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Cultură

¿Qué? ¿Hay hambre?

Una entrevista con Issei Sagawa, caníbal.

La tarde del 12 de junio de 1981, un japonés llamado Issei Sagawa se adentró en los bosques de Bois de Boulogne, a pie y con una maleta en cada mano. Sagawa, estudiante de posgrado en la Sorbonne, había matado el día anterior a una compañera de clase, estudiante de intercambio, de un disparo. Después de comerse varias porciones de su cuerpo, el japonés intentó deshacerse del cadáver hundiéndolo en un lago. Pero había testigos, y lo arrestaron poco después. Según los informes, Issei alegó lo siguiente a la policía francesa: “La maté para comerme su carne.” Psicólogos franceses dictaminaron que al estar legalmente incapacitado en el momento del crimen, Sagawa no debía comparecer ante un tribunal. Libre de cargos, el hombre regresó a su país, donde las autoridades intentaron llevarle a juicio por asesinato. Los oficiales de justicia franceses se negaron a entregar los documentos necesarios y, de nuevo, el japonés fue puesto en libertad. Creo que es probable que cualquiera de nosotros aceptara comer carne humana si nos encontráramos sumidos en una masiva, apocalíptica hambruna como la que se produjo durante el asedio de Stalingrado, o si nos pagaran 100 trillones de dólares al año de por vida, con la garantía de que no nos meteríamos en líos y de que no nos dolería la tripa después. Pero salvo excepciones así, ¿por qué cojones habrías de comerte a alguien? ¿Qué eres, un orco? ¿Qué exactamente motivó a Issei Sagawa a hacerlo? El editor de Vice Japón, Tomo, un tipo que sabría a gloria si viniese en formato tapichuela, visitó al caníbal en su casa para enterarse de toda la historia. ¡Valiente, que eres un valiente! Vice: Háblame de la primera vez que tuviste pensamientos caníbales. Issei Sagawa: Siempre fui enclenque, desde el día que nací. Mis piernas eran delgadas como lápices. Iba a primero de básica cuando pensé, al ver los muslos de un compañero de clase con su carne temblorosa, “Mmm, eso tiene una pinta deliciosa”. Pero no soy homosexual; para cuando iba al bachillerato estaba obsesionado con la actriz occidental Grace Kelly, una obsesión que duró hasta que me fui a la universidad. Fue el principio de mi fascinación por la gente occidental. Antes de que me diera cuenta, las mujeres altas, caucásicas y bellas se convirtieron en detonadores de mis fantasías caníbales. Supongo que mi fascinación por tales mujeres viene del hecho que soy bajito y feo, y que tenía un complejo de inferioridad que me llevaba a idolatrar gente que era el polo opuesto de mí. Pronto empecé a sentir un inmenso deseo por morderlas. No matar o comerlas, simplemente masticar su carne. Era una manifestación de deseo sexual. No es que quisiera comerme a alguien cada vez que tenía hambre. ¿Sabes eso de que tu deseo sexual es mayor después de haber comido mucho? Pues es entonces cuando tenía más ganas de comerme a una chica. Absurdo, ¿no? En esencia, es diferente al hambre que sentimos con relación a la comida. Este impulso caníbal es una especie de apetito sexual, y si no procuro eyacular regularmente, el deseo se vuelve más y más fuerte. ¿Y este deseo tuyo se acumuló tanto que finalmente acabó explotando en el… llamémoslo “incidente” en París? Fui a París a estudiar y mis antojos antropófagos no parecían aplacarse. Casi cada noche me llevaba una prostituta a casa, intentaba dispararles desde detrás mientras se lavaban el coño en el bidet. Lo intenté cientos de veces, pero por alguna razón mis dedos se congelaban y no podía tirar del gatillo. Ya por entonces se trataba menos de querer comérmelas que de una obsesión por consumar ese “ritual” de matar a una chica a toda costa. Sin embargo, por algún motivo fracasé siempre a la hora de la verdad. Más que