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Cultură

Keysi Fighting Method: de Puerto de Sagunto a Gotham

Batman se pelea como Justo Diéguez aprendió en las calles.

Justo Diéguez está cuadrado, salta a la vista en cuanto le veo. En compañía de su esposa y su hijo, el creador del que se ha descrito como “el primer método de defensa personal español”, el keysi (o Keysi Fighting Method, KFM), camina con paso relajado por la acera de la pequeña calle secundaria de Puerto de Sagunto, Valencia, en la que nos encontramos Ismael, fotógrafo y cinturón negro en jiu-jitsu, y un servidor, cinturón de cuero que a duras penas logra abarcar mi perímetro abdominal. Justo y familia llegan a nuestro lado y, en los escasos minutos que duran las presentaciones, aprecio que este hombre de cuarenta y tantos años y unos centímetros más bajo que yo, más allá de la certeza de su fortaleza física, irradia carisma y algo más: serenidad; un indicio de animal atento a todo; intensidad, latiendo bajo su superficie relajada. Por otra parte podría reducirme a pulpa en cuestión de segundos, si yo le diera motivo. Eso siempre infunde respeto. El keysi, arte de combate que a la manera de una religión sincrética amalgama elementos de distintos métodos y sistemas (Ismael, más puesto que yo, menciona el kung fu, el sambo, el kali y otras disciplinas que para el no iniciado bien podrían ser bailes regionales), no solo es efectivo sino visualmente muy potente. De lo primero no me cabe duda por ciencia infusa; sin haberlo probado en propias carnes, muchas gracias, encuentro difícil que un camorrista tenga ganas de jarana después de un certero golpe de puño en el empeine del pie, una fuerte presión con la rodilla en el músculo femoral posterior o un codazo a velocidad del rayo en la articulación temporomandibular. Lo segundo se hace evidente en los vídeos que Justo protagoniza: el keysi, cuando lo practica un experto, es tan elegante como, sí, brutal: un baile minimalista en el que prima la economía de movimientos, y en el que el objetivo no es lucirse sino que la resolución de la pelea, si se da, sea rápida. Hay en el keysi una plasticidad y un componente estético que nombres de maniobras como “el garrapecho” o “el pensaguantazo” no traslucen, pero que en Hollywood han sabido ver, y adaptar, en películas como la trilogía de Batman, las últimas de Misión: Imposible o Furia de titanes.

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“Yo vengo de un mundo bastante conflictivo, que es el mundo de la calle”

, nos explica Justo en el interior de su academia, vacía ese lunes por la tarde, mientras su chaval se entretiene arreándole patadas a un saco.

“Nací y viví en un pueblo minero hasta los 15 años. Al ser un pueblo en el que el trabajo era bastante duro, las cosas se solucionaban de un modo bastante poco cultural. Existía el aquí y el ahora: me has mirado mal, por qué me has mirado mal, vamos a solucionarlo”

. Un modus operandi que en ningún sitio se da tanto como en la escuela, vivero de inseguridades, sobre todo en los años en que hay una personalidad que forjar y el equipaje cultural y vivencial es escaso:

“Entre los 5 y los 12 ó 13 años, en las reyertas con los chiquillos yo iba descubriendo formas de escabullirme, de hacer la zancadilla… tonterías así. Un pisotón en el pie, una patada en la espinilla. Todo eso lo aprendes de niño”.

La válvula de escape de Justo de esa realidad tan poco confortable sería la misma que la de mucha gente, aunque en su caso, además de entretenimiento, sería revelación: el cine de artes marciales. Las películas de chinos, como él dice.

“Te hablaban mucho de la filosofía china. Todo lo planteaban como un código de honor: que había que salvar la reputación, el honor, a la chica…”

Todo aquello, de preadolescente, le impresionó. Claro. ¿Y a quién no?

“Pensé buscar en las artes marciales esa filosofía, ese honor, que no encontraba en la calle. Creía que me resultaría una puerta a mi crecimiento personal, a buscar mi yo. Bueno, en principio está muy bien, ¿no?”

