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Fotografías verbales

El Bronx en televisión

La toma de la olla más grande de Bogotá vista por una víctima del conflicto armado en Colombia.

Fotos tomadas por Juan Miguel Álvarez.

El mejor restaurante del pueblo. Así me lo describieron la noche que llegué a Piamonte, tras un viaje que tardó el día completo desde Bogotá. Se llamaba Sazón Doña Juana, en honor a su dueña y cocinera de cabecera. Era finales de mayo. Había llovido todo el día y las calles eran un sólo pantanero con arena y piedra.

Doña Juana salió a atender a los clientes. Amable, risueña y de cejas espesas. Delantal de cocina y chanclas. Unos 60 años bien cuidados. El menú: sopa, arroz, carne y plátano. Doña Juana fue y volvió con los platos. Se sentó unas sillas más allá y continuó viendo el noticiero. En la pantalla, se veía a la policía entrando en los lupanares de la calle del Bronx. Las imágenes mostraban a los indigentes en andrajos, a las mujeres con las caras desviadas, a los niños con las botellas de pegante en sus narices y a los "ganchos" o "sayayines" —que no son más que sicarios de centenares de muertos— en fotografías con las palabras de "Se busca".

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—En la ciudad sí que pasan cosas —dijo, doña Juana—. Tanto crimen.

Yo tomaba sopa y pasaba con arroz. Trinchaba la carne.

—Vea eso… —dijo, como invitándome a la charla. El noticiero enfatizaba en un niño al que golpeaban y tiraban al suelo y lo levantaban del pelo y le pegaban y lo volvían a tirar, para luego llevárselo arrastrado hasta desaparecerlo. Esa secuencia una y otra vez. Doña Juana, alarmada, se llevaba las manos a la cabeza. Se pasaba los dedos por el pelo.

Piamonte es el último municipio del sur del Cauca, región conocida como la Baja Bota Caucana. Se encuentra tan lejos de todo, que Florencia, Caquetá, queda a unas seis horas de trocha. Mocoa, Putumayo, a unas cuatro horas de trocha y chalupa por el río. Y Popayán, la capital del departamento, a día y medio, si se insiste en viajar por tierra. Durante décadas esta región fue zona de influencia directa de dos frentes de las Farc, el 44 y el 49.

A finales de 2001, doña Juana con su familia debió huir de su finca porque a sus hijos se los querían llevar para la guerra. "Ya están buenos para cargarlo e irse con nosotros", le había dicho un comandante del frente 44. Sus hijos tenían 12 y 14 años.

La familia reubicada en la cabecera municipal vivía en completa zozobra: todos los días llegaban desplazados contando que en tal vereda hubo una masacre de tantos campesinos, que en la casa de tal vecino se aparecieron los paramilitares, que la guerrilla y los paras se aproximaban al pueblo, que la guerra completa iba a ser en esas calles. Al final resultó que las Farc llegaron solas, con actitud de vencedoras. Sin fuerza pública por ahí, se tomaron todo el tiempo para saquear el banco. Luego, le prendieron fuego a la casona donde operaba la Alcaldía, con mobiliario y archivos dentro. El pueblo quedó hecho una ruina.

—¿Y usted vive en Bogotá? —me interpeló, con voz preocupada. Le dije que sí—. ¿Y eso no es muy peligroso? Me dejó mudo. ¿Más peligroso que lo que puede ser un municipio rodeado por las Farc?, me pregunté. Pero le di la razón:

—Si doña Juana. Bogotá es muy peligroso.

—Yo, por eso, vivo feliz por acá —dijo—. Por acá uno vive muy bueno. Muy tranquilo.