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La pesadilla inmobiliaria

La pesadilla inmobiliaria del mes: dúchate en la cocina

Poner el champú al lado del Fairy.
Pesadilla inmobiliaria
Foto vía Idealista y el usuario de Flickr Pedro HaasCC0 1.0

'La pesadilla inmobiliaria del mes' es una sección en la que denunciamos los abusos más flagrantes y los pisos más sorprendentes del mercado inmobiliario en España. Si te has topado con algún palacio similar, escríbenos a esredaccion@vice.com.

¿Qué es?: Piso de 65 m 2 a su disposición. Tres habitaciones, baño, cocina y salón. Pero una cosa, hay un detalle de poca importancia, nada, una tontería. De hecho no haría falta ni que te lo comentara pero como hay confianza te lo digo. El tema es que la ducha se encuentra en la cocina, al lado del fregadero, puedes ducharte mientras alguien está friendo un buen trozo de carne. Champú y aceite frito, un sueño hecho realidad, ¿no? ¿Dónde está?: El piso se encuentra en medio del Raval de Barcelona, allí donde proliferan los narcopisos y la gente gritando a las cuatro de la mañana. Es una zona céntrica así que hay gente de otros países visitando la ciudad y comprando Coca-Colas en supermercados regentados por gente que viene de otros países pero que no han venido a Barcelona de vacaciones, precisamente. ¿Qué se puede hacer por ahí?: El Raval es el sitio perfecto para beber cervezas de lata por la calle, comer kebabs, ir al MACBA a fotografiar skaters buenorros o ver peleas entre mendigos borrachos. El Raval es lo que se encuentran los médicos cuando abren e inspeccionan el cerebro de un loco. ¿Cuánto cuesta?: 800 euros al mes por tener que ducharte en la cocina.

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Imaginemos por un momento que este piso es tuyo y que tienes que convencer a alguien de que es la hostia. O sea, dejemos las cosas claras desde el principio, este piso tiene la puta ducha en la cocina y es evidente que alquilar esta estancia es un error, nadie en su sano juicio podría evitar ver la incongruencia de tener la ducha —donde la gente se limpia en pelotas y donde esta misma gente pretende tener cierta intimidad porque a nadie le gusta tener que desnudarse delante de alguien que está cocinando un pulpo a la plancha y, de hecho, a esa persona que está en la cocina preparándose un pulpo a la plancha no le apetecerá demasiado ver que los genitales de alguien están a escasos centímetros de su humilde ágape— en la cocina. Es un detalle que puedes pretender ignorar pero ahí, por el rabillo del ojo o en ese extraño pliegue dentro de tu cerebro, aparecerá esplendorosa la ducha de la cocina. Es un detalle que por mucho que te digan “olvídate del tema de la cocina, el resto del piso es una maravilla” (que no lo es), no podrás pasar nunca por alto. Siempre que pienses en este piso de la calle Riera Alta de Barcelona pensarás en las duchas, y en las cocinas y en las duchas que a veces se instalan en estas cocinas.

Ignora el colapso mental que puede provocarle a una persona el hecho de salir de una ducha y ver que no está en una baño sino en una cocina. El golpe es estremecedor porque cuando uno entra en un espacio, el cerebro hace ese brillante juego de autocompletar el fuera de campo en un intento de comprender y facilitar tu experiencia en el mundo, es decir, te pone en contexto para que no hagas un sobre esfuerzo mental. Si estás en una ducha, lo que hará el cerebro será, lógicamente, proponerte la idea de que lo que hay ahí fuera (eso que no ves) es un baño, que es donde normalmente están las duchas.

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Por un momento entrarás en este juego y te enjuagarás tranquilamente y te creerás esa ficción del “baño” pero, contra todo pronóstico, cuando salgas del plato de ducha para coger esa toalla que robaste de un hotel en Lanzarote no entenderás una mierda, ahí fuera tendría que haber un váter, un lavabo y ese armario de mimbre donde guardas esos preservativos con sabor a menta que te dieron en el supermercado y que dejaste ahí sin estrenar después de llevarlos 24 meses en la cartera, pero no, ahí fuera habrá una nevera, un horno y un tipo esperando delante del microondas a que ese vasito de arroz basmati instantáneo termine de calentarse. El shock será escandaloso.


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Pues ignora esto e intenta venderle a alguien este piso. Sé valiente, dile a tu posible arrendatario que hay un estudio de unos estudiantes belgas que dice que las habitaciones en las que pasamos menos tiempo en casa son, precisamente, la cocina y el baño (este estudio, evidentemente, no existe). Dile que, siguiendo con este estudio, que lo más sensato es unir estos dos “espacios muertos” para liberar espacio en el piso para realizar otras tareas más importantes, como poner un estudio para escribir poemas o un jacuzzi en el que pasar esas resacas tan jodidas que tienes.

También podrías decirle que el piso dispone de un sistema de ahorro de agua que fue implantado en la primera mitad de los años setenta; que el hecho de colocar en el mismo espacio la ducha y el fregadero está salvando el planeta Tierra, está salvando las focas y los pingüinos y los delfines y el Amazonas. Además, piénsalo, puedes lavar los platos a la vez que lavas tu cuerpo, esto y solo esto es aprovechamiento de ese bien llamado H 2O.

Incluso podrías insistir en el tema de la posibilidad de “picotear” algo mientras se ducha. “¿Quién le puede decir que no a unos cacahuetes mientras te duchas, eh?”. Es una forma de economizar el tiempo, por la mañana vamos todos justísimos de tiempo, con este "invento" puede ducharte y tomar el café a la misma vez. Podrías decirle que el “tema de la ducha en la cocina” ha ofuscado un maravilloso piso de tres habitaciones y 65 m 2 si no fuera porque el resto del piso es igual de desastroso (o más) que “lo de la ducha”.

No sé, ponte en la piel del pobre comercial que tenga que vender este despropósito, por favor, despierta cierta empatía por el pobre diablo. ¿Estarían el Fairy y el champú TRESemmé uno al lado del otro? “¿José, puedes dejar de masturbarte en la ducha mientras desayuno?”. Estas cosas. Es totalmente imposible que alguien acepte el denigrante trato de tener que ducharse en una cocina, dejando que estos espacios se ensucien mutuamente con sus escombros: cabello y pelos genitales en la encimera; manchas de aceite y restos de canelones congelados en la alcachofa de la ducha. Dos universos opuestos enfrentados eternamente. Tan lejos y tan cerca. Un imposible que alguien, alguien de este mundo, tiene que intentar vender.