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Sin duda. Y así es como Justo se encuentra a los 16 años subsistiendo como ayudante de camarero en Comarruga, cerca de Barcelona, a donde se trasladó para estudiar judo.

“Estamos hablando de 1972, 1973… Entonces lo que había era judo, karate y tae kwon do. Fui saltando de un sitio a otro, buscando esa puerta, esa filosofía, pero tristemente no la encontré”

. Quizá porque el artificio de las películas no se corresponde con la realidad de las aceras, apunto.

“Date cuenta de que en la base de todos esos países está la cultura religiosa, pero lo que a nosotros nos llega son las tortas mondas y peladas. Empecé a sentir que todo lo que se te enseña es competición y deporte. ¡Pero yo venía de la calle! No necesitaba pelearme más”

.

Interrumpo para preguntar la diferencia entre un arte marcial y un método de defensa, que es lo que él ha inventado. ¿Tiene lo primero un código de honor del que lo segundo carece?

“No, todos tienen su código”

, rechaza Justo.

“Pero un sistema de artes marciales es una fórmula, es cincuenta mil tíos haciendo lo mismo sin salirse ni un milímetro. En un método eres tú el que adaptas el sistema a ti. Primero aprendes cómo funciona tu cuerpo, tu mecánica corporal; cómo funciona tu mente y tu espíritu. Y con espíritu hablo de emociones. En la calle hay que tener, aquí y ahora, la capacidad mental y emocional de controlar una situación. En las artes tradicionales te dicen eso, que ya llegarás, pero cuando lleves 50 años. ¡Pero es que la calle no es dentro de 50 años! La calle es ahora”

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. Al final, buscando esa respuesta esquiva, Justo decide viajar,

“meterme en todo lo que puedo, investigar, analizarlo todo. Tenía que encontrar una respuesta dentro de mí. Decidí eliminarlo todo, dirigir mi vida hacia mi interior y analizar las cositas que me pasaban de niño. Fui poniéndolas en orden y llegué a la conclusión de lo que hoy es Keysi Fighting Method”

.

Para Justo, la calle es un concepto.

“La calle es donde te van a venir dos o tres tíos, a lo mejor hace un frío que pela, llevas un montón de ropa encima y te pilla totalmente frío y en shock cuando te entran unos tíos que te van a zurrar por todos lados. Aquí, una de las cosas que aprendes el primer día de entrenamiento es que cobras. Si te entran dos o tres personas te van a dar una panadera que vas a flipar. Aunque seas quince veces campeón del mundo. Se supone que si lo eres has de ser un fenómeno, pero vas con tu hija, tu mujer, con alguien, ¿y qué haces? La calle acojona. En la calle no hay música, una ambulancia preparada y una chica que sale con un numerito”

.

El keysi, método basado en el instinto y la capacidad de improvisar con rapidez antes que en la repetición constante de tablas de movimientos, empezaría a asomar la cabeza en público hace veinte años el entrar en escena un inglés, Andy Norman, a quien muchos consideran cofundador del método. Justo desmiente categóricamente este punto, atribuyéndose en exclusiva su paternidad, y procede a explicar la historia.

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“Yo había organizado un curso con un instructor de kali filipino, y este chico, Andy, vino de asistente con él. Tras el entrenamiento seguí haciendo mis cosas, con mi gente. Él vio que mi manera de moverme era algo peculiar y me preguntó que qué hacía. Le dije que era algo que hacía con mis estudiantes, y que lo había creado juntando información de aquí y de allá. Me dijo que le encantaba y que si podía venir a entrenar conmigo. Al cabo de unos años me pidió que lo sacáramos públicamente. Al principio le dije que no. Yo no quería entrar en un circuito de competición de artes marciales. Insistió y acabé diciendo que sí. Pensé que si tenía interés para mí, también podría tenerlo para otra gente… Y así creamos una sociedad, KFM, que hoy día está disuelta y de la que él era socio; cofundador de una empresa, pero no del método. Si ahora dicen que es un método americano y que el inventor es otra persona… pues están mintiendo”

.

