades las que toman el relevo.

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