moralidad o qué-sé-yo fue mi instinto lo que me frenó. En algún lugar de mi cabeza sabía que yo, y el mundo en el que vivía, se pulverizaría por completo en el momento en que tirase del gatillo. Tiempo después la vi en una de mis clases. Sería mi primera víctima. Todas las francesas que había conocido eran guapísimas, pero también altivas y totalmente fuera de mi liga, pero esta chica era simpática y cálida. Descubrí tras el asesinato que era judía, lo cual explica probablemente por qué un chico japonés como yo iba a sentir tal afinidad por ella. El caso es que nos hicimos amigos. Un día decidimos celebrar una fiesta sukiyaki en mi casa, solos ella y yo. Cuando la vi lavándose las manos en el baño, su imagen se solapó en mi cabeza con las de las prostitutas. Inevitablemente se convirtió en candidata para mi “ritual.” Desde ese instante, cada vez que la invitaba a mi habitación, me encontraba a mí mismo apuntándola desde detrás con mi pistola. Aún así, no podía disparar. Un día, uno de los empleados de la empresa de mi padre vino a París y me llevó a un restaurante japonés. Había tenido un poco de fiebre aquel día, lo que podría explicar delirios por mi parte porque me pasé todo el rato pensando que ella venía a mi casa el día siguiente, y que si sufriera una intoxicación con el pescado crudo del restaurante no podría consumar la fantasía que me había torturado durante 32 años. Y eso supongo que hizo que desearas hacerlo aún con más fervor… Sí. Al día siguiente finalmente apreté el gatillo, pero la pistola se encalló. Esto me puso aún más histérico y supe que matarla era ya necesario. La invité a mi casa de nuevo, al cabo de dos días, y como siempre la abordé con sigilo por detrás. Respiré hondo. Los pulmones se me llenaron hasta la mitad, aguanté el aliento y disparé. Esta vez no hubo fallo mecánico. La chica murió en el acto sin sentir dolor. La autopsia descubrió que el arma disparó con poca fuerza. En vez de atravesarle el cráneo, la bala simplemente dio vueltas y vueltas dentro de su cabeza. Durante un par de segundos pensé en llamar a una ambulancia, pero luego pensé, “Un momento, no seas idiota. Has soñado con esto durante 32 años ¡y ahora por fin está ocurriendo!” Lo primero que hice fue cortarle una nalga. Iba cortando más y más hondo, pero sólo veía grasa debajo de la piel. Parecía maíz, y tardé un buen rato en llegar a la carne roja. Cuando vi la carne arranqué con los dedos un trozo y me lo llevé a la boca. Para mí fue un momento verdaderamente histórico. Dicho esto, no describiría la sensación de despedazar su cuerpo inerte como algo lujurioso; es difícil para mí revisitar el incidente y hablar de todo ello, incluso ahora… Em… Viniendo de mí seguro que suena a trola, pero en el momento en que la chica se convirtió en cadáver me di cuenta de que había perdido a una amiga importante. Por un instante me arrepentí de haberla matado. Lo que realmente deseaba era comerme su carne estando ella aún viva. Nadie me cree, pero mi intención era consumirla, no matarla. A día de hoy aún pienso, “Si sólo me hubiese dejado degustarla, sólo un poquito…”. Si hubiésemos pasado otra noche juntos, cenando y hablando sobre nuestras familias, no hubiera podido matarla. En otras palabras, no puedo proyectar mis fantasías sobre alguien que ya tengo personificada en la mente. Por eso mis candidatas iniciales eran prostitutas. Tenía muchas otras amigas pero nunca hubiese soñado con comerlas, las consideraba seres humanos con personalidad individual. La gente me dice que la maté porque la quería, pero ¿por qué iba a matar y comerme a una persona a la que realmente amara?

En su nuevo libro, Fantasías Extremadamente Íntimas con Mujeres Bellas, Sagawa dibuja y escribe sobre Audrey Hepburn, Grace Kelly, Leni Riefenstahl y Julie Delpy, entre otras famosas.

¿Te la comiste cruda? En gran parte, sí. Al principio le mordí el culo con la idea de roerle la nalga entera, ¡pero es imposible! La piel humana es demasiado gruesa. Acabé con la mandíbula tiesa, aunque sí que la marqué con los dientes. Acabé tragándome el clítoris y algún pelillo; sin masticar, porque ella tenía la regla y el olor era horrendo, pero fue en ese instante cuando realmente sentí algún tipo de placer sexual durante el acto de comérmerla. Fue como si tuviera llamas dentro de mí. Ah, ¿sabes que la carne de buey o de ballena tienen un aroma bestial? La carne humana, sin embargo, carece de olor. Estoy convencido de que la humana es la más sabrosa de todas las carnes. No despide el fuerte olor de la carne de un animal. Un par de días después, poco antes de que me arrestaran, comí un poco más y había adquirido un regusto dulce. Era deliciosa. No me gustó demasiado la carne de las plantas de los pies; encontré, sin embargo, que el cuello era lo mejor. El sabor se vuelve más delicado a medida que vas hacia la parte superior del cuerpo, en especial por encima del torso. También su lengua me pareció deliciosa. Se la arranqué de la boca y la mastiqué cruda. Ni en el cuello ni la lengua hay mucha carne; si lo que quieres es darte un festín, entonces debes acudir a los muslos. Haré unas cuantas preguntas más por arduo que me resulte. Y luego me largaré de aquí a toda prisa. ¿Dirías que comiendo carne humana intentabas librarte de tus inseguridades personales? No. No se trata de algo tan conceptual. Es una cuestión, simplemente, de fetichismo. Por otra parte, mi intención sólo era morderla y probar su sabor, no ingerir su carne. Todavía tengo el impulso sexual de querer devorar el cuerpo de una mujer hermosa, por supuesto. Si a un hombre normal le gusta una chica, es natural que tenga deseos de verla a menudo, estar cerca de ella, besarla y percibir su olor, ¿no es cierto? Comer su carne es, para mí, una extensión de esos deseos. Evidentemente la gente no lo comprende pero, sí, seguro, deseo comerme a la chica, pero no necesariamente matarla. Una vez muerta, sólo es un cadáver, una “cosa”. Si fuese posible, me gustaría comérmela viva. Con franqueza, no me explico cómo es que los demás, todo el mundo, no siente la necesidad, el impulso de comerse a otras personas. ¿A ti no te sucede? Con unos suaves mordisquitos tengo suficiente. Eso es lo que todos dicen. ¿Qué problema hay en el acto de ingerir la carne de otra persona? Georges Bataille decía que el canibalismo empieza en el beso, y yo estoy de acuerdo. Creo que el instinto de besar y el de comer son similares, en ambos reside el impulso de “probar” al otro. En fin, es sólo mi opinión. ¿Aún tienes esos instintos? Oh, sí. Claro que sí. El deseo de comer gente se hace más intenso hacia junio, cuando las mujeres empiezan a llevar menos ropa y a enseñar más piel. Hoy, de camino a la estación del tren, he visto a una chica con un hermoso derrière. Cuando veo cosas así pienso en que me gustaría comerme a alguien más antes de morir. De manera que sí, aún albergo esos deseos, y esta vez me gustaría devorar a una mujer japonesa. El sukiyaki o el shabu shabu [finas rodajas de carne poco cocida] son los mejores métodos de preparación para apreciar el sabor natural de la carne. Por favor, ¿podrías incluir un anuncio en tu revista para localizar personas que deseen que yo me las coma? El único requisito es que deben ser mujeres bellas y jóvenes. OK, supongo que no hay problema en hacerlo. Atención, llamando a todas las mujeres, sobre todo si son jóvenes, guapas y japonesas, que estén leyendo esto: Issei Sagawa desea devoraros. Si deseas que te asesine y se coma tu carne, llama a las oficinas de Vice en Tokyo y os pondremos en contacto. Lo que te estoy diciendo es que no soporto la idea de dejar esta vida sin llegar a probar ese derrière que vi esta mañana, o sus muslos. Quiero hacerlo de nuevo y morir satisfecho. Supongo que dicho así suena egoísta, pero si pudiera llevar a término mis deseos no me importaría en absoluto que despues se me condenara morir en la guillotina, en la horca o como sea. No albergo la menor duda de mi deseo de comer carne humana otra vez. Es una delicia. Suele pensarse que su sabor no es bueno, pero es un rumor que se ha extendido porque el canibalismo es un tabú que no debe romperse. Si la gente supiera la verdad, estoy convencido de que todos los hombres empezarían a devorar mujeres. No suele hablarse del tema porque provocaría un pandemonio, pero te aseguro que la carne humana es increíblemente sabrosa. ¿Te interesa algún otro producto humano? Los excrementos, por ejemplo. Comer excrementos sería ir demasiado lejos, pero conocí a una mujer que me permitía beber sus orines y sus esputos. Ahora ya no, porque contrajo matrimonio, pero antes se ponía encima de mí y orinaba directamente en mi boca. Me parecía delicioso, no olía mal en absoluto. Lo extraño es que, después de que ella diera a luz, dejaba botellas de orines en mi casa para que yo me las bebiera, pero yo no podía. Apestaba a maternidad, a madre que cuida de su hijo. Es algo horrible de decir, pero creo que empecé a verla como “madre” y no como a una mujer sexualmente deseable. ¿Hay algo que quieras decirle a las mujeres de todo el mundo que estén leyendo esto? Seguro. Me gustaría invitar a cualquier chica que desee matarme a que dé un paso adelante. Sólo mujeres bellas. Esa sería para mí la forma idónea de morir. Tal vez puedan inyectarme morfina para que no sienta dolor, aunque me da la impresión de que el dolor forma parte del placer. Morir al instante es aburrido; quiero saborear el proceso de ser asesinado. Una alternativa sería terminar mis días ahogado en saliva femenina. ¿Acaso no debe ser maravilloso estar cubierto de la cabeza a los pies de esputos femeninos? Si pudiera morir ahogado en ellos, mi fantasía definitiva se haría realidad. Soy un hombre cobarde que a pesar de haber matado a otra persona no se atreve a quitarse él mismo la vida. Morir a manos de una mujer sería mi particular forma de redención. ¿Qué crees que estarías haciendo ahora si no hubieras apretado el gatillo en París? A mi edad no es nada inusual tener hijos. Lo que más lamento es no haber podido dar un nieto a mis padres. ¿Por qué demonios tuve que apretar el gatillo ese día? Un pequeño acto lo cambió todo. Tuvo un enorme impacto en mi vida. En el mismo momento de matala, instintivamente pensé, “Ya no soy un ser humano”. Creo que todo hubiese sido más sencillo para mí de haber sido condenado a la pena de muerte. Me resulta duro vivir en libertad, y esa es una razón de peso para no volver a cometer el mismo crimen. No puedes imaginarte lo difícil que es vivir bajo la contante vigilancia del resto de la Sociedad. De veras creo que la pena de muerte termina con las miserias de la gente; en ese sentido, va más allá de su función de castigar un crimen. La familia de una víctima siempre dice cosas como, “Nunca podré perdonar a su asesino, ni siquiera después de su ejecución”, y eso a pesar de que se supone que es el mayor castigo posible. No tiene sentido. Cuando te sentencian a cadena perpetua te dan ropas, comida y refugio en la cárcel, y hasta te permiten trabajar. Pero mezclado con la sociedad has de ganarte un sueldo y encontrar un lugar en el que residir. ¿Puede haber un castigo peor? Es brutal. ¿Y cómo te ganas tú la vida ahora? Un asesino en serie llamado Tsutomu Miyazaki asesinó a varias chicas jóvenes en verano de 1989, y los medios de comunicación vinieron en tropel a mi casa para pedir mi opinión sobre el caso. Tal exposición mediática hizo que varias revistas publicaran mis ensayos. Desde entonces he publicado uno o dos libros cada año. Hace poco terminé mi vigésimo libro, titulado Gokushiteki Bijyogenso [Fantasías Extremadamente Íntimas con Mujeres Bellas]. Mediante dibujos y textos retrata lo que siento hacia los mujeres, sin hacer énfasis en el canibalismo. Espero que la gente que lo lea deje de pensar en mí como en un monstruo.