Fuera como fuese, la ahora extinta sociedad tuvo éxito: en la actualidad hay, según nos dice Justo, cerca de 500 academias de keysi, si bien algunas

“lo están mezclando con otros sistemas. ¿Por qué? Pues porque cogen la información de internet y la introducen en su trabajo. Bueno, me parece bien”

. ¿Le parece bien que se mixtifique el método?

“Mira, si Warner Brothers no puede evitar que una película esté en el mercado antes de que salga en el cine, ¿cómo puedo yo evitar…? Lo único que puedo hacer si llega a mis oídos es decirles a esas personas que no digan que es keysi si no lo es”

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.

Ajá. Warner Brothers. Películas. Una de las razones por las que el keysi se ha popularizado es gracias al cine, y más en concreto gracias a los realistas mamporros que atiza Batman en la trilogía de Christopher Nolan. Justo:

“Uno de los especialistas más importantes de Hollywood, Buster Reeves

(un señor que ostenta el récord Guinness de patadas a la altura de la cabeza: 256 en un minuto –ndr)

, había hecho amistad con mi ex socio, Andy. Cuando empezó el rodaje de Batman Begins, el director, Chris Nolan, estaba preocupado por cuál sería el carácter del nuevo Batman. No quería un tío de karate sino un depredador, alguien hecho en la calle. Entonces Buster le habló del keysi. Andy y un alumno suyo presentaron el método y ahí empezó nuestra historia en Hollywood, preparando a los actores, montando las coreografías… Para

Batman Begins

estuvimos allí ocho meses. Para El caballero oscuro, cinco”

.

Garrapechos y pensaguantazos han aparecido en, además de la trilogía del murciélago, films como Quantum of Solace, la segunda y tercera entregas de Mission: Impossible, Furia de titanes y su secuela, Ira de titanes, y en algún episodio de Juego de tronos. Justo desmiente el ego desmedido que se les presupone a los estrellas de Hollywood y me confirma que, de todos los que mostraron un interés en el keysi (“Tom Cruise dijo que aquello era impresionante”), fue Christian Bale el que más madera de luchador demostró. “Yo nunca había conocido a alguien con memoria fotográfica. ¡Jo-der si la tiene! Primero era Buster el que le mostraba la coreografía terminada, y luego yo haciendo el mismo recorrido. Él ve una, ve la otra y cuando terminamos dice, ‘en el movimiento 14 Buster ha hecho así con el codo y tú asá, ¿cuál de los dos movimientos tengo que hacer?’ Y luego se pone, pam, pam, y no la hace perfecta pero en 5 minutos sabe que tiene que venir por aquí, meterse por allá y entrar así. ¡Madre mía! ¡Si se hubiera dedicado a las artes marciales habría sido un genio!” “En España me están ofreciendo ahora muchas cosas para preparar a actores. Ahora tengo un proyecto entre manos para dirigir unos cursos en una escuela de cine en Madrid”, nos dice. ¿Ha ganado el cine lo que pierde el campo de la defensa personal, Justo? La respuesta es no. “Lo veo como una cosa que ha surgido y, bueno, haré lo posible por hacerlo lo mejor que pueda, pero no voy a dejar una cosa por la otra. Ni de coña. Tengo muy claro que esto es algo que he creado yo, es lo que siento, y si mañana me desvinculo del cine, pues ya está. No me voy a poner ni colorado”. Llevamos un buen rato hablando y, como no es plan de ocuparle a Justo Diéguez y su familia toda la tarde, damos por concluida la entrevista. Tras hacerle Ismael unas fotos, nos despedimos y es en ese momento cuando, con cierta aprensión, me asalta el pensamiento de que mi fotógrafo y yo estamos… ¿Adivinan dónde? En la